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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Amanecer (14 page)

BOOK: Amanecer
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—No tenían los bastantes de nosotros para lo que ellos llaman un negocio normal —

explicó él—. La mayor parte de los que tienen serán Dinso..., gente que querrá volver a la Tierra. No tenían bastantes para los Toath. Tuvieron que hacer más.

—¿Mientras dormíamos? ¿Es que, de algún modo...?

—¿De algún modo...? —siseó él—. ¡De cualquier modo! Tomaron material de hombres y mujeres que ni se conocen y lo juntaron, e hicieron niños en mujeres que jamás conocieron ni a la madre ni al padre de su hijo..., y que quizá ni siquiera llegaron a conocer al propio hijo. O quizá hicieron crecer al bebé dentro de algún tipo de animal.

Tienen animales a los que pueden ajustar para... para que incuben a fetos humanos, como ellos mismos dicen. O quizá ni se molesten tanto: tal vez se limiten a rascar algo de piel de una persona y a hacer críos a partir de eso, por clonación, ya sabes. O tal vez usen una de sus impresiones, y no me preguntes de qué impresión se trata; pero el caso es que, si tienen una tuya, la pueden emplear para hacer otro tú, aunque lleves cien años muerta, y a ellos ya no les quede nada de tu cuerpo. Y eso es sólo el principio: pueden hacer críos de modos que yo ni te podría explicar. Lo único que al parecer no pueden hacer es dejarnos en paz. Dejarnos hacerlo a nuestra manera.

Sus manos casi eran amables mientras la tocaba.

—Al menos no lo han hecho hasta hoy. —La agitó de repente—. ¿Sabes cuántos hijos tengo? Ellos te dicen: «Tu material genético ha sido usado en más de setenta niños». ¡Y

en todo el tiempo que llevo aquí jamás he visto a una sola mujer!

Se la quedó mirando unos segundos; y ella le temió, y sintió pena por él, y deseó hallarse lejos. El primer ser humano que había visto en años, y lo único que deseaba era encontrarse lejos de él.

Y, no obstante, no le serviría de nada intentar enfrentarse a él físicamente. Ella era alta, y siempre había pensado ser fuerte, pero él era mucho más alto, uno noventa y pico, y macizo.

—Han tenido doscientos cincuenta años para jugar con nosotros —le dijo al hombre—.

Quizá no podamos detenerlos, pero no tenemos por qué ayudarlos.

—¡Al infierno con ellos! —Trató de desbrocharle la chaqueta.

—¡No! —gritó ella, sobresaltándolo deliberadamente—. Así se trata a los animales: se pone a un semental y una yegua juntos hasta que se aparean, y luego se devuelve cada uno a su dueño. ¿A ellos qué les importa? ¡Sólo son animales!

El le arrancó la chaqueta y empezó a pelearse con los pantalones.

Ella lanzó repentinamente todo su peso contra él y logró apartarlo.

Él retrocedió unos pasos, trastabillando, se recuperó, y volvió a por ella.

Gritándole, ella pasó las piernas por sobre la plataforma en la que había estado sentada y se situó en el lado opuesto. Ahora la plataforma estaba entre los dos. Él la rodeó.

De nuevo se sentó en ella y pasó las piernas por encima, para mantenerla entre ellos.

—¡No te conviertas en su servidor! —le suplicó ella—. ¡No hagas esto!

Él siguió acercándosele, demasiado excitado para importarle lo que ella dijese. En realidad, parecía estar disfrutando de la situación. La separó de la cama, pasando también él por encima. Y la acorraló contra una pared.

—¿Cuántas veces antes has hecho esto? —le preguntó ella, desesperada—. ¿Tenías una hermana allá en la Tierra? ¿La reconocerías ahora? ¡Quizá te lo hayan hecho hacer con tu hermana!

Él la agarró por un brazo y la atrajo hacia sí.

—¡Quizá te lo hayan hecho hacer con tu madre!

