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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (42 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Como entonces las aeronaves transcontinentales de trescientos metros se construían en las Zeppelinwerks de Alemania, las únicas que había en el hangar, del tamaño de una catedral, eran las relativamente pequeñas, de sesenta asientos, a medio construir y con aspecto de cestos espartanos, con las costillas de aluminio unidas por una delicada filigrana de vigas, cada una cuidadosamente remachada a la siguiente. Parecía excesivamente complejo para algo en esencia tan simple. Busqué por el alto interior, pero no había ni rastro de Kaine. Saqué la automática, cargué la primera cabeza borradora y quité el seguro.

—¿Kaine?

No hubo respuesta.

Oí un ruido y apunté el arma hacia donde una góndola parcialmente construida descansaba sobre unos soportes. Me maldije por estar tan nerviosa y de pronto me di cuenta de lo mucho que deseaba que Bradshaw estuviese conmigo. Luego lo sentí… o al menos, lo olí. El pestazo de la muerte flotando en una brisa ligera. Me volví para ver una forma oscura y fétida abalanzándose sobre mí. Experimenté momentáneamente un terror sobrenatural antes de apretar el gatillo y oír el impacto de la primera cabeza borradora. La bestia infernal se evaporó en una ventisca de las letras sueltas que formaban su existencia. Cayeron a mi alrededor con el sonidito de un adorno navideño al romperse.

Oí un aplauso y vi la silueta de Kaine de pie, detrás de la góndola de control parcialmente terminada. No me detuve ni un momento y disparé una segunda cabeza borradora. En un instante Kaine invocó a un personaje secundario, un hombre bajito con gafas, justo delante del proyectil, y fue él, y no Kaine, el borrado.

Yorrick salió a la luz. No había envejecido ni un día desde que le viera por última vez. Su piel era inmaculada y no tenía ni un pelo fuera de su sitio. Sólo los personajes mejor descritos son indistinguibles de una persona real. Los demás, y Kaine se contaba entre ellos, tenían un vago aspecto plástico que delataba sus orígenes ficticios.

—¿Disfrutas? —le pregunté sarcástica.

—Oh, sí —respondió, sonriendo.

Era un personaje de segunda en un papel de primera y había escalado muy por encima de sus posibilidades… Era un niño controlando un país. No estaba segura si se debía a la Goliath, al ovinador o a sus orígenes ficticios, pero tenía claro que era tan peligroso en el mundo real como en el MundoLibro. No se podía desdeñar a nadie capaz de invocar bestias infernales a voluntad.

Volví a disparar y pasó lo mismo. El personaje fue otro, de una obra de época, creo, pero el efecto idéntico. Kaine empleaba como escudos a personajes desechables. Miré nerviosa a mi alrededor, presintiendo una trampa.

—Olvidas que he tenido muchos años para practicar mis poderes —dijo Kaine, mirándome sin pestañear—, y como puedes ver los don nadie de Farquitt son muy baratos.

—¡Asesino!

Kaine rio.

—No puedes asesinar a un personaje de ficción, Thursday. Si se pudiese, ¡todos los autores estarían entre rejas!

—Sabes a qué me refiero —rugí, acercándome. Si lograba agarrarle, podría saltar a la ficción y llevármelo. Kaine lo sabía y se mantenía a distancia.

—Eres un verdadero incordio —añadió—, y mira que pensé que la Revendedora sería capaz de ocuparse de ti para no tener que hacerlo yo. A pesar de las poquísimas posibilidades de Swindon en la Superhoop de mañana, no puedo arriesgarme a que la Revelación de Zvlkx se cumpla, por improbable que sea. Y mis amigos de la Goliath están de acuerdo conmigo.

—Éste no es tu lugar —le dije—, y estás jugando con las vidas de personas de verdad. Te crearon para entretener, no para gobernar.

—¿Tienes alguna idea de lo que se siente siendo un personaje B-9 atrapado en una novela autoeditada? —dijo mientras dábamos vueltas lentamente alrededor de la góndola de control de la aeronave—. ¿Que no te lean nunca? ¿Con dos frases de diálogo y menospreciado por personajes inferiores a ti?

