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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (40 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Nos besamos y yo me abroché el chaleco, me puse la blusa encima y luego la pistolera. Le di un beso a Friday y le dije que se portase bien. Luego volví a besar a Landen.

—Nos veremos esta noche —le dije—. Lo prometo.

Conduje hasta Wanborough para reunirme con Joffy. Oficiaba una unión civil de la DEG y tuve que esperar al fondo de la nave a que terminase. Disponía de un poco de tiempo antes de tener que enfrentarme con Cindy, y examinar más de acerca a san Zvlkx parecía una buena forma de invertirlo. La idea de Millon de que Zvlkx no era un vidente sino un miembro renegado de la CronoGuardia implicado en una forma de cronocrimen parecía, así de primeras, bastante improbable. No podías ocultarte de la CronoGuardia. Ellos siempre daban contigo. Quizá no en el aquí y ahora, sino en el allí y entonces… cuando menos lo esperabas. Mucho antes de que se te ocurriese siquiera hacer algo mal. La CronoGuardia tampoco dejaba rastro. Una vez desaparecido el criminal, el cronocrimen tampoco se había producido. Muy elegante, muy inteligente. Pero con unos registros históricos exhaustivamente examinados por la CronoGuardia dando su aprobación a Zvlkx, ¿cómo demonios había logrado Zvlkx, si era en realidad un fraude, engañar el sistema?

—¡Hola, Bodoque! —dijo Joffy mientras una pareja feliz se besaba a las puertas de la iglesia y bajo una lluvia de confeti—. ¿Qué te trae por aquí?

—San Zvlkx… ¿dónde está?

—Esta mañana ha tomado el bus a Swindon. ¿Por qué?

Les expliqué mis sospechas.

—¿Zvlkx un miembro renegado de la CronoGuardia? Pero ¿por qué? ¿Qué trama? ¿Por qué arriesgarse a la erradicación permanente a cambio de una dudosa fama como vidente del siglo XIII?

—¿Cuánto recibió de la Toast Marketing Board?

—Veinticinco mil.

—No es una fortuna. ¿Puedo ver su cuarto?

—¡Qué escándalo! —respondió Joffy—. Yo sería culpable de una vergonzosa violación de la intimidad si te permitiese registrar su habitación estando él ausente. Aquí tengo un duplicado de la llave.

El cuarto de Zvlkx se parecía bastante a la idea que se hace una de una celda monacal: espartano. Dormía sobre un jergón de paja y el resto del mobiliario consistía en una silla y una mesa. Sobre la mesa había una Biblia. Sólo después de rebuscar dimos con un CD Walkman bajo el colchón justo con unos cuantos ejemplares de
Grandes y saltarinas
y de
Caballo veloz.

—¿Es jugador? —pregunté.

—Beber, apostar, fumar, fornicar… lo ha hecho todo.

—Las revistas también demuestran que sabe leer en inglés. ¿Qué buscas, Joffy?

Joffy había estado mirando bajo la almohada.

—Su
Libro de Revelaciones.
Normalmente lo esconde aquí.

—¡Vaya! Ya has registrado este cuarto. ¿Sospechabas?

Joffy se mostró cohibido.

—Eso me temo. No se comporta como un santo sino más bien como un, bien, un tipo cualquiera de la calle… Cuando traduzco tengo que hacer ciertos… ajustes.

Saqué el cajón y le di la vuelta. Pegado debajo había un sobre.

—¡Premio!

Contenía un billete de gravetubo sólo de ida a Bali. Joffy arqueó las cejas e intercambiamos una mirada inquieta. Era evidente que Zvlkx tramaba algo.

Joffy me acompañó a Swindon y condujimos por las calles intentando dar con el santo perdido. Visitamos la sede de su antigua catedral, pero no dimos con él, así que seguimos una ruta que nos llevó por los tribunales, el edificio de OpEspec y el teatro antes de pasar por la universidad y bajar por Commercial. Joffy le vio frente a la tienda de Pete & Dave, subiendo por la calle.