Él se quedó helado y ella rogó que hubiera acertado en un punto neurálgico.

—Tu madre —repitió—. No la has visto desde que tenías catorce años. ¿Cómo lo sabrías si te la trajeran aquí, y tú...?

La golpeó.

Atontada por el shock y el dolor, ella se derrumbó contra él, pero él la empujó, apartándola de sí, como si lo que le hubiese caído encima fuese algo repugnante.

Cayó pesadamente, pero no estaba inconsciente del todo cuando él se situó a su lado.

—Nunca lo he hecho antes —susurró—. Nunca con una mujer. Pero, ¿quién sabe con quién mezclaron el material?

Hizo una pausa y la miró allá donde estaba caída.

—Me dijeron que podía hacerlo contigo. Me dijeron que, si lo querías, podrías quedarte aquí. ¡Y tú has tenido que estropearlo todo!

Le pegó una patada, con gran fuerza. El último sonido que ella escuchó, antes de perder el conocimiento, fue el airado grito de su maldición.

9

Se despertó al oír sonido de voces..., oankali que estaban cerca de ella, sin tocarla: Nikanj y otro.

—Vete ya —pedía Nikanj—, está recuperando el conocimiento.

—Quizá debería quedarme —dijo el otro suavemente. Kahguyaht. En una ocasión había pensado que todos los oankali sonaban igual con sus tranquilas voces andróginas, pero ahora no podía dejar de identificar las engañosamente suaves tonalidades de Kahguyaht—. Quizá necesites ayuda con ella.

Nikanj no dijo nada.

Al cabo de un tiempo, Kahguyaht hizo sonar sus tentáculos y dijo:

—Me iré. Estás creciendo más rápidamente de lo que creía. Después de todo, quizás ella sea buena para ti.

Fue capaz de verle pasar a través de una pared e irse. Hasta que no se hubo ido no se dio cuenta del dolor de su propio cuerpo..., la mandíbula, el costado, la cabeza y, en especial, el brazo izquierdo. No era un dolor agudo, nada insoportable; sólo un dolor sordo y palpitante, especialmente notable cuando se movía.

—Quédate quieta —dijo Nikanj—. Tu cuerpo aún está curándose. Pronto habrá desaparecido el dolor.

Apartó la cara para no verle, ignorando el dolor.

Hubo un largo silencio. Finalmente, él dijo:

—No lo sabíamos. —Se interrumpió, y corrigió—: Yo no sabía cómo se comportaría el macho. Nunca antes había perdido tan completamente el control. Y, durante varios años, no lo había perdido en absoluto.

—Lo aislasteis de su propia especie —dijo ella, por entre sus hinchados labios—. Lo tuvisteis alejado de las mujeres durante... ¿cuántos años? ¿Quince años? ¿Más? En algunas cosas lo habéis mantenido en una edad de catorce años durante todo este tiempo.

—Estaba contento con su familia oankali, hasta que te conoció.

—¿Y él qué sabía? ¡Nunca le dejasteis conocer a nadie más!

—No era necesario. Su familia se ocupaba de él.

Ella se lo quedó mirando, notando más que nunca la diferencia que había entre ellos...

una diferencia que la separaba tanto de Nikanj que ningún puente podía cubrir aquel abismo. Podía pasarse hablando con ello durante horas, en su propio idioma, y no lograr comunicarse. Podía ocurrir lo mismo con ella, aunque él podía obligarla a obedecerle, lo entendiese o no. O podía entregarla a otros, que utilizarían la fuerza contra ella.

—Su familia pensaba que deberías haberte apareado con él —murmuró Nikanj—.

Sabían que no te quedarías permanentemente con él, pero creían que compartirías sexo con él, al menos una vez.

Compartir sexo, pensó ella tristemente. ¿De dónde habría salido aquella expresión?

Ella jamás la había dicho; y, sin embargo, le gustaba. ¿Debería haber compartido sexo con Paul Titus?

—Y quizá haberme quedado preñada —dijo en voz alta.

