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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (3 page)

BOOK: Agentes del caos
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¡La Hermandad de los Asesinos!, pensó Johnson con amargura mientras buscaba sus papeles de identificación falsos en el bolsillo. Pero ¿por qué? ¿Cuál era la causa por la que la Hermandad había salvado a Khustov?

Por otro lado, ¿quién sabía algo realmente cierto acerca de la Hermandad? Se suponía que había sido fundada casi trescientos años atrás, cuando la Unión Atlántica, dominada por los Estados Unidos, se había unificado con la Gran Unión Soviética para formar la Hegemonía Solar.

En un comienzo, parecía haber sido un tipo de movimiento de resistencia. Habían asesinado a tres de los siete primeros Coordinadores Hegemónicos y a más de una docena de Consejeros. Habían detonado la bomba de fusión que destruyó el Puerto Gagarin.

Pero luego de una década aproximadamente, el esquema de actividades de la Hermandad parecía teñirse de locura. Salvaron la colonia de Umbriel cuando una sorpresiva tormenta de meteoros perforó la bóveda, pero luego giraron ciento ochenta grados y volaron la bóveda en Ceres, aniquilando a toda la población del único asteroide habitado. Comenzaron a asesinar Protegidos seleccionados aparentemente al azar, al igual que los Custodios y los funcionarios de la Hegemonía. No obedecían a ninguna constante lógica, sino que parecían seguidores de algún culto arcaico remanente del Milenio de las Religiones, creyentes de un dogma supersticioso y sin sentido, salvo para los iniciados.

Ahora, sin razón aparente, habían salvado a Khustov.

Un coche aéreo aterrizó justo fuera del cordón de Custodios y de él descendió un hombre, vestido con el uniforme verde de fajina de los Custodios, pero que no era alto y fornido como éstos. Bajo y delgado, tenía una expresión lejana y abstraída en sus ojos celestes.

Johnson hizo una mueca. Eso era lo peor que le podía pasar: habían traído a un Edético.

Johnson portaba dos juegos de papeles falsos. Uno a nombre de «Samuel Sklar», comerciante que tenía un pase para viajar ida y vuelta de la Tierra a Fobos, y que oficialmente no podía estar nunca en Marte. En este planeta, Johnson era «Vassily Thomas», operario de Mantenimiento del Ministerio de Custodia. De este modo, aunque se descubriese la presencia de Johnson en Marte, los Custodios buscarían a «Thomas», mientras que, de regreso a Fobos, podría volver a casa tranquilamente como «Sklar», quien nunca había puesto su pie en Marte.

Pero ahora todo fracasaría.

El esmirriado Custodio que acababa de llegar era un Edético, un hombre con una capacidad selectiva de memoria total cuidadosamente condicionada. Tendría en su cabeza la descripción completa de todos los Enemigos de la Hegemonía, ninguno de los cuales, por excelentes que fueran sus papeles falsos, podría burlar su memoria fotográfica.

Boris Johnson, en su condición de jefe de la Liga Democrática, era el Enemigo Hegemónico Número Uno.

Observó cómo los Custodios hacían pasar a los Protegidos uno a uno por el cordón, frente a la mirada fija del Edético. Tardarían horas en dejar en libertad a todos los Protegidos, a ese ritmo; pero los Custodios tenían todo el tiempo del mundo y como nadie podía salir sin pasar por el Edético, estaban seguros de capturar a todos los agentes de la Liga. Johnson sabía que no había forma de pasar inadvertido, pero… a pesar de su situación se sonrió. El último lugar en el cual los Custodios buscarían a un Enemigo Hegemónico sería dentro de su propio cuartel general. Y allí estaba el Ministerio de Custodia. Si bien en sus entrañas estaba el Custodio Maestro de Marte, la computadora central que controlaba todo el planeta, el resto del edificio servía de cuartel a los Custodios. Si pudiera subir las escalinatas y entrar en el edificio… Le sobrarían problemas una vez adentro, pero al menos escaparía de la mirada del Edético.

Con los codos y las rodillas, Johnson se abrió paso a través de la multitud hasta la tribuna situada al pie de la escalinata. Con la expresión agria adoptada desde tiempo inmemorial por todos los encargados de mantenimiento al contemplar desastres similares, se inclinó y comenzó a examinar la masa de metal y plastomármol fundido en la base de la tribuna.

Viendo que se aproximaba un Custodio con cara de pocos amigos, comenzó a maldecir y refunfuñar en voz baja.

—¡Esta porquería está toda fundida! ¡Qué lío inmundo! Me va a llevar cinco horas…

—¿Qué está haciendo? —preguntó el Custodio, apuntando a Johnson con su pistola láser.

—¿Qué hago? ¿Qué clase de pregunta estúpida es ésa? ¿O se piensa que puedo arreglar este desastre con las manos? ¡Esto, aquí, es una verdadera calamidad! ¡Está totalmente fundido, hombre! Voy a necesitar una lámpara para cortarlo, y una pistola térmica para remodelar el plastomármol. ¡Por lo menos medio día de trabajo!

