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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (41 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—También dijo que yo decidiría si vivía o moría, pero se equivocó… Ahora ya no es asunto mío. —Me froté la cabeza y suspiré—. Pobre Spike. Lo está pasando muy mal.

—¿Dónde está?

—Le está interrogando OE-9. Desde Londres han enviado un agente que la persigue desde hace diez años. Yo estaría allí de no ser por Flanker.

—¿Flanker? —preguntó Yaya—. ¿Qué ha hecho?

—Felicitarme por guiar OE-14 hasta un enorme almacén de literatura danesa oculta.

—Creía que intentabas entorpecer su labor.

Me encogí de hombros.

—Así era. ¿Cómo iba a saber que la resistencia danesa realmente empleaba el Gremio de Escritores Australianos como almacén?

—¿Les contaste que fue Kaine quien le pagó para matarte?

—No —dije bajando la vista—. No sé en quién puedo confiar y lo último que necesito es encontrarme en custodia preventiva o algo así.

Si mañana no estoy en la línea de banda de la Superhoop, los neandertales no jugarán.

—¿No hay ninguna buena noticia?

—Sí —dije, animándome un poco—. He sacado del país algunos libros daneses,
Hamlet
está reparándose… y he recuperado a Landen.

Yaya me miró y me levantó la cara con la mano.

—¿Definitivamente?

Me miré el anillo de boda.

—Veinticuatro horas y contando.

—A mí me hicieron lo mismo —suspiró Yaya, quitándose las gafas y frotándose los ojos con una mano huesuda—. Fuimos muy felices durante más de cuarenta años hasta que lo volví a perder… en esa ocasión de la forma natural e inevitable. Y eso fue hace más de treinta.

Guardó silencio un momento, y para distraerla le conté lo de san Zvlkx, su muerte y sus Revelaciones, y el poco sentido que tenía todo el asunto. Las paradojas de los viajes en el tiempo tienden a darme dolor de cabeza.

—En ocasiones —dijo Yaya, mostrándome la portada del
Swindon Evening Globe
—, tienes delante todos los hechos… sólo hay que disponerlos en el orden correcto.

Miré la fotografía. La habían tomado unos segundos después de que el piano cayese sobre Cindy. No me había dado cuenta de lo mucho que se habían dispersado los restos del Steinway. Un poco más allá, la solitaria figura de Zvlkx seguía tendida en el pavimento, abandonada dada la situación.

—¿Puedo quedármela?

—Claro que sí. Ten cuidado, cariño. Recuerda que tu padre no puede advertirte de todos los peligros potenciales… sólo los superhéroes son invulnerables. La final de cróquet no está ganada en absoluto y en las próximas veinticuatro horas puede pasar cualquier cosa.

Le agradecí sus amables palabras, le ahuequé la almohada y me fui.

—¿Una defensa neandertal? —repitieron Aubrey y Alf cuando me los encontré haciendo prácticas en el estadio de cróquet. Habían amenazado con despedirme si no les contaba lo que tramaba.

—Claro está, cualquier equipo pagaría millones por tener neandertales en sus filas… pero ellos no están dispuestos.

—Ya han aceptado. No aceptan remuneración alguna y la verdad es que no sé cómo se integrarán en un equipo con humanos… tengo la sensación de que formarán un equipo propio dentro del nuestro.

—No me importa —dijo Aubrey, apoyándose en la maza y señalando con la mano el resto del campo—. Me estaba autoengañando. Biffo es demasiado viejo, Smudger tiene problemas con la bebida y Snake no es mentalmente estable. George está bien y yo me defiendo, pero el equipo de los Machacadores dispone de toda una nueva generación de talentos. Van a desplegar a tipos como
Quebrantahuesos
McSneed.

No bromeaba. Un benefactor misterioso (probablemente la Goliath) había donado una gran suma de dinero a los Machacadores. La suficiente para que pudiesen comprar a quien se les antojara. La Goliath no se arriesgaba con la séptima Revelación.

