Al Filo de las Sombras (16 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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»Ahora bien, puede que los khalidoranos cambien y dejen de lado las palizas y las humillaciones en la cama una vez que seáis sus esposas. Ursuul confía en que seáis tan cobardes que os agarréis a esa esperanza enfermiza. Confía en que esa malsana esperanza os paralice hasta que sea demasiado tarde, hasta que vuestros hombres hayan muerto, vuestros amigos estén dispersos y la fuerza del Sa’kagé haya sucumbido. En un año, empezaréis a dar hijos a vuestros nuevos maridos khalidoranos y a disfrutar del placer de verlos convertirse en monstruos que tratarán a sus mujeres como sus padres os tratan a vosotras. Será lo normal. Tendréis hijas que pensarán que es normal que les den patadas, les escupan y las obliguen a... en fin, ya sabéis todas las cosas que les obligarán a hacer. Vuestras hijas no se resistirán. Contemplarán vuestra cobardía y pensarán que tal es el sino de una mujer. Será normal. Eso es lo que el rey espera que pase, y hasta ahora ha acertado en todo.

Jarl ya las tenía en el bolsillo. Veía el horror en sus ojos. La mayoría de las chicas de alquiler pensaba solo en el presente. No eran tontas. Sabían que no podrían ganarse la vida con su cuerpo eternamente pero, como no veían ninguna alternativa pasable para el futuro, optaban por no pensar en el porvenir en absoluto. Era demasiado desolador.

Esas mujeres se centraban exclusivamente en la supervivencia. Sacar a pasear el espectro de criar a sus hijas para que acabasen igual las obligaba a pensar más allá de sí mismas, más allá del presente inmediato. Además, Jarl no había mentido. Aquellas mujeres serían las mejor paradas. Si podía convencer a las mujeres que más tenían que perder, habría ganado media batalla.

—Las cosas han cambiado en los últimos meses para cada uno de nosotros, para cada una de vosotras y para mí. Ahora os digo que va siendo hora de que cambien para todos nosotros juntos. Digo que va siendo hora de que el Sa’kagé cambie. Llevamos un tiempo en guerra y vamos perdiendo. ¿Sabéis por qué? Porque no hemos estado luchando. ¿Los khalidoranos quieren que muramos sin hacer ruido? Que les den por culo. Lucharemos de modos que nunca hayan visto. ¿Piensan matarnos de hambre? Que les den por culo. Si podemos entrar hierba jarana de contrabando, podemos entrar grano. ¿Quieren matar a vuestros hombres? Los esconderemos. ¿Quieren hacer redadas? Sabremos adónde se dirigen antes de que lleguen. ¿Quieren jugar? Haremos trampas. ¿Quieren beber? Mearemos en su cerveza.

—¿Qué podemos hacer nosotras? —preguntó una de las chicas. Era una intervención preparada.

Jarl sonrió.

—¿Ahora mismo? Quiero que soñéis. Quiero que penséis, y no en volver a lo que teníamos antes de que llegara Khalidor; quiero que soñéis con algo mejor. Quiero que soñéis con el día en que nacer en las Madrigueras no garantice morir en las Madrigueras. Quiero que soñéis con tener una segunda oportunidad y con lo que pasaría en esta ciudad y este país si todo el mundo tuviera una segunda oportunidad. Soñad con criar a vuestros hijos en una ciudad en la que no tengan que pasar miedo a todas horas. Una ciudad sin jueces corruptos ni extorsiones del Sa’kagé. Una ciudad con una docena de puentes sobre el Plith, y sin un solo guardia en ninguno de ellos. Una ciudad en que las cosas sean diferentes... gracias a nosotros.

