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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (31 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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No sonaba nada bien.

—¿Resolución de conflictos? ¿Crees que es lo mejor?

—Podría ayudarme a resolver los problemas con mi tío… y ese imbécil de Laertes.

Lo pensé un momento. Tal vez un Hamlet todo acción no fuese muy buena idea, pero como no había obra a la que pudiese volver, la idea me daba un respiro de varios días. Decidí no intervenir de momento.

—¿Cuándo hablarás con él?

Se encogió de hombros.

—Mañana. O quizá pasado mañana. ¿Sabes?, los consejeros de resolución de conflictos están muy ocupados.

Suspiré aliviada. Fiel a su carácter, Hamlet seguía vacilando. Pero se alegraba de haber tomado algo parecido a una decisión y siguió hablando más animadamente.

—Pero basta de hablar de mí. ¿Qué tal tú?

Le hice un breve resumen, empezando por la reerradicación de Landen y acabando con la importancia de encontrar cinco buenos jugadores para ayudar a Swindon a ganar la Superhoop.

—Mm —respondió tan pronto como acabé—. Tengo un plan para ti. ¿Quieres oírlo?

—Siempre que no sea decirme dónde debe jugar Biffo.

Negó con la cabeza, miró con cuidado a su alrededor y bajó la voz.

—Finge estar loca y habla mucho. Luego, esto es lo importante, no hagas nada en absoluto hasta que no sea estrictamente necesario… y luego asegúrate de que todo el mundo muere.

—Gracias —dije pasado un rato—, lo tendré en cuenta.


¡Plun!
—dijo
Alan
que había estado anadeando malhumorado por el jardín.

—Creo que ese pájaro busca problemas —comentó Hamlet.

Alan
, a quien estaba claro que no le gustaba nada la actitud de Hamlet, decidió atacar y fue por el zapato. Un mal movimiento. El príncipe de Dinamarca se puso en pie de un salto, desenvainó la espada y antes de que yo pudiese detenerle atacó directamente al dodo. Era un espadachín consumado y lo único que hizo fue cortarle unas plumas de la cabeza. El pequeño dodo, ahora con una calva, abrió los ojos como platos y miró a su alrededor, con una combinación de terror y asombro, las plumas que caían flotando al suelo.

—¡Más tonterías, mi amigo de buenas plumas —anunció Hamlet, guardándose la espada—, y acabarás en el curry!

Pickwick
, que había estado mirando desde una esquina segura cerca del montón de abono, avanzó decididamente y se situó retadora entre
Alan
y Hamlet. Nunca hasta entonces la había visto actuar con valentía, pero supongo que
Alan
era su hijo, aunque fuese un gamberro.
Alan
, aterrorizado o indignado, permaneció totalmente inmóvil, con el pico abierto.

—Teléfono para ti —gritó mi madre. Entré en casa y tomé el receptor. Era Aubrey Jambe. Quería que hablase con Alf Widdershaine para pedirle que volviese de su retiro y también para saber si había encontrado a otros jugadores.

—Estoy en ello —le respondí, buscando en las páginas amarillas la sección de «agentes deportivos»—. Te llamaré. No pierdas la esperanza, Aubrey.

Emitió un sonido de acuerdo y colgó. Llamé a Wilson Lonsdale y Partners, los mejores agentes deportivos de Inglaterra, y quedé encantada al enterarme de que había disponibles varios jugadores mundiales de cróquet; por desgracia, el interés se esfumó en cuanto mencioné a qué equipo representaba.

—¿Swindon? —dijo uno de los asociados de Lonsdale—. Acabo de acordarme… no tenemos absolutamente a nadie.

—¿No había dicho que sí?

—Habrá sido un error registral. Buenos días.

Había colgado. Llamé a otras agencias y en todas ellas me dieron una respuesta similar. Estaba claro que la Goliath y Kaine cubrían todas sus bases.

A continuación llamé a mi antiguo entrenador, Alf Widdershaine, y tras una larga conversación logré convencerle de que viniese al estadio a hacer lo que pudiese. Llamé a Jambe para contarle la buena noticia de Alf, aunque tuve la precaución de ocultarle de momento la falta de nuevos jugadores.

Pensé un momento en el problema de existencia de Landen y luego encontré el número de Julie Aseizer, la mujer de Erradicaciones Anónimas que había recuperado a su esposo. La llamé y le expliqué la situación.

—¡Oh, sí! —dijo amablemente—. ¡Mi Ralph parpadeó como una bombilla estropeada hasta que la deserradicación cuajó!

Le di las gracias, colgué y me toqué el dedo anular. Seguía faltándome el anillo.

Miré al jardín y vi a Hamlet caminando por el césped, pensando…
con Alan
siguiéndole a una distancia prudente. Mientras miraba, Hamlet se volvió hacia él y le miró con seriedad. El pequeño dodo se acobardó y apoyó la cabeza en el suelo suplicante. Estaba claro que Hamlet no era sólo un príncipe ficticio de Dinamarca sino también una especie de dodo alfa.

