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Authors: Fredric Brown

Amo del espacio (23 page)

BOOK: Amo del espacio
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—¡Vaya, vaya! —exclamó el profesor—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Minnie? ¿Es Minnie que ha venido en busca de Mitkey?

El profesor no era biólogo, pero resultó estar en lo cierto. Era Minnie. Mejor dicho, era la compañera de Mitkey, así que el nombre no podía ser más apropiado. ¿Qué extrañas circunstancias la habían inducido a entrar en una trampa sin cebo? El profesor no lo sabía ni le importaba, pero se mostró encantado. Se apresuró a remediar la falta de cebo introduciendo un gran trozo de queso a través de los barrotes.

Así fue como Minnie ocupó el lugar de su cónyuge como oyente de las confidencias del profesor.

—Era imposible saber si experimentó alguna inquietud por su familia, pero no tenía por qué hacerlo.

—Sus ratoncitos ya eran bastante mayores para desenvolverse por sí solos, particularmente en una casa que ofrecía abundantes escondites y un fácil acceso al frigorífico.

—Ah, Minnie, ahorra ya ha oscurrecido lo suficiente barra buscarr a tu esboso. Verremos su avance porr der cielo. Es cierrto, Minnie, der rrastro que deja es muy bequeño y los astrrónomos no se fijarrán en él, borrque no saben dónde deben mirrar. Perro nosotrros, sí.

»Se converrtirrá en un rratón muy famoso, Minnie, cuando inforrmemos al mundo acerrca de él y mein cohete. Verrás, Minnie, aún no les hemos dicho nada. Esberrarremos hasta boderr contarrles toda la historria de una vez. Mañana al amanecerr, les...

»¡Ah, aquí está, Minnie! Se ve boco, berro se ve. Te acerrcarría a der telescobio barra que mirrarras, berro no está enfocado barra tus ojos, und no sé cómo iba a...

»Casi ciento cincuenta mil kilómetrros, Minnie, und sigue aumentando de velocidad, berro no borr mucho tiembo. Nuestrro Mitkey sigue der horrarrio brevisto; de hecho va más rrápido de lo que bensábamos, ¿no? ¡Ya es segurro que escabarrá de lo que bensábamos, ¿no? ¡Ya es segurro que escabarrá a la grravitación de la Tierra, y caerrá sobrre la Luna!

Naturalmente, fue una simple coincidencia que Minnie chillara.

—Ah, sí, Minnie, bequeña Minnie. Lo sé, lo sé. Nunca volverremos a verr a nuestrro amigo Mitkey, und casi desearría que nuestrro egsperrimento hubiese frracasado. Berro hay combensaciones, Minnie. Serrá der más famoso de todos der rratones. ¡Der Rratón Estelarr! ¡Der prrimerra crriaturra viviente que ha salido de der atrragción grravitacional de la Tierra!

La noche fue larga. Ocasionalmente, espesas nubes oscurecían la visión.

—Minnie, te instalarré más cómodamente que en esa jaula tan bequeña. ¿Verrdad que te gustarría parrecerr librre, sin barrotes, como der animales de der zoológicos modernos, que tienen fosos a su alrrededorr?

De modo que, a fin de no permanecer inactivo durante una hora en que una nube oscureció el cielo, el Herr Professor hizo una nueva casa para Minnie. Era el fondo de una caja de embalaje, de un centímetro de espesor y treinta centímetros de lado, apoyada sobre la mesa y desprovista de barreras visibles en torno a ella.

Pero cubrió la parte superior con chapas de metal en los bordes, y colocó la caja sobre otra más grande que también tenía un borde de chapa metálica en torno a la isla que constituía el hogar de Minnie. Y alambres procedentes de las dos zonas de chapas metálicas hasta terminales opuestos de un pequeño transformador que colocó junto a ella.

