Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (81 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Mucho me place —dijo el rey—, y ella habrá placer con vos, que servísteis muy bien a su hija Oriana en tanto que en vuestra tierra moró, lo cual os agradezco yo.

—Muchas mercedes —dijo Gandales—, y Dios sabe si me pluguiera de vos poder servir y si me pesa en lo contrario.

—Así lo tengo yo —dijo el rey—, y no os pese de hacer lo que debéis cumpliendo con aquel que criasteis, que de otra guisa seros había mal contado.

Entonces Sadomón dijo al rey su embajada, así como es ya contado, y en el cabo desasiólo a él y a todo su reino y a todos los suyos como lo traía en cargo, y cuando le dijo que no esperase de haber paz con ellos si antes no restituyese a don Galvanes y a Madasima en la Ínsula de Mongaza, dijo el rey:

—Tarde vendrá esa concordia, si ellos eso esperan. Así Dios me ayude, nunca tendré que soy rey si no les quebranto aquella gran locura que tienen.

—Señor —dijo Sadomón—, dicho os he lo que me mandaron, y si algo de aquí adelante os dijere, esto va fuera de mi embajada, y respondiendo a lo que dijisteis, yo os digo, señor, que mucho ha de valer y de muy gran poder será el que su orgullo de aquellos caballeros quebrantare y más duro os será de lo que pensar se puede.

—Bien sea eso verdad —dijo el rey—, mas ahora parecerá a que basta mi poder y de los míos o el suyo.

Don Gandales le dijo de parte de Amadís todo lo que, ya oísteis, que nada faltó, así como aquel que era muy bien razonado, y cuando vino a decir que no iría Amadís a la Ínsula de Mongaza, pues que él se la hizo ganar, ni al lugar donde la reina estuviese por la no hacer enojo, todos lo tuvieron a bien y a gran lealtad y así lo razonaban entre sí, y el rey así lo tuvo. Entonces mandó a los mensajeros que se desarmasen y comerían, que era tiempo, y así se hizo, que en la sala a donde él comía los hizo sentar a una mesa enfrente de la suya donde comían su sobrino Giontes y don Guilán el cuidador y otros caballeros preciados, que por su valor extremadamente se les hacía esta grande honra entre todos los otros, que daba causa a que su bondad creciese y la de los otros, si tal no era procurar de ser sus iguales, porque en igual grado del rey, su señor, fuesen tenidos, y si los reyes este semejante estilo tuviesen, harían a los suyos ser virtuosos, esforzados, leales, amorosos en su servicio y tenerlos en mucho más que las riquezas temporales, recordando en sus memorias aquellas palabras del famoso Fabricio, cónsul de los romanos, que a los embajadores de los Gamutas, a quien iba a conquistar, dijo, sobre traerle muy grandes presentes de oro y de plata y otras ricas joyas, habiéndole visto comer en platos de tierra, pensando con aquello aplacadle y desviarle de aquello que el senador de Roma le mandara que contra ellos hiciese, mas él usando de su alta virtud, desechando aquello que muchos por cobrar en grande aventura sus vidas y ánimas ponen. Pues estando en aquel comer, el rey estaba muy alegre, y diciendo a todos los caballeros que allí estaban que se aderezasen lo más presto que pudiesen para la ida de la Ínsula de Mongaza y que si menester fuese él por su persona iría con ellos. Y desde que los manteles alzaron, llevó don Grumedán a Gandales a la reina que lo ver quería, de que mucho plugo a Oriana y a Mabilia porque de él sabrían nuevas de Amadís, que mucho deseaban saber, y entrando donde ella estaba recibiólo muy bien y con gran amor e hízolo sentar ante sí cabe Oriana, y díjole:

—Don Gandales, amigo, ¿conocéis esa doncella que cabe vos está, a quien vos mucho servisteis?

