En el tenso silencio que se sucedió, Bolitho escuchó la atronadora voz de Tilby, que en la cubierta superior reñía a algún pobre hombre que no hacía bien su trabajo. De nuevo comenzaba mal, pero no le importaba en absoluto. Foley asintió despacio.
—Ya veremos.
—¿Puedo hablar, señor? —preguntó Graves.
Bolitho asintió.
—¿Por qué no se encarga uno de los escuadrones costeros de esta misión, señor?
Foley se puso en pie, con la cabeza un poco inclinada entre las vigas.
—Porque su velero es el más adecuado, teniente. Le aseguro que no es porque destaquen de ninguna otra manera en estos menesteres.
Bolitho observó en sus rostros resentimiento, sorpresa e incluso dolor.
—Vamos, caballeros —dijo muy despacio—. Llamen a todos los hombres en diez minutos. Ha dicho que mi deber es servirles de transporte —dijo cuando los otros se habían marchado—. Cómo lo haga es mi responsabilidad, pero nadie me ha ordenado que permanezca callado mientras insulta a mis oficiales —el militar permaneció en silencio y él continuó—. Esos mismos hombres han ayudado a salvar dos transportes que resultaban de vital necesidad para los militares. Combatieron y hundieron un buque corsario y ayudaron a poner en fuga a otro, un barco mucho mayor.
—Sin duda a eso se debe su buena fama.
Bolitho se enfrentó a él rápidamente, con la voz silenciada por la furia.
—Gracias, coronel. No tengo la menor duda de que esperaba que yo dijera algo así frente a los otros, de modo que pudiera hacerme esa sugerencia —recogió su sombrero—. Si hubiera sabido que el ejército estaba ya abandonando Filadelfia hubiera dedicado más tiempo a perseguir a ese buque pirata que a cubrirles las espaldas a sus transportes.
Foley sonrió.
—Bien dicho, capitán. Me gustan los hombres que pueden demostrar aún algún sentimiento.
Bolitho dio un portazo al salir de la cámara y pegó una patada a la escala de cubierta sin ser visto. Sabía, por el modo en el que algunos hombres evitaban su mirada, por la manera alerta con que el joven Bethune estudiaba al buque insignia, que todos podían reconocer su furia.
¿Había cambiado tanto? Hacía algún tiempo se hubiera reído o hubiera maldecido la grosería de Foley en cuanto éste le hubiera dado la espalda. Ahora la mención de una crítica, la más débil muestra de un ataque a sus subordinados, y por tanto a su barco, había sido suficiente para hacerle perder el control.
Tyrrell se acercó hasta la popa.
—Conozco perfectamente esas aguas, señor —dijo en voz queda—. El señor Buckle está un poco preocupado, pero le echaré una mano.
Había visto la expresión de Tyrrell cuando Buckle expresó su preocupación durante la reunión. Había estado a punto de sugerir lo mismo. Quizá fue esa la razón por la que saltó en defensa del piloto contra el sarcasmo de Foley. Foley ya había dejado claro lo que opinaba de los americanos; rebeldes, colonos, los que se habían visto atrapados involuntariamente en medio de las distintas facciones, familias divididas, todos le parecían iguales. Tyrrell se volvió para observar cómo la yola se balanceaba sobre el pasamanos de estribor.
—Es un bastardo, señor —se encogió de hombros—. Ya me ha tocado bregar con él.
Bolitho se tragó la respuesta que le hubiera gustado dar. ¿Para qué hubiera servido? Incluso Bethune debía de haber notado el antagonismo entre Foley y él.
—Esperemos que sepa lo que hace, señor Tyrrell, por el bien de todos.
Los ayudantes del contramaestre caminaron a lo largo de la cubierta de artillería y golpearon las escotillas.
—¡Llamada a toda la tripulación! ¡Llamada a toda la tripulación! ¡Despejen la cubierta inferior!
—No tuve tiempo de indagar nada sobre su familia —dijo Bolitho.
—Ah, bien —Tyrrell ladeó su sombrero para proteger sus ojos de la luz del sol, pese a que disminuía—. Quizá más tarde.
La escotilla principal se abrió y Foley apareció en lo alto.
—Debo pedirle que abandone la toldilla, señor —dijo Bolitho, suavemente —vió que comenzaba a enfadarse y añadió—: A no ser que cubra su casaca roja. No nos ayudará que descubran que llevamos un soldado con nosotros.
