Agentes del caos I: La prueba del héroe (15 page)

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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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Showolter arqueó las cejas.

—No puede ser cierto —miró a Elan—. Me pregunto si practicará el celibato.

—No se me ha ocurrido preguntárselo —dijo Saychel—, pero parecía sincera respecto a su petición de asilo político. Para pasar el rato, le hice un análisis de tensión en la voz, y los resultados respaldan mi opinión.

—¿Han pedido algo más?

—Reunirse con los Jedi. Elan afirma tener información sobre una plaga de esporas que los yuuzhan vong liberaron antes de iniciar su invasión. Showolter se rascó la cabeza.

—A la mascota le gusta nuestra comida, la Sacerdotisa habla Básico, conoce la existencia de los Jedi y quiere asilo… Y ahora me dirás que han apostado en las finales de pelota —suspiró—. El director Scaur quiere que los llevemos a Wayland para una reunión preliminar. Discretamente, claro está. Ya se ha avisado a nuestros agentes noghri.

—¿Vais a organizar vosotros el traslado?

Showolter asintió.

—Es obvio que es una trampa —dijo Saychel—. Me refiero a estas dos.

—Por supuesto. Pero también podría ser nuestra única oportunidad de interrogarlas, y no estamos en posición de dejar pasar algo semejante. Aunque debamos concertar ese encuentro con los Jedi.

—Bienvenido a bordo —dijo Roa cuando Han y él llegaron al final de la enmoquetada rampa de pasajeros del SoroSuub 3000.

Tras un vistazo rápido, le tocó el turno a Han de soltar un silbido de admiración. Todos los modelos de serie de esa nave aerodinámica de cabezapuntiaguda se consideraban lujosos, pero el
Daga Afortunada
subía el listón. Desde las pasarelas hasta las consolas, lo que no era mobiliario en madera había sido creado para parecerlo, y en cada agujero y saliente había una valiosa obra de arte o un costoso holograma. El sillón de aceleración estaba forrado con piel de crosh y brilloseda.

—¿Esto es fijisi? —preguntó Han sin poder creerlo, pasando los dedos por el parquet.

—Lo cierto es que es uwa —dijo Roa—. Lo conseguí de un yate de placer alderaaniano abandonado. Los piratas lo habían despojado de casi todo lo demás.

Han miró a su alrededor, inspeccionando los detalles y negando con la cabeza.

—¿Sabes quién solía pilotar uno de éstos? Lando Calrissian. Pero ni siquiera el suyo estaba a la altura de éste.

—O Lando ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi, o debió de gastarse más en dispositivos de seguimiento y armamento que lo que me costó a mí equipar toda esta nave.

—Es probable —Han sonrió a Roa, agradecido por volver a estar con él tras la tensión de casa—. ¿Y a qué te dedicas? ¿Le alquilas espacio libre en la cabina a orquestas ambulantes de jizz?

Roa se rió.

—Nunca he ocultado que los agentes de impuestos y aduanas que empleé en Bonadan me hicieron un hombre rico. Pero ahora esta nave es lo único que tengo.

Dio una palmada a Han en el hombro y le llevó a la estancia delantera principal, en la que un androide plateado y reluciente salió a su encuentro desde un compartimento.

—Disculpe, amo Roa, pero hay un extraño acercándose a la nave.

—Han, éste es Vacío —dijo Roa—. Escapó de la destrucción a manos de algunos de los fanáticos anti-androides de Rhommamul, pero el incidente fue tan traumático que tuvo que sufrir un borrado de memoria. Fue una ganga, pero me costó quinientos créditos de Coruscant devolverle a su estado normal.

Roa ordenó a Vacío que mostrara al extraño en los escáneres de seguridad que habían apostado en el hangar. Una pantalla de la consola mostró enseguida la imagen de un adolescente de pelo castaño y ojos azules que llevaba una túnica blanca hasta las rodillas y pantalones marrones.

—¿Le reconoces? —preguntó Roa.

Han entrecerró los ojos.

—Es mi hijo pequeño.

Anakin ya estaba al pie de la rampa del
Daga Afortunada
cuando apareció Han. Los escáneres habían captado la agitación del chico. Y la intranquilidad se había tornado ahora precaución.

—Hola, papá —dijo, algo asustado.

Han bajó a zancadas por la rampa y posó las manos en las caderas con los pulgares hacia atrás.

—¿Cómo me has encontrado?

Anakin dio un paso atrás.

—Mamá me dijo que te ibas con alguien llamado Roa, y que no te llevarías el
Halcón
. No fue muy difícil localizar este hangar.