—No te hubieras quedado preñada —dijo Nikanj.

Y consiguió toda su atención.

—¿Por qué no? —inquirió.

—Aún no es hora para ti de tener niños.

—¿Me habéis hecho algo? ¿Soy estéril?

—Tu gente lo llamaba control de natalidad. Estás ligeramente cambiada. Te fue hecho mientras dormías, como se les hizo a todos los humanos, al principio. Finalmente, se invertirá el proceso.

—¿Cuándo? —preguntó ella amargamente—. ¿Cuando estéis preparados para hacerme tener crías?

—No. Cuando tú estés dispuesta. Sólo entonces.

—¿Y quién lo decide? ¿Tú?

—Tú, Lilith. Tú.

Su sinceridad la confundió. Ella creía haber logrado aprender a enterarse de sus emociones a través de su postura, posición de los tentáculos sensoriales, tono de voz..., y parecía no sólo estar diciendo la verdad, como habitualmente, sino además estar diciendo una verdad importante. No obstante, también Paul Titus parecía haber estado diciendo la verdad.

—¿Realmente tiene Paul más de setenta hijos? —preguntó.

—Sí. Y ya te ha dicho por qué. Los Toaht necesitan desesperadamente más de los de tu especie, para hacer un verdadero trueque. La mayor parte de los humanos tomados de la Tierra deben de ser devueltos a ella. Pero Toaht debe de tener, al menos, un número igual que se quede aquí. Parecía que lo mejor era que se quedasen aquí los nacidos aquí.

—Nikanj dudó—. No deberían haberle dicho a Paul lo que estaban haciendo. Pero siempre es difícil darse cuenta de estas cosas..., y, a veces, nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde.

—¡Él tenía derecho a saberlo!

—El saberlo lo ha asustado y le ha hecho sentirse miserable. Tú descubriste uno de sus miedos: el que quizás una de sus familiares haya sobrevivido y haya sido impregnada con su esperma. Se le ha dicho que esto no ha sucedido. A veces lo cree, y a veces no.

—Aun así, tenía derecho a saberlo. Yo querría saberlo.

Silencio.

—¿Me lo han hecho a mí, Nikanj?

—No.

—Y..., ¿me lo harán?

Nikanj dudó, luego habló en voz muy baja:

—Los Toaht tienen una impresión tuya..., de cada ser humano que trajimos a bordo.

Necesitan diversidad genética. También nosotros nos quedaremos impresiones de los humanos que ellos se lleven. Milenios después de tu muerte, puede que tu cuerpo vuelva a renacer a bordo de la nave. No serás tú, desarrollará su propia personalidad.

—Un clon —dijo ella átonamente. Su brazo izquierdo palpitaba, y se lo frotó, sin prestar atención al dolor.

—No —corrigió Nikanj—. Lo que hemos preservado de ti no es tejido vivo. Es un recuerdo. Un mapa de genes, le llamaría tu gente..., aunque ellos no podrían haber hecho uno como los que nosotros recordamos y usamos. Es más bien lo que podríamos llamar un plano mental. Un plano para el montaje de un ser humano específico: tú. Una herramienta para una reconstrucción.

La dejó que digiriera aquello, sin decirle más durante varios minutos. ¡Tan pocos humanos podían hacer esto..., darle a otro unos minutos para pensar!

—Si te lo pido, ¿destruirás mi impresión? —preguntó ella.

—Es un recuerdo, Lilith, un recuerdo completo, que llevan en sí algunas personas.

¿Cómo podría destruir una cosa así?

Entonces era una memoria, literalmente hablando, no algún tipo de grabación mecánica o archivo escrito. Naturalmente.

Al cabo de un tiempo, Nikanj dijo:

—Quizá nunca sea usada tu impresión. Y, si lo es, la reconstrucción se encontrará tan en su casa a bordo de la nave como tú lo estabas en la Tierra. Crecerá aquí, y la gente entre la que crezca será su gente. Sabes que no le harán daño.

