Amanecer (3 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Amanecer
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—¡Ninguna especie acordaría tal cosa!

—Sí, algunas lo han hecho. Y unas pocas de las que lo han hecho se han llevado con ellas a naves enteras de nuestra gente. Así que hemos aprendido. El suicidio en masa es una de las pocas cosas en las que habitualmente no intervenimos.

—¿Comprende lo que nos pasó?

—Entiendo lo que les pasó. Me… parece extraño. Para mí, es aterradoramente extraño.

—Sí. Yo también siento algo similar, pese a que se trata de mi pueblo. Fue algo… que estaba más allá de la misma locura.

—Alguna de la gente que recogimos había estado escondida bajo tierra, a gran profundidad. Eran los culpables de mucha de la destrucción.

—¿Aún siguen vivos?

—Algunos de ellos.

—¿Y planean ustedes mandarlos de vuelta a la Tierra?

—No.

—¿Cómo?

—Los que siguen con vida son ya muy viejos. Los hemos utilizado lentamente, aprendiendo de ellos idiomas, cultura, biología. Los Despertamos de pocos en pocos y les dejamos vivir aquí sus vidas, en partes diferentes de la nave, mientras usted dormía.

—Dormía… Jdahya, ¿cuánto tiempo he estado durmiendo?

Él avanzó a través de la habitación hasta la plataforma-mesa, puso una mano de muchos dedos encima y se impulsó hacia arriba, con las piernas pegadas al cuerpo, luego caminó fácilmente sobre sus manos hasta el centro de la plataforma. Toda la serie de movimientos fue tan fluida y natural, al tiempo que tan alienígena, que la fascinó.

De repente, ella se dio cuenta de que estaba varios pasos más cerca y se apartó de un salto. Luego, sintiéndose absolutamente estúpida, trató de regresar. Él se había doblado de un modo compacto, hasta adoptar una posición sentada de aspecto poco confortable.

Había ignorado el súbito movimiento de ella…, excepto los tentáculos de su cabeza, que se movieron, todos, hacia ella, como impulsados por un repentino viento. Pareció estar contemplándola mientras ella regresaba, centímetro a centímetro, hacia la cama. Pero,

¿puede contemplar un ser con tentáculos sensoriales en lugar de ojos?

Cuando se hubo acercado a él tanto como pudo, se detuvo y se sentó en el suelo. El quedarse donde estaba era lo más que podía hacer. Subió las rodillas hacia su pecho y las abrazó con fuerza.

—No comprendo por qué… le tengo tanto miedo —susurró—. Miedo a su aspecto, quiero decir. No es usted tan diferente. En la Tierra hay…, o había, algunas formas de vida que se parecían algo a usted.

Él no contestó.

Ella le miró con fijeza, temiendo que hubiese caído en uno de sus largos silencios.

—¿Está usted haciendo algo aquí? —preguntó—. ¿Algo que yo no conozca?

—Estoy aquí para enseñarle a estar cómoda con nosotros —contestó él—. Hasta ahora, lo está haciendo usted muy bien.

Ella no creía estar haciéndolo bien.

—¿Cómo lo han hecho los otros?

—Varios han tratado de matarme.

Ella tragó saliva. Le asombraba que hubiesen sido capaces de forzarse a tocarlo.

—¿Y qué les hizo usted?

—¿Por intentar matarme?

—No, antes…, para incitarles a intentarlo.

—No más de lo que le estoy haciendo ahora a usted.

—No comprendo. —Se obligó a mirarle—. Realmente, ¿puede usted ver?

—Muy bien.

—¿En colores? ¿En profundidad?

—Sí.

Y, sin embargo, era cierto que no tenía ojos. Ahora podía ver que sólo tenía zonas oscuras, donde los tentáculos crecían muy densos. Lo mismo ocurría con los lados de su cabeza, allá donde deberían haber estado las orejas. Y en su garganta había como unas aberturas; los tentáculos que las rodeaban no parecían tan oscuros como los otros: eran lóbregamente traslúcidos, como pálidos gusanos grises.

