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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (49 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—Hola, garbancito.

—Hola, papá.

—Lo hiciste genial en la Superhoop. ¿Cómo te sientes?

—Bastante bien.

—¿Te conté que tan pronto como el bus veintitrés atropelló a Zvlkx el índice de Probabilidad Final del Armagedón pasó al ochenta y tres por ciento?

—No, no me lo contaste.

—En realidad, mejor así. No me hubiese gustado que te asustases.

—Papá, ¿quién era en realidad san Zvlkx?

Se inclinó hacia mí.

—No se lo cuentes a nadie, pero era alguien llamado Steve Schultz, de la Toast Marketing Board. Creo que es posible que yo le reclutase o que ellos me pidiesen ayuda… no estoy seguro. La historia se ha rescrito tantas veces que no me acuerdo muy bien de cómo era al principio. Es como intentar deducir el color original de una pared después de pintarla ocho veces. Sólo puedo decir que todo salió bien… y que las cosas son mucho más extrañas de lo que concebimos. Pero lo importante es que la Goliath ahora tiene que rendir cuentas a la Toast Marketing Board y que Kaine ha perdido el poder. Todo el asunto ha recibido la certificación de hecho histórico y así es como va a quedarse.

—¿Papá?

—¿Sí?

—¿Cómo lograste hacer saltar a Schultz o Zvlkx o quienquiera que fuese desde el siglo XIII sin que la CronoGuardia descubriese lo que tramabas?

—¿Dónde ocultas un guijarro, garbancito?

—En una playa.

—¿Y dónde esconder a un santo impostor del siglo XIII?

—Entre… ¿un montón de otros santos impostores del siglo XIII?

Sonrió.

—¿Enviaste al presente a los veintiocho sólo para ocultar a san Zvlkx?

—En realidad, a veintisiete. Uno de ellos era verdadero. Pero no lo hice solo. Me hizo falta contar con alguien que provocase un Crono-Tifón en la Edad Media como tapadera. Alguien con asombrosas habilidades como viajero temporal. Un experto que puede navegar por el tiempo con una habilidad que yo jamás poseeré.

—¿Yo?

Rió.

—No, tonta… Friday.

El muchachito alzó la vista al oír su nombre. Mordió el lápiz, hizo una mueca y escupió los trocitos encima de
Pickwick
, que dio un salto de miedo y corrió a ocultarse.

—Garbancito, te presento al futuro director de la CronoGuardia. ¿Cómo crees que sobrevivió a la erradicación de Landen?

Miré al jovencito, quien me devolvió la mirada y sonrió.

Papá miró la hora.

—Bien, tengo que irme. Nelson sigue con sus trucos. El tiempo no espera por ningún hombre, como nos gusta decir.

44 Telón

LOS NEANDERTALES ENTRAN EN LA NUEVA LISTA ANUAL DE ESPECIES «EN PELIGRO»

Los neandertales, los primos otrora extintos del Homo sapiens, recibieron ayer la calificación de especie «en peligro» junto con el lirón comestible y el sormomujo lavanco. El canciller entrante, el señor Redmond van de Poste del Partido Tostada, les concedió tal honor en reconocimiento a la labor realizada durante la Superhoop Swindon/Reading. El señor Van de Poste se reunió con los neandertales y les leyó un discurso escrito a propósito para ellos. «Personalmente me importa un nabo vuestra situación —les dijo—, pero resulta beneficioso políticamente y da muchos votos hacer algo para que unos muertos de hambre de baja estofa como vosotros obtengáis un poco de libertad dentro de unos límites.» Los neandertales, que esperaban verdades a medias y desinformación, recibieron con alegría su discurso. «Estudiaremos la solicitud de pasar a la categoría de “en vías de extinción” el año próximo… si nos tomamos la molestia.»

Swindon Daily Eyestrain
, 7 de septiembre de 1988

Tres semanas después ya me sentía lo bastante bien como para recibir un premio durante un almuerzo con el alcalde. Lord Volescamper hizo entrega a todo el equipo de la Superhoop de una Estrella de Swindon, acuñada especialmente para la ocasión. El único neandertal que se presentó fue Stig, que comprendía lo que significaba para mí, aunque él no podía entender del todo el concepto de enaltecimiento individual.

Después hubo una fiesta y todos querían charlar conmigo, sobre todo para preguntarme si me dedicaría al cróquet profesionalmente. Volví a encontrarme con Handley Paige, quien dio un respingo al verme y se tragó el contenido de la copa hecho un manojo de nervios.

—He decidido no matar al personaje del emperador Zhark —anunció rápidamente—. Me gustaría dejarlo claro ahora mismo, por si alguien piensa que voy a dejar de escribir libros de Zhark, cosa que no va a pasar. Ni hablar. Nunca.

Miró cauteloso a su alrededor.

—¿Disculpe? —dije—. Me parece que no le entiendo.

—Oh… vale —respondió con sarcasmo. Intentó beber de la copa vacía y se fue a la barra.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Landen.

—A mí que me registren.

Spike también asistía a la fiesta y se me acercó mientras yo pedía otra copa.

—¿Qué te dijo cuando ocupó tu lugar?