—¡Ahí está!

—Le veo.

Nos apeamos del coche y corrimos para ponernos a la altura de la figura desaliñada, vestida sólo con una manta. Fue pura mala suerte que echase una mirada atrás y nos viese. Cruzó corriendo la calle. No sé si fue a causa del pelo largo y desarreglado que le tapaba los ojos o porque durante su estancia en la Edad Media se había olvidado de los coches, pero no miró por dónde iba y quedó directamente delante de un bus. Golpeó el parabrisas con la cabeza y su cuerpo huesudo salió proyectado de lado y golpeó el suelo con estruendo. Joffy y yo fuimos los primeros en llegar a su lado. Quizás un hombre más joven hubiese sobrevivido sin muchas dificultades, pero Zvlkx, con un cuerpo debilitado por la mala dieta y las enfermedades, no tenía demasiadas posibilidades. Tosía y se arrastraba con las fuerzas que le quedaban hacia la entrada del local más cercano.

—Tranquilo, su gracia —le susurró Joffy, poniéndole una mano en el hombro e impidiéndole moverse—. Todo irá bien.

—Mierda —dijo Zvlkx exasperado—, mierda, mierda, mierda. Sobrevivir a la peste para que me atropelle el bus de la maldita línea veintitrés. ¡Mierda!

—¿Qué ha dicho?

—Está molesto.

—¿Quién eres? —dije—. ¿Eres de la CronoGuardia?

Sus ojos se centraron en los míos y gimió. No sólo se moría, sino que se moría de un modo ruidoso.

Intentó por última vez llegar a la puerta y se derrumbó.

—¡Que alguien llame a una ambulancia! —gritó Joffy.

—Es demasiado tarde para eso —susurró Zvlkx—. Demasiado tarde para mí, demasiado tarbe para todos nosotros. Se suponía que ni acabaría así; el tiempo está desarticulado… y no seré yo quien lo arregle. Joffy, toma esto y empléalo con la sabíburía que yo no hubiese demostrado. Entiérrame en los terrenos de la catedral… y no les contéis quién era yo. Viví como un pecador pero me gustaría morir como un santo. Oh, si una tipa gorba llamaba Shirley te dice que le prometí mil libras, es una maldíta mentirosa. —Volvió a toser, se estremeció brevemente y dejó de moverse.

Le coloqué la mano en el cuello mugriento pero no pude encontrarle el pulso.

—¿Qué ha dicho?

—Algo referente a una dama con sobrepeso llamada Shirley, que el tiempo está desarticulado… y que use sus Revelaciones como mejor me parezca.

—¿A qué se refería? ¿A que su Revelación no va a cumplirse?

—No lo sé… pero me ha dado esto.

Era el
Libro de Revelaciones
de Zvlkx. Joffy pasó las páginas amarillentas, que contenían todas sus supuestas profecías en inglés antiguo junto con algún tipo de operación aritmética. Joffy le cerró los ojos a Zvlkx y colocó la chaqueta sobre la cabeza del santo muerto. Se había formado una multitud, y un policía tomó el control. Joffy ocultó el libro y nos hicimos a un lado al oír a lo lejos el sonido de la ambulancia. El dueño del local también había salido y nos dijo que era malo para el negocio que un vagabundo se muriese en su puerta, pero cambió de opinión cuando se enteró de quién era.

—¡Cielos! —dijo respetuoso—. ¡Un verdadero santo nos honra muriendo a nuestra puerta!

Le di un codazo a Joffy y señalé. Era un local de apuestas.

—¡Qué típico! —bufó Joffy—. De no haber muerto intentando apostar, habría sido en un burdel. Sabía que no estaba en el pub porque todavía no han abierto.

