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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Amanecer (24 page)

BOOK: Amanecer
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Los dejó, tomó su comida y se unió a Tate, Gabriel y Leah.

—No ha estado mal —comentó Tate, cuando la gente hubo reanudado sus propias conversaciones—. Una clara advertencia a todo el mundo. Ya hacía tiempo que resultaba necesaria.

—No funcionará —afirmó Leah—. Esa gente no se conocen los unos a los otros. ¿Qué les importa si han de empezar de nuevo?

—Les importa —intervino Gabriel. Aun con su desastrada barba de pocos días, era uno de los hombres más apuestos que jamás hubiera visto Lilith. Y aún estaba durmiendo exclusivamente con Tate. A Lilith le caía bien, pero se daba cuenta de que él no acababa de fiarse de ella. Podía verlo en su expresión, cuando a veces lo descubría mirándola. Y, no obstante, tenía buen cuidado de mantener su buena relación con ella..., guardando así todas sus opciones abiertas.

—Han creado relaciones personales aquí —le dijo Gabriel a Leah—. Piensa en lo que tenían antes: guerra, caos, la familia y los amigos muertos. Luego, prisión solitaria. Una celda de cárcel y mierda para comer. Les importa mucho. Y a ti también.

Ella se volvió para enfrentársele, irritada, con la boca ya abierta, pero el apuesto rostro pareció desarmarla. Suspiró y asintió tristemente con la cabeza. Por un momento, pareció estar a punto de echarse a llorar.

—¿Cuántas veces pueden quitarle a una todo lo que tiene, y que aún le quede la voluntad de empezar de nuevo? —murmuró Tate.

Tantas veces como fuese necesario, pensó cansinamente Lilith. Tantas veces como lo hiciesen necesario el miedo, las sospechas y la terquedad humanos. Los oankali eran tan pacientes como la Tierra que les aguardaba.

Se dio cuenta de que Gabriel la estaba mirando.

—Aún sigues preocupada por ellos, ¿verdad? —le preguntó.

Ella asintió con la cabeza.

—Creo que te creyeron. Todos ellos, y no sólo Van Weerden y Jean.

—Lo sé. Me creerán un poco de tiempo más. Luego, algunos de ellos decidirán que les estoy mintiendo, o que otros me han mentido a mí.

—¿Estás segura de que no lo han hecho? —preguntó Tate.

—Estoy segura de que lo han hecho —dijo con amargura Lilith—. Al menos por omisión.

—Pero, entonces...

—Esto es lo que sé —afirmó Lilith—: Los que nos han rescatado, nuestros carceleros, son extraterrestres. Estamos a bordo de su nave. He visto y sentido lo bastante, incluido el flotar en ausencia de peso, como para estar convencida de que esto es una nave.

Estamos en el espacio. Y en manos de una gente que maneja el ADN con la misma naturalidad con que nosotros manejamos lápices o pinceles. Esto es lo que sé. Esto es lo que os he explicado a todos. Y si alguno decide actuar como si esto no fuese cierto, tendremos todos mucha suerte si sólo nos ponen a dormir, y luego nos separan.

Miró a los otros tres rostros y forzó una sonrisa cansina.

—Fin del discurso —dijo—. Será mejor que le lleve algo a Joseph.

—Tendrías que haber logrado que saliera aquí —le dijo Tate.

—No os preocupéis por él —le contestó Lilith.

—También tú podrías traerme alguna comida a la cama, de vez en cuando —le dijo Gabriel a Tate, cuando Lilith los dejó.

—¡Mira lo que has hecho! —le gritó ella a las espaldas de Lilith, que se alejaba.

Lilith descubrió que estaba sonriendo, con una sonrisa no forzada, mientras sacaba más comida de los armarios. Era inevitable que alguna de la gente que Despertaba no creyese en ella, no le gustase ella, desconfiase de ella. Al menos había otros con los que podía hablar, relajarse. Si podía evitar que los escépticos se autodestruyesen, aún había esperanza.

