Read Amanecer Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Amanecer (27 page)

BOOK: Amanecer
3.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Lilith miró en derredor por la sala. No había más luchas, ni terror manifiesto. La gente que no podía controlarse estaba inconsciente. Otros estaban totalmente absortos en sus ooloi y sufriendo las confusas combinaciones del miedo y el bienestar inducido por las drogas.

—Soy el único ser humano que tiene algo de idea de lo que está pasando —dijo—.

Algunos de ellos puede que quieran hablar conmigo.

Silencio.

—Bueno, ¿qué te parece, Joe? ¿Quieres dar una mirada por ahí?

Él frunció el entrecejo.

—¿Qué es lo que no habéis acabado de decir?

Ella suspiró.

—Los humanos de aquí no nos van a querer tener cerca de ellos por un tiempo. De hecho, tú tampoco puede que los quieras cerca de ti. Es una reacción típica a las drogas ooloi. Así que podemos quedarnos aquí y ser ignorados, o podemos irnos fuera.

Nikanj enroscó el extremo de un brazo sensorial alrededor de su muñeca, urgiéndola a considerar una tercera posibilidad. Ella no dijo nada, pero la ansiedad que, repentinamente, floreció en ella era tan intensa que resultaba sospechosa.

—¡Suelta! —dijo.

La soltó, pero ahora estaba totalmente enfocado en ella. Había notado cómo el cuerpo de Lilith daba un salto en respuesta a su muda sugestión..., o a su sugestión química.

—¿Has hecho eso? —le preguntó ella—. ¿Me has... inyectado algo?

—Nada. —Enrolló su brazo sensorial libre alrededor del cuello de ella—. ¡Oh, pero ya te «inyectaré algo»! Podemos dar esa vuelta luego.

Se puso en pie, alzándolos a los dos con él.

—¿Qué pasa? —preguntó Joseph al ser alzado en

pie—. ¿Qué está sucediendo?

Nadie le contestó, pero no se resistió a ser guiado hacia el dormitorio de Lilith. Mientras ella sellaba la puerta, preguntó de nuevo:

—¿Qué está pasando?

Nikanj deslizó su brazo sensorial, liberando el cuello de Lilith.

—Espera —le dijo a ella. Entonces enfocó a Joseph, soltándolo, pero no apartándose—

. La segunda vez será la más dura para ti. La primera no te dejé elección posible. No podrías haber entendido qué era lo que podías elegir. Ahora tienes una pequeña idea. Y

también tienes derecho a elegir.

Ahora lo comprendió.

—¡No! —dijo secamente—. Otra vez, no.

Silencio.

—¡Preferiría hacerlo de verdad!

—¿Con Lilith?

—Naturalmente. —Pareció como si fuese a decir algo más, pero miró a Lilith y se quedó en silencio.

—Mejor con cualquier humano que conmigo —le ofreció en voz suave Nikanj.

Joseph se limitó a mirarlo.

—Y, sin embargo, te di placer. Te di mucho placer.

—¡Pura ilusión!

—Interpretación. Estimulación electroquímica de ciertos nervios, de ciertas partes de tu cerebro... Lo que sucedió fue real. Tu cuerpo sabe lo real que fue. Tus interpretaciones fueron las ilusiones. Las sensaciones eran totalmente reales. Y puedes tenerlas de nuevo..., o puedes tener otras.

—¡No!

—Y todo lo que tengas, puedes compartirlo con Lilith.

Silencio.

—Todo lo que ella siente, puede compartirlo contigo. —Tendió un brazo sensorial y sujetó su mano en un serpenteo—. No te hará daño. Y te puedo ofrecer una comunión que tu pueblo siempre anda buscando, siempre sueña, pero que realmente no puede alcanzar por sí solo.

Liberó su brazo de un tirón.

—Me has dicho que podía elegir. ¡Ya he elegido!

—Lo has hecho, sí. —Le abrió la chaqueta con sus manos auténticas, de muchos dedos, y le quitó la prenda. Cuando él fue a echarse atrás, lo retuvo. Consiguió tumbarse en la cama con él, sin parecer forzarlo—. ¿Lo ves? Tu cuerpo ha hecho una elección distinta.