—Entonces, ¿todavía podemos jugar con cinco tales?

—Sí —dijo Aubrey con una sonrisa—, todavía podemos jugar.

Me dejé caer en casa de mamá, supuestamente para llevarme a Hamlet y a los dodos a casa de Landen. Me encontré a mi madre en la cocina con Bismarck, que parecía estar contándole un chiste.

—… y luego el caballo blanco dice: «¿Qué Erich?»

—¡Oh,
herr
B! —dijo mi madre, riéndose y dándole una palmada en el hombro—. ¡Es incorregible!

Me vio allí de pie.

—¡Thursday! ¿Estás bien? He oído en la radio algo de un accidente con un piano…

—Estoy bien, mamá, de verdad. —Miré fríamente al canciller prusiano, quien, había decidido, se tomaba demasiadas libertades con mi madre—. Buenas tardes,
herr
Bismarck. ¿Sigue sin haber resuelto eso de Schleswig-Holstein?

—Esperando sigo al primer ministro danés —respondió Bismarck, poniéndose en pie para saludarme—. Pero empiezo a impacientarme.

—Espero que llegue pronto,
herr
Bismarck —dijo mi madre, poniendo el hervidor en el fogón—. ¿Le apetece una taza de té mientras espera?

El canciller volvió a inclinarse cortés.

—Sólo si lo sirve con pastel Battenberg.

—¡Estoy segura de que ha quedado un poco si ese pillín del señor Hamlet no se lo ha comido todo! —Puso mala cara al descubrir que, efectivamente, el pillín del señor Hamlet se lo había comido—. ¡Oh, cielos! ¿Le apetecería un poco de pastel de almendra?

Bismarck frunció las cejas furioso.

—¡Allá adónde voy los daneses se burlan de mi persona y de la confederación alemana! —exclamó enfadado, golpeándose la palma de la mano con el puño—. La incorporación del ducado de Schleswig al Estado danés podría haberla pasado por alto, pero un insulto personal Battenberg no lo toleraré. ¡Es la guerra!

—Un minutito, Otto —dijo mi madre, quien, tras haber criado ella sola a toda la familia, estaba perfectamente capacitada para resolver el asunto Battenberg-Schleswig-Holstein—. ¿No habíamos acordado que no ibas a invadir Dinamarca?

—Eso fue antes, ahora es ahora —musitó el canciller, hinchando con tanta agresividad el pecho que un botón de latón salió disparado y le dio a
Pickwick
en la parte posterior de la cabeza—. A elegir: ¡el señor Hamlet se disculpa en nombre del pueblo danés por su comportamiento o será la guerra!

—Ahora mismo está hablando con ese encantador experto en conflictos —respondió ansiosa mamá.

—Entonces, es la guerra —anunció Bismarck, sentándose a la mesa para tomarse el trozo de pastel de almendras—. No tiene sentido seguir hablando. Regresar deseo a 1863.

Pero en ese momento se abrió la puerta. Era Hamlet. Nos miró a todos y daba la impresión de ser, bien… diferente.

—¡Ah! —dijo, desenvainando la espada—. ¡Bismarck! Tu postura agresiva con Dinamarca ha terminado. ¡Prepárate para… morir!

Estaba claro que la charla con el experto en conflictos le había afectado hasta lo más profundo. Bismarck, sin inmutarse por la súbita amenaza contra su vida, sacó una pistola.

—¡Bien! Así que el Battenberg te acabas a mis espaldas, ¿eh?

Y bien podrían haberse matado mutuamente si mamá y yo no hubiésemos intervenido.

—¡Hamlet! —dije—. Matar a Bismarck no te devolverá a tu padre, ¿verdad?

—¡Otto! —dijo mamá—. Matar a Hamlet no cambiará los sentimientos de los ciudadanos de Schleswig, ¿verdad?

Me llevé a Hamlet al pasillo e intenté explicarle por qué, después de todo, las respuestas súbitas podrían no ser buena idea.

