Amanecer (12 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Amanecer
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—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, aún sin llegar a preocuparse.

—Asegurarme de que estás realmente bien. No me gusta lo que he tenido que hacerte.

—¿Y qué me has hecho? No me noto diferente..., excepto quizá un poco exaltada.

—Pero me entiendes...

Poco a poco se fue dando cuenta de que Nikanj había llegado hasta ella hablando oankali, y que ella le había respondido en el mismo idioma..., y le había respondido sin realmente pensárselo. El idioma le parecía una cosa de lo más natural, tan fácil de comprender como el inglés. Recordaba todo lo que le habían enseñado, todo lo que había captado ella sola. Incluso le resultaba fácil descubrir sus lagunas en el conocimiento del idioma: palabras y expresiones que conocía en inglés, pero que no podía traducir al oankali; partes de la gramática oankali que no había logrado comprender; ciertas palabras del oankali que no tenían traducción inglesa, pero cuyo significado había logrado aferrar.

Ahora estaba alarmada, complacida y aterrada... Se puso lentamente en pie, probando sus piernas, descubriendo que le fallaban un poco, pero que le funcionaban. Trató de disipar la niebla de su mente para poder examinarse y fiarse de lo que descubriese.

—Me alegra que la familia decidiese ponernos juntos a los dos —estaba diciendo Nikanj—. Yo no quería trabajar contigo. Traté de escaparme de esa tarea. Tenía miedo.

En lo único en que podía pensar era en lo fácil que podía ser que fallase y, quizá, te hiciese daño.

—¿Quieres decir..., quieres decir que no estabas seguro de lo que me acabas de hacer?

—¿De eso? Naturalmente que estaba seguro de eso. Y, en cuanto al «acabas», te diré que ha llevado un largo tiempo. Mucho más del tiempo que habitualmente duermes.

—Entonces, ¿qué querías decir con eso de fallar...?

—Tenía miedo de que nunca te fuera a poder convencer de que confiases lo bastante en mí como para dejarme mostrarte lo que podía hacer..., demostrarte que no te haría nunca daño. Tenía miedo de que acabaría por hacer que me odiases. Y, para un ooloi, el que pasase algo así..., sería muy malo. Peor de lo que te pueda explicar.

—Pues Kahguyaht no piensa así.

—Ooan dice que los humanos..., que cualquier nueva especie con la que entramos en tratos comerciales, no puede ser tratada del modo que nosotros debemos tratarnos los unos a los otros. Y tiene razón hasta cierto punto, aunque creo que él llega demasiado lejos. Fuimos criados para trabajar con vosotros. Somos Dinso. Deberíamos ser capaces de hallar maneras de superar la mayoría de nuestras diferencias.

—La coerción —afirmó ella amargamente—. Ése es el modo que habéis hallado.

—No. Ooan sí que hubiera empleado ese modo. Yo no podía. Yo hubiera ido a ver a Ahajas y Dichaan y me hubiera negado a aparearme con ellos. Hubiera buscado compañeros entre los Akjai, puesto que ellos no tendrán un contacto directo con los humanos.

Alisó de nuevo sus tentáculos.

—Pero ahora, cuando vaya a ver a Ahajas y Dichaan, será para aparearme... y tú vendrás conmigo. Te mandaremos a tu trabajo cuando estés dispuesta. Y podrás ayudarme en mi metamorfosis final. —Se frotó un sobaco—. ¿Me ayudarás?

Lilith apartó la vista de ello.

—¿Qué es lo que quieres que haga?

—Sólo que te quedes conmigo. Habrá momentos en los que tener a Ahajas y Dichaan cerca de mí podría ser atormentador. Yo estaría... sexualmente estimulado, e incapaz de hacer nada al respecto. Muy estimulado. Tú no puedes hacerme eso: tu aroma, tu tacto, es diferente, neutral.

¡Gracias a Dios!, pensó ella.