Ella suspiró.

—No sé tal cosa. Sospecho que harán lo que crean que es mejor para ella. ¡Y que el Cielo la ayude!

Él se sentó junto a Lilith y tocó su dolorido brazo izquierdo con varios tentáculos craneales.

—¿Realmente tenías que saber esto? —le preguntó—. ¿Debí decírtelo?

Nunca antes le había hecho una pregunta así. Por un momento su brazo le dolió mucho más que antes, y luego lo notó cálido y libre de dolor. Logró no apartarlo de un tirón, a pesar de que Nikanj no la había paralizado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Tenías dolor en ese brazo. No hay necesidad de que sufras.

—Tengo todo el cuerpo dolorido.

—Lo sé. Me ocuparé de eso. Sólo quería hablarte antes de que te durmieras de nuevo.

Ella se quedó quieta un momento, contenta de que su brazo ya no palpitase. Apenas si se había dado cuenta de ese dolor individual, antes de que Nikanj lo eliminase. Ahora se daba cuenta de que había sido uno de los peores de entre muchos: la mano, la muñeca, el antebrazo.

—Tenías un hueso roto en la muñeca —dijo Nikanj—. Para cuando vuelvas a despertarte, ya estarás curada.

Y repitió la pregunta:

—¿Tenías que saber esto, Lilith?

—Sí —contestó ella—. Era una cosa que me concernía. Necesitaba saberlo.

Él no dijo nada durante un rato, y ella no molestó sus pensamientos.

—Lo recordaré —dijo finalmente, en voz queda.

Y Lilith notó como si ella le hubiese comunicado algo importante. Al fin.

—¿Cómo supiste que el brazo me hacía daño?

—Pude verte frotándotelo. Sabía que estaba roto y que te había hecho bien poco en él.

¿Puedes mover los dedos?

Ella obedeció, asombrada al ver cómo sus dedos se movían con facilidad, sin dolor.

—Bien. Ahora tendré que hacerte dormir de nuevo.

—¿Qué le ha pasado a Paul, Nikanj?

Él pasó la atención de algunos de los tentáculos de su cabeza del brazo de ella a su cara.

—Está dormido.

Ella frunció el entrecejo.

—¿Por qué? Yo no le hice daño..., no puede...

—Estaba... rabioso, fuera de control. Atacó a miembros de su familia. Dicen que, si hubiera podido, los hubiera matado. Cuando lo lograron dominar, se puso a llorar y habló de modo incoherente. Se negó a hablar con nadie en oankali. Y, en inglés, maldijo a su familia, a ti, a todo el mundo. Tuvo que ser puesto a dormir..., quizá deba estar así un año o más. Los sueños largos son curativos para las heridas no físicas.

—¿Un año...?

—Estará bien. No envejecerá. Y su familia le estará esperando cuando Despierte. Está muy unido a ellos... y ellos a él. Los nexos familiares Toaht son..., hermosos, y muy fuertes.

Ella se puso el brazo derecho sobre la frente.

—Su familia —dijo amargamente—. No dejas de decir eso. ¡Su familia está muerta!

Como la mía. Como Fukumoto. Como casi todo el mundo. Ésa es la mitad de nuestro problema: no tenemos auténticos lazos familiares.

—Él los tiene.

—¡Él no tiene nadal ¡No tiene a nadie que le enseñe a hacerse un hombre y, desde luego, no puede ser un oankali, así que no me hables de su familia!

—Y, sin embargo, son su familia —insistió suavemente Nikanj—. Ellos le han aceptado a él, y él los ha aceptado a ellos. No tiene otra familia, pero los tiene a ellos.

Ella emitió un sonido de disgusto y apartó la cara. ¿Qué era lo que les contaba Nikanj a otros acerca de ella? ¿Hablaría acerca de la familia de Lilith? Después de todo, y de acuerdo con su nuevo nombre, la habían adoptado. Agitó la cabeza, confundida y preocupada.

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