9

Durante un tiempo, Joseph ni la habló, ni tomó comida de manos de ella. Una vez hubo comprendido esto, Lilith se sentó con él a esperar. No lo había Despertado cuando había regresado a la habitación, sino que había sellado ésta y se había echado a dormir a su lado, hasta que los movimientos de Joseph la habían despertado. Ahora estaba sentada junto a él, preocupada, pero sin sentir auténtica hostilidad hacia él. Y él no parecía resentir su presencia.

Estaba aclarando cuáles eran sus sentimientos, pensó ella. Estaba tratando de comprender lo que había pasado.

Ella había colocado varias piezas de fruta en la cama, entre ambos. Había dicho, sabiendo que él no la contestaría:

—Fue una ilusión neurosensorial. Nikanj estimula directamente los nervios, y recordamos o creamos experiencias que están de acuerdo con las sensaciones. A un nivel físico, Nikanj siente lo que nosotros sentimos. No puede leer nuestros pensamientos.

No puede hacernos daño..., a menos que él esté dispuesto a sufrir el mismo daño. —

Dudó—. Dijo que te había aumentado un poco la fuerza. Al principio tendrás que tener cuidado, y hacer ejercicio. No te harás daño con facilidad. Y, si algo te sucede, te curarás del mismo modo que lo hago yo.

Él no había hablado, ni siquiera la había mirado, pero ella sabía que le había escuchado. No había nada de ausente en él.

Se sentó a su lado, esperando, extrañamente cómoda, mordisqueando de vez en cuando una fruta. Al cabo de un tiempo, se echó hacia atrás, con los pies en el suelo, el cuerpo estirado sobre la cama. El movimiento lo atrajo.

Se volvió, la miró como si se hubiera olvidado de que estaba allá.

—Deberías levantarte —dijo—. La luz vuelve. Es por la mañana.

—Hablame —dijo ella.

Él se frotó la cabeza.

—¿No fue real? ¿Nada de ello?

—No nos tocamos el uno al otro.

Él agarró su mano y la mantuvo apretada.

—Esa cosa... lo hizo todo.

—Estimulación neural.

—¿Cómo?

—De algún modo, se conectan a nuestros sistemas nerviosos. Son más sensibles que nosotros. Cualquier cosa que nosotros sentimos un poco, ellos lo sienten mucho..., y ellos lo sienten casi antes de que nosotros seamos conscientes de ello. Esto les ayuda a no hacer nada doloroso, antes de que nos demos cuenta de que han empezado a hacerlo.

—¿Te lo habían hecho a ti antes?

Ella asintió con la cabeza.

—¿Con... otros hombres?

—Sola, o con los compañeros oankali de Nikanj.

Bruscamente, él se alzó y comenzó a caminar arriba y abajo.

—No son humanos —dijo ella.

—Entonces, ¿cómo pueden...? Sus sistemas nerviosos no pueden ser como los nuestros. ¿Cómo pueden hacernos sentir... lo que yo sentí?

—Apretando los botones electroquímicos adecuados. No diré que lo entienda. Es como un idioma para el que tienen una habilidad especial. Conocen nuestros cuerpos mejor de lo que los conocemos nosotros.

—¿Por qué les dejas... tocarte?

—Para que me hagan los cambios: la fuerza, el curarme rápido...

Él se detuvo frente a ella, la miró fijamente.

—¿Eso es todo? —exigió saber.

Ella le devolvió la mirada, viendo la acusación en sus ojos, rehusando defenderse.

—Me gustó —dijo en voz baja—. ¿A ti no?

—Si tengo algo que decir al respecto, esa cosa no volverá a tocarme nunca.

Ella no se mostró disconforme.

—¡Nunca antes noté algo como eso en toda mi vida —gritó él.

Ella se sobresaltó, pero no dijo nada.