Foley retrocedió.
—Una a su favor, señor —dijo Tyrrell alegremente—.
—Fue sin intención —Bolitho tomó un catalejo y lo dirigió más allá de los barcos fondeados—. Nuestra marcha debe parecer rutinaria; los espías habrán informado de nuestra llegada, y sin duda pensarán sólo en nuestros despachos. No tengo intención de que se difunda la noticia de que partimos en una misión especial. Lo sabrán pronto, pero cuanto más tarde, mejor.
Caminó hasta la batayola de la toldilla y observó cómo los oficiales asignaban sus puestos a los marineros, mientras se cuestionaba la verdad de sus palabras. ¿Podía un hombre como Foley rendirse tan pronto como Tyrrell creía?
—¡Todos a los cabrestantes! —Tilby trepaba hasta los obenques del palo de trinquete, con su rostro moteado reluciente de sudor mientras gritaba a los escurridizos marineros—. ¡Vamos, maricas gandules, o ya veréis cuando llegue yo hasta vosotros! —cogido por sorpresa por las órdenes de partir, mostraba signos de haberle dado a la botella recientemente.
Bolitho miró hacia Buckle.
—Una vez que nos hayamos alejado de tierra firme daremos los juanetes. El viento parece tranquilo por ahora, pero creo que lloverá antes del anochecer.
Buckle se quitó el sombrero.
—Sí, señor —dudó un momento—. Siento haber hablado antes como lo hice. Debía haberlo previsto.
Bolitho sonrió.
—Es mejor exponer las dudas antes de que nos topemos con los problemas. Cuando uno se queda encallado es ya demasiado tarde, ¿no? —le tocó ligeramente en el brazo—. Pero antes de acercarnos tanto a tierra quiero que comprobemos cuánto puede dar de sí el
Sparrow
a toda vela.
Se alejó; esperaba que Buckle se sintiera menos preocupado. Tampoco resultaría fácil para él: era su primer viaje como piloto, y se encontraba a punto de adentrarse en aguas peligrosas que no había visto antes.
—¡Levando anclas, señor! —la voz de Graves se elevó sobre el tempestuoso viento.
Bolitho se volvió al escuchar un coro de risas burlonas que estallaron en la cubierta inferior. Un marinero había tropezado con los mosquetes de los exploradores y había rodado hasta los imbornales, lo que parecía divertir mucho a los soldados.
—Con tanto viento necesitará toda la fuerza posible de los cabrestantes —añadió Bolitho, fríamente; sus ojos descansaron sobre los canadienses.
—Muy bien, señor —sonrió Tyrrell. Hizo bocina con las manos—. ¡Bosun! ¡Que esos hombres suban a los cabrestrantes! —acalló las inmediatas protestas añadiendo—: ¡No dude en apalearlos si los encuentra haciendo el vago!
Bolitho introdujo su mano bajo los faldones de la casaca y se apartó de la batayola, a fin de poder observar mejor a los gavieros. Ya había recibido suficientes insultos de Foley. No había ninguna razón para que sus marineros los sufrieran también.
—¡Izada el ancla, señor!
Contempló las imponentes lonas mientras el barco viraba, libre, al viento. Una vez fuera del abrazo protector de la tierra, el movimiento se volvió más violento, las olas menos plácidas y la luz adoptó un tono pajizo. La espuma saltó y salpicó a los marineros ocupados, y cayó sobre la toldilla como si lloviera con violencia. Bolitho la probó en sus labios, notó la camisa mojada, y sintió cómo regresaba la impresión de poder en cuanto las velas de los trinquetes, y de los juanetes luego, se llenaban y se redondeaban por la acción del viento.
Observó cómo el bauprés se elevaba hacia las nubes rápidas, tambaleándose, e impulsado luego arriba y abajo por las siguientes olas; contempló los estays y los obenques, que brillaban como ébano mojado. Se imaginó el gorrión furioso bajo el espolón, aferrando sus hojas de roble y las bellotas, y se preguntó si el capitán del
Bonaventure
lo habría visto cuando abandonó la acción, y si lo recordaría.
Tyrrell se acercó dando tumbos hasta la popa, el cuerpo inclinado en ángulo agudo hacia la cubierta. Lanzó un grito a los gavieros de la mesana antes de detenerse a comprobar el trabajo de los que se encontraban en las brazas de barlovento. Fitch se escurrió portando un balde, y Tyrrell le llamó.
