Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (85 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Tomad la espada de quien más os pluguiere.

—Si a la vuestra merced placerá —dijo él—, tomarla he de Oriana, que con esto será mi voluntad satisfecha y será cumplido aquello que mi corazón deseaba.

—Hágase así —dijo el rey— como vos lo decís, pues que os place.

Y llamando a Oriana le dijo:

—Mi amada hija, si a vos place, dad la espada a este caballero, que de vuestra mano antes que de otra ninguna la quiere tomar.

Oriana, con gran vergüenza, como aquélla que por muy extraño lo tenía, tomando la espada se la dio y así fue cumplida enteramente su caballería. Esto así hecho como habéis oído, la dueña dijo al rey:

—Señor, a mí me conviene con estas doncellas partirme luego, que así me es mandado, y en esto ál no puedo hacer, que por mi voluntad bien querría algunos días aquí estar, y quedará en vuestro servicio si mandareis Norandel, éste que armasteis caballero, y los otros doce caballeros que con él vinieron.

Cuando esto oyó el rey, él hubo gran placer, que muy pagado del caballero novel era, y díjole:

—Dueña, a Dios vais.

Ella se despidió de la reina y de la muy hermosa Oriana, su hija. Y cuando del rey se hubo de despedir metióle en la mano una carta que ninguno lo vio, y díjole aparte lo más paso que pudo:

—Leed esta carta sin que ninguno la vea, y después haced lo que más os agradare.

Con esto se fue a su barca y el rey quedó pensando en aquello que le dijera, y dijo a la reina que tomase consigo al rey Cildadán y a don Galaor y se fuese a las tiendas, y si él tardase en la caza, que holgasen y comiesen. La reina así lo hizo y cuando el rey fue apartado abrió la carta.

Carta de la Infanta Celinda al Rey Lisuarte

«Muy alto Lisuarte, rey de la Gran Bretaña: Yo, la infanta Celinda, hija del rey Hegido, mando besar vuestras manos. Bien se os acordará, mi señor, cuando al tiempo que, como caballero andante, buscando las grandes aventuras andabais, habiendo muchas de ellas a vuestra gran honra acabado, que la ventura y buena dicha os hizo aportar al reino de mi padre, que a la sazón partido de este mundo era, donde me vos hallasteis, cercada en el mi castillo, que del Gran Rosal se nombra, de Antifón el Bravo, que por ser de mí desechado en casamiento por no ser en linaje mi igual, toda mi tierra tomarme quería, con el cual aplazada batalla de vuestra persona a la suya, él confiando en la su gran valentía y vos en ser yo una flaca doncella, a gran peligro de vuestra persona os combatisteis, y al cabo vencido, muerto fue. Así que ganando vos la gloria de tan esquiva batalla, a mí pusisteis en libertad y en toda buena ventura; pues entrando vos, mi señor, en el mi castillo, o porque mi hermosura lo causase, o porque la fortuna lo quiso, siendo yo de vos muy pagada, debajo de aquel hermoso rosal, teniendo sobre nos muchas rosas y flores, perdiendo yo las mías que hasta entonces poseyera, fue engendrado ese doncel, que, según su gran hermosura, hermoso fruto aquel pecado acarreó, y como tal del más poderoso señor perdonado será, y este anillo que con tanto amor por vos me fue dado y por mí guardado, os envío con él como testigo que a todo presente fue. Honradle y amadle, mi buen señor, haciéndole caballero, que de todas partes de reyes viene, y tomando de la vuestra el gran ardimiento y de la mía el muy sobrado encendimiento de amor que yo os tuve, mucha esperanza se debe tener, que todo será muy bien empleado.»