—De hecho —dijo—, debería darse cuenta usted de que yo puedo ver por todas partes por las que tengo tentáculos…, y que puedo ver aunque parezca no estar haciéndolo. No puedo dejar de ver.

Eso sonaba a una existencia terrible: el no ser capaz de cerrar los ojos, de hundirse en una oscuridad privada tras los propios párpados.

—¿Es que ustedes no duermen?

—Sí. Pero no del modo en que lo hacen ustedes.

De repente, ella pasó del tema del sueño de él al del sueño de ella.

—Aún no me ha dicho cuánto tiempo me han tenido dormida.

—Unos… doscientos cincuenta de sus años.

Esto era más de lo que podía asimilar de una sola vez. Estuvo tanto tiempo sin decir nada, que fue él quien rompió el silencio.

—Cuando fue Despertada por primera vez, algo fue mal. Me lo han contado distintas personas. Alguien la trató de mala manera…, la infravaloró. Usted es similar a nosotros en algunas cosas, pero creyeron que era como sus militares, los que estaban escondidos bajo el suelo. Ellos también se negaron a hablarnos. Al principio. Tras ese primer error, la dejaron dormir durante unos cincuenta años.

Gusanos o no, se arrastró hasta la cama y se recostó contra el borde de la misma.

—Siempre pensé que mis Despertares podían estar a varios años de distancia unos de los otros, pero en realidad no lo creía.

—Le pasaba a usted lo que a su mundo: necesitaba tiempo para curarse. Y nosotros necesitábamos tiempo para aprender más acerca de su gente. —Hizo una pausa—.

Cuando alguna de su gente se mató, no supimos qué pensar. Algunos pensamos que era a causa de que habían sido dejados fuera del suicidio en masa…, que, simplemente, lo que querían era terminar con las muertes. Otros dijeron que era porque los manteníamos aislados. Empezamos a poner dos o más juntos, y muchos se hirieron entre sí. El aislamiento nos costaba menos vidas.

Esas últimas palabras despertaron en ella un recuerdo:

—Jdahya… —dijo.

Los tentáculos que caían por los lados de la cara del ser ondularon, y por un momento parecieron como unos enormes bigotes negros.

—En un cierto momento pusieron conmigo a un pequeño. Su nombre era Sharad.

¿Qué pasó con él?

Durante un instante él no dijo nada. Luego, sus tentáculos se tendieron hacia arriba.

Alguien le habló desde el techo en el modo usual y con una voz muy parecida a la suya, pero esta vez en un idioma extraño, ondulado y rápido.

—Mi familiar lo averiguará —dijo luego—. Lo más probable es que Sharad esté bien, aunque quizá ya no sea un niño.

—¿Han dejado que los niños crezcan y se hagan viejos?

—Sí. A unos pocos. Pero han vivido entre nosotros. No los hemos aislado.

—No deberían de habernos aislado a ninguno, a menos que su objetivo fuera volvernos locos. Conmigo casi lo lograron en más de una ocasión. Los humanos nos necesitamos los unos a los otros.

Los tentáculos se estremecieron de un modo repulsivo.

—Lo sabemos. A mí no me hubiera gustado el sufrir tanta soledad como la que usted ha soportado. Pero no teníamos la habilidad de reunir a los humanos en grupos que fueran convenientes.

—Pero, Sharad y yo…

—Quizá él tuviera padres, Lilith.

Alguien habló desde arriba, esta vez en inglés:

—El chico tiene padres y una hermana. Duerme con ellos, y aún es muy joven. —Hubo una pausa—. Lilith, ¿en qué idioma hablaba?

—No lo sé. O era demasiado pequeño para explicármelo, o bien lo intentó y yo no le entendí. Creo que debía de ser de las Antillas…, no sé si esto le servirá de algo.

