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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (43 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Kaine y yo nos miramos. Si era real, entonces Jurisficción no tenía ningún control sobre él… y eso también implicaba que no podíamos destruirle a través de su libro. Pero a su vez él no podía escapar del mundo real: sangraría, moriría y envejecería como cualquier hombre. Kaine se echó a reír.

—¡Bien, vaya sorpresa! ¡Muchas gracias, señor Gato!

El Gato soltó un bufido de desprecio y se volvió para mirar a otro lado.

—Me has hecho un gran favor —añadió Kaine—. Ahora tengo libertad para llevar a este país a cotas más elevadas sin que tú y tu banda de idiotas ficticios os entrometáis. Tengo libertad para abandonar los últimos vestigios de bondad que me he visto obligado a mantener en referencia a mi personaje escrito. Señor Gato, gracias, y también te lo agradece el pueblo de la Gran Bretaña Unificada. —Volvió a reír y me miró—. Y en cuanto a ti, señorita Next, ¡no podrás ni acercarte!

—Todavía queda la séptima Revelación —dije con un hilo de voz.

—¿Ganar la Superhoop? ¿Con esa pandilla de desharrapados desesperados? Creo que sobrevalora con mucho sus posibilidades, mi dama… Y con la Goliath y el ovinador para ayudarme, ¡no puedo ni empezar a sobrevalorar las mías!

Volvió a reír, miró la hora y salió apresuradamente del hangar. Oímos que ponía el coche en marcha y se iba.

—Lo siento —dijo el Gato, todavía mirando para otro lado—. Tenía que pensar algo rápido. Y al menos así no ha ganado… por esta noche.

Suspiré.

—Lo has hecho muy bien, Chesh… A mí jamás se me hubiera ocurrido invocar al Hada Azul.

—Ha estado muy bien, ¿verdad? —dijo el Gato—. ¿Hueles a bollos de mantequilla?

—No.

—Yo tampoco. ¿A quién vas a situar en el centro del campo?

—Probablemente a Biffo —dije lentamente, recogiendo la automática del suelo y cambiando el cargador—. Y a Stig, para recibir los rebotes.

—Ah. Bien, buena suerte y nos vemos pronto —dijo el Gato, y desapareció.

Suspiré y miré a mi alrededor, repasando la tranquilidad del hangar vacío. Los cuerpos sanguinolentos y destrozados de Medusa, el
Tyrannosaurus
y Beowulf habían desaparecido. Exceptuando la aeronave destrozada, no quedaba rastro de la batalla librada. Habíamos logrado una victoria contra Kaine, pero no la completa victoria que yo había esperado. Iba hacia la salida cuando me di cuenta de que el Gato había reaparecido y se mantenía en equilibrio sobre el mango de una plataforma para palés.

—¿Has dicho Stig o eslip? —dijo el Gato.

—He dicho Stig —respondí—, y me gustaría que no aparecieses y desaparecieses tan súbitamente: me mareas.

—Vale —dijo el Gato, y en esa ocasión fue desapareciendo muy lentamente, empezando por el extremo de la cola y dejando por último la sonrisa, que allí se quedó un tiempo después de que el resto se hubiese esfumado.

37 Antes del partido

LOS SEGUIDORES DE ZVLKX ORGANIZAN UNA MARCHA NOCTURNA

Los setenta y seis miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx pasaron la noche marchando silenciosamente por los lugares de interés relacionados con su adorado líder, que fue atropellado el viernes por el bus número 23. La marcha se inició en el aparcamiento de Tesco y recorrió los lugares de Swindon que san Zvlkx más apreciaba —siete pubs, seis locales de apuestas y el principal burdel de Swindon— antes de rezar en el lugar de su muerte. La marcha se desarrolló en silencio, roto únicamente por las numerosas interrupciones de una tal Shirley, que insistía en que Zvlkx le debía dinero.

Swindon Daily Eyestrain
, 22 de julio de 1988

A las ocho llegué al estadio de cróquet. Los fans ya aguardaban en la entrada, esperando obtener los mejores asientos. Me dejaron pasar y aparqué el Speedster en el espacio destinado a dirección, para luego dirigirme a los vestuarios. Aubrey me esperaba, caminando de un lado para otro.

—¿Bien? —dijo—. ¿Dónde está nuestro equipo?

—Llegarán a la una.

—¿No puede ser un poco antes? —preguntó—. Hay que comentar las tácticas.

—No —dije con firmeza—. Llegarán a su hora. No tiene sentido intentar imponerles las limitaciones cronológicas humanas. Juegan con nosotros, eso es lo principal.

—Vale —aceptó Aubrey renuente—. ¿Conoces a Penélope Hrah?

Penélope era una mujer grande y potente que parecía capaz de partir nueces con los párpados. Se había dedicado al cróquet porque el hockey no era lo suficientemente violento, y aunque a los treinta y dos ya estaba al final de su carrera, podía ser una jugadora muy valiosa… aunque sólo fuese como arma de terror. Me daba miedo… y yo estaba en su equipo.

—Hola, Penélope —dije nerviosa—. De veras que me alegro de que nos ayudes.

Un gruñido como respuesta.