Leída, pues, la carta, luego le vino en la memoria a la sazón que él anduvo como caballero andante por el reino de Dinamarca, cuando por sus grandes hechos que en armas pasó fue amado de la muy hermosa Brisena, infanta hija de aquel rey, y la hubo por mujer, como ya es contado, y cómo hallara cercada esta infanta Celinda, y pasara con ella todo aquello que le enviara en la carta, y viendo el anillo le hizo más cierto ser aquello verdad, y comoquiera que la gran hermosura del novel gran esperanza de ser bueno le pusiese, acordó de lo encubrir hasta que la obra diese testimonio de su virtud. Así se fue a su caza, y tomando mucha de ella se tornó a las tiendas con mucho placer donde la reina estaba y fuese a la tienda donde le dijeron que estaba el rey Cildadán y don Galaor por les dar honra, e iba acompañado de los más honrados caballeros de su corte y ricamente ataviados, y ante todos los comenzó mucho a loar de sus grandes hechos, así como lo merecían y por la gran ayuda que de ellos esperaba en aquella guerra que tenía con los mejores caballeros del mundo, y con mucho placer les contó la caza que hiciera y que les no daría de ella ninguna cosa, riendo y burlando por los agradar, y mandóla llevar a Oriana su hija y a las otras infantas y envióles decir que la partiesen con el rey Cildadán y don Galaor, y él comió allí con ellos con mucho placer, y desde que los manteles alzaron, tomando a don Galaor consigo, se fue debajo de unos árboles y, echándole el brazo sobre el hombro, le dijo:

—Mi buen amigo don Galaor, de como os yo amo y precio, Dios lo sabe, porque siempre de vuestro gran esfuerzo y de vuestro consejo me vino mucho bien y en la vuestra confianza tengo yo gran seguridad, tanto que lo que a vos no descubriese no lo diría a mi mismo corazón, y dejando las más graves cosas que siempre por mi manifiestas os serán, quiero que una que al presente me ocurre sepáis.

Entonces le dio la carta que la leyese, y visto por don Galaor que Norandel era su hijo mucho fue ledo, y díjole:

—Señor, si afán y peligro pasasteis en el socorro de aquella infanta, bien os lo pagó con tan hermoso hijo, que así Dios me salve, yo creo que él será tan bueno que aquel cuidado que ahora tenéis de lo encubrir será mucho mayor de lo divulgar, y si a vos, señor, place, yo lo quiero por compañero todo este año porque algo del deseo que yo tengo de os servir sea empleado en aquel que es tan junto a vuestra sangre.

—Mucho os lo agradezco yo —dijo el rey— esto que decís, porque como ninguna cosa secreta sea, toda la honra que a éste se hiciere es mía. Mas, ¿cómo os daré yo por compañero un rapaz que aún no sabemos a qué pujará su hecho? Pues que yo me tendría por muy contento y honrado de lo ser; pero pues a vos os place, así se haga.

Entonces se tornaron a la tienda donde el rey Cildadán y Norandel y otros muchos caballeros de gran guisa estaban. Y cuando todos asosegados fueron, Galaor se levantó y dijo al rey:

—Señor, vos sabéis bien la costumbre de vuestra casa y de todo el reino de Londres. Es que el primer don que cualquier caballero o doncella demandare al caballero novel, debe ser otorgado con derecho.

—Así es verdad —dijo el rey—, mas, ¿por qué lo decís?

—Porque yo soy caballero —dijo Galaor— y pido a Norandel que me otorgue un don que le demandare, y es que mi compañía y la suya sea por un año cumplido, en el cual nos tengamos buena lealtad y no nos pueda partir sino la muerte o prisión en que no podamos más hacer.

Cuando Norandel esto oyó, fue muy maravillado de lo que Galaor había dicho, y fue muy alegre porque ya sabía la gran fama suya, y vio la honra que el rey le hacía extremadamente entre tantos y buenos caballeros, y que después de su hermano Amadís no había en el mundo otro que de bondad de armas le pasase, y dijo:

—Mi señor don Galaor, según vuestra gran bondad y merecimiento y el poco mío, bien parece que este don se pide más por vuestra gran virtud que por lo yo merecer, mas, comoquiera que sea, yo os lo otorgo y agradezco como la cosa que en este mundo fuera del servicio de mi señor el rey me pudiera venir que más alegre hacerme pudiera.