La expresión de Han se endureció.

—Espero que ella no te mandara aquí para averiguar adónde voy, porque, como ya le dije, todavía no lo sé.

Anakin frunció el ceño.

—No me envía ella. Vine porque quise.

—Ah —dijo Han suavemente, incómodo—. Entonces…

—Tengo… tengo algo para ti —Anakin se quitó una pequeña cajita de cuero que tenía prendida en el cinto de la túnica—. Considéralo un regalo para el viaje.

El ligero cilindro que Han extrajo del interior de la caja era más corto que su mano y no tenía más de cuatro dedos de ancho. Tenía marcas a lo largo y parecía estar hecho de algún tipo de aleación de memoria.

—Me rindo —dijo al fin—. ¿Qué es?

—Una herramienta de supervivencia —con el rostro ligeramente iluminado, Anakin cogió el dispositivo y realizó varios movimientos para acceder a una serie de utensilios en miniatura que incluían cuchillos, abridores, una luma y cosas así. La herramienta incluso tenía un macrofundidor y un transpirador en miniatura.

Han se quedó sin palabras durante unos instantes.

—Mira, hijo, es un instrumento muy interesante, pero no tengo planeada ninguna excursión campestre para el futuro cercano.

—Me la hizo Chewie —dijo Anakin, incómodo.

Han se entristeció.

—Otra razón para que no la acepte, si la hizo para ti.

Pero Anakin volvió a ponerla en la mano de su padre.

—Quiero que la tengas tú, papá —sus ojos le contemplaron nerviosos.

Han hizo amago de protesta, pero se lo pensó mejor. La herramienta era una ofrenda de paz, y negarse a aceptarla sólo serviría para ensanchar el abismo que les separaba, desde Sernpidal.

—Primero la ballesta de Chewie y su alforja, y ahora una herramienta de supervivencia. Ni en mi cumpleaños me han regalado tantas cosas —se obligó a sonreír y manoseó un poco la herramienta—. Igual me resulta útil.

—Espero que sí —murmuró Anakin.

Han arqueó una ceja.

—¿Por qué me suena eso al típico comentario críptico propio de tu tío? —Sólo quería decir que a Chewie le gustaría que utilizaras algo hecho por él.

—Sí, la verdad es que sí —dijo Han, mirando hacia otro lado—. Gracias, hijo.

Anakin estaba a punto de decir algo cuando Roa llamó a Han desde lo alto de la rampa.

—Estamos listos para el despegue.

Han se volvió hacia Anakin.

—Es hora de irse.

—Claro, papá. Cuídate.

Se abrazaron de forma breve y rígida. Han se encaminó hacia el
Daga Afortunada
, pero se detuvo a medio camino de la rampa y se giró hacia Anakin.

—Todo se arreglará, ¿sabes?

Anakin le miró, pestañeando para alejar las lágrimas de los ojos.

—¿El qué…? ¿La guerra, lo mal que me siento por lo de Chewie o el que te marches sin decir a nadie adónde vas?

Capítulo 10

Imponente en tamaño, coloración y compostura, el comandante Tla caminaba de un lado a otro a los pies de la basta plataforma de mando, en las entrañas de la nave de Harrar. De los extremos de su ancha espalda colgaba la larga túnica de campaña que se agitó siseante cuando se volvió para mirar al Sacerdote y a Nom Anor.

—Destruir la nave larva fue un despilfarro —gritó Tla—. Debieron buscar otra forma de poner a Elan en sus manos.

—Cualquier otra estratagema habría resultado incluso más costosa a largo plazo —replicó Harrar—. Y la verdad es que la tripulación de la nave larva aceptó de buen grado su muerte, satisfechos de verse ennoblecidos con la importancia del sacrificio.

Tla lanzó una mirada iracunda a su estratega. Tla había sido ascendido tras la muerte de Shedao Shai en Ithor, y llevaba su rango con irritación.

—Con el debido respeto, eminencia Harrar —dijo Raff—, pero esto no es un juego que se gane con la astucia. Estamos librando una guerra santa. —Ah, pero toda guerra es en parte como un juego. Necesitábamos que la huida de Elan pareciera creíble.

Tla resopló.

—Usted es un recién llegado a este terreno, Sacerdote. Subestima a los infieles. No tardarán en descubrir su artificio.

—¿Usted cree? Entonces le sorprenderá saber que Elan ya ha sido puesta en custodia preventiva.

El estratega Raff miró a Harrar con gesto incrédulo.