—Será malo para mí el estar solo mientras cambio. Necesitamos tener a otros cerca, más en ese momento que en ningún otro.

Se preguntó qué tal aspecto tendría con su segundo par de brazos, cómo sería de ente maduro. ¿Más parecido a Kahguyaht? ¿O quizá más como Jdahya y Tediin? ¿Hasta qué punto la personalidad venía determinada por el sexo entre los oankali? Agitó la cabeza:

¡qué pregunta tan estúpida! Ni siquiera sabía lo mucho que podía estar determinada por el sexo la personalidad entre los humanos...

—Los brazos —preguntó—. Son órganos sexuales, ¿no?

—No —contestó Nikanj—. Protegen los órganos sexuales: las manos sensoriales.

—Pero... —ella frunció el ceño—. ¡Si Kahguyaht no tiene nada que se parezca a una mano al extremo de sus brazos sensoriales!

De hecho, no tenía nada de nada al extremo de sus brazos sensoriales. Sólo había una roma superficie de piel fría y lisa..., como un gran callo.

—La mano está dentro. Ooan te la enseñará si se lo pides.

—Déjalo correr.

Se alisó:

—Yo mismo te la enseñaré..., cuando tenga algo que enseñar. ¿Te quedarás conmigo mientras me crecen?

¿A dónde podría ir si no?

—Sí. Aunque sólo sea para asegurarme de que sé todo lo que necesito saber acerca de ti y de ellos, antes de que empiecen.

—Sí. Dormiré la mayor parte del tiempo, pero, aun así, necesitaré a alguien allí. Y, si tú estás allí, lo sabré y estaré bien. Tú..., tendrás que alimentarme.

—No hay problema. —No había nada raro en el modo de comer de los oankali. Al menos, no superficialmente. Varios de sus dientes frontales eran aguzados, pero su tamaño estaba dentro de lo normal para los humanos. Había visto, en dos ocasiones en sus paseos, a hembras oankali extender sus lenguas hasta llegar a sus orificios de la garganta. Pero, normalmente, las largas lenguas grises eran guardadas dentro de sus bocas y utilizadas del mismo modo en que los humanos empleaban las suyas.

Nikanj emitió un sonido de alivio..., un frotar de los tentáculos corporales unos con otros de un modo que los hacía sonar como un papel rígido cuando es arrugado.

—Bien —dijo—. Mis compañeros de apareamiento saben lo que sentimos cuando se quedan cerca de nosotros, conocen nuestra frustración. A veces, piensan que es divertida.

Lilith se sorprendió al descubrirse sonriendo.

—Y, en cierto modo, lo es.

—Sólo para los atormentadores. Pero, contigo allí, me atormentarán menos. Aunque, antes de todo eso... —Se detuvo, y apuntó un solitario tentáculo hacia ella—. Antes de eso, trataré de hallar para ti a un humano de habla inglesa. Uno que sea lo más parecido posible a ti. Ooan ya no se opondrá ahora a que conozcas a alguno.

8

Un día, había decidido hacía mucho Lilith, era lo que su cuerpo le decía que era un día.

Ahora se convirtió también en lo que le decía que era su nueva y mejorada memoria. Un día era una larga actividad, y luego un largo sueño. Y, ahora, recordaba cada día que había pasado despierta. Y contaba los días que pasaban mientras Nikanj buscaba un humano de habla inglesa para ella. Fue a solas a entrevistarse con varios. Y nada que ella le dijese pudo inducirlo a llevarla con él, o al menos a hablarle de la gente con la que se había entrevistado.

Al fin, Kahguyaht halló a alguien. Nikanj le dio una ojeada y aceptó el juicio de su padre.

—Será uno de los humanos que ha elegido quedarse aquí —le dijo Nikanj a Lilith.

Ella ya se esperaba esto, por lo que Kahguyaht le había contado antes. Sin embargo, le costaba creerlo.

—¿Es un hombre o una mujer? —preguntó.

—Macho. Un hombre.