—¿Qué tiene de malo el programa de intercambio de personajes? —pregunté, ganando tiempo.

—Lo intenté. ¿Sabes qué me dijo el Consejo de Géneros?

—Soy toda oídos.

—Me dijo que aprovechase al máximo mi situación. Bien, ¡eso es lo que hago, señorita Next!

—Tengo cierta influencia en el consejo, Kaine. Ríndete y haré todo lo que pueda.

—¡Mentiras! —escupió Kaine—. ¡Mentiras, mentiras y más mentiras! ¡No tienes ninguna intención de ayudarme!

No lo negué.

—Bien —siguió diciendo—, dije que necesitaba hablar contigo, y aquí estamos: has descubierto de dónde vengo y, a pesar de todos mis esfuerzos por destruir ejemplares de
Larga lujuria
todavía cabe la posibilidad de que consigas uno y me borres desde dentro. No puedo consentirlo. Así que quería ofrecerte la oportunidad de participar en un acuerdo mutuamente beneficioso. Algo que nos convenga a los dos. Yo en los pasillos del poder y tú como jefa de cualquier división de OpEspec que te apetezca… o de la propia OpEspec, si se tercia.

—Creo que me subestimas —dije en voz baja—. El único acuerdo que me interesa es tu rendición incondicional.

—Oh, no te subestimo —añadió el canciller con una sonrisa torcida—. Sólo lo he dicho para dar tiempo a una amiga Gorgona de ponerse a tu espalda. Por cierto, ¿conoces a… Medusa?

Oí un siseo. El vello de la nuca se me erizó y el corazón se me aceleró. Miré al suelo al tiempo que me volvía y saltaba de lado, resistiéndome a la tentación de mirar a la criatura desnuda y repelente que se me había estado acercando. Es difícil acertar a un blanco al que intentas no mirar. Mi cuarta cabeza borradora dio inútilmente en un soporte del extremo opuesto del hangar. Di un paso atrás, tropecé con un trozo de metal y caí de espaldas. La pistola resbaló por el suelo hacia unas cajas. Solté un juramento e intenté alejarme lo posible del horror mitológico. Pero Medusa me agarró por el tobillo mientras las serpientes de su cabeza siseaban con furia. Intenté liberarme a patadas pero me agarraba como un tornillo de banco. Con la mano libre me agarró el otro tobillo y luego, riendo como una loca, se deslizó sobre mi cuerpo mientras yo luchaba por alejarla, hundiendo sus garras afiladas en mi carne, haciéndome llorar de dolor.

—¡Mírame a la cara! —gritó la Gorgona mientras nos peleábamos en el polvo—. ¡Mírame a la cara y acepta tu destino!

Mantuve la vista apartada mientras ella me apretaba contra el cemento frío y luego, cuando tuvo su cuerpo apestoso y huesudo sentado sobre mi pecho, volvió a reír y me agarró la cabeza con ambas manos. Grité y cerré los ojos con fuerza, sintiendo náuseas por su aliento pútrido. No había huida. Noté sus manos moviéndose sobre mi cara, sus yemas sobre los párpados.

—¡Venga, Thursday, cariño —chilló, un grito casi ahogado por el siseo de las serpientes—, contempla mi alma y siente como tu cuerpo se convierte en piedra!

Me resistí y luché mientras sus dedos me abrían los párpados. Giré los ojos todo lo posible en las cuencas, desesperada por retrasar lo inevitable, y justo empezaba a ver destellos de luz y la parte inferior de su cuerpo cuando se oyó un sonido como el de acero desenvainado y un golpe seco. Medusa quedó flácida y silenciosa sobre mi pecho. Abrí los ojos y aparté la cabeza cortada de Gorgona. Me puse en pie de un salto, salí de inmediato del charco de sangre que manaba de su cuerpo descabezado y corrí hacia atrás, tropezando por las ganas de escapar.