Visto por el rey Cildadán las cosas como pasaban, dijo:

—Según vuestra edad y hermosura de ambos, con mucha causa se pudo pedir el don y otorgarse, y Dios mande que sea por bien, y así será, como en las cosas que más con razón que con voluntad se piden se hace.

Otorgada compañía entre don Galaor y Norandel, así como habéis oído, el rey Lisuarte les dijo cómo tenía determinado de al tercero día entrar en la mar, porque según las nuevas de la Ínsula de Mongaza le vinieron era muy necesaria su ida.

—En el nombre de Dios sea —dijo el Cildadán—, y nos os serviremos en todo lo que vuestra honra fuere.

Y don Galaor le dijo:

—Señor, pues que los corazones de los vuestros enteramente habéis, no temáis sino a Dios.

—Así lo tengo yo —dijo el rey—, que, aunque el esfuerzo de vosotros grande sea, mucho más el amor y afición vuestro me hace seguro.

Aquel día pasaron allí con gran placer, y otro día, habiendo oído misa, cabalgaron todos para se tornar a la villa. Y el rey dijo a don Galaor y a Grumedán que se fuesen con la reina, y sacando aparte a don Galaor, le dio licencia para que a Oriana dijese el secreto de cómo Norandel era su hermano y que lo tuviese en poridad. Con esto se fue para sus cazadores y ellos a la reina, que ya cabalgaba, y don Galaor, llegándose a Oriana, la tomó por la rienda y se fue hablando con ella, a la cual mucho con él plugo, así por el gran amor que su padre le tenía como porque le parecía, siendo hermano de su amigo Amadís, le daba su presencia gran descanso. Pues así hablando en muchas cosas, vinieron a hablar en Norandel, y dijo Oriana:

—¿Sabéis algo de la hacienda de este caballero que os vi venir en su compañía y ahora por compañero lo tomasteis? Según vuestro gran valor, no debiera ser esto sin ser sabedor de alguna cosa de su hecho, que todos los que os conocen no saben otro que igual os sea, si no es vuestro hermano Amadís.

—Mi señora —dijo don Galaor—, tanto hay de la igualanza y ardimiento mío al de Amadís, como de la tierra al cielo, y muy gran locura sería de ninguno pensar de serle igual, porque Dios lo extremó sobre todos cuantos en el mundo son, así en fortaleza como en todas las otras buenas maneras que caballero debe tener.

Oriana, cuando esto oyó, comenzó a pensar consigo misma, y decía:

—¡Ay, Oriana!, ¿si ha de venir algún día que tú te halles sin el amor de tal como Amadís? ¿Y sin que por ti sea poseída tal fama, así en armas como en hermosura? —y porque no fuese sentida hízose muy leda y lozana por tener tal amigo que ninguna otro semejante alcanzar podría.

—Y en lo que, señora, decís de la compañía que yo tomé con Norandel, bien creo yo que según su disposición y en el acto tan honrado que usaba, que será hombre bueno, mas otra cosa yo supe de él que cuando se supiere a todos parecerá muy extraña, que dio causa a que lo hiciese.

—Así lo creo yo —dijo Oriana—, que no os movierais vos siendo tal sin gran causa a lo tomar por compañero, y si decirse puede sin dañar algo de vuestra honra, placer habría de lo saber.

—Mucho cara sería la cosa en que vos, señora, placer hubieseis por saberla de mí, que yo la callase —dijo él—. Yo lo que de esto sé yo os lo diré, pero es menester que por ninguna guisa otra persona lo sepa.

—De esto seréis bien cierto y seguro —dijo ella—, que así se hará.

—Pues sabed, señora —dijo Galaor—, que Norandel es hijo de vuestro padre.

