En sus expediciones para recoger hierbas recorrían pequeñas carreteras rurales, y a medida que el crepúsculo se extendía por el cielo y el humo de las cocinas cercanas iba ascendiendo hacia el cielo, Jingqiu se acordaba de su época en Aldea Occidental y de la primera vez que vio a Mayor Tercero. Una desconcertante tristeza nacía en su pecho, y le entraban ganas de llorar. Esas noches, cuando llegaba a casa, se enterraba debajo de la colcha, abría el bolsillo secreto de su chaqueta, sacaba la carta de Mayor Tercero cosida en el interior y la leía una y otra vez. En realidad lo único que quería era ver la letra, pues el contenido hacía mucho que se lo sabía de memoria. Siempre le había gustado su letra, era especial, sobre todo cuando escribía su nombre. Escribía el «xin» de Sun Jianxin —que significaba nuevo— con dos enérgicos trazos. Jingqiu seguía el trazo de aquellas líneas, copiaba fragmentos de la historia de la aldea que él le había ayudado a escribir, hasta que consiguió un parecido exacto.
Había una canción popular llamada «Yo leo los libros del presidente Mao», que decía:
Los libros del presidente Mao, los que más quiero,
miles de veces los he leído, miles;
su hondo razonamiento, mi atenta lectura, ¡cómo me inflama!
Así como la tierra seca bebe un chaparrón oportuno
y los brotes jóvenes se envuelven en perlas de lluvia,
el pensamiento de Mao me arma, ¡ya lo creo!,
con la fuerza para hacer la revolución.
Supuestamente, había un interludio musical entre las estrofas, pero como generalmente la gente cantaba sin acompañamiento, lo que hacían era canturrear la melodía: «la-do-la-do-lai-lai».
Anteriormente, Jingqiu había cantado la canción como un monje que recita las escrituras, sin poner el alma, pero ahora, mientras leía la carta de Mayor Tercero, por fin comprendía la sensación que describía la canción. Naturalmente, Jingqiu sabía que comparar a Mayor Tercero con su gran líder era algo extremadamente reaccionario, pero cuanto más leía su carta, más adoraba leerla. Poco a poco acabó comprendiendo que él también tenía un hondo razonamiento, y que eso le inspiraba.
Cuando Mayor Tercero decía que ella debía creer que «Si el cielo me creó, debo ser de utilidad», estaba diciendo que Jingqiu tenía talento, y que tener talento era algo bueno. Siempre que alguien le decía que tenía talento se ponía muy nerviosa, pues «tienes talento» también podría significar «te estás centrando en cuestiones técnicas y apolíticas», y ser «técnico» era lo contrario de ser «rojo». Según la sabiduría de la época, cuando los satélites asciendan al cielo, la bandera roja caerá a la tierra, con lo que los «técnicos» y su saber tenían que ser derrocados.
La carta de Mayor Tercero la consoló. Su frase preferida era «si alguna vez me las quieres contar, por favor, hazlo». No había pensado mucho en ella la primera vez que leyó la carta, pero se daba cuenta de que significaba que él quería que Jingqiu le contara sus razones, que estaba esperando a que se las contara.
Se moría de ganas de ir a Aldea Occidental para volver a ver el espino. A lo mejor se encontraría con Mayor Tercero en la casa de la tía. A lo mejor vendría conmigo y le contaría la razón por la que estoy enfadada, y él se explicaría y me diría que no está prometido, que Yumin se equivocaba. Pero gastarse cinco o seis yuanes en un billete de autobús para ver un espino era algo que ni se podía plantear. Y encima tampoco tenía tiempo. Y, además, todo indicaba que él había consentido en casarse con la hija del jefe de su padre. Y le había dado la mano a la chica.
Un domingo de finales de mayo, cuando ya hacía buen tiempo, Jingqiu se levantó más temprano de lo habitual para lavar las sábanas de la familia antes de la clase de acupuntura de la tarde con el señor Zheng. Justo cuando abrió la puerta, vio a algunos muchachos que se alejaban a toda prisa de la casa. No se molestó en perseguirlos, pues no tenían nada digno de robar ni de romper. Le echó un vistazo a un viejo pupitre que tenían fuera y le sorprendió ver una botella de cristal dentro de la cual había un ramo de flores de un vivísimo rojo con hojas verdes. Habían volcado la botella y el agua caía sobre la mesa. Habían arrancado una flor del recipiente y la habían tirado al suelo. Debía de haber sido uno de aquellos chavales. Probablemente iban a coger la flor cuando ella abrió la puerta.
¿Eran flores de espino? Había visto flores de melocotonero, flores de ciruelo, azaleas, pero aquellas no se parecían a las que conocía. Eran de un color parecido a la lana que había comprado Mayor Tercero, así que debían de ser flores de espino. Eso significaba que las había traído aquel mismo día. A lo mejor había estado esperando que ella regresara a Aldea Occidental para ver las flores de espino y, como no había aparecido, había cogido unas cuantas y se las había llevado a casa. ¿Pero cómo sabía dónde vivía? Siempre hay un camino, había dicho él el día que se conocieron. Lo más probable era que Mayor Tercero hubiera servido en misiones de reconocimiento anteriormente, se dijo Jingqiu.
El corazón le palpitaba con fuerza. Cogió la botella y la llenó de agua, volvió a colocar las flores y las depositó sobre la mesita que había junto a su cama. Se las quedó mirando, extasiada: se acuerda de mí, se acuerda de cuánto quería ver las flores del espino. Ha recorrido todo este camino por mí. Pero entonces se dijo: ¿ha dejado una nota junto a las flores? ¿Dejaría las flores ahí y se iría sin decir nada? Si había dejado una carta, ¿dónde estaba?