—¡Vagos de mantenimiento! —gruñó el Custodio—. ¡Y bueno, no se quede ahí agachado con cara de estúpido! ¡Póngase a trabajar!

—Ya le dije —se quejó Johnson—. No puedo hacer nada sin las herramientas.

—Entonces ¿por qué cuernos no las va a buscar? —bramó el Custodio.

—Ustedes no dejan entrar a nadie en el edificio —murmuró Johnson, con un aire hosco de triunfo.

El Custodio sacudió la cabeza sabiamente.

—¡Y ustedes, sarta de inútiles, hacen cualquier cosa con tal de no trabajar! —dijo—. Así que a mover el esqueleto; rápido al Ministerio, a buscar las herramientas. ¡Ya, y a trabajar! ¡Rápido!

—Bueno, bueno, no se ponga nervioso —protestó Johnson con cara de haber sido descubierto criando sebo—. Ya voy, ya voy.

Comenzó a subir la escalinata del Ministerio bajo la mirada dura del Custodio, y entró en el edificio por la puerta de servicio, ubicada a un costado del portón grande.

Al trasponer el umbral se permitió una pequeña carcajada, pues no habría mucha oportunidad para festejos una vez adentro. Al igual que todos los demás edificios públicos, y cada vez más de los particulares, también, los pasillos estaban llenos de Visores y Cápsulas. Se decía que hasta una expresión equivocada en el rostro podía traer aparejada una muerte instantánea.

La puerta daba directamente al salón principal. Como el edificio acababa de ser inaugurado oficialmente, el salón estaba casi vacío, con excepción de algunos Custodios, que estaban acostumbrados a mirar a través de los empleados de Mantenimiento como si no existieran.

La ruta de escape era simple; caminar cincuenta metros, cruzando el salón hasta los ascensores, subir hasta el tercer piso, y abandonar el edificio por la salida que daba a la calle sobre el nivel dos. Una vez sobre la calzada móvil del nivel dos, Johnson sabía que estaría fuera del área del Ministerio en escasos minutos. Seguramente los pocos Custodios que se encontraban dentro del edificio no repararían en las idas y venidas de un simple operario de Mantenimiento…

Sin embargo, Johnson tenía las palmas húmedas de miedo cuando comenzó a cruzar el salón. A pocos metros se encontraba disimulado el primer Visor, una pequeña lente de televisión a ras de la pared, con un micrófono aún más pequeño al lado. Ambos estaban conectados directamente al Custodio Maestro de Marte, la enorme computadora encargada de administrar el Código de Justicia en ese planeta. Se decía que la Directiva Primordial de la computadora era «Todo lo que no está permitido está Prohibido». En la práctica esto significaba que el resto del Código Hegemónico se componía de una larga lista de las cosas que sí eran permitidas a los Protegidos en determinadas áreas, los llamados Actos Permitidos. Todo lo que no concordaba con los Actos Permitidos registrados en la programación del Custodio Maestro era un Acto No Permitido, es decir, un delito. Y todos los delitos merecían la pena capital.

El juicio y la ejecución eran instantáneos.

Directamente debajo del Visor había un pequeño tapón de plomo. Este tapón sellaba un cilindro de plomo, una Cápsula, que se encontraba dentro de la pared y que contenía un isótopo radiactivo mortal. Las Cápsulas también estaban conectadas al Custodio Maestro más cercano.

De esta manera, la «Justicia» había sido reducida a un arco reflejo automático. Un Visor transmitía observaciones al Custodio y éste verificaba la información y la controlaba con su lista de Actos Permitidos. Se decía que cualquier Acto No Permitido, por trivial que fuese, era motivo para que una señal enviada a la Cápsula hiciera saltar el tapón de plomo para llenar el área circundante de radiación mortal. El tiempo de reacción del dispositivo era de una fracción de segundo. Johnson no sabía si era verdad todo esto, y si el Custodio Maestro realmente podía matar a un hombre por cualquier Acto No Permitido. No sabía si era posible incorporar un programa así a una computadora. Pero lo que sí era un hecho innegable era que muchos Protegidos habían muerto en circunstancias de presumible inocencia…

Johnson franqueó el primer Visor y verificó un tanto abstraídamente que seguía con vida. Si era cierto lo que afirmaba la Hegemonía acerca de los Visores y las Cápsulas, sería muy fácil cometer un error fatal: una mirada rebelde, una prenda poco común, internarse en un sector por el cual no debía pasar el personal de Mantenimiento… Lo terrible era que el número de acciones por las cuales el Custodio no activaría el circuito eran muy limitadas, en tanto que las que sí resultarían en una muerte instantánea eran prácticamente infinitas. Y peor todavía sería que la Hegemonía no estuviera diciendo la verdad acerca del dispositivo, pues en ese caso se podría morir sin causa alguna.