—Otros lo saben. Yo sólo sentía curiosidad.

—¿Está seguro de que se encuentra bien?

—Está bien.

Esto la tranquilizó, pero de inmediato cuestionó esa emoción. ¿Por qué debía tranquilizarla una voz anónima que le decía que todo estaba bien?

—¿Podré verle?—preguntó.

—¿Jdahya?—inquirió la voz.

Jdahya se volvió hacia ella:

—Lo podrá ver cuando pueda caminar entre nosotros sin sentir pánico. Ésta es su última habitación de aislamiento. En cuanto esté dispuesta, la sacaré fuera.

3

Jdahya no la dejaba sola. Por mucho que odiase su confinamiento en solitario, ansiaba librarse de él. Se quedó un tiempo callado, y ella se preguntó si estaría durmiendo..., en el grado en que él durmiese. Por su parte, se recostó, preguntándose si, con él allí, podría relajarse lo bastante como para dormir ella. Sería como irse a dormir sabiendo que hay una serpiente de cascabel en la habitación, sabiendo que una podía despertarse y hallarla en la cama.

No podía quedarse dormida dándole la cara. Y, sin embargo, no podía estar demasiado rato dándole la espalda. Cada vez que daba una cabezada, se despertaba con un sobresalto y miraba si se le había acercado. Esto la dejó exhausta, pero no podía evitarlo.

Lo que es peor, cada vez que ella se movía, los tentáculos de él se movían también, irguiéndose cansinamente en su dirección, como si estuviera durmiendo con los ojos abiertos..., que era sin duda lo que estaba haciendo.

Dolorosamente cansada, doliéndole la cabeza, con el estómago revuelto, bajó de la cama y se tendió junto a la misma, en el suelo. Ahora no podía verle, se volviese hacia donde se volviese. Sólo podía ver la plataforma junto a ella y las paredes. Él ya no formaba parte de su mundo.

—No, Lilith —dijo él, cuando ella cerraba los ojos.

Hizo como si no le oyese.

—Échese en la cama—insistió él—, o en el suelo, pero de este lado. No ahí.

Siguió echada, rígida y silenciosa.

—Si se queda donde está, yo me echaré en la cama.

Eso lo pondría prácticamente encima de ella..., demasiado cerca y en un plano superior, Medusa atisbando desde arriba.

Se alzó y prácticamente se dejó sobre la cama, maldiciéndole y, en su humillación, sollozando un poco. Al fin se quedó dormida. Su cuerpo, simplemente, ya había tenido bastante.

Se despertó de modo abrupto, y giró sobre sí misma para mirarle. Seguía en la plataforma, con su posición apenas cambiada. Cuando los tentáculos de su cabeza se volvieron en dirección a ella, se alzó y corrió al baño. Él la dejó permanecer escondida allí durante un tiempo, la dejó que se lavase en privado y que se hundiese en la autocompasión y el autodesprecio. Ella no podía recordar haber estado nunca tan constantemente asustada, con el control de sus emociones tan perdido. Jdahya no había hecho nada, pero ella estaba aterrada.

Cuando la llamó, inspiró profundamente y salió del baño.

—Esto no está funcionando —dijo, con aire miserable—. Limítese a dejarme en la Tierra con los otros humanos. No puedo hacer esto.

Él la ignoró.

Al cabo de un tiempo, ella habló de otro tema.

—Tengo una cicatriz —comentó, tocándose el abdomen—. No la tenía cuando salí de la Tierra. ¿Qué es lo que me hizo su gente?

—Tenía un crecimiento —contestó él—. Un cáncer. Nos libramos de él. De lo contrario, la habría matado.

Se quedó helada. Su madre había muerto de cáncer. Dos de sus tías lo habían tenido también, y a su abuela la habían operado tres veces de lo mismo. Claro que todos estaban ahora muertos, asesinados por la locura de alguien. Pero, aparentemente, continuaba la tradición familiar.