»Sé que ahora mismo estáis asustadas. Vuestro turno empieza dentro de unos minutos y os las tendréis que ver otra vez con esos cabrones. Lo sé. No pasa nada por tener miedo, pero lo que os digo es que seáis valientes por dentro. Se acerca el momento en el que seréis necesarias. Si los nobles quieren ganar esta guerra y recuperar este país, van a necesitarnos, y nuestra ayuda tendrá un precio. Nuestro precio será una ciudad que sea diferente, y vosotras y yo decidiremos en qué. Vosotras y yo tenemos ese poder. Así que, de momento, podemos seguir tirando como de costumbre, o podemos soñar y prepararnos. De todos los habitantes de las Madrigueras, vosotras, mis damas, sois las que más tenéis que perder.

Se acercó caminando hasta la chica pirata, Kaldrosa Wyn, y le tocó la mejilla por debajo de un ojo morado.

—Pero decidme, ¿para esto renunciasteis a vuestros maridos? ¿Una corona por un ojo morado, una más cuando os dejan tan hechas polvo que no podéis trabajar al día siguiente? ¿Es eso lo que os merecéis?

Corrían lágrimas por las mejillas de Kaldrosa.

—Yo digo que una mierda. Vinisteis aquí porque era lo mejor que podíais conseguir. Recibís una corona a cambio de un ojo morado porque es lo mejor que Mama K pudo negociar. Como vuestro shinga, estoy aquí para deciros que lo mejor no es suficiente. Nos hemos conformado con demasiado poco. Hemos intentado sobrevivir y, por lo menos yo, estoy harto de sobrevivir. La próxima vez que oiga un grito de dolor, quiero que salga de una garganta khalidorana.

—Sí, joder —susurró una de las chicas.

Jarl veía ya sus ojos encendidos de pasión. ¡Dioses, inspiraban respeto! Levantó una mano.

—De momento, limitaos a observar y esperar. Estad preparadas. Sed valientes. Porque, cuando llegue nuestra ocasión de tirar las tabas, haremos trampas y sacaremos tres seises.

—Cariño —dijo Elene, mientras sacudía a Kylar con suavidad—. Cariño, levanta.

—Mierda —dijo él.

—¿Qué?

—MIERDAAAAA.

Elene se rió.

—Pues sí, no tienes muy buen aspecto —dijo, mientras le daba un abrazo. Olisqueó e hizo una mueca—. Y realmente apestas...

—Mierda —protestó Kylar, dolido.

—Cariño, hoy tenemos que ir de compras, ¿recuerdas?

Kylar agarró una almohada y se cubrió la cabeza con ella. Elene se inclinó para quitársela, pero él no la soltaba. De modo que cantó la canción de los buenos días. Consistía en las palabras «buenos» y «días», repetidas treinta y siete veces. Era una de las favoritas de Kylar.

—BUENOS dí-as, buenos DÍ-as, buenos días, BUENOS días...

—MIERDA mierda, mierda MIERda, mierda mierda —coreó Kylar con la boca contra la almohada.

Elene tiró del almohadón y Kylar la cogió y la tumbó sobre la cama a su lado. Era tan fuerte y rápido que no había manera de resistirse. Después retiró la almohada, rodó hasta colocarse encima de Elene y la besó.

—¡Hummm! —dijo ella. Oh, qué bueno era el tacto de sus labios.

—¿Qué? —preguntó él treinta segundos después.

—Ese aliento mañanero —respondió ella, con una mueca.

Era mentira, por supuesto. Con el tacto de sus labios, no le habría importado aunque tuviese mal aliento. Pero no lo tenía. El aliento nunca le olía. No era que nunca le oliese mal; podía mascar hojas de menta o queso mohoso, la boca nunca le olía a nada. Pasaba lo mismo con el resto de su cuerpo. Si se le echaba perfume, desaparecía sin más. Probablemente tendría algo que ver con el ka’kari, suponía él.

Así, Kylar le dedicó su sonrisa entre burlona y depredadora.

—Ya te enseñaré yo el aliento mañanero —dijo. Se abrió paso entre los brazos de Elene, que intentaba apartarlo, y le besó el cuello, por el que fue descendiendo, y después le bajó el escote de su camisón y ella dejó de resistirse con las manos y los labios de Kylar...