—¿Cómo..., cómo puede no querer volver a casa?

—Ha estado aquí, entre nosotros, durante largo tiempo. Sólo es un poco mayor que tú, pero fue Despertado cuando era joven y mantenido Despierto. Una familia Toath lo quería, y él estuvo dispuesto a permanecer con ellos.

¿Dispuesto? ¿Qué posibilidad de elección había tenido? Probablemente la misma que le habían dado a ella, y eso siendo él años más joven. Quizá sólo un niño. ¿Y qué sería ahora? ¿Qué habrían creado a partir de la materia prima humana?

—Llevadme con él —dijo.

Por segunda vez, Lilith viajó en uno de los transportes planos a través de los atestados pasillos. Éste no se movía más deprisa de lo que lo había hecho el otro. Nikanj no lo guiaba, a excepción de tocar, ocasionalmente, uno u otro lado con sus tentáculos craneales, para hacerlo girar. Viajaron durante quizá una media hora antes de bajar.

Nikanj tocó el transporte con varios tentáculos de la cabeza para mandarlo de vuelta.

—¿No lo necesitaremos para volver? —preguntó ella.

—Cogeremos otro —contestó Nikanj—. Quizá quieras quedarte un tiempo aquí.

Lo miró fijamente. ¿Qué era aquello, el paso segundo en el Programa de Cría en Cautiverio? Observó el transporte que se alejaba; quizá se había precipitado al aceptar ver a aquel hombre. Si él estaba tan totalmente divorciado de la Humanidad como para querer quedarse aquí, ¿quién sabía qué otras cosas estaría dispuesto a hacer?

—Es un animal —le dijo Nikanj.

—¿Cómo?

—Eso en que hemos venido. Es un animal: un tilio. ¿Lo sabías?

—No, pero no me sorprende. ¿Cómo se mueve?

—Sobre una delgada película de una sustancia muy resbaladiza.

—¿Baba?

Nikanj dudó.

—Conozco esa palabra. Es... inadecuada, pero nos servirá. He visto animales terrestres que usan su baba para moverse por encima. Son poco eficientes comparados con el tilio, pero veo la similaridad. Nosotros moldeamos el tilio a partir de unos seres mayores, más eficientes.

—No deja un rastro de baba...

—No; el tilio tiene en la parte de atrás un órgano que recoge la mayor parte de lo que extiende por delante. La nave se queda con el resto.

—¿Alguna vez construís maquinaría, Nikanj? ¿Nunca trasteáis con metal y plástico, en lugar de con seres vivos?

—Eso lo hacemos sólo cuando lo tenemos que hacer. No..., no nos gusta. En eso no hay comercio.

Ella suspiró.

—¿Dónde está ese hombre? Y, por cierto, ¿cómo se llama?

—Paul Titus.

Bueno, aquello no le decía nada. Nikanj la llevó a una pared cercana y la acarició con tres largos tentáculos de la cabeza. La pared cambió del blanco deslumbrante a un rojo apagado, pero no se abrió.

—¿Algo va mal? —preguntó Lilith.

—No. Alguien nos abrirá enseguida. Vale más no entrar en un sitio si uno no lo conoce bien por dentro. Es mejor hacer saber a la gente que vive dentro que estás esperando para entrar.

—Así que lo que has hecho es como llamar a una puerta —dijo ella, y estaba a punto de demostrarle cómo era llamar a una puerta cuando la pared empezó a abrirse. Al otro lado había un hombre, vestido únicamente con unos viejos pantalones cortos.

Lo miró: un ser humano..., alto, robusto, tan moreno como ella, bien afeitado. Al principio lo vio raro: extraño y diferente, y, aun así, familiar, irresistible. Era apuesto. Claro que, aunque hubiera sido viejo y arrugado, le hubiera parecido atractivo.

Miró a Nikanj, y se dio cuenta de que se había quedado rígido como una estatua.

Aparentemente, no tenía intención de moverse o hablar por el momento.