—¿Qué más perdí con ese cáncer?

—Nada.

—¿Ni unos palmos de intestinos? ¿O los ovarios? ¿El útero?

—Nada. Mi pariente se ocupó de usted. No perdió nada que pudiese desear conservar.

—¿Su pariente es quien... me hizo la cirugía?

—Sí. Con interés y cuidado. Teníamos una doctora humana con nosotros, pero para entonces ya estaba vieja, muriéndose. Se limitó a mirar y comentar lo que mi pariente estaba haciendo.

—¿Y cómo podía él saber lo bastante como para hacer algo por mí? La anatomía humana debe de ser absolutamente diferente de la de ustedes.

—Mi pariente no es ni macho... ni hembra. El nombre que le damos a su sexo es ooloi.

Él comprende el cuerpo de ustedes, porque es un ooloi. En la Tierra había un gran número de seres humanos muertos o moribundos que estudiar. Nuestros ooloi lograron comprender lo que era normal y lo que era anormal, posible o imposible, en el cuerpo humano. Y los ooloi que fueron al planeta les enseñaron eso a los que se quedaron aquí.

Mi pariente ha estudiado al pueblo de usted durante la mayor parte de su vida.

—¿Cómo estudian los ooloi? —Imaginó humanos moribundos metidos en jaulas, mientras cada uno de sus gemidos o contorsiones era cuidadosamente estudiado.

Imaginó la disección de cuerpos, tanto de vivos como de muertos. Imaginó enfermedades curables que eran dejadas seguir su maligno curso, con el fin de que los ooloi aprendiesen.

—Observan. Tienen órganos especiales para su tipo de observación. Mi pariente la examinó, estudió unas cuantas de sus células corporales normales, las comparó con lo que había aprendido de otros humanos muy parecidos a usted, y dijo que no sólo tenía usted un cáncer, sino todo un talento para el cáncer.

—Yo no lo llamaría un talento..., una maldición, quizá. Pero, ¿cómo puede saber de eso su pariente, únicamente... observando?

—Quizá sería mejor emplear la palabra percibiendo —dijo él—. En ello interviene mucho más que la simple vista. Él sabe todo lo que puede ser aprendido de usted a partir de sus genes. Y, ahora, ya sabe su historial médico y mucho acerca del modo en que usted piensa. Ha tomado parte en las pruebas que se le han hecho.

—¿Sí? Pues quizás eso no pueda perdonárselo. Pero, escuche, no entiendo cómo pudo operar un cáncer sin..., bueno, sin infligir daños a cualquiera que fuese el órgano en el que estuviese creciendo.

—Mi pariente no le operó el cáncer. Ni siquiera la habría abierto. Pero quería observar al cáncer directamente, con todos sus sentidos. Cuando hubo terminado, indujo a su cuerpo a que reabsorbiese ese cáncer.

—¿In... indujo a mi cuerpo a que reabsorbiese el... el cáncer?

—Sí, mi pariente le dio a su cuerpo una especie de orden química.

—¿Es así como curan ustedes el cáncer?

—Nosotros no lo sufrimos.

Lilith suspiró.

—Me gustaría que nosotros tampoco lo sufriésemos. El cáncer hizo de la existencia de mi familia un auténtico infierno.

—Ya no le hará más daño. Mi pariente dice que es una cosa bonita, pero simple de prevenir.

—¿Bonita?

—A veces, percibe las cosas de un modo diferente al de ustedes. Aquí hay comida, Lilith. ¿Tiene hambre?

Dio un paso hacia él, tendió la mano para tomar el bol, y entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se quedó helada, pero consiguió no echarse hacia atrás de un salto. Tras unos segundos, avanzó unos centímetros hacia él. No podía hacerlo con rapidez: agarrar la comida de un manotazo y correr. No podía hacerlo de ningún modo. Se obligó a avanzar lenta, muy lentamente.

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