Sobresaltada, miré la hora. Eran las 10.50. Cindy. Había estado tan concentrada en san Zvlkx que me había olvidado de ella. Retrocedí hacia la puerta y miré a mi alrededor. No vi ni rastro de ella, claro, pero se trataba de la mejor. Al principio pensé que me beneficiaba la aglomeración de gente, ya que era poco probable que quisiese matar a inocentes, pero cambié de opinión cuando me di cuenta de que el respeto que Cindy sentía por la vida de los inocentes se podía escribir con letras mayúsculas en la solapa de una caja de fósforos. Tenía que alejarme de la multitud antes de que sufriese alguien más. Subí por la calle Commercial y me acercaba a la esquina con Granville cuando me detuve en seco. Cindy acababa de doblar la esquina. Automáticamente cerré la mano alrededor de la empuñadura del arma, pero me detuve llena de incertidumbre. No iba sola. Iba con Spike.

—¡Vaya! —dijo Spike, mirando la conmoción que tenía a mi espalda—. ¿Qué pasa?

—Ha muerto Zvlkx, Spike.

Yo miraba fijamente a Cindy, que me miraba fijamente a mí. Sólo podía verle una mano. La otra la tenía en el bolso. Había fallado dos veces… ¿a qué estaría dispuesta con tal de matarme? ¿Lo haría a plena luz del día con su esposo como testigo? Yo estaba de pie con la mano en la culata de la automática, que no había sacado. Debía confiar en mi padre. Había tenido razón con respecto a los intentos anteriores. Saqué el arma y apunté. Varios transeúntes lanzaron exclamaciones y se dispersaron.

—¿Thursday? —gritó Spike—. ¿Qué demonios está pasando? ¡Baja eso!

—No, Spike. Cindy no es bibliotecaria, es la Revendedora.

Spike me miró. Luego miró a su diminuta esposa y se rio.

—¿Cindy una asesina? ¡Estás de broma!

—Ella está loca y yo estoy asustada, Spikey —gimoteó Cindy con su mejor voz de niñita patética—. No sé de qué habla. ¡Nunca he empuñado un arma!

—Muy despacio, saca el arma del bolso, Cindy.

Pero fue Spike quien se movió. Sacó su arma y apuntó… me apuntó a mí.

—Baja el arma, Thurs. Siempre me has caído bien pero no me costará elegir.

Me mordí el labio pero no dejé de mirar a Cindy.

—¿Nunca te has preguntado por qué le pagan en efectivo esos trabajos de bibliotecaria o por qué su hermano trabaja para la CIA? ¿Por qué tiradores de la policía mataron a sus padres? ¿Alguna vez has oído que la policía mate a un bibliotecario?

—¡Todo tiene explicación, Spikey! —gimió Cindy—. ¡Mátala! ¡Está loca!

Ahora comprendía su plan. Ni siquiera iba a molestarse en hacer el trabajo. A plena luz del día, su esposo dispararía el arma y sería todo legal: un buen hombre defendiendo a su esposa. Era buena. Era la mejor. Era la Revendedora. Un contrato con ella y puedes darte por más acabado que la pana.

—La han contratado para matarme, Spike. ¡Ya ha intentado matarme en dos ocasiones…!

—¡Baja el arma, Thursday!

—¡Spikey, estoy asustada!

—¡Cindy, quiero verte las dos manos!

—¡Baja el arma, Thursday!

Habíamos llegado a un callejón sin salida. Mientras estaba allí de pie con Spike apuntándome él a la cabeza con un arma y yo apuntando a Cindy, comprendí que era posiblemente la peor situación en la que podía encontrarme. Si bajaba el arma, Cindy me mataría. Si no bajaba el arma, Spike me mataría. Si yo mataba a Cindy, Spike me mataría. Por mucho que lo intentaba no se me ocurría ninguna salida que no incluyese mi muerte. Un asunto complicado, como poco. Y fue entonces cuando el piano de cola cayó sobre Cindy.