Me volví para mirarle; no me sorprendía que supiese que Cindy me había reemplazado. Después de todo, era experto en la semimuerte.

—Dijo que quería compensar todo el mal que había causado, y que sabía que jamás volvería a abrazaros a Betty y a ti.

—Podrías haberte negado, pero me alegro de que no lo hicieses. La amaba, pero estaba podrida hasta la médula.

Guardó silencio un momento y le toqué el brazo.

—No del todo podrida, Spike. Ella os amaba mucho.

Me miró y sonrió.

—Lo sé. Hiciste lo correcto, Thursday. Gracias. —Y me abrazó antes de irse.

Respondí a más preguntas sobre la Superhoop y luego decidí que ya era suficiente. Le pedí a Landen que me llevase a casa.

Landen conducía el Speedster, con Friday en la sillita para niños del asiento posterior, junto a
Pickwick
, que no quería quedarse sola ahora que
Alan
se había ido.

—¿Land?

—¿Mm?

—¿Alguna vez has pensado que mi recuperación fue curiosa?

—Me alegro de que sobrevivieras, por supuesto…

—Para un momento el coche.

—¿Por qué?

—Por favor, haz lo que te digo.

Se detuvo a un lado y con mucho cuidado bajé y me acerqué a dos figuras familiares sentadas en la acera, delante de una cafetería Goliath. Me acerqué en silencio y me senté junto a la mayor de las dos antes de que se diese cuenta. Miró a su alrededor y dio un buen brinco al verme.

—¡Hubo una época en la que jamás hubieses podido acercarte sigilosamente a un Grifo! —dijo apenado.

Sonreí. Era una criatura con cabeza y alas de águila y cuerpo de león. Llevaba gafas y un pañuelo bajo el abrigo, lo que disminuía un poco su por lo demás temible apariencia. Era ficticio, efectivamente, pero era también el director del equipo legal de Jurisficción, mi abogado… y un amigo.

—¡Grifo! —dije con cierta sorpresa—. ¿Qué haces en el Exterior?

—He venido a verte —susurró, mirando a su alrededor y bajando la voz—. ¿Conoces a la Tortuga Artificial? Es mi mano derecha en el departamento legal.

Hizo un gesto hacia una tortuga con cabeza de ternero y la mirada perdida. Había salido, igual que el Grifo, directamente de las páginas de
Alicia en el país de las maravillas.

—¿Cómo está usted?

—Bien… supongo. —La Tortuga Artificial suspiró, limpiándose los ojos con un pañuelo.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Es algo muy serio… demasiado para contarlo por notaalpiéfono. Y necesitaba una excusa para venir al Exterior a investigar las rotondas. Son fascinantes.

De pronto estaba acalorada e inquieta. No por las rotondas, claro está, sino por mi condena. La infracción de ficción. Había cambiado el final de
Jane Eyre
y el Tribunal de Corazones me había declarado culpable. Sólo faltaba saber la sentencia.

—¿Qué ha sido?

—No está tan mal —exclamó el Grifo, chasqueando los dedos en dirección a la Tortuga Artificial, que le pasó una hoja de papel manchada de lágrimas.

Tomé el papel y examiné el contenido algo borroso.

—Es más bien poco habitual —admitió el Grifo—. Creo que lo de la guinga es excesivamente cruel. De por sí sería una buena razón para apelar.

Miré la hoja.

—Veinte años de mi vida vistiendo guinga azul —susurré.

—Y no puedes morirte hasta no haber leído los diez libros más aburridos —añadió el Grifo.

—Mi abuela tuvo que hacer lo mismo —les expliqué, algo confusa.

—No es posible —dijo la Tortuga Artificial secándose los ojos—. Es una sentencia única, como corresponde al crimen. Puedes cumplir los veinte años de guinga cuando quieras… no tiene que ser ahora.

—¡Pero mi abuela sufrió este mismo castigo…!

—Estás confundida —respondió el Grifo con firmeza, recuperando la hoja, doblándola y metiéndosela en el bolsillo—. Será mejor que nos marchemos. ¿Asistirás a las bodas de oro de Bradshaw?

—Sí —dije despacio, todavía confusa.

—Genial. Página 221,
Bradshaw y el diamante de M'shala.
Hay que llevar una botella y un plátano. Tráete al marido. Sé que ahora es real, pero nadie es perfecto. A todos nos gustaría conocerle.

—Gracias. ¿Qué hay…?

—¡Cielos! —dijo el Grifo, mirando un enorme reloj de bolsillo—. ¿Ya es tan tarde? ¡En diez páginas tenemos que bailar una contradanza de los bogavantes!

La Tortuga Artificial se alegró un poquito al oírlo y al momento habían desaparecido.

Regresé despacio al coche, donde Landen y Friday me esperaban.

—¡Pap! —dijo Friday con voz potente.

—¡Oye! —dijo Landen—. ¡Claramente ha dicho «papá»!

Vio que yo tenía el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

—Landen, mi abuela materna murió en 1968.

—¿Y?

—Bien, si ella murió entonces y mi abuela paterna murió en 1979…

—¿Sí?