—Le aconsejo que no saque muchas conclusiones de eso, eminencia.

Elan es la primera de nosotros que consiguen capturar con vida.

—Por supuesto. Pero sé dónde está y adónde la llevarán a continuación. Tla se volvió hacia Nom Anor, escéptico.

—¿Es obra de sus trucos y sus agentes, Ejecutor?

Nom Anor esbozó una sonrisa, pero negó con la cabeza.

—Por desgracia no, comandante.

—Entonces, ¿cómo lo sabe? —preguntó Tla.

Harrar se acercó a uno de sus acólitos, que se adelantó portando un villip marrón claro ligeramente chato, como si fuera un recién nacido. Harrar cogió con cuidado el villip en sus manos y lo acunó en su brazo izquierdo.

—Los captores de Elan fueron lo bastante estúpidos como para llevarse con Elan el gemelo de este pequeño. Y él ha cumplido con su deber al contárnoslo —Harrar acarició la cresta del villip con su mano derecha, que sólo tenía tres dedos—. Vamos, pequeño, repite lo que me has contado antes.

El comandante Tla y el estratega se acercaron interesados.

El tejido irregular del centro de la cresta se expandió, y el villip empezó a volverse del revés. Cuando completó el proceso, intentó imitar lo mejor que pudo los atractivos rasgos de Elan.

—Wayland —dijo la criatura—. Wayyy… land.

La nave civil
Segue
recorrió el cielo de las tierras altas y montañosas del noreste del continente principal de Wayland. Un bosque espeso y cerrado cubría la ladera sur del ahora truncado monte Tantiss, pero al Este había enormes zonas deforestadas por la explosión sísmica que destruyó el almacén del emperador Palpatine, más de quince años antes.

Uno de los tres pasajeros de la nave, Belindi Kalenda, la directora delegada de operaciones del Servicio de Inteligencia de la Nueva República, apoyó la cara en el cristal para apreciar el paisaje en toda su amplitud. Mientras la nave descendía, avistaron una pequeña ciudad al pie de las montañas.

—Qué sorpresa —comentó Kalenda a su compañera de asiento—. Me imaginaba Nueva Nystao como una aldea.

Delgada, de coloración oscura, ojos espaciados y voz ronca, Kalenda sólo llevaba doce años con el SINR, pero su éxito al frustrar una peligrosa conspiración en el sistema corelliano le había facilitado el ascenso.

La xenobióloga Joi Eicroth se acercó a la ventanilla para echar un vistazo.

—Así empezó, pero ahora son casi diez mil los que habitan la zona. Myneyrshi, psadans y humanos, además de los quinientos o más noghri que fundaron el lugar.

—¿Y todo el mundo se lleva bien?

—De momento.

Kalenda rió, un poco para sí misma.

—Los noghri desprecian todo lo relacionado con Palpatine, pero no les importa vivir en un planeta al que él dio nombre.

—No se ha llegado a demostrar que Wayland fuera el nombre con el que Palpatine denominaba al planeta —dijo el doctor Yintal desde su asiento, tras las dos mujeres—. Yo creo que los colonos humanos decidieron llamarlo así mucho antes de que el Emperador emplease el monte Tantiss como bóveda del tesoro.

Yintal, analista del Servicio de Inteligencia de la Flota, era un hombre pequeño y pensativo, y lo repentino de su intervención hizo que Kalenda y Eicroth intercambiaran sonrisas de diversión.

—¿Y dónde iban a acumular los noghri sus desperdicios, sino en un lugar que una vez perteneció a Palpatine? ¿Eh, doctor? —preguntó Eicroth por encima del hombro.

—Desde luego, eso es un factor más para que estén satisfechos con este acuerdo —comentó él con frialdad.

La nave describió un círculo y se posó en una plataforma de aterrizaje en el centro de Nueva Nystao. Los tres pasajeros recogieron sus pertenencias y esperaron junto a la escotilla. Wayland les dio la bienvenida con una luz resplandeciente y una brisa dulzona y fresca.

La floreciente ciudad era un amasijo de cabañas, casas de madera y mansiones de piedra que reflejaba su mezcla de culturas. Pero lo más sorprendente era la abundancia de hoteles y restaurantes étnicos que rodeaban la plataforma de aterrizaje. Kalenda estaba a punto de preguntar algo a Eicroth, cuando el mayor Showolter llegó hasta ellos subido a la capota de un viejo deslizador SoroSuub Corvair. Dos noghri salieron de los compartimentos de pasajeros carentes de paneles plegables de acceso.

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