Los Visores y Cápsulas estaban distribuidos cada diez metros, lo que significaba que tendría que pasar por cinco de ellos antes de llegar a los ascensores. Uno ya quedaba atrás; ahora pasaba por otro, con aire de indiferencia, pero sin exagerar, no fuera a ser un Acto No Permitido el intentar engañar a un Visor…

Estos aparatos existían en todos los edificios públicos de la Hegemonía: comercios, teatros y cines, además de los edificios del gobierno. En casi todos los lugares cubiertos, ya que en el exterior la radiación de las Cápsulas se dispersaría demasiado y los «criminales» tendrían una oportunidad demasiado grande para huir cuando saltara el tapón. En todos lados, salvo en las residencias particulares. Se rumoreaba que el Consejo estaba por decidir la instalación de los Visores y Cápsulas en todas las viviendas nuevas; pero si eso fuera verdad, significaría el final del último resto de intimidad para los Protegidos.

El tercer Visor quedó atrás… Luego, el cuarto… Ahora había un solo Visor entre él y los ascensores. Estaba ubicado encima de éstos, por lo visto para impedir su uso por personal no autorizado. Esta sería la parte más difícil de todas…

Al acercarse al ascensor del medio, Johnson extrajo un trapo de su bolsillo. Tarareando en voz baja, comenzó a limpiar las guarniciones de bronce afuera del ascensor, que estaba abierto. Luego, con el trapo todavía en la mano, entró y se puso a limpiar adentro, concentrándose en la manija de la puerta.

¡Estoy vivo!, pensó exaltado. ¡Está resultando!

Estaba por extender la mano y oprimir el botón del tercer piso, cuando se le ocurrió mirar hacía arriba. El corazón se le fue a los pies.

¡Había un Visor y una Cápsula en el techo del ascensor!

Tiene que haber un modo de burlarlo, pensó. Es arriesgado pero no hay otra salida.

Terminó de pulir la manija de la puerta y empezó a limpiar la consola de los botones. Al pasar el trapo por los botones, oprimió el tres a través de la tela con su pulgar.

Las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a subir. Johnson dio un salto e hizo un gesto de sorpresa que esperaba que fuera convincente. Luego se encogió de hombros y siguió puliendo. Contuvo la respiración mientras el ascensor subía…

El Visor había sido engañado. ¡El tapón de la Cápsula no saltó!

El ascensor se detuvo en el tercer piso y la puerta se abrió.

Johnson dio el último toque a la consola de botones con su trapo y salió del ascensor.

Mientras se encaminaba por el pasillo hacía la salida sobre el nivel dos, contuvo un suspiro de alivio. La cosa marchaba. Había pasado lo peor. Por lo visto ni siquiera el Custodio Maestro prestaba mucha atención a los vaivenes de un operario de Mantenimiento.

Después de recorrer un pasillo que parecía tener un kilómetro de largo y un millón de Visores en las paredes, Johnson se encontró fuera del edificio, sobre la rampa que daba a la calle sobre el nivel dos. Si pudiera ganar la calle sin ser visto, saltaría por las cintas móviles de la calzada hasta la cinta central, la más rápida, y estaría en cosa de unos minutos a varios kilómetros de distancia, oculto entre la multitud de Protegidos.

Comenzó a caminar con paso firme pero no demasiado rápido hacia la calle. Algunos metros más y…

—¡Eh, tú! —rugió una voz desde la calle, a nivel cero, más abajo.

Johnson miró hacía abajo. Era un Custodio.

—¡Tú, ahí arriba! —gritó el Custodio—. ¡Vuelve al edificio! ¡Nadie puede abandonar esta área todavía!

Johnson dio algunos pasos hacía el Ministerio y se colocó en el centro de la rampa para cubrirse un poco de los disparos de láser desde abajo. De repente giró y se dirigió a la carrera hacía la calzada móvil. Eran unos pocos metros, nada más que un segundo.

Los Custodios lograron efectuar un par de disparos que pasaron lejos, y Johnson ya estaba sobre el borde de la calzada móvil. Saltó a la cinta de tres kilómetros por hora, donde derribó a un gordo que lo amenazó con sus puños endebles, y luego saltó a la cinta siguiente que pasaba a diez kilómetros.

Ya se encontraba a varias cuadras del Ministerio. Lo importante, ahora, era no llamar demasiado la atención. La calzada estaba llena de Protegidos, y un hombre que corriese de aquí para allí derribándolos sería una mosca en la leche. Esforzándose por mantener la calma, Johnson se dirigió hacía la cinta central que avanzaba a cincuenta kilómetros por hora, pidiendo paso educadamente a los Protegidos que viajaban en las cintas de dieciocho, veintisiete y treinta y cinco kilómetros por hora.

Finalmente se encontró sobre la cinta central. Había ganado un poco de tiempo. En menos de una hora todos los Custodios habrían sido alertados y estarían buscando a un hombre en ropa de fajina cuya descripción figuraba en los papeles de «Vassily Thomas».

Tenía que salir rápidamente de la bóveda y volver a Fobos. Sabía que le quedaban pocas horas de seguridad en Marte, pero «Samuel Sklar» no correría peligro en Fobos.

Siempre y cuando Johnson pudiera salir de la bóveda antes que dieran con él.

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