—Señora —dijo él—, si yo algún servicio le he hecho, téngome por bien aventurado, y así me tendré cada que a vos, señora, o a ella servir pueda, y así lo haría al rey si no fuese contra Amadís mi criado y mi señor.

La reina le dijo:

—Pues así sea por mi amor como dicho habéis.

Gandales le dijo:

—Señora, yo vine con mandado de Amadís al rey, y mandóme que si veros pudiese, que por él os besase las manos como aquel a quien mucho pesa de ser apartado de vuestro servicio, y otro tanto digo por Agrajes, el cual os pide de merced le mandéis dar a su hermana Mabilia, que pues él don Galvanes no son en amor del rey, no tiene ya ella por qué estar en su casa.

Cuando esto Oriana oyó, muy gran pesar hubo que las lágrimas le vinieron a los ojos que sufrir no se pudo, así porque la amaba mucho de corazón como porque sin ella no sabía qué hacer en su parto, que se le allegaba ya el tiempo. Mas Mabilia, que así la vio, hubo gran duelo de ella, y díjole:

—¡Ay, señora!, qué gran tuerto me haría vuestro padre y madre si de vos me partiesen.

—No lloréis —dijo Gandales—, que vuestro hecho está muy bien parado, que cuando de aquí vais seréis llevada a vuestra tía la reina Elisena de Gaula, que después de ésta ante quien estamos no se halla otra más honrada, y holgaréis con vuestra cohermana Melicia que os mucho desea.

—Don Gandales —dijo la reina—, mucho me pesa de esto que Agrajes quiere y hablarlo he con el rey, y si mi consejo toma, no irá de aquí esta infanta sino casada como persona de tan alto lugar.

—Pues sea luego, señora —dijo él—, porque yo no puedo más detenerme.

La reina lo envió a llamar, y Oriana, que lo vio venir y que en su voluntad estaba el remedio, fue contra él e hincando los hinojos le dijo:

—Señor, ya sabéis cuánta honra recibí en la casa del rey de Escocia y cómo al tiempo que por mí enviasteis me dieron a su hija Mabilia y cuánto mal contado me sería si a ella no se lo pagase y de más de esto ella es todo el remedio de mis dolencias y males, ahora envía Agrajes por ella, y si me la quitaseis, haréisme la mayor crudeza y sin razón que nunca a persona se hizo sin que primero le sea galardonado las honras que de su padre recibí.

Mabilia estaba de hinojos con ella y tenía por las manos al rey y llorando le suplicaba que la no dejase llevar, sino que con gran desesperación se mataría, y abrazábase con Oriana. El rey, que muy mesurado era y de gran entendimiento, dijo:

—No penséis vos, mi hija Mabilia, que por la discordia que entre mí y los de vuestro linaje está tengo yo de olvidar lo que me habéis servido, ni por eso dejaría de tomar todos los que de vuestra sangre servirme quisiesen, y hacerles mercedes, que por los unos, no desamaría a los otros, cuanto más a vos, a quien tanto debemos, y hasta el galardón de vuestros merecimientos hayáis no seréis de mi casa partida.

Ella le quiso besar las manos, mas el rey no quiso, y alzándolas suso, las hizo sentar en un estrado, y él se sentó sobre ellas. Don Gandales, que todo lo vio, dijo:

—Señora, pues tanto os amáis y habéis estado de consuno, desaguisado haría quien os partiese, y de vos, señora Oriana, al mi grado ni por mi consejo Mabilia no será partida sino en la forma que el rey y vos decís; yo he dicho al rey y a la reina mi embajada y la respuesta daré a don Galvanes, vuestro tío, y Agrajes, vuestro hermano, y como cualquier que de ello les pese o plega todos tendrán por bien lo que el rey hace y lo que vos, señora, queréis.

El rey le dijo:

—Id con Dios y decid a Amadís que esto que me envió a decir que no irá a la Ínsula de Mongaza, pues que me la hizo haber que yo bien entiendo que más lo hace por guardar su provecho que por adelantar mi honra, y como yo lo entiendo así, se lo agradezco y de hoy más haga cada uno lo que entendiere.