—¿Todo va bien? ¿Puedo traerte algo?

Volvió a gruñir y yo me froté las manos ansiosa.

—Vale, bien, entonces te dejo.

Me fui a comentar la estrategia con Alf y Aubrey. Pasé las siguientes dos horas sometiéndome a entrevistas y asegurándome de que los abogados del equipo estuviesen listos y comprendiesen todos los complejos procedimientos legales del partido. A mediodía llegaron Landen y Friday con Mycroft, Polly y mi madre. Los guie a los asientos reservados a los VIP, justo detrás del banquillo de los jugadores, y los senté junto a Joffy y Miles, que habían llegado antes.

—¿Va a ganar Swindon? —preguntó Polly.

—Eso espero —dije, sin demasiada confianza.

—Tu problema, Thursday —dijo Joffy—, es que no tienes fe. Los miembros de los Amigos Idólatras de San Zvlkx tenemos una fe absoluta en las Revelaciones. Perded y la Goliath alcanzará nuevas cotas de explotación humana y avaricia inconmensurable ocultas bajo las vestiduras de la formalidad religiosa y el dogma sacro pervertido.

—Muy buen discurso.

—Sí, yo también lo pienso. Lo ensayé durante la marcha de anoche. Pero no te sientas presionada.

—Gracias por nada. ¿Dónde está Hamlet?

—Dijo que vendría más tarde.

Los dejé para participar en una emisión en directo con Lydia Startright, a quien le interesaba más saber dónde había estado durante los dos años y medio anteriores que preguntarme por las posibilidades de Swindon. Después corrí a la entrada de jugadores para recibir a Stig —que jugaba— y a los otros cuatro neandertales. No les afectó en absoluto la atención mediática y pasaron por completo de las hordas de periodistas. Les di las gracias por unirse al equipo y Stig comentó que estaba allí simplemente porque era parte del acuerdo y nada más.

Los guie a los vestuarios, donde los jugadores humanos los recibieron con bastante curiosidad. Hablaron entrecortadamente, los neandertales limitando sus palabras a los aspectos técnicos del cróquet. Para ellos no importaba nada que ganásemos o perdiésemos… simplemente se limitarían a hacer todo lo que pudiesen. Se negaron a ponerse protecciones; preferían jugar descalzos, con pantalones cortos y llamativas camisas hawaianas. Lo que supuso un pequeño problema para la Toast Marketing Board, que había insistido en que su nombre apareciese en las prendas del equipo, pero al final lo arreglé y todo se resolvió satisfactoriamente. Faltaban menos de diez minutos para que saliésemos al campo, así que Aubrey hizo un encendido discurso al equipo, que los neandertales no acabaron de entender. Stig, quien quizá comprendiese mejor a los humanos que los otros, les dijo simplemente: «Haced tantos aros como podáis.» Eso lo comprendieron perfectamente.

—¿Señorita Next?

Me volví para encontrarme con un hombre cadavérico que me miraba fijamente. Le reconocí al instante. Era Ernst Stricknene, el consejero de Kaine… y traía un maletín rojo. Había visto un maletín similar en Goliathpolis y en
La hora de esquivar las preguntas.
Sin duda ocultaba un ovinador.

—¿Qué quiere?

—Al canciller Kaine le gustaría dirigir unas palabras al equipo de Swindon.

—¿Por qué?

Stricknene me miró fríamente.

—No es usted nadie para poner en duda los deseos del canciller, señorita.

Fue entonces cuando entró Kaine, rodeado de sus matones y su séquito. Los jugadores del equipo se pusieron en pie respetuosamente… excepto los neandertales, quienes, ignorando por completo los caprichos de la jerarquía, siguieron hablando entre sí a gruñidos. Kaine me miró triunfal, pero me di cuenta de que había cambiado ligeramente. Sus ojos parecían cansados y la boca estaba algo caída. Empezaba a demostrar que era humano. Empezaba a envejecer.

—¡Ah! —dijo—. La ubicua señorita Next. Detective literario, directora de equipo, salvadora
dejarte Eyre.
¿Hay algo que no sepa hacer?

—No se me da bien el punto de cruz.

Los miembros del equipo rieron y también los seguidores de Kaine, que se callaron de pronto en cuanto éste dedicó una mirada a toda la estancia con el ceño fruncido. Pero se controló y me dedicó una sonrisa falsa después de asentir en dirección a Stricknene.

—He venido a hablar con el equipo y a decir a todos que sería mucho mejor para el país que yo siguiese en el poder. Aunque no sé cómo actuará la Revelación de Zvlkx, no puedo dejar el futuro seguro de esta nación en manos de los caprichos de un vidente del siglo XIII bastante descuidado en lo que a higiene personal se refiere. ¿Comprenden lo que digo?

Sabía lo que tramaba. El ovinador. Era probable que en menos de un minuto nos tuviese comiendo de su mano. Pero no contaba con Hamlet, que apareció de pronto detrás de Stricknene, con el estoque desenvainado. Era entonces o nunca y grité:

—¡El maletín! ¡Destruye el ovinador!