—¡Eh! ¡A comprar! —Elene se zafó de sus brazos. Kylar la soltó.

Volvió a tumbarse en la cama y Elene fingió que se alisaba el camisón mientras admiraba los músculos de su torso desnudo. La tía Mia y Uly habían salido y pasarían el día fuera. La casa estaba vacía. Kylar estaba encantador recién despertado, cuando tenía el pelo chafado, y era guapísimo y sus labios eran lo más maravilloso del mundo. Por no hablar de sus manos. Quería notar su piel contra la de ella. Quería ponerle las manos en el pecho. Y viceversa.

A veces, por la mañana se hacían arrumacos cuando Kylar apenas estaba consciente, y se había convertido en el momento favorito del día para Elene. Una o dos veces se le había subido el camisón durante la noche y se había descubierto pegada de espaldas a él, piel contra piel. Vale, quizá el camisón no se había subido solo del todo, aunque ella nunca se habría atrevido de no saber que Kylar se había pasado horas fuera la noche anterior y era imposible que despertara.

Con solo pensarlo notaba calor. «¿Por qué no?», preguntaba una parte de ella. Vale, estaban los motivos religiosos. ¿Podía uncirse juntos a un buey y a un lobo? Ni siquiera sabía si Kylar creía en el Dios. Siempre se ponía incómodo cuando Elene sacaba el tema. Su madre adoptiva le había dicho que tomase sus decisiones antes de que su corazón se viera envuelto, pero ese punto estaba ya más que superado. Uly la necesitaba. Kylar la necesitaba, y nunca la habían necesitado de esa manera antes. Kylar la hacía sentirse hermosa y buena. La hacía sentirse como una dama. La hacía sentirse como una princesa. La amaba.

Era prácticamente su marido. Decían que estaban casados, vivían juntos, compartían cama y hacían las veces de padre y madre de Uly. Probablemente, el único motivo por el que todavía no había hecho el amor con él era que, cuando empezaba a tocarla la mayoría de las noches, estaba tan cansada que apenas podía moverse. Si Kylar intentara por la mañana lo que hacía por las noches, le habría entregado su virtud en unos cinco segundos. Casi notaba su aliento en el oído. Se imaginaba haciendo algunas de aquellas cosas de las que la tía Mia hablaba con tanta ligereza, cosas que le habían sacado los colores, pero que sonaban de lo más maravillosas. Se sentía tan lanzada que hasta sabía cuál probaría primero.

¿Acaso las escrituras no decían «que tu sí sea un sí y tu no sea un no»? Había dicho que era la esposa de Kylar. Él había dicho que era su marido. Lo llevaría hasta la anillería sobre la que le había hablado la tía Mia y podrían formalizar la situación a la manera waeddrynesa más tarde. Pero eso sería después.

Kylar se sentó en la cama y ella se le acercó por detrás, moviendo las manos hacia los lazos de su camisón. Lo abrió.

—Dioses —dijo Kylar mientras le daba un besito en la mejilla sin volverse lo suficiente para verle el resto del cuerpo—, tengo unas ganas de mear de caballo.

Se levantó y empezó a vestirse. Por un momento, Elene se quedó paralizada. Tenía el camisón abierto, su cuerpo a la vista.

—¿Qué tenemos que comprar? —preguntó Kylar mientras se pasaba la túnica por la cabeza.

Elene acababa apenas de atarse los lazos del camisón cuando la cabeza de él asomó por el cuello de la túnica.

—¿Y bien? —insistió Kylar.

—¿Qué? —Elene se sentía como si alguien acabara de verterle agua fría sobre la cabeza.

—Ah, sí, el cumpleaños de Uly, ¿no? ¿Le compraremos una muñeca o algo así?

—Sí, eso es —respondió ella. ¿En qué había estado pensando?

Capítulo 17

Tenser representó su cometido con bastante solvencia, pensó el vürdmeister Neph Dada. En un momento dado, hasta se las ingenió para toser sangre. Por el momento, su actuación se recordaría como fría y desafiante. Una vez lo exonerasen de toda culpa, se reinterpretaría como valerosa y desafiante.