—Si una cosa así pudiese ser embotellada, hubiera superado en ventas a cualquier droga ilegal que hubiese en el mercado.

—Esta mañana voy a Despertar a diez personas —señaló ella—. ¿Me ayudarás?

—¿Aún sigues pensando en hacer eso?

—Sí.

Él inspiró profundamente.

—Entonces adelante. —Pero no se movió. Aún seguía allí, contemplándola—. ¿Es...

como una droga? —preguntó.

—¿Quieres decir que si soy una adicta?

—Sí.

—No lo creo. Era feliz contigo. No quería a Nikanj aquí.

—Yo no lo quiero a él aquí otra vez.

—Nikanj no es un macho..., y dudo que realmente le importe lo que cualquiera de nosotros desee.

—¡No dejes que te toque! ¡Si tienes elección, mantente alejada de él!

La negativa de Joseph a aceptar el sexo de Nikanj la asustaba, porque le recordaba a Paul Titus. No quería ver a Paul Titus en Joseph.

—No es un macho, Joseph.

—¿Y qué diferencia hay en eso?

—¿Qué diferencia hay en el autoengaño? Tenemos que conocerlos por lo que son, aunque no haya paralelos humanos..., y, créeme, no los hay para los ooloi.

Se alzó, sabiendo que no le había dado la promesa que él quería, sabiendo que él recordaría su silencio. Abrió una puerta en la pared, y salió de la habitación.

10

Diez personas nuevas.

Todo el mundo estuvo ocupado, tratando de evitarles problemas y dándoles alguna idea de su situación. La mujer a la que Peter estaba ayudando se le echó a reír en la cara y le dijo que estaba loco cuando le mencionó «la posibilidad de que nuestros captores sean, de algún modo, extraterrestres».

El Despertado de Leah, un pequeño hombre rubio, se agarró a ella, se colgó, y quizá la hubiera violado allí mismo si él hubiera sido más grande o ella más pequeña. Leah le impidió que hiciera ningún daño, pero Gabriel tuvo que ayudarla a quitárselo de encima.

Leah se mostró sorprendentemente tolerante ante los esfuerzos del hombre. Parecía más divertida que irritada.

Nada de lo que la gente nueva hacía durante los primeros minutos era tomado en serio o les era tenido en cuenta. El atacante de Leah fue, simplemente, asido hasta que dejó de tratar de ir a por ella, hasta que se quedó tranquilo y comenzó a mirar a su alrededor a los muchos rostros humanos, hasta que empezó a llorar.

Se llamaba Wray Ordway y, unos días después de su Despertar, estaba durmiendo con Leah, con pleno consentimiento de ésta.

Dos días después de esto, Peter Van Weereden y seis de sus seguidores agarraron a Lilith, mientras un séptimo, Derrick Wolski, barría una docena más o menos de galletas que quedaban en uno de los armarios de la comida, y se metía dentro antes de que pudiera cerrarse.

Cuando Lilith se dio cuenta de lo que estaba haciendo Derrick, dejó de debatirse. No había necesidad de hacer daño a nadie. Los oankali se ocuparían de él.

—¿Qué es lo que cree que va a hacer? —le preguntó a Curt. Éste había colaborado en sujetarla, aunque, claro está, Celene no lo había hecho. Curt aún la sujetaba por un brazo.

La miró y se soltó de los otros. Ahora que Derrick había desaparecido de la vista, no tuvieron demasiado interés en seguirla reteniendo. Ella sabía que, si hubiera estado dispuesta a malherirlos o matarlos, no hubieran podido sujetarla. No era más fuerte que los seis juntos, pero era más fuerte que cualesquiera dos de ellos. Y era más rápida que cualquiera de ellos. Este conocimiento no era tan reconfortante como debería haberle resultado.

—¿Qué es lo que se supone que está haciendo? —repitió.

Curt soltó el brazo que ella había dejado en sus manos.