—Entonces, ¿quién es la que vive en el Asilo Crepuscular Goliath?

—No la he visto nunca —me explicó Landen—. Creía que lo de «yaya» era un apelativo cariñoso.

No respondí. Había creído que era mi abuela pero no lo era. Es más, sólo la conocía desde hacía tres años. Hasta entonces no la había visto nunca. Quizás esa afirmación no fuese del todo exacta. La había visto siempre que me miraba a un espejo, pero era mucho más joven. Yaya no era mi yaya. Yaya era yo.

Landen me llevó hasta el Asilo Crepuscular Goliath y entré sola, dejando a Landen y a Friday en el coche. Me acerqué a su cuarto con el corazón desbocado y me encontré a la jefa de enfermeras inclinada sobre la figura que dormitaba ligeramente de la muy, muy anciana en la que yo me convertiría algún día.

—¿Sufre mucho?

—Los calmantes mitigan el dolor —respondió la enfermera—. ¿De la familia?

—Sí —respondí—, muy cercana.

—Es una mujer asombrosa —comentó la enfermera en voz baja—. Es increíble que siga con nosotros.

—Se debe a un castigo —dije.

—¿Disculpe?

—No importa. Ya no falta mucho.

Me acerqué más a la cama y ella abrió los ojos.

—¡Hola, joven Thursday! —dijo Yaya, haciendo un débil gesto con la mano. Se quitó la mascarilla de oxígeno, recibió la reprimenda de la enfermera y se la volvió a poner.

—No eres mi abuela, ¿verdad? —dije despacio, sentándome en el borde de la cama.

Me sonrió benévola y puso su mano pequeña, rosada y arrugada sobre la mía.

—Soy Yaya Next —respondió—, sólo que no la tuya. ¿Cuándo lo descubriste?

—El Grifo acaba de comunicarme la sentencia.

Ahora que lo sabía, me resultaba todavía más familiar que antes. Incluso noté la pequeña cicatriz en la barbilla de la herida recibida durante la carga de la Brigada Blindada en el 73, y la bien curada cicatriz sobre el ojo.

—¿Cómo he podido no darme cuenta? —le pregunté confusa—. Mis dos abuelas han muerto… y siempre lo he sabido.

La anciana volvió a sonreír.

—Aornis no pasa por tu cabeza sin que aprendas algunos trucos, querida. El tiempo que he pasado contigo no ha sido un tiempo desperdiciado. De otra forma nuestro esposo no habría sobrevivido y Aornis podría haberlo borrado todo cuando vivíamos en
Caversham Heights.
Por cierto, ¿dónde está Landen?

—Está fuera, cuidando del pequeño Friday.

—¡Ah!

Me miró a los ojos para luego decir:

—¿Le dirás que le quiero?

—Por supuesto.

—Bien, ahora que sabes quién soy, creo que es hora de que me vaya. Encontré los diez clásicos más aburridos… y casi he terminado el último.

—Creía que seguramente tendrías un momento de inspiración antes de irte. Una última y emocionante revelación.

—Así es, joven Thursday. Pero no para mí, para «nosotras». Ahora, toma mi ejemplar de
La reina de las hadas.
Tengo ciento diez años y hace tiempo que se pasó mi hora de partir.

Tomé el libro de la mesilla. Nunca había leído el final… ni siquiera había pasado de la página cuarenta. Era tan aburrido como eso.

—¿No tienes que leerlo tú? —pregunté.

—Tú, yo, ¿qué importa? —Su risa se convirtió en una tos débil que no se le pasó hasta que la ayudé a sentarse recta.

—¡Gracias, cariño! —dijo cuando se le hubo pasado el ataque—. Sólo queda un párrafo. La página está marcada.

Abrí el libro pero no quería leer el texto. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Miré a la anciana y me topé con su sonrisa dulce.

—Ya es la hora —se limitó a decir—. Te envidio… ¡tienes tantos años maravillosos por delante! Lee, por favor.

Me enjugué las lágrimas. Tuve una idea y cerré el libro.

—Pero si lo leo ahora —dije despacio—, entonces cuando tenga ciento diez años ya lo habré leído, y estaré… ya sabes… justo antes de la última frase antes de que yo… es decir, mi yo más joven… —Callé, pensando en la paradoja aparentemente imposible.

—¡Querida Thursday! —dijo la anciana con amabilidad—. ¡Siempre tan lineal! Funcionará, créeme. Las cosas son mucho más extrañas de lo que podemos concebir. En su momento lo descubrirás, como lo descubrí yo.

Me sonrió benévola y abrí el libro.

—¿Tienes algo que decirme?

Me sonrió de nuevo.

—No, cariño. Hay cosas que es mejor no decir. Landen y tú pasaréis unos maravillosos años juntos, te lo aseguro. ¡Lee, joven Thursday!

Hubo un estremecimiento y mi padre apareció al otro lado de la cama.

—¡Papá! —dijo la anciana—. ¡Gracias por venir!

—No me lo perdería por nada. ¡Oh, hija mía! —dijo en un susurro, inclinándose para besarle la frente y sostenerle la mano—. He traído a otros.

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