—Y ahorra, Minnie, te meterré en tu isla, que estarrá literralmente abarrotada de queso y agua, y tú misma comprrobarrás que es un sitio egscelente para vivirr. Perro rrecibirrás una ligerra descarrga cuando intentes salirr de los limites de la isla. No te dolerrá demasiado, perro no te gustarrá, y después de unas cuantas veces no volverrás a intentarrlo, ¿no? Y...

Otra noche.

Minnie era feliz en su isla, una vez aprendida la lección. Ya no volvería a pisar la tira interna de chapa metálica. Sin embargo, la isla parecía un verdadero paraíso ratonil. Había una montaña de queso mucho mayor que la propia Minnie. Esto la mantenía ocupada. Una rata y queso; no tardaría en producirse la transmutación de una cosa en otra.

Pero el profesor Oberburger no pensaba en eso. El profesor estaba preocupado. Cuando hubo calculado y repasado y enfocado su reflector de veinte centímetros a través del agujero del tejado y apagado las luces...

Sí, ciertamente, ser soltero tenía sus ventajas. Si uno quiere hacer un agujero en el tejado, hace un agujero en el tejado y no hay quien te diga que estás loco. Si empieza a hacer frío, o llueve, siempre se puede llamar a un carpintero o instalar una lona.

Pero el ligero rastro luminoso había desaparecido. El profesor frunció el ceño, repasó sus cálculos una y otra vez y movió el telescopio tres décimas de segundo, pero no consiguió localizar el cohete.

—Minnie, algo va mal. O der tubos han dejado de funcionarr o...

O el cohete se había desviado de la línea recta que debía seguir con respecto a su punto de partida. Por recta, naturalmente, queremos decir parabólicamente curvada en relación a todo lo que no sea la velocidad.

Así que el profesor hizo lo único que le quedaba por hacer, y empezó a buscar, con el telescopio, en círculos cada vez más amplios. No habían transcurrido dos horas cuando lo encontró, cinco grados desviado de su curso y desviándose progresivamente hacia...

El maldito cohete se movía en círculos, círculos que parecían constituir una órbita en torno a algo que no podía estar allí. Después, los círculos se hicieron más pequeños hasta formar una espiral concéntrica.

Después..., nada. Desapareció. Oscuridad. Ninguna otra señal luminosa del cohete.

El profesor estaba pálido cuando se volvió hacia Minnie.

—Es imbosible, Minnie. Lo he visto con mein brobios ojos, berro no buede serr. Aunque uno de los lados se hubierra abagado, no bodrría haberr empezado a descrribirr esos cirrculos. —Su lápiz verificó una sospecha—. Y, Minine, ha decelerrado más rrápidamente de lo norrmal. Aunque los tubos no funcionarran, su impulso habrría sido más...

El resto de la noche, telescopio y cálculos, no le proporcionó ninguna pista. Es decir, ninguna pista creíble. Una fuerza ajena al cohete en sí había entrado en acción.

—Mein bobre Mitkey.

La gris e inescrutable aurora.

—Mein Minnie, tendrremos que mantenerrlo en secrreto. No nos atrreverremos a contarr lo que hemos visto, borrque nadie nos creerría. Ni yo mismo estoy segurro de crrerrlo, Minnie. Quizá es que estoy agotado de no dorrmirr. Debo habérrmelo imaginado...

Más tarde.

—Berro, Minnie, debemos confiarr. Estaba a doscientos mil kilómetrros. Volverrá a caerr sobrre la Tierra. ¡Berro no sé dónde! Bensé que en este caso, bodrría calcularr su currso, y... Berro desbués de esos círrculos concéntrricos... Minnie, ni el brobio Einstein sería capaz de calcularr dónde aterrizarrá. Ni siquierra yo. Lo único que nos queda es confiarr en enterrarrnos de dónde cae.

Un día nublado. Una noche negra, celosa de sus misterios.

—Minnie, ¡nuestrro bobrre Mitkey! No hay nada que bueda haberrle atrraído...

Pero sí que lo había.

Prxl.