—Averiguar lo que está pasando realmente —contestó—. Hay gente que vuelve a llenar esos armarios, y nosotros vamos a averiguar quiénes son. Queremos darles una ojeada antes de que ellos estén dispuestos a dejarse ver..., antes de que estén preparados para convencernos de que son marcianos.

Ella suspiró. Le había explicado que los armarios se rellenaban automáticamente, y aquélla era una cosa más que él había decidido no creer.

—No son marcianos —dijo.

Él torció la boca en algo que no llegaba a una sonrisa.

—Lo sabía. Jamás he creído en tus cuentos de hadas.

—Vienen de otro sistema solar —explicó ella—. No sé de cuál. Y no importa: se fueron hace tanto del mismo, que ni siquiera saben si aún existe.

Él la maldijo y se dio la vuelta.

—¿Qué es lo que va a pasar ahora? —preguntó otra voz.

Lilith miró en derredor, vio a Celene, y suspiró. Donde estuviera Curt, cerca estaba Celene, temblando. Lilith los había emparejado tan bien como Nikanj la había emparejado a ella con Joseph.

—No sé —admitió—. Los oankali no dejarán que sufra daño, pero no sé si lo volverán a traer aquí.

Joseph caminó hasta ella, obviamente preocupado. Al parecer, alguien había ido hasta su habitación y le había explicado lo que estaba sucediendo.

—Todo va bien —le informó ella—. Derrick ha ido a mirar cómo son los oankali.

Se alzó de hombros ante la mueca de asombro de él.

—Espero que lo dejen volver..., o lo traigan de regreso. Esta gente va a necesitar ver las cosas por sí mismos.

—¡Pero eso podría iniciar un pánico! —le susurró él.

—No me importa. Ya se les pasará. Pero, si siguen haciendo cosas estúpidas como ésta, al final lograrán hacerse daño ellos mismos.

Derrick no fue enviado de vuelta.

Al cabo, ni siquiera Peter o Jean pusieron objeciones cuando Lilith fue hasta la pared y abrió el armario para demostrarles que Derrick no se había asfixiado dentro. Tuvo que abrir cada uno de los armarios en la zona general del que él había usado, porque la mayoría de los otros no podían localizar el específico en la amplia extensión, sin señales, de la pared. Al principio, Lilith se había asombrado de su propia habilidad para localizar cada uno, fácil e inequívocamente. Una vez los hallaba la primera vez, recordaba su distancia del suelo al techo, de la pared izquierda a la derecha. Algunos, dado que ellos no podían hacer lo mismo, hallaban sospechosa tal habilidad.

—¿Qué es lo que le ha pasado a Derrick? —exigió saber Jean Pelerin.

—Que hizo algo estúpido —contestó Lilith—, y que, mientras lo estaba haciendo, tú lo ayudaste manteniéndome retenida para que no pudiera detenerle.

Jean se echó un poco hacia atrás, habló más alto:

—¿Qué le ha pasado?

—No lo sé.

—¡Mentirosa! —El volumen aumentó de nuevo—. ¿Qué es lo que le han hecho tus amigos? ¿Lo han matado?

—Tú tienes en parte la culpa de lo que le haya pasado —dijo Lilith—, así que carga con tu propia responsabilidad.

Miró a su alrededor, a otros rostros igualmente culpables, igualmente acusadores. Jean nunca se quejaba en privado, necesitaba una audiencia.

Lilith se dio la vuelta y se fue a su habitación. Estaba a punto de cerrarse dentro cuando Tate y Joseph se le unieron. Un momento más tarde, Gabriel les siguió al interior.

Se sentó en la esquina de la mesa de Lilith y se enfrentó a ella.

—Estás perdiendo —dijo, sin tapujos.

—Vosotros estáis perdiendo —corrigió ella—. Si yo pierdo, todo el mundo pierde.

—Es por eso por lo que estamos aquí.

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