—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó él.

—Cierra los ojos.

—¿Cómo?

—Que te quedes aquí echado conmigo, y cierres los ojos.

—¿Qué es lo que vas a hacer?

—Nada. Cierra los ojos.

—No te creo.

—No me tienes miedo. Cierra los ojos.

Silencio.

Al cabo de largo rato, él cerró los ojos, y los dos yacieron juntos. Al principio, Joseph tenía el cuerpo rígido, pero poco a poco, al no pasar nada, se fue relajando. Algún tiempo después, su respiración se hizo acompasada y pareció estar dormido.

Lilith estaba sentada en la mesa, esperando, mirando. Tenía paciencia y estaba interesada. Esta podía ser la única oportunidad que jamás tuviese de contemplar, de cerca, cómo un ooloi seducía a alguien. Pensó que debería de haberla preocupado que el

«alguien» en cuestión fuese Joseph. Ella sabía, más de lo que le apetecía, los sentimientos, locamente conflictivos, a los que él estaba siendo sometido ahora.

Y sin embargo, en esta cuestión, confiaba absolutamente en Nikanj. Estaba disfrutando con Joseph. Y no iría a echar a perder este disfrute haciéndole daño o apresurándolo.

Probablemente también Joseph estaba disfrutando, de algún modo perverso, aunque nunca podría haberlo admitido.

Lilith estaba quedándose amodorrada cuando Nikanj acarició los hombros de Joseph y lo despertó. La voz del hombre la despertó a ella.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Despertarte.

—¡No estaba dormido!

Silencio.

—¡Dios mío! —dijo él, al cabo de un tiempo—. Me quedé dormido, ¿no? Debes de haberme drogado.

—No.

Se frotó los ojos, pero no hizo esfuerzo alguno por levantarse.

—¿Por qué no... lo has hecho, sin más?

—Te lo he dicho. Esta vez puedes elegir.

—¡He elegido! ¡Y tú no me has hecho caso!

—Tu cuerpo decía una cosa, y tus palabras otra. —Movió un brazo sensorial hacia la nuca de él, dando vuelta, sin apretar, a su cuello, y le dijo—: Ésta es la posición. Me pararé ahora, si es lo que quieres.

Hubo un momento de silencio, luego Joseph lanzó un largo suspiro.

—No puedo darte... ni puedo darme, permiso —dijo—.

Sin importar lo que sienta,

no... puedo.

La cabeza y el cuerpo de Nikanj se alisaron como un espejo. El cambio fue tan espectacular que Joseph se echó atrás de un salto.

—¿Es que..., de algún modo, te divierte esto? —preguntó amargamente.

—Me complace. Es lo que esperaba.

—Entonces..., ¿qué pasará ahora?

—Tienes una gran fuerza de voluntad. Te puedes hacer tanto daño como creas necesario, con tal de lograr un objetivo o mantener una convicción.

—Suéltame.

Alisó de nuevo sus tentáculos:

—Sé agradecido, Joe: no te voy a soltar.

Lilith vio como el cuerpo de Joseph se envaraba, luchaba y luego se relajaba, y supo que Nikanj lo había escrutado perfectamente. El hombre ni luchó ni discutió mientras Nikanj lo colocaba más cómodamente contra su cuerpo. Lilith vio que había vuelto a cerrar los ojos de nuevo, que su rostro estaba pacífico. Ahora estaba dispuesto a aceptar lo que había deseado desde el principio.

Silenciosamente, Lilith se alzó, se quitó la chaqueta, y fue hasta la cama. Se quedó en pie al lado, mirando hacia abajo. Por un momento vio a Nikanj como antes había visto a Jdahya..., como a un ser totalmente alienígena, grotesco, repelente hasta más allá de la simple fealdad, con sus tentáculos corporales como gusanos, sus serpientes de tentáculos craneales y su tendencia a mantener ambos en movimiento, señalando su atención y su emoción.