—¿Paul Titus? —le preguntó al hombre.

Él abrió la boca, la cerró, tragó saliva, y asintió con la cabeza.

—Sí —dijo al fin.

El sonido de su voz: profundo, claramente humano, claramente masculino..., hizo nacer un ansia en ella.

—Soy Lilith lyapo —dijo ella—. ¿Sabía que yo venía, o es una sorpresa para usted?

—Entre —contestó él, tocando la abertura de la pared—. Lo sabía. ¡No sabe usted lo bienvenida que es!

Miró a Nikanj:

—Kaalnikanj oo Jdahyatediinkahguyaht aj Dinso, entre. Gracias por haberla traído.

Nikanj hizo un complejo gesto de saludo con los tentáculos de su cabeza y entró en la habitación..., la habitual habitación desnuda. El ooloi fue hasta una plataforma que había en un rincón y se dobló en una posición sentada. Lilith eligió una plataforma que le permitía sentarse casi dándole la espalda a Nikanj. Quería olvidarse de que estaba allí, observando, dado que estaba claro que no pensaba hacer otra cosa que observar. Quería prestar toda su atención al hombre. ¡Era un milagro..., un ser humano, un adulto que hablaba inglés y que se parecía, un poco demasiado, a uno de sus hermanos muertos!

Su acento era tan estadounidense como el de ella, y la mente de Lilith estaba llena a rebosar de preguntas. ¿Dónde había vivido antes de la guerra? ¿Cómo había sobrevivido? Además de un nombre, ¿quién era? ¿Había visto a otros humanos?

¿Había..?

—¿Está realmente decidido a quedarse aquí? —preguntó bruscamente. No era ésta la primera pregunta que había pensado hacerle.

El hombre estaba sentado, con las piernas cruzadas, en el centro de una plataforma lo bastante grande como para ser una cama o una mesa para comer muchos.

—Tenía catorce años cuando me Despertaron —explicó—. Todo el mundo que yo conocía había muerto. Los oankali me dijeron que, si lo deseaba, llegado el momento me devolverían a la Tierra. Pero, una vez hube pasado aquí un tiempo, supe que era aquí donde deseaba quedarme. En la Tierra no queda ya nada que me importe.

—Todos perdimos parientes y amigos —dijo ella—. Por lo que sé, yo soy el único miembro de mi familia que sigue con vida.

—Yo vi a mi padre, a mi hermano..., sus cadáveres. No sé qué le pasó a mi madre. Yo mismo me estaba muriendo cuando los oankali me encontraron. Eso me han dicho..., yo no lo recuerdo, pero les creo.

—Yo tampoco me acuerdo de cómo me hallaron. —Se volvió para mirar atrás—.

Nikanj, ¿tu gente nos hizo algo para impedir que recordáramos?

Nikanj pareció despertarse lentamente:

—Tuvieron que hacerlo —contestó—: Los humanos a los que se les permitió recordar su rescate se convirtieron en incontrolables. Algunos de ellos murieron, a pesar de nuestros cuidados.

No era sorprendente. Trató de imaginar lo que había hecho ella cuando, en pleno shock de darse cuenta de que su casa, su familia, sus amigos, su mundo, todo estaba destruido, debió hallarse frente a un equipo de rescate oankali..., seguro que creyó que se había vuelto loca. O quizá enloqueció realmente, durante un tiempo. Era un milagro que no se hubiera matado, tratando de escapar de ellos.

—¿Ha comido ya? —preguntó el hombre.

—Sí —contestó ella, repentinamente tímida.

Hubo un largo silencio.

—¿Qué era usted antes? —preguntó él—. Quiero decir..., ¿trabajaba?

—Había vuelto a la Universidad —explicó—. Estaba graduándome en Antropología. —

Se echó a reír amargamente—. Supongo que podría considerar esto como un trabajo de campo..., pero, ¿cómo infiernos logro volver del campo?

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