El hombre al que Tenser supuestamente había asesinado, el cenariano barón Kirof, nunca había sido encontrado. Sin embargo, basándose en el juramento del capitán cenariano de la guardia que afirmaba haberle visto cometer el acto, Tenser fue declarado culpable con rapidez. El anuncio de su castigo de boca del rey dios en persona había provocado exclamaciones de sorpresa. La nobleza cenariana se esperaba una multa, quizá una temporada de encarcelamiento descontándole el tiempo que ya había pasado encerrado, tal vez la deportación a Khalidor. Que lo arrojasen al Agujero se consideraba un castigo peor que la pena de muerte. Por supuesto, esa había sido la intención.

Tenser poco podía infiltrarse en el Sa’kagé si estaba muerto o deportado. Al cumplir condena en el peor calabozo del país, se ganaría una credibilidad sin parangón ante el Sa’kagé. Cuando hicieran aparecer al barón Kirof, vivo, Tenser quedaría absuelto y recuperaría los privilegios propios de un duque khalidorano, pero lo más importante era que fingiría un odio imperecedero al rey dios a causa de su falso encarcelamiento. El duque Tenser de Vargun ofrecería al Sa’kagé lo que quisiera. Y luego lo destruiría desde dentro.

El rey dios, como siempre, tenía más de un plan. Al castigar con tanta severidad a un duque khalidorano, demostraba que era un gobernante justo. Los cenarianos que vacilaban tendrían una excusa más para someterse. Volverían a sus vidas y el nudo escurridizo no haría sino estrecharse en torno a los rebeldes a medida que sus amigos los abandonaran.

Al mismo tiempo, la noticia del encarcelamiento de Tenser eclipsaría todo lo demás, de modo que ese día iba a liberar a docenas de delincuentes de las Fauces y a encarcelar a centenares de sospechosos de rebeldía. Con la impactante nueva sobre el duque khalidorano, la gente apenas se fijaría.

Una vez anunciada la sentencia, Neph acompañó a Tenser y los guardias al Agujero.

Tenser lo miró con recelo. Muchos khalidoranos sentían poco aprecio por sus vecinos de Lodricar derrotados tiempo atrás, pero en el caso de Tenser la antipatía se antojaba tanto general como personal.

—¿Qué queréis?

—Tan solo compartir una noticia que podría ser útil —dijo Neph. No pudo ocultar su placer—. El barón Kirof ha desaparecido. Alguien lo ha secuestrado, al parecer.

Tenser palideció a ojos vistas. Si el barón estaba perdido, nunca saldría del Agujero.

—Lo encontraremos —afirmó Neph—. Claro que si lo encontramos muerto... —Soltó una risilla. Si Kirof estaba muerto, Vargun resultaba inútil. Si era inútil, se convertía en un fracaso. Si era un fracaso, moría. Neph abrió con magia la puerta de hierro que separaba los túneles del castillo de los de las Fauces—. ¿Mi señor? Vuestra celda os espera.

Jarl se frotó las sienes. Llevaban todo el día entrevistando a prisioneros liberados de las Fauces. Los reclusos no se habían enterado del golpe hasta que fue un hecho, cuando aparecieron los brujos buscando algo. Se fueron con las manos vacías, de modo que no parecía importante.

Lo que sí era importante era que un antiguo proxeneta llamado Blanquete había estado despierto cuando dos guardias habían acompañado a un preso hacia el Agujero. Juraba que ni los dos guardias ni su prisionero, un hombre grande, rubio y desnudo, habían salido.

Por si fuera poco, Blanquete había reconocido a uno de los guardias, un tipejo inmundo al que Jarl había tenido en nómina y que había enviado al castillo con una misión muy concreta. Los brujos que habían acudido buscándolos habían llegado hasta las Fauces, pero no se había oído ruido de pelea ni indicación alguna de que hubiesen visto a nadie. Era imposible, y Blanquete no le encontraba ningún sentido.

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