Se quedó helada donde estaba, y lo único que pudo hacer fue contenerse para no dar media vuelta y escapar corriendo.

El momento pasó, y la dejó casi sin aliento. Tuvo un sobresalto cuando Nikanj la tocó con la punta de un brazo sensorial. Lo miró un instante más, preguntándose cómo le habría perdido el horror a un ser así.

Entonces se tendió, perversamente ansiosa por lo que ello le podía dar. Se colocó contra él, y no estuvo contenta hasta que notó el equívocamente ligero toque de la mano sensorial, y sintió al cuerpo del ooloi temblar contra ella.

13

Los humanos fueron mantenidos drogados durante días..., drogados y vigilados, cada individuo solitario o cada pareja por un ooloi.

—Imprimiendo, ésa es la mejor definición para lo que están haciendo —le dijo Nikanj a Joseph—. Una impresión química y social.

—¡Lo que tú me estás haciendo a mí! —le acusó Joseph.

—Lo que te estoy haciendo a ti, y lo que le hice a Lilith. Hay que hacerlo. Nadie será devuelto a la Tierra sin que le haya sido hecho.

—¿Cuánto tiempo estarán drogados?

—Algunos ya no están tan fuertemente drogados. Tate Marah no lo está. Gabriel Rinaldi sí. —Enfocó a Joseph—. Tú no lo estás. Ya lo sabes.

Joseph apartó la vista.

—Nadie debería estarlo.

—Al final, nadie lo estará. Embotamos vuestro miedo natural hacia lo extraño y lo diferente. Os impedimos haceros daño, o mataros vosotros mismos. Os enseñamos cosas más placenteras que hacer.

—¡Eso no basta!

—Es un principio.

14

El ooloi de Peter demostró que los ooloi no eran infalibles. Drogado, Peter era un hombre diferente. Quizá por primera vez desde su Despertar estaba en paz, no luchando siquiera consigo mismo, no tratando de probar nada, bromeando con Jean y con su ooloi, acerca de su brazo y de la pelea.

Lilith, al enterarse más tarde, se preguntó qué tendría de risible aquel incidente. Pero las drogas producidas por los ooloi podían ser muy potentes. Bajo su influencia, Peter podría haberse reído de cualquier cosa. Bajo su influencia, aceptó la unión y el placer.

Cuando se permitió que tal influencia comenzase a desvanecerse, y Peter empezó a pensar, decidió aparentemente que había sido humillado y esclavizado. A él, la droga le pareció no un modo menos doloroso de llegar a acostumbrarse a los aterradores no humanos, sino un modo de volverlo en contra de sí mismo, obligándole a revolcarse en el lodo de las perversiones alienígenas. Su humanidad había sido profanada. Su masculinidad le había sido arrebatada...

El ooloi de Peter debería haberse dado cuenta, en algún momento, de que lo que decía Peter y la expresión que asumía habían cesado de estar de acuerdo con lo que expresaba su cuerpo. Quizá no sabía lo bastante acerca de los seres humanos como para ocuparse de alguien como Peter. Era mayor que Nikanj, más bien contemporáneo de Kahguyaht. Pero no tenía tanta percepción como ninguno de ellos dos..., y posiblemente tampoco fuera tan brillante.

Sellado dentro de la habitación de Peter, a solas con él, dejó que éste le atacara, que le golpeara con sus puños desnudos. Desgraciadamente para Peter, con su primer golpe martilleante acertó un punto sensible, y provocó el disparo de los reflejos defensivos del ooloi. Y, antes de que pudiera recuperar el control de sí mismo, éste le aguijoneó mortalmente, derribándolo al suelo, presa de convulsiones. Sus propios músculos en contracción le rompieron varios huesos, tras lo que cayó en estado de shock.

En cuanto se hubo recuperado de lo peor de su propio dolor, el ooloi trató de ayudarlo, pero ya era demasiado tarde: estaba muerto. El ooloi se sentó junto al cadáver, con los tentáculos del cuerpo y la cabeza agarrotados en duros nudos. No se movió ni habló. Su fría piel aún se puso más fría, y pareció tan muerto como el humano al que, aparentemente, estaba velando.