Prxl es un asteroide. Su nombre no se debe a los astrónomos de la Tierra, porque —por excelentes razones— no lo han descubierto. Así que lo llamaremos por la transliteración más aproximada posible del nombre que usan sus habitantes. Sí, está habitado.

Puestos a pensar en ello, la tentativa realizada por el profesor Oberburger para enviar un cohete a la Luna tuvo algunos extraños resultados. O, mejor dicho, Prxl fue la causa.

Nadie creería que un asteroide puede reformar a un borracho, ¿verdad? Pero un tal Charles Winslow, un embrutecido ciudadano de Bridgeport, Connecticut, jamás volvió a probar una gota de alcohol, desde el día en que —en plena calle Grove— un ratón le preguntó cuál era la carretera de Hartford. El ratón llevaba pantalones rojos y guantes amarillos...

Pero esto sucedió quince meses después de que el profesor perdiera su cohete. Será mejor empezar por el principio.

Prxl es un asteroide. Uno de esos despreciados cuerpos celestes que los astrónomos de la Tierra llaman sabandijas del cielo, porque dichos objetos dejan en las láminas sus rastros, que obstruyen las observaciones de novas y nebulosas más importantes. Cincuenta mil pulgas en el oscuro cielo de la noche.

Objetos minúsculos, la mayor parte. Los astrónomos han descubierto recientemente que algunos de ellos se aproximan a la Tierra. Se aproximan de una forma asombrosa. En 1932 se produjo un gran revuelo cuando Amor llegó a quince millones de kilómetros —astronómicamente, una distancia muy pequeña—. Después, Apolo redujo esta cifra a la mitad y, en 1936, Adonis llegó a menos de dos millones de kilómetros. En 1937, Hermes llegó a menos de un millón, pero los astrónomos no se excitaron verdaderamente hasta haber calculado su órbita y descubierto que el pequeño asteroide puede acercarse hasta una distancia de 330.000 kilómetros, y situarse en un punto más cercano de la Tierra que la misma Luna.

Algún día pueden excitarse mucho más, si localizan el asteroide Prxl, ese obstáculo del espacio, y descubren que llega frecuentemente a sólo unos ciento cincuenta mil kilómetros de nuestro mundo.

Sin embargo, no pueden descubrirlo más que con ocasión de un tránsito, pues Prxl no refleja la luz. Así ha sucedido durante varios millones de años, desde que sus habitantes lo revistieron con un pigmento negro que absorbe la luz. Una labor realmente monumental, ésta de pintar un mundo, para unas criaturas que miden un centímetro de estatura. Pero valió la pena, en aquella época. Cuando cambiaron su órbita, se encontraron a salvo de sus enemigos. En aquellos días había gigantes: crueles piratas de casi dos metros de estatura procedentes de Deimos. También llegaron a la Tierra un par de veces; antes de que desaparecieran de la escena. Gigantes que mataban porque les gustaba. Los informes de las ciudades, ahora enterradas, de Deimos podrían explicar lo que ocurrió con los dinosaurios. Y por qué los prometedores hombres de Cromagnón desaparecieron sólo unos pocos minutos cósmicos después de que los dinosaurios se trasladaran hacia el oeste.

Pero Prxl sobrevivió. Era un mundo diminuto que ya no reflejaba los rayos solares, y que despistó a los asesinos cósmicos al cambiar su órbita.

Prxl. Civilizado todavía, con una civilización que databa de varios millones de años atrás. Su capa de color negro se conservaba y renovaba regularmente, más por tradición que por temor a posibles enemigos en estos últimos días tan degenerados. Una civilización poderosa pero estancada, que aún se mantiene en un mundo que avanza con la misma rapidez que una bala.

Y el ratón Mitkey.

Klanloth, el primer científico de una raza de científicos, tocó a su ayudante, Bemj, en lo que habría sido el hombro de Bemj si éste hubiera tenido uno.