Y salióse de la cámara al palacio. La reina dijo:

—Don Gandales, mi amigo, no paréis mientes a las sañudas palabras del rey ni de Amadís, sino todavía os ruego que se os acuerde de poner paz entre ellos, que yo así lo haré, y saludádmelo mucho y decidle que le agradezco la cortesía que me envió decir, que no haría enojo en el lugar donde yo estuviese, y que le ruego mucho que me honre cuando viene mi mandado.

—Señora —dijo él—, todo lo haré a todo mi poder como lo mandáis.

Y despidióse de ella, y ella lo encomendó a Dios que le guardase y le diese gracia que entre el rey y Amadís pusiese amistad como tener solían. Oriana y Mabilia lo llamaron, y díjole Oriana:

—Señor don Gandales, mi leal amigo; gran pesar tengo porque no os puedo galardonar lo que me servísteis, que el tiempo no da lugar ni yo tengo para satisfacer vuestro tan gran merecimiento; mas placerá a Dios que ello se hará como lo yo debo y deseo. Mas mucho me desplace de este desamor, porque según el corazón del uno y del otro no se espera sino mucho mal y daño según de cada día va creciendo si Dios por su piedad no lo remedia, mas yo espero en Él que atajará este mal, y saludármelo mucho y decirle que le ruego yo mucho que teniendo él en su memoria las cosas que en esta casa de mi padre pasó, tiemple las presentes y por venir tomando el consejo de mi padre, que le mucho precia y ama.

Mabilia le dijo:

—Gandales, de merced os pido me encomendéis mucho mi cohermano y señor Amadís y a mi señor hermano Agrajes y al virtuoso señor don Galvanes, mi tío, y decidles que de mí no hayan cuidado ni se trabajen de me apartar de mi señora Oriana, porque les sería afán perdido que antes perdería la vida, que me partir de ella siendo a su grado, y dad esta carta a Amadís y decidle que en ella hallará todo el hecho de mi hacienda, y creo que con ella gran consolación recibirá.

Oído esto por Gandales, saludólas, y luego se partió de ellas, y tomando a Sadamón consigo, que con el rey estaba, se armaron y entraron en su camino, y a la salida de la villa hallaron gran gente del rey y muy bien amada que hacían alarde para ir a la Ínsula de Mongaza, lo, cual él mandó hacer porque ellos viesen tanta y tan buena gente y lo dijesen a los que allí los enviaron por les meter pavor. Y vieron cómo andaban entre ellos por mayorales el rey Arbán de Norgales, que era un esforzado caballero, y Gasquilán el follón, hijo de Madarque, el gigante bravo de la Ínsula Triste, y de una hermana de Lanzino, rey de Suecia. Este Gasquilán follón salió tan esforzado y tan valiente en armas, que cuando su tío Lanzino murió sin heredero todos los del reino tuvieron por bien de lo tomar por su rey y señor, y cuando este Gasquilán oyó decir de esta guerra de entre el rey Lisuarte y Amadís, partió de su reino así por ser en ella como por se probar en batalla con Amadís por mandado de una señora a quien él mucho amaba. Lo cual todo por extenso y enteramente en el cuarto libro se recontará, donde se dirá más cumplidamente de este caballero y la batalla que hubo con Amadís.