No había ningún oankali de guardia arriba. Si lo hubiera habido, quizá Peter hubiera podido ser salvado. Pero la gran sala estaba llena de ooloi..., ¿para qué había necesidad de montar guardia?

Para cuando uno de esos ooloi se dio cuenta de que Jean estaba sentada, sola y apesadumbrada, frente a la sellada entrada a la habitación, ya era demasiado tarde. No había otra cosa que hacer que sacar el cadáver de Peter y mandar a por los compañeros del ooloi. Éste seguía en estado catatónico.

Jean, aún ligeramente drogada, asustada y sola, se apartó de la gente que se reunía alrededor de la sala. Se situó apartada y contempló cómo se llevaban el cadáver. Lilith la vio y se acercó a ella, sabiendo que no podía ayudarla, pero esperando al menos poder reconfortarla.

—¡No! —exclamó Jean, echándose hacia atrás—. ¡Vete!

Lilith suspiró. Jean estaba pasando por un prolongado período de reclusividad inducida por los ooloi. Todos los humanos que habían sido mantenidos fuertemente drogados estaban igual..., eran incapaces de tolerar la proximidad de nadie que no fuese su compañero humano o el ooloi que los drogaba. Ni Lilith ni Joseph habían experimentado esta reacción tan extrema. De hecho, Lilith apenas había notado ninguna reacción, como no fuese una mayor aversión hacia Kahguyaht, allá por aquel entonces cuando Nikanj había madurado y la había unido a él. Más recientemente, Joseph había reaccionado manteniéndose simplemente más cerca de Nikanj y Lilith durante un par de días; luego, la reacción había pasado. La de Jean estaba lejos de pasar. ¿Qué le sucedería ahora?

Lilith miró a su alrededor, buscando a Nikanj. Lo descubrió en un corrillo de ooloi, fue hasta él, y apoyó una mano en su hombro.

El ooloi se enfocó en ella sin darse la vuelta ni romper los diversos contactos de tentáculos y brazos sensoriales que tenía con los otros. Lilith habló al vértice de un pequeño cono de tentáculos craneales:

—¿No podéis ayudar a Jean?

—Ahora vienen a ayudarla.

—¡Mírala! ¡Se va a derrumbar, antes de que llegue esa ayuda!

El cono se enfocó en Jean. Se había incrustado contra un ángulo de la pared. Allá estaba, llorando y mirando confusa a su alrededor. Era una mujer alta, de fuerte constitución..., y, sin embargo, ahora parecía una niña grande.

Nikanj se separó de los otros ooloi, cesando aparentemente la comunicación que hubiera entre ellos. Los demás ooloi fueron relajando su unión y separándose, yendo hacia sus diversos humanos que les esperaban en muy separadas unidades o parejas. En el momento en que había corrido la noticia de la muerte, todos los humanos habían sido fuertemente drogados, con excepción de Lilith y Jean. Nikanj se había negado a drogar a Lilith. Confiaba en ella y en que sabría controlar su comportamiento, y los otros ooloi confiaban en él. En cuanto a Jean, no había nadie por allí que pudiese drogaría sin hacerle daño.

Nikanj se acercó hasta unos tres metros de Jean. Se detuvo allí, y esperó hasta que ella lo vio.

Tembló, pero no trató de apretarse más contra su rincón.

—No me acercaré más —dijo Nikanj con voz suave—. Vendrán otros a ayudarte. No estás sola.

—Pero..., pero sí que estoy sola —susurró ella—. Están muertos. Los he visto.

BOOK: Amanecer
3.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Murder in Germantown by Rahiem Brooks
Impossible by Komal Lewis
Dancer by Colum McCann
WWW 3: Wonder by Robert J Sawyer
American rust by Philipp Meyer
Swimsuit by James Patterson, Maxine Paetro
Some Gods of El Paso by Maria Dahvana Headley
Runaway Model by Parker Avrile