Authors: Fredric Brown
El hombre es una broma, un bufón, un parásito. No es nada; aún será menos.
«Ven y enloquece»
Salió nuevamente de la cama; empezó a andar. Salió del cubículo, atravesó la sala, llegó a la puerta que daba al pasillo; una delgada rendija de luz se veía debajo de ella. Pero, esta vez, no alargó la mano hacia el pomo. En cambio, permaneció inmóvil frente a la puerta, y ésta empezó a brillar; lentamente, se fue iluminando y se hizo visible.
Como iluminada por una invisible linterna, la puerta se convirtió en un visible rectángulo en la oscuridad circundante; tan claramente visible como la rendija que se veía debajo.
La voz dijo:
—Ahí tiene una célula de su soberano, una célula que no es inteligente, por sí misma, pero que forma parte de una unidad inteligente, una del billón de unidades que constituyen la inteligencia que gobierna la Tierra... y a usted. También es una del millón de inteligencias que gobiernan el universo.
—¿La puerta? No...
La voz no contestó; se había retirado, pero en su mente estaba el eco de una silenciosa carcajada.
Se acercó un poco más y vio lo que tenía que ver. Una hormiga subía lentamente por la puerta.
La siguió con los ojos, mientras un creciente horror le dominaba, le invadía totalmente. Un centenar de cosas que le habían dicho y mostrado cobraban repentinamente sentido, un sentido hecho de espantoso horror. Los negros, los blancos, y rojos; las hormigas negras, las hormigas blancas, las hormigas rojas, los que jugaban con los hombres, los lóbulos separados de un solo cerebro, la inteligencia que era una. El hombre como accidente, parásito, peón; un millón de planetas en el universo, habitados por una raza de insectos que era la única inteligencia del planeta... y todas las inteligencias reunidas constituían la única inteligencia cósmica que era... ¡Dios!
Fue incapaz de articular esta única palabra.
Se volvió loco.
Golpeó la puerta, sumida otra vez en la oscuridad, con sus manos recubiertas de sangre, con las rodillas, la cara, todo su cuerpo, a pesar de que ya se había olvidado de la razón, ya se había olvidado de lo que quería aplastar.
Estaba loco —demencia precoz, no paranoia— cuando aliviaron su cuerpo al ponerle una camisa de fuerza, lo aliviaron del frenesí a la quietud.
Era una locura tranquila —paranoia, no demencia precoz— cuando le dieron de alta al cabo de once meses.
La paranoia es una enfermedad muy peculiar; no tiene síntomas físicos, es la presencia de una idea fija. Una serie de choques de metrazol curaron su demencia precoz y sólo le dejaron la idea fija de que era George Vine, periodista.
Los médicos del manicomio también creían que lo era, así que su manía no fue reconocida como tal y le dejaron marchar, entregándole un certificado que demostraba su completa recuperación.
Se casó con Clare; sigue trabajando en el Blade... para un hombre llamado Candler. Sigue jugando al ajedrez con su primo, Charlie Doerr. Sigue viendo —para someterse a revisiones periódicas— al doctor Irving y al doctor Randolph.
¿Cuál de ellos sonríe interiormente? ¿De qué les serviría saberlo?
No importa. ¿No lo comprenden? ¡Nada importa!
FIN
[1]
En inglés «cero» se expresa a menudo como «nada» —
nothing
—, y
Sirius
—Sirio— suena exactamente igual que
serious
—serio—; de ahí el juego de palabras: Sirius 0 se convierte en
Nothing Sirius
, nada serio.