Don Gandales y Salomón, después que aquellos caballeros hubieron mirado, fueron su camino hablando y razonando en cómo era muy buena gente, pero que con hombres lo habían que se no espantaría de ellos, y tanto anduvieron por sus jornadas que llegaron a la Ínsula Firme, donde con ellos mucho les plugo a aquéllos que los atendían, y cuando fueron desarmados entráronse en una hermosa huerta donde Amadís y todos aquéllos señores holgando estaban, y dijéronles todo cuanto con el rey les avino y la gente que vieran que estaba para ir a la Ínsula de Mongaza, y cómo llevaban aquellos dos caudillos; el rey Arbán de Norgales y Gasquilán, rey de Suecia, y la razón porque éste de tan lueña tierra había venido, que la principal causa era para se combatir con Amadís y con todos ellos, y como era valiente y ligero y de muy gran fama de todos aquéllos que le conocían. Gabarte de Val Temeroso dijo:

—Para sanar ese gran deseó y dolencia que trae, aquí hallarán muy buenos y discretos maestros, a don Florestán y a don Cuadragante. Y si ellos son ocupados, aquí soy yo que le presentaré este mi cuerpo, porque no sería razón que tan luengo camino como anduvo saliese en vano.

Don Cuadragante dijo a Amadís:

—Dígoos que si yo fuese doliente, antes dejaría toda la física y pondría toda mi esperanza en Dios que probar vuestra medicina ni letuario.

Brián de Monjaste dijo:

—Señor, así no andáis vos con tan gran cuidado como aquel que nos demanda, y bien será de lo socorrer porque sepa decir en su tierra los maestros que acá halló para semejantes enfermedades.

Y desde que así estuvieron por espacio de una gran pieza hablando y riendo, y con gran placer preguntó Amadís si había ahí alguno que lo conociese. Y Listorán de la Torre Blanca dijo:

—Yo le conozco muy bien y sé harto de su hacienda.

—Decídnoslo, dijo Amadís. Entonces les contó quién era su padre y madre, y cómo fuera rey por su gran valentía, y cómo se combatía muy bravamente, y como había ocho años que seguía las armas y que hiciera tanto con ellas que en toda su tierra ni en las comarcanas no se hallaba su igual.

—Mas digo que no se ha hallado con aquéllos que ahora viene a demandar y yo me hallé contra él en un torneo que hubimos en Valtierra y de los primeros encuentros caímos con los caballos en el suelo, mas la prisa fue tan grande que nos pudimos más herir y el torneo fue vencido a la parte donde yo estaba por falta de los caballeros que no hicieron lo que debían hacer, y por la gran valentía de Gasquillán que nos fue mortal enemigo, así que hubo el prez de ambas partes y no cayó aquel día del caballo, sino aquella vez que nos encontramos.

—Ciertamente —dijo Amadís—, vos habláis de grande hombre, que viene como rey de gran prez por hacer conocer su bondad.

—Decid verdad —-dijo don Cuadragante—, mas en tanto lo erró que debiera venirse a nosotros, que somos los menos, y mostrará en ello más esfuerzo, pues sin tocar en su honra lo pudiera hacer.

—En eso acertó mejor —dijo don Galvanes—, porque se vino aunque a los más, a los que son más flacos, que no pudiera él experimentar su esfuerzo si no tuviera contra los mejores, más fuertes.

En esto hablando, llegaron los maestros de las naves y dijeron:

—Señores, armaos y aderezad lo que menester habéis y entrad en las naos, que el viento habemos muy aderezado para el viaje que hacer queréis.

Entonces salieron todos de la huerta con mucho placer, y la prisa y el ruido era tan grande, así de las gentes como de los instrumentos de la flota, que apenas se podían oír, y muy presto fueron armados y metieron sus caballos en las fustas, que todas las otras cosas que menester habían dentro estaban, y con mucho placer acogiéronse a la mar y Amadís y don Bruneo de Bonamar, que en una barca entre ellos andaba, hallaron juntos en una fusta a don Florestán y a Brián de Monjaste y a don Cuadragante y Angrote de Estravaus, y entraron con ellos, y Amadís los abrazaba como si pasara gran pieza que los no viera, viniéndole las lágrimas a los ojos de muy gran amor que les había, y con soledad que de ellos tomaba y díjoles:

—Mis buenos señores, mucho huelgo en veros así juntos.

Don Cuadragante le dijo:

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