—No estoy de acuerdo —dijo, blandiendo la espada—. Lo primero que haré al volver a casa será matar a ese tío asesino mío, casarme con Ofelia y enfrentarme a Fortinbras. Mejor aún, invadiré Noruega preventivamente, luego Suecia y… ¿qué hay al lado?

—Finlandia.

—Eso.

Apoyó la mano izquierda en la cadera y, con la espada, atacó agresivamente a un enemigo imaginario.
Pickwick
cometió el error de salir al pasillo en ese preciso instante y soltó un grito de asombro cuando el estoque de Hamlet se detuvo a cinco centímetros de su cabeza. Por un momento
Pickwick
pareció a punto de desplomarse y luego escapó.

—Ese especialista en resolución de conflictos la verdad es que me ha enseñado un par de cosas, señorita Next. Aparentemente, mi problema era un conflicto latente o sin resolver; la muerte de mi padre, que persiste y fermenta en el interior de un individuo: yo. ¡Para resolver nuestros problemas debemos enfrentarnos directamente a esos conflictos y solucionarlos como mejor podamos!

Era peor de lo que creía.

—Entonces, ¿ya no fingirás estar loco y hablar un montón?

—No hace falta —respondió Hamlet, riéndose—. Se ha terminado el tiempo de hablar. Polonio también tendrá su merecido. Tan pronto como me case con su hija, le despediré como consejero y lo convertiré en bibliotecario jefe o algo así. Sí, vamos a cambiar las cosas en mi obra, te lo aseguro.

—¿Qué hay de fomentar la tolerancia entre oponentes para construir una coexistencia pacífica y, a la larga, beneficiosa de grupos enfrentados?

—Creo que hablaremos de eso en la segunda sesión. No importa. Mañana a esta hora
Hamlet
será la dinámica narración de cómo un hombre se venga y llega al poder para convertirse en el mejor rey de la historia de Dinamarca. ¡Es el fin de Hamlet el indeciso y el comienzo de Hamlet el héroe de acción! Hay algo podrido en el estado de Dinamarca y Hamlet dice… ¡es hora de pagar!

Era horrible. No podía enviarle de vuelta hasta que la señora Bigarilla y Shgakespeafe hubiesen resuelto lo de la obra, y en aquel estado no había forma de saber de qué sería capaz. Tenía que pensar rápido.

—Buena idea, Hamlet. Pero antes creo que deberías saber que aquí, en Inglaterra, se insulta y se difama a los daneses, y que se queman los libros de Kierkegaard, Andersen, Branner, Blixen y Farquitt.

Guardó silencio y me miró con el horror reflejado en los ojos.

—Hago lo que puedo por impedirlo —añadí—, pero…

—¿Queman los libros de Daphne?

—¿La conoces?

—Claro que sí. Soy un gran admirador suyo. Tenemos que encontrar algo que hacer durante los largos inviernos de Elsinore. A mamá también le gusta mucho… aunque mi tío prefiere a Catherine Cookson. Pero basta de hablar —dijo, activando rápidamente su cerebro postdilación y nada vacilante—. ¿Qué hacemos?

—Todo depende de que mañana ganemos la Superhoop, pero debemos demostrar fuerza por si Kaine intenta algo. Reúne a todos los partidarios daneses que puedas.

—¿Es muy importante?

—Podría ser vital.

Los ojos de Hamlet destellaron con una determinación acerada. Tomó el cráneo de la mesita del pasillo, me puso una mano en el hombro y adoptó una pose teatral.

—Mañana por la mañana, amiga mía, tendrás a tantos daneses que no sabrás qué hacer con ellos. Pero dejémonos de cháchara sin sentido; ¡debo partir!

Y sin decir más, salió por la puerta. De «hablar continuamente sin actuar» había pasado a «actuar continuamente sin hablar». No hubiese tenido que haberlo traído nunca al mundo real.