—¿Qué pasa? —gritó Bolitho, bajo el atronador estruendo de las lonas.
Tyrrell rió.
—¡El coronel se marea, señor! ¡Qué lástima! ¿Verdad?
—Terrible —Bolitho se volvió para ocultar una carcajada—. ¡Especialmente ahora, que parece que el viento va a empeorar!
Buckle se aferró a la bitácora.
—¡Va sin problemas, señor! —gritó—. ¡Sur-sureste!
—¡Manténgalo así! —Bolitho se quitó el sombrero y dejó que el viento le alborotara el cabello sobre la frente—. Viraremos pronto —recorrió la cubierta y dio la vuelta al reloj de media hora que se encontraba sobre la aguja—. Marcho abajo a informar al coronel.
Mientras se deslizaba escaleras abajo escuchó la risa de Tyrrell, y la risita, igualmente jocosa, de Buckle. No era gran cosa, pero era un comienzo.
Cuando Bolitho entró en la cámara se sorprendió al ver a Foley sentado a la mesa y estudiando un mapa. Estaba completamente vestido y sus rasgos mostraban un poco de su color. Desde que habían abandonado Sandy Hook había pasado la mayor parte del viaje derrumbado en el banco, con los ojos medio cerrados y el rostro como una máscara de cera, e incapaz, o poco deseoso, de encaramarse a la hamaca. Levantó la mirada y sonrió.
—Parece que se mueve menos.
Bolitho asintió.
—Permanecemos en la bahía. El cabo May dista unas cinco millas por la amura.
—Ya veo —Foley echó un vistazo al mapa durante unos segundos, mientras sus dedos tamborileaban una pequeña retreta sobre los cálculos y las marcas que Bolitho había efectuado—. ¿Cuál es su opinión, comandante?
Bolitho miró su cabeza inclinada. Era la primera vez que Foley mostraba interés por sus puntos de vista o por cualquier otra cosa. El
Sparrow
había demostrado merecer su nombre navegando a toda vela, de modo que durante la travesía hacia el sur Bolitho había tenido ocasión, si no de olvidarlas, sí de alejar sus aprensiones, y había disfrutado de la vitalidad y de la libertad de movimientos de la corbeta; pero cuando se acercaron a tierra para fijar su posición se había iniciado un violento temporal, que azotó y gruñó con tanta violencia que habían necesitado de todos los hombres para largar vela y ganar camino al mar. Después de una travesía sin problemas, en el que incluso los sobrejuanetes fueron izados para aprovechar más el viento, fue una gran desilusión.
Habían arribado a cabo May, a la entrada de la bahía de Delaware, exactamente cuando Bolitho había planeado, un día después de levar anclas. Incluso mientras Buckle tomaba sus marcas, el temporal había barrido la costa, azotando la superficie del mar y oscureciendo la tierra distante de tal modo que parecía que había anochecido. Les había llevado otro día entero situarse; zarandeados y golpeados, se habían movido describiendo un gran círculo, mientras la tierra permanecía oculta por los chaparrones y las nubes bajas, invisible para todos excepto para el vigía.
—El viento ha rolado de nuevo, señor —se escuchó decir—; sopla del suroeste y con menos fuerza.
Escuchó el crujido de los guardines cuando el timón se movió a través del espejo de popa, y pensó en Tyrrell y en Buckle, que permanecían junto a la rueda. También podía imaginarse la carta, la gran bahía que se extendía ante la proa, mientras el
Sparrow
, con los juanetes arrizados y muy tensos, se alejaba cada vez más del mar abierto. Tyrrell demostraba ser fuerte como una torre y parecía recordar esas aguas como si cada banco de arena y cada corriente hubieran quedado impresos en su cerebro.
Foley elevó la mirada con expresión muy seria.
—Nos ha llevado ya demasiado tiempo. Debo saber si piensa que podemos proceder —posó un dedo sobre la carta—. Aquí, todo recto hacia el norte respecto a la posición que dice que mantenemos. Estimo que serán unas seis leguas. Hay una ensenada —hablaba rápidamente y Bolitho pudo sentir su agitación. Se reclinó sobre la mesa.
—¿Al este del río Mauricio? —hizo una pausa mientras medía la distancia sobre la carta y calculaba la velocidad con un viento flojo por la aleta—. Nos llevará al menos cuatro horas, o más si cesa el viento.