Sonreí y fui al salón, donde me encontré a Friday construyendo un castillo de bloques con ayuda de
Pickwick.
Claro está, en ese contexto «ayudar» significaba «mirar». Eché un vistazo al reloj. Era hora de ir a trabajar. Justo en el momento en que tan bien me hubiese sentado una relajante terapia de bloques. Mamá aceptó cuidar de Friday y le di un beso de despedida.

—Pórtate bien.

—Trasero.

—¿Qué ha dicho?

—Astil.

—Si son palabrotas en inglés antiguo, san Zvlkx va a tener muchos problemas… y tú también, amiguito. Mamá, ¿estás segura?

—Claro que sí. Le llevaremos al zoo.

—Bien. Un momento… ¿quiénes?

—Bismarck y yo.

—¿¡Mamá!?

—¿Qué? ¿Una mujer más o menos viuda no puede disfrutar de vez en cuando de un poco de compañía masculina?

—Bien —concedí, sintiéndome por alguna razón irracionalmente conmocionada—, supongo que no hay ninguna razón en contra.

—Bien. Ya puedes irte. Después del zoo es posible que nos dejemos caer por el salón de té. Y luego iremos al teatro.

Se había puesto a soñar despierta, así que me fui, conmocionada no sólo porque mi madre estuviese considerando la idea de mantener una relación con Bismarck, sino también porque Joffy pudiese tener razón.

27 Mierdas raras en la M4

George Formby, nacido George Hoy Booth, en Wigan, en 1904, siguió los pasos de su padre en el mundo del
music hall
, adoptó el ukelele como elemento característico y, cuando estalló la guerra, era una estrella de las variedades, el teatro cómico y el cine. Durante el primer año de guerra, él y su esposa Beryl realizaron extensas giras para los soldados, entreteniendo a las tropas, y rodaron varias películas de gran éxito. Cuando la invasión de Inglaterra resultó inevitable, muchos famosos y dignatarios influyentes fueron enviados a Canadá. Pasando a la clandestinidad con la resistencia inglesa y varios regimientos leales de los voluntarios de defensa local, Formby se encargó de la ilegal Radio de san Jorge y emitió canciones, chistes y mensajes a oyentes clandestinos de todo el país. Los Formby hicieron uso de sus numerosos contactos en el norte para pasar clandestinamente a muchos pilotos aliados a la Gales neutral y formaron células de la resistencia que hostigaron a los invasores nazis. En la Inglaterra republicana de posguerra, se le nombró presidente honorario de por vida.

JOHN WILLIAMS,

La extraordinaria carrera de George Formby

Evité a los periodistas que me esperaban en el edificio de OpEspec y aparqué en la parte de atrás. El mayor Drabb me esperaba cuando entré en el vestíbulo. Me saludó con precisión, pero esa mañana aprecié cierta reticencia en él. Le pasé otro papel.

—Buenos días, mayor. La misión de hoy es el museo de Novela Americana de Salisbury.

—Muy… bien, agente Next.

—¿Algún problema, mayor?

—Bien —dijo, mordiéndose nerviosamente el labio—, ayer me hizo buscar en la biblioteca de Belgas Famosos y hoy el museo de Novela Americana. ¿No deberíamos estar buscando en… bien, instalaciones más danesas?

Le llevé aparte y bajé la voz.

—Eso es exactamente lo que esperan que hagamos. Los daneses son listos. No esperará que oculten sus libros es un lugar tan evidente como la biblioteca Danesa de Wessex, ¿verdad?

Sonrió y se tocó la nariz.

—Muy astuta, agente Next.

Drabb volvió a saludar, entrechocó los talones y se fue. Sonreí para mis adentros y pulsé el botón para llamar al ascensor. Mientras Drabb no informase a Flanker podría tenerle así toda la semana.

Bowden no estaba solo. Hablaba con la última persona a la que esperaría ver en la oficina de detectives literarios: Spike.

—Hola, Thursday —dijo.

—Hola, Spike.

No sonreía. Temí que tuviese alguna relación con Cindy, pero me equivocaba.

—Los amigos de OE-6 nos comunican que están pasando mierdas muy raras en la M4 —anunció—, y cuando alguien dice «mierda rara» me llaman…

—… a ti.

—Bingo. Pero el mercader de la mierda rara no puede ocuparse solo, así que te llama…

—… a mí.

—Bingo.

Había otro agente más. Vestía el traje oscuro típico de las divisiones superiores de OpEspec, y miraba la hora con muy poca sutileza.

—El tiempo corre, agente Stoker.

—¿En qué consiste el trabajo? —pregunté.

—Sí —dijo Spike, cuya actitud más bien relajada frente a las situaciones de vida o muerte requería cierto periodo de adaptación—, ¿en qué consiste exactamente el trabajo?

El agente del traje nos miró impasible.

—Es secreto —anunció—. Pero tengo autorización para contarles lo siguiente: a menos que recuperemos a ####### en menos de ### horas, ### lograrán ####### ejecutivos totales y podréis decir ### a cualquier parecido con la #######.

—Suena #######mente serio —dijo Spike, mirándome—. ¿Te apuntas?