Nunca había oído un piano caer diez metros para estrellarse en el cemento, pero fue exactamente como me lo había imaginado. Una cacofonía que resonó en toda la calle. El azar quiso que el piano —un Steinway Baby, según descubrí más tarde— fallase por completo. Fue la banqueta lo que golpeó a Cindy, que se desplomó como un saco. Un vistazo y los dos supimos que era grave. Una herida importante de cabeza y un cuello muy roto. Para Spike fue un momento de emociones encontradas. Sentía pena y conmoción por el accidente, pero también comprendía que yo había tenido razón… la mano de Cindy todavía sostenía un revólver del 38 con silenciador.

—¡No! —gritó Spike, tocándole con delicadeza la mejilla pálida—. ¡Otra vez no!

Cindy gimió débilmente mientras el policía que se había estado encargando de san Zvlkx se acercaba corriendo acompañado de dos sanitarios.

—Deberías habérmelo contado —musitó Spike, negándose a mirarme, con sus imponentes hombros temblando ligeramente por el llanto.

—Lo siento, Spike.

No respondió, sino que se apartó mientras intentaban estabilizarla.

—¿Quién es? —preguntó el policía—. Es más, ¿quiénes son ustedes?

—OpEspec —dijimos a la vez, mostrando las placas.

—Y ésta es Cindy Stoker —dijo Spike con tristeza—, la asesina conocida como la Revendedora… y mi esposa.

35 Lo que Thursday hizo a continuación

EL GOBIERNO KAINEANO FINANCIARÁ EL ESCUDO «ANTICASTIGO»

El señor Yorrick Kaine anunció ayer los planes para construir una red defensiva que contrarreste la creciente amenaza de la ira de Dios sobre sus creaciones. Los detalles concretos del «escudo anticastigo» siguen siendo de máximo secreto, pero los expertos de Defensa e importantes teólogos están de acuerdo en que sería posible tenerlo listo dentro de cinco años. Los seguidores de Kaine aducen el castigo de un pueblecito de Oswestry, el pasado octubre, con una «lluvia de fuego purificador» y la plaga de sapos de Rutland como razones. «Tanto Oswestry como Rutland son señales de alarma para nuestra nación —dijo el señor Kaine—. Es posible que fuesen pecadores, pero el castigo sin el proceso legal pertinente es algo que no estoy dispuesto a tolerar. En el mundo de hoy, donde la definición de pecado es tan difusa, debemos protegernos contra una deidad excesivamente ferviente, deseosa de defender un conjunto anticuado de reglas. Por esa razón, vamos a invertir en tecnología anticastigo.» El contrato de 14.000 millones de libras será adjudicado en exclusiva a Armas Goliath, S. A.

The Mole
, julio de 1988

Las cadenas de noticias se lo pasaron en grande. La muerte de san Zvlkx tan poco después de su resurrección levantó algunas sospechas, pero el extraño accidente de la Revendedora mientras «iba a cumplir una misión» fue una sensación que borró de la primera página incluso la inminente Superhoop. Increíblemente, a pesar de varias lesiones internas y una herida brutal en la cabeza, no murió. La llevaron a St Septyk, donde lucharon por estabilizarla. No es que se sintieran muy obligados moralmente, claro está, pero podía delatar a los sesenta y siete o sesenta y ocho clientes que le habían pagado para realizar sus viles actos, premio que el fiscal estaba deseoso de cobrar. Una hora después de salir del quirófano, los jefes del submundo criminal realizaron tres intentos por silenciarla para siempre. La trasladaron a un ala segura del hogar Kingsdown para locos criminales, y allí se quedó, comatosa, conectada a un sistema de respiración artificial.

—Spike tenía razón. Debería habérselo dicho antes —le dije a Yaya—, ¡o debería habérselo soplado a las autoridades!

Aquel día Yaya Next se sentía mucho mejor. Aunque su avanzada edad la tenía muy débil, esa mañana incluso había caminado un poco. Cuando llegué tenía puestas las gafas de lectura y estaba rodeada de montones de libros muy sobados. De los que habitualmente se leen porque forman parte de un plan de estudios y no por placer.

—Pero no lo hiciste —respondió, mirándome por encima de las gafas—, y cuando te lo contó, tu padre ya sabía que no lo harías.

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