—Bien —dijo una voz conocida—. ¡Parece que he llegado justo a tiempo!

Era el Gato. Estaba sentado sobre una costilla sin terminar de aeronave y sonreía de oreja a oreja. No estaba solo. Junto a él había un hombre. Pero no era un hombre corriente. Alto, de casi dos metros treinta y de hombros anchos, vestía una armadura rudimentaria y entre las manos poderosas sostenía un escudo y una espada que parecían no pesar nada. Era un guerrero de aspecto feroz; uno de esos héroes sobre los que se escriben poemas épicos… de los que ya no necesitamos en nuestra época. Era el más alfa de los machos… era Beowulf. No emitía ningún sonido, mantenía las rodillas ligeramente dobladas, listo para la batalla, moviendo la espada ensangrentada en una elegantemente lenta figura de ocho.

—Buen movimiento, señor Gato —dijo Kaine sardónico, saliendo de detrás de la góndola y mirándonos desde el otro lado de la zona despejada del hangar.

—Puede terminar con esto ahora mismo, señor Kaine —dijo el Gato—. Regrese a su libro y quédese allí… o afronte las consecuencias.

—Decido no hacerlo —respondió Kaine con una sonrisa—, y dado que ha subido las apuestas invocando a un héroe del siglo VIII, le desafío a un duelo de invocaciones enfrentando a mis campeones ficticios contra los suyos. Si usted gana, permaneceré para siempre en
Larga lujuria;
si yo gano, me dejarán en paz.

Miré al Gato, que, por una vez, no sonreía.

—Muy bien, señor Kaine. Acepto el desafío. ¿Las reglas habituales? ¿Las bestias de una en una y absolutamente nada de krákenes?

—Sí, sí —respondió Kaine impaciente. Cerró los ojos y, con un alarido demente apareció Grendel volando hacia Beowulf, quien expertamente lo partió en ocho trozos más o menos iguales.

—Creo que le hemos despistado —susurró el Gato por la comisura de la boca—. Ha sido muy mal movimiento… Beowulf siempre destruye a Grendel.

Pero Kaine no malgastó el tiempo y un instante más tarde había un
Tyrannosaurus rex
vivo pisoteando el suelo de cemento. La saliva le goteaba de los colmillos. Agitó con furia la cola y derribó la góndola.

—¿De
El mundo perdido?
—preguntó el Gato—. ¿O de
Parque jurásico?

—De ninguno de los dos —respondió Kaine—. Es de
Mi primer libro de dinosaurios.

—¡Ooh! —respondió el Gato—. La jugada de prueba, ¿eh?

Kaine chasqueó los dedos y el terrible lagarto se abalanzó hacia Beowulf que atacaba blandiendo la espada. Yo retrocedí hacia el Gato y le pregunté ansiosamente:

—Ese Beowulf no es el original, ¿verdad?

—¡Buen Dios, no, todo lo contrario!

Estuvo bien. Beowulf había convertido a Grendel en picadillo, pero el
Tyrannosaurus
, a su vez, le convirtió a él en carne picada. Mientras el lagarto gigante se tragaba los restos del guerrero, el Gato me susurró:

—¡Me encantan estas competiciones!

Me limpié con el pañuelo la cara magullada. Debo decir que en realidad no compartía la alegría picara del Gato, o su placer.

—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté—.
¿Smaug
el dragón?

—No serviría de nada. Él invocaría a Bardo para matarle. Quizá sea mejor una retirada táctica e introducir a Alan Quartermain con su rifle para elefantes, pero llego tarde a la fiesta de cumpleaños de mi hijo, así que será… ¡él!

El aire se estremeció sobre nosotros y, entre silbidos y gorgoteos, apareció una criatura con alas de murciélago. Tenía una cola larga, patas de reptil, ojos llameantes, enormes garras peludas… y vestía una túnica de color lila con calcetines a juego.