—Me apunto.

Sin otra explicación nos llevaron a la rotonda de la salida 16 de la autopista M4. OE-6 era Seguridad Nacional, lo que provocaba algunos interesantes conflictos de intereses. El departamento que protegía a Formby también protegía a Kaine. Y en general los agentes de OE-6 que protegían a Formby actuaban contra los agentes de OE-6 que se ocupaban de Kaine, que estaban más que encantados de verle desaparecer. Las facciones de OpEspec siempre se peleaban, pero rara vez dentro del mismo departamento. Kaine tenía mucho de lo que dar cuenta.

En cualquier caso, no me caían bien, ni a Spike tampoco, y lo que fuese que quisiesen debía ser muy raro. Nadie llama a Spike a menos que haya descartado cualquier otra posibilidad. Él es la última línea de defensa cuando la racionalidad comienza a desmoronarse.

Paramos en el arcén, donde nos esperaban dos enormes limusinas Bentley. Aparcados junto a ellas había seis coches de policía normales, con sus ocupantes aburridos y esperando órdenes. Estaba pasando algo muy importante.

—¿Quién es la mujer? —preguntó tan pronto como salimos del coche un agente alto con cara de pocos amigos.

—Thursday Next —respondí—. OE-27.

—¿Detectives Literarios? —se burló.

—A mí me vale —dijo Spike—. Si no puedo contar con mi personal, pueden ustedes ocuparse de su mierda.

El agente de OE-6 nos miró por turnos.

—Identificación.

Le mostré la placa. La miró un momento y me la devolvió.

—Soy el coronel Parks —dijo el agente—. Soy el jefe de la seguridad presidencial. Éste es Dowding, mi segundo al mando.

Spike y yo intercambiamos miradas. El presidente. Era serio de verdad.

Dowding, una figura lacónica vestida con un traje negro, nos saludó mientras Parks seguía hablando.

—Primero, debo recalcar que esta situación es de gran importancia nacional y sólo les pido consejo porque estamos desesperados. Nos encontramos en una situación de déficit de jefe de Estado en virtud de una situación de alta probabilidad ultramundana… y teníamos la esperanza de que pudiesen aplicar ingeniería inversa para resolvérnosla.

—Sin palabrería —dijo Spike—, ¿qué pasa?

Parks hundió los hombros mientras se quitaba las gafas oscuras.

—Hemos perdido al presidente.

El corazón se me paró un segundo. Era una mala noticia. Muy mala noticia. Tal y como yo lo entendía, el presidente no tenía que morir hasta el siguiente lunes, después de que Kaine y la Goliath hubiesen sido neutralizados. Que desapareciera o muriera antes permitiría a Kaine hacerse con el poder y empezar la tercera guerra mundial una semana antes de lo previsto… y eso, la verdad, no era parte del plan.

Spike pensó un momento y luego dijo:

—Qué cagada.

—Sí.

—¿Dónde?

Parks extendió el brazo hacia el tráfico que recorría la autopista.

—En algún lugar de ahí.

—¿Cuánto hace?

—Doce horas. El canciller Kaine se ha enterado y está presionando para celebrar a las seis de esta tarde una votación parlamentaria que le nombre dictador. Lo que nos deja menos de ocho horas.

Spike asintió pensativo.

—Muéstreme dónde le vieron por última vez.

Parks chasqueó los dedos y un Bentley negro se nos acercó. Subimos y la limusina se unió a la M4. Los coches de policía se situaron detrás para crear un escudo rodante. A los pocos kilómetros nuestro carril quedó desierto y tranquilo. Parks nos explicó lo sucedido. Llevaban al presidente Formby desde Londres a Bath por la M4 y, en algún punto entre las salidas 16 y 17 —donde nos encontrábamos—, había desaparecido.

El Bentley se detuvo en el asfalto vacío.

—El coche del presidente era el vehículo central de un convoy de tres coches —nos explicó Parks mientras nos apeábamos—. El coche de Saundby iba detrás y yo iba con Dowding delante; Mallory conducía el coche del presidente. En este punto exacto miré atrás y vi que Mallory indicaba que iba a parar. Le vi desplazarse al arcén y nos detuvimos de inmediato.

Spike olisqueó el aire.

—¿Y qué pasó luego?

—Perdimos de vista el coche. Creíamos que se había caído por el terraplén, pero cuando llegamos allí… nada. Ni una zarza que no estuviese en su sitio. El coche, simplemente, desapareció.

Caminamos hasta el borde y miramos cuesta abajo. La autopista recorría el campo circundante sobre un terraplén de tierra; cuestas muy empinadas bajaban unos cinco metros entre vegetación desigual hasta una verja. Más allá había un campo, un puente de cemento sobre una zanja de drenaje y, más allá, como a ochocientos metros de distancia, una hilera de casas blancas.

—Las cosas no desaparecen porque sí —dijo finalmente Spike—. Siempre hay una razón. Habitualmente es muy simple, a veces es muy extraña… pero siempre hay una razón. Dowding, ¿qué dice usted?

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