—Por cierto —dijo Hamlet, que asomaba la cabeza por la puerta—, no le contarás a Ofelia lo de Emma, ¿verdad?

—Tengo los labios sellados.

Recogí los dodos, los metí en el coche y volví a casa. Poco después del accidente de Cindy había llamado a Landen para decirle que estaba ilesa. Afirmó que en todo momento había sabido que no me pasaría nada y yo le prometí que a partir de entonces haría lo posible por evitar a los asesinos a sueldo. No pude parar frente a la casa porque había al menos tres furgonetas de la prensa, así que aparqué detrás, recorrí el callejón, saludé a Millon y crucé el jardín trasero hasta las puertas.


¡Lipsum!
—dijo Friday, corriendo para abrazarme. Lo recogí mientras
Alan
valoraba su nuevo hogar, intentando determinar las zonas con mayor potencial para hacer travesuras.

—Tienes un telegrama en la mesa —dijo Landen—. Y, si te sientes masoquista, la prensa estaría encantada de que le repitas que crees que los Mazos ganarán mañana.

—La verdad es que no me siento masoquista —respondí, abriendo el telegrama—. ¿Cómo estás tú…?

Me quedé sin habla cuando leí el telegrama. Era simple y directo:

TENEMOS ASUNTOS PENDIENTES. VENGA SOLA, SIN TRUCOS, HANGAR D, PARQUE AÉREO DE SWINDON.

KAINE

—¿Cariño? —grité.

—¿Sí? —dijo Landen desde arriba.

—Tengo que irme.

—¿Asesinos?

—No… tiranos megalómanos deseosos de conquistar el mundo.

—¿Quieres que te espere levantado?

—No, pero hay que bañar a Friday… y no te olvides frotar detrás de las orejas.

36 Kaine contra Next

CRÍTICAS A LA TECNOLOGÍA ANTICASTIGO

A algunos importantes líderes religiosos no les ha sentado bien el uso de tecnología anticastigo por parte del señor Kaine. «No estamos del todo seguros de que el señor Kaine pueda poner su voluntad por encima de la de Dios —dijo un obispo nervioso, que ha querido mantenerse en el anonimato—. Si Dios decide destruir algo, entonces opinamos que probablemente tiene buenas razones para hacerlo.» Los ateos, tampoco emocionados por los planes de Kaine, no creen que la desaparición de Oswestry fuese debida más que al impacto desafortunado de un meteorito. «Huele a la política habitual de Kaine de meternos miedo —dijo Rupert Smercc, de Ipswich—. Mientras la población se preocupa de amenazas inexistentes, a consecuencia de la necesidad humana de encontrarle sentido a un mundo tenebroso y brutal, Kaine sube los impuestos y culpa de todo a los daneses.» No todos fueron tan contundentes en su rechazo. El señor Pascoe, portavoz oficial de Agnósticos Federados, declaró: «Es posible que en el fondo del asunto del castigo divino haya algo de verdad, pero no estamos seguros.»

The Mole
, julio de 1988

Era de noche cuando llegué a la zona de mantenimiento del aeródromo de Swindon. Aunque en la terminal de enfrente las aeronaves todavía zumbaban en el cielo nocturno, esa zona del campo estaba desierta. Los empleados se habían ido hacía tiempo. Les enseñé la placa a los de seguridad y luego seguí las indicaciones de la carretera y dejé atrás una aeronave atracada, cuyos flancos plateados brillaban a la luz de la luna. Las puertas de ocho pisos de altura del pantagruélico Hangar D estaban completamente cerradas, pero pronto di con un Mercedes deportivo de color negro aparcado junto a una puerta lateral, así que me detuve a cierta distancia y apagué motor y faros. Cambié el cargador de la automática por uno que había llenado con cinco cabezas borraduras… lo máximo que había logrado sacar a hurtadillas del MundoLibro. Me apeé del coche, escuché con atención y, como no oí nada, me acerqué en silencio al hangar.

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