Y contóle cómo viera la carta de la infanta Celinda y el anillo y todo lo que con el rey su padre hablara.

—Galaor —dijo Oriana—, alegre me hiciste con esto que me dijiste, y yo os lo agradezco, así porque de otro alguno no lo pudiera saber como por la gran honra que habéis dado a este caballero, con quien yo tanto deudo tengo, que ciertamente si él ha de ser bueno, en muy mayor grado lo será con vos, y si al contrario, la vuestra gran bondad se lo hará ser.

—En mucha merced tengo, señora, la honra que me dais —dijo él—, aunque en mí haya lo contrario, pero comoquiera que sea, siempre se pondrá en vuestro servicio y del rey vuestro padre y de vuestra madre.

—Así lo tengo yo, don Galaor —dijo ella—, y a Dios plega por su merced, que ellos y yo os lo podamos galardonar.

Allí llegaron a la villa donde Oriana quedando con su madre la reina, Galaor se fue a su posada llevando consigo a Norandel, su compañero, y otro día luego, después que el rey oyó misa, mandó que le llevasen de comer a las naos, que ya toda la gente que con él pasaba estaban dentro con sus armas y caballos, y él, llevando consigo al rey Cildadán y Galaor y Norandel, despedido de la reina y de su hija y de las dueñas y doncellas, quedando llorando todas, se fue al puerto de Jafoque, donde su armada estaba, y metido en ella, tomó la vía de la Ínsula de Mongaza, donde con buen tiempo y a las veces contrario, en cabo de cinco días fue llegado al puerto de aquella villa, de que la Ínsula tomaba el nombre, y halló allí en un real muy fuerte al rey Arbán de Norgales con la gente que ya oisteis, y supo cómo habían habido una gran batalla con los caballeros que la villa tenían y que fueron arrancados del campo los suyos y fueran todos perdidos si el rey Arbán de Norgales no tomara una ventaja de unas muy bravas peñas donde fueron reparados de sus enemigos, y cómo aquel muy esforzado Gasquilán, rey de Suecia, fuera mal herido por don Florestán y los suyos, le habían llevado por la mar donde guareciese, y también cómo tenía preso a Brián de Monjaste, que se metiera por herir al rey Arbán de Norgales entre los enemigos, y que después de esta pelea nunca más osaron salir de aquellas peñas donde los halló el rey Lisuarte, y que comoquiera que los caballeros de la Ínsula de Mongaza los habían muchas veces acometido, que nunca los pudieron dañar por ser el lugar tan fuerte. Esto sabido por el rey Lisuarte, hubo gran saña de los caballeros de la Ínsula y mandó salir toda la gente de las fustas y tiendas y otras cosas necesarias y asentó en el campo hasta saber sus enemigos.

A Oriana le plugo mucho de la partida del rey su padre, porque se le llegaba el tiempo en que le convenía parir, y llamó a Mabilia y díjole que, según los desmayos y lo que sentía que no era otra cosa sino que quería parir, y mandando a las otras doncellas que la dejasen, se fue a su cámara, y con ella Mabilia y la doncella de Dinamarca, que de antes tenían ya guisado todas las cosas que menester habían convenientes al parto. Allí estuvo Oriana con algunos dolores hasta la noche y con ellos recibiendo algún tanto de fatiga, mas de allí adelante la ahincaron mucho más en cantidad, así que pasó muy gran cuita y grande afán, como aquélla que de aquel menester hasta entonces nada sabía, pero el gran miedo que tenía de ser descubierta de aquella afrenta en que estaba la esforzó de tal suerte, que sin quejarse lo sufría, y a la medianoche plugo al muy alto Señor, remediador de todos, que fue parida de un hijo, muy apuesta criatura, quedando ella libre, el cual fue luego envuelto en muy ricos paños, y Oriana dijo que se lo llegasen a la cama, y tomándolo en sus brazos, lo besó muchas veces. La doncella de Dinamarca dijo a Mabilia:

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