—Mira —le dijo—, algo se aproxima a Prxl. Evidentemente, se trata de un objeto propulsado artificialmente.

Bemj dirigió su mirada hacia la visiplaca y después lanzó una onda telepática hacia el mecanismo, que incrementó la ampliación mil veces gracias a una alteración de los campos electrónicos. La imagen dio un salto, se desdibujó, y finalmente se estabilizó.

—Fabricado —dijo Bemj—. Extremadamente tosco, debo afirmar. Un primitivo cohete a reacción. Espera, comprobaré de dónde procede.

Reunió los datos de los cuadrantes que rodeaban la visiplaca y los lanzó como pensamientos contra la psicobobina de la computadora, esperando que la más complicada de todas las máquinas dirigiese todos los factores y preparase la respuesta. Después, ansiosamente, puso su mente en contacto con el proyector. Klarloth escuchaba de igual modo la silenciosa transmisión.

El punto exacto de la Tierra y la hora exacta de partida. Intraducible expresión de la curva de trayectoria, y desviación de esa curva al ser atraída por el campo gravitacional de Prxl. El destino —o mejor dicho, el destino previsto inicialmente— del cohete era obvio. La Luna de la Tierra. Hora y lugar de llegada a Prxl si el curso actual del cohete no cambiaba.

Bemj asintió.

—Catapultas. Arcos y flechas: Han dado un gran paso adelante desde entonces, aunque esto sólo sea un cohete muy primitivo. ¿Lo destruimos antes de que llegue?

Klanloth meneó pensativamente la cabeza.

—Le echaremos un vistazo. Quizá eso pueda ahorrarnos un viaje a la Tierra; juzgaremos bastante bien su presente estado de desarrollo por el cohete en sí.

—Pero, entonces, tendremos que...

—Naturalmente. Llama a la Estación. Diles que enfoquen los atractorrepulsores sobre él y que lo hagan girar en una órbita provisional hasta que tengan preparado un soporte de desembarco. Que no olviden inutilizar los explosivos con agua antes de bajarlo.

—¿Un campo de fuerza temporal alrededor del punto designado para el aterrizaje.., por si acaso?

—Naturalmente.

Así fue como, a pesar de la casi total ausencia de atmósfera en la que las hélices podían haber funcionado, el cohete se posó sin novedad y tan suavemente que Mitkey, en el oscuro compartimiento, sólo se dio cuenta de que el ruido había cesado.

Mitkey se sintió mejor. Comió algo más del queso con el que el compartimiento estaba liberalmente provisto. Después siguió tratando de hacer un agujero con los dientes en la madera de treinta centímetros de espesor con la que el compartimiento estaba revestido. Ese revestimiento de madera fue una buena idea del Herr Profesor respecto al bienestar mental de Mitkey. Comprendió que Mitkey trataría de abrir un agujero para escapar, lo cual le mantendría suficientemente ocupado en ruta para no lanzar sus estridentes chillidos. La idea dio resultado; al estar ocupado, Mitkey no había sufrido durante su oscuro encierro. Y ahora que reinaba el silencio, roía más industriosa y felizmente que nunca, sin saber que cuando hubiese atravesado la madera, tropezaría con una lámina de metal que no podría roer. Pero gente mejor que Mitkey ha tropezado con cosas tanto o más difíciles de roer.

Mientras tanto, Klarloth y Bemj, rodeados por varios miles de prxlianos, tenían los ojos levantados hacia el gigantesco cohete que, incluso tendido de costado, se elevaba muy por encima de su cabeza. Algunos de los más jóvenes, olvidándose del campo de fuerza invisible, se acercaron demasiado para regresar casi en seguida, frotándose tristemente la cabeza.

El propio Klarloth se hallaba frente al psicógrafo.

—Dentro del cohete hay vida —dijo a Bemj—, pero las impresiones son confusas. Es una criatura, pero no puedo seguir sus procesos mentales. En este momento da la impresión de estar haciendo algo con los dientes.

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