El
Tyrannosaurus
miró al Jabberwocky, quien le miró todavía flotando en el aire y emitiendo peligrosos silbidos. Tenía más o menos el mismo tamaño que el dinosaurio y fue por él agresivamente, abriendo y cerrando las mandíbulas, dando golpes con las garras. Mientras el Gato, Kaine y yo mirábamos, el Jabberwocky y el
Tyrannosaurus
se enzarzaron en un combate mortal agitando las colas. En cierto momento dio la impresión de que el campeón de Kaine se impondría, hasta que el Jabberwocky ejecutó una maniobra conocida en lucha libre como «giro en el aire e impacto corporal» que estremeció el suelo. El lagarto gigante quedó tendido, apenas se movía. Un animal de semejante tamaño no tenía que caer de muy alto para romperse un hueso. El Jabberwocky gorjeó encantado para sí, ejecutando una danza triunfal de dos pasos mientras se nos acercaba.

—¡Basta! —gritó Kaine—. ¡Ya estoy harto!

Alzó los brazos y un fuerte viento barrió el hangar. En el exterior resonaron truenos y una forma inmensa creció en el esqueleto vacío de la aeronave a medio terminar. Creció y creció hasta calzarse el esqueleto de la aeronave como si fuese un corsé. Luego se libró de él y con un tentáculo atrapó al Jabberwocky y lo elevó hasta muy arriba. Kaine había hecho trampa. Era el Kraken. Húmedo, extrañamente informe y apestando a ostras demasiado cocidas, era la criatura de ficción más grande y poderosa que yo conocía.

—¡Eh, eh! —dijo el Gato, agitando la pata hacia Kaine—. ¡Recuerde las reglas!

—¡Al demonio las reglas! —gritó Kaine—. ¡Insignificantes agentes de Jurisficción, preparaos para morir!

—Ésa ha sido —me dijo el Gato— una frase muy tópica.

—Es un Farquitt, ¿qué esperabas? ¿Qué vamos a hacer?

El Kraken envolvió varias veces el cuerpo del Jabberwocky con un tentáculo resbaladizo y luego apretó hasta que los ojos empezaron a salírsele ominosamente.

—¡Gato! —dije con más premura—. ¿Qué hacemos ahora?

—Estoy pensando —respondió el Gato, agitando furiosamente la cola—. No es nada fácil encontrar algo que pueda derrotar al Kraken. Espera. Espera. ¡Creo que lo tengo!

Un destello y allí, delante del Kraken, apareció… un hada diminuta, que no me llegaba ni a las rodillas. Poseía alas delicadas de libélula y llevaba una tiara de plata y una varita que agitó en dirección a Kaine. En un instante el Kraken desapareció y el Jabberwocky cayó a tierra, luchando por respirar.

—¿Qué demonios…? —gritó Kaine, furioso y sorprendido, agitando inútilmente las manos para intentar hacer volver al Kraken.

—Me temo que ha perdido —respondió el Gato—. Pero ha hecho trampas y yo también he tenido que hacer trampas y, aunque he ganado, no puedo reclamar mi premio. Ahora está todo en manos de Thursday.

—¿A qué te refieres? —gritó Kaine furibundo—. ¿Quién era ésa y por qué ya no puedo invocar bestias de la ficción?

—Bien —dijo el Gato ronroneando—, ésa era el Hada Azul, de
Pinocho.

—¿Es decir…? —preguntó Kaine boquiabierto.

—Exacto —respondió el Gato—. Le ha convertido en una persona real, igual que convirtió a Pinocho en un niño de verdad.

Kaine se llevó las manos al pecho, luego a la cara, intentando comprenderlo.

—Pero… ¡Eso significa que no tienes poder sobre mí!

—Por desgracia, así es —respondió el Gato—. Jurisficción no tiene jurisdicción sobre personas reales en el mundo real. Como ya he dicho, ahora todo depende de Thursday. —El Gato calló y repitió las dos palabras para comprobar cuál sonaba mejor—: Jurisficción… jurisdicción… Jurisficción… jurisdicción.

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