Hamlet no precisó de más y dio un salto, atravesando expertamente el maletín, que emitió un breve destello verde y un gemido agudo muy breve que hizo que los perros policiales de fuera se pusiesen a ladrar. Dos agentes de OE-6 derribaron a Hamlet con facilidad para luego esposarle.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Kaine.

—Es mi primo Eddie.

—¡No! —gritó Hamlet, poniéndose bien recto, a pesar de que le retenían dos hombres—. Soy Hamlet, príncipe de Dinamarca. ¡Danés y orgulloso de serlo!

Kaine mostró una sonrisa de suficiencia.

—Capitán, arreste a la señorita Next por dar cobijo a un danés… y arreste a todo el equipo por complicidad en el auxilio.

Era un mal momento. Sin jugadores, tendría que admitir la derrota. Pero Hamlet, convertido en hombre de acción, tenía una idea.

—Yo no lo haría si fuese usted.

—¿Y por qué no? —se mofó Kaine, no sin cierto estremecimiento de la voz; ahora actuaba guiándose exclusivamente por su ingenio. No le ayudaban ni el ovinador ni sus raíces ficticias.

—Porque —anunció Hamlet—, soy muy buen amigo de la señora Daphne Farquitt.

—¿Y…? —preguntó Kaine sonriendo un poco.

—Está ahí fuera, aguardando mi regreso. Si no aparezco, o si intenta usted alguna triquiñuela contra los Mazos, movilizará a sus tropas.

Kaine rio y Stricknene, adulador, se rio con él.

—¿Tropas? ¿Qué tropas son ésas?

Pero Hamlet hablaba completamente en serio. Los miró furioso un momento antes de decir:

—Su club de fans. Están muy bien organizados, van armados hasta los dientes y están furiosos por haber tenido que quemar sus libros y más que dispuestos a obedecer las órdenes de Farquitt. Hay treinta mil estacionados cerca del estadio y otros noventa mil en la reserva. Una orden de Daphne y estará acabado.

—He anulado la ley que prohibía a Farquitt —respondió Kaine a toda prisa—. Se dispersarán cuando lo sepan.

—No creerán ni una palabra de su lengua mentirosa —respondió Hamlet en voz baja—, sólo lo que la señora Farquitt les diga. Su poder se reduce, amigo mío, y los poco elegantes dedos del destino van abriendo la puerta.

Se produjo un silencio tenso mientras Kaine miraba a Hamlet y Hamlet miraba a Kaine. Yo había presenciado bastantes situaciones similares, pero ninguna de la que dependiese tanto.

—De todas formas, no tienen ni la más mínima posibilidad de ganar —anunció Kaine tras sopesar cuidadosamente las opciones—. Voy a disfrutar viendo a los Machacadores destrozándolos. Suéltenle.

Los agentes de OE-6 le quitaron las esposas a Hamlet y escoltaron a Kaine por la puerta.

—Bien —dijo Hamlet—, parece que volvemos a jugar. Voy a ver el partido con tu madre. ¡Gana por los fans de Farquitt, Thursday!

Y se fue.

No tuvimos tiempo para seguir pensando en la situación porque oímos el claxon y el rugido de emoción de la multitud resonó por el túnel.

—Suerte a todos —dijo Aubrey con bastante bravuconería—. ¡Empieza el espectáculo!

La multitud estalló en júbilo cuando los jugadores salieron al campo. El estadio tenía capacidad para treinta mil personas y estaba hasta los topes. En el exterior habían dispuesto monitores enormes para los que no habían podido entrar, y las televisiones emitían el partido en directo a una cifra estimada de dos mil millones de personas de setenta y tres países. Iba a ser todo un espectáculo.

Yo me quedé en la línea de base cuando los Mazos de Swindon se alinearon para enfrentarse a los Machacadores de Reading. Los jugadores se miraron con furia mientras la banda de metal Swindon & District Wheel-Tappers desfilaba detrás de Lola Vavoom. Hubo una pausa mientras el presidente Formby ocupaba su asiento en el palco VIP y, dirigido por la señora Vavoom, el público se puso en pie para cantar el himno no oficial inglés
Cuando limpio ventanas.
Una vez terminada la canción, Yorrick Kaine apareció en el palco VIP, pero recibió una bienvenida irrisoria. Hubo algunos aplausos y algunos lo jalearon, pero nada comparado con lo que esperaba. Su postura antidanesa había perdido bastante apoyo popular desde que había cometido el error de acusar a las jugadoras del equipo femenino danés de balonmano de ser espías y las había arrestado. Vi que se sentaba y miraba furioso al presidente, quien le sonrió cálidamente.

Yo estaba en la línea de base con Alf Widdershaine, observando los preliminares.

—¿Podríamos haber hecho algo más? —susurré.

—No —dijo Alf tras una pausa—. Sólo espero que los neandertales cumplan.

Me volví y fui hacia Landen. En el regazo tenía a Friday, gorjeando y batiendo palmas. En una ocasión le había llevado a la carrera de cuadrigas de
Ben-Hur
y le había encantado.

—¿Qué probabilidades hay, querida? —preguntó Landen.

—Entre razonables y más o menos con los neandertales jugando. Hablamos más tarde.

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