La zona que había delante de la puerta era como una calle principal ajetreada, la más concurrida de todo el recinto. En la escuela solo había dos sitios de donde sacar agua, y ambos estaban ubicados junto a la casa de Jingqiu. Además, la puerta trasera del comedor de la escuela quedaba justo delante. Todo el que quería lavarse o entrar en el comedor tenía que pasar por aquel sitio, y todo aquel que quisiera utilizar los grifos para lavarse la ropa y las verduras o llenar botellas veía la mesa que había delante de la puerta.
Le entró miedo al recordar algo ocurrido unos años antes. En la escuela primaria tenía un compañero de clase llamado Zhang Keshu. Tenía la piel oscura y era larguirucho, pero también un estudiante inteligente. Los padres de Zhang Keshu trabajaban en los astilleros de Yichang, y su madre era también un cuadro de bajo rango. Posteriormente el astillero montó su propia escuela para los hijos de los trabajadores, y a partir de entonces Zhang Keshu y Jingqiu dejaron de estar en la misma clase. No recordaba exactamente cuándo empezó todo, pero Keshu había comenzado a escribirle cartas de amor. Keshu escribía bien —sus cartas eran claras y sucintas—, pero por alguna razón Jingqiu no lo soportaba. Le advirtió varias veces, pero Keshu no le hizo caso, al menos a juzgar por sus ininterrumpidas cartas.
Un día Keshu dejó una carta dentro de un zapato viejo delante de la puerta de Jingqiu. Debía de haberse levantado muy temprano, antes de que empezaran las clases, cuando en casa de Jingqiu todavía dormían todos. El vecino de al lado, Yan Chang, se levantó antes que ellos y vio la carta, y, sin pararse a pensar si tenía derecho a hacerlo, la abrió y se puso a leerla. La carta se iniciaba comentando las excelentes circunstancias internacionales y nacionales por las que pasaba China, y luego abordaba las afortunadas condiciones de su provincia y de la ciudad y de los que estaban en su escuela y en su clase. Aquellos pensamientos ocupaban dos o tres páginas, pero así era como la gente escribía en aquella época, y no había manera de pasar por alto aquellas formalidades. Era solo al final de la carta donde Keshu expresaba lo mucho que admiraba y respetaba el talento de Jingqiu, tal como haría una persona inteligente con otra persona inteligente, tal como un héroe reconoce el heroísmo en un compañero. Y al final no se olvidaba de pedirle a Jingqiu si quería ser su novia.
Incluso un personaje como el señor Yan se daba cuenta de que Jingqiu no era en absoluto responsable de aquel asunto, así que le pasó la carta a la madre de Jingqiu, aleccionándola para que tuviera una buena charla con su hija acerca de la importancia de estudiar y no ser despreocupada. El señor Yan también proclamó su éxito en público, afirmando que era una suerte que hubiera visto la carta primero, pues de haberla descubierto otra persona quién sabe qué chismorreos se hubieran propagado.
Aquel asunto aterró mortalmente a la madre de Jingqiu, que inevitablemente siguió repitiendo su mantra, un desliz abre todo un camino de penalidades. Jingqiu odiaba a Keshu por sus actos, pero no estaba especialmente preocupada, pues no podían acusarla de nada. Tenía la conciencia tranquila. Nunca había hablado con él, y mucho menos hecho nada con él.
En el caso de Mayor Tercero, Jingqiu no encontraba el mismo consuelo. Cuanto más pensaba en ello, más se angustiaba; Mayor Tercero debía de haberle escrito una carta. Era tan «frititario» que se tomaba la molestia de escribirle una carta cuando se pasaba un momento para llevarle una bolsa, ¿y no iba a escribirle una ahora? A lo mejor había dejado la carta en la mesa al lado de las flores y algún transeúnte la había cogido. El corazón le ardía de ansiedad, y se fue corriendo a buscar a los niños que había visto antes, pero estos dijeron que no habían visto ninguna carta, que solo querían una flor para jugar, y que no sabían nada más. Cuando les preguntó si habían visto quién había dejado las flores, siguieron alegando ignorancia.
El sentimiento de dicha de Jingqiu ya se había disipado, y, casi loca de preocupación, no dejaba de darle vueltas al asunto: si Mayor Tercero había escrito una carta, ¿qué le decía? Solo con que sugiriera que era él quien iba detrás de ella, dejaría de estar preocupada, pues eso no era ningún delito. Pero casi podía garantizar que Mayor Tercero no escribiría algo así, sino acerca de lo que había ocurrido entre ellos, algo del estilo de: «¿Recuerdas el día en que paseamos por la montaña y me dejaste cogerte la mano y te apreté entre mis brazos?». Si alguien se apoderaba de esa carta, estaba lista. La criticarían por comportamiento indecente, cosa que no solo arruinaría su vida, sino que también implicaría a su madre y a su hermana. Pero lo peor vendría en el caso de que Mayor Tercero hubiera insistido en sus ideas reaccionarias.
Con esos pensamientos en mente decidió que sería mejor no conservar las flores; podrían ser una pista vital en cualquier investigación. Las cortó a pedazos y las arrojó por el retrete antes de dejar la botella de cristal en un vertedero bastante lejano.
Aquella noche estuvo tan nerviosa que no pudo dormir, y durante las noches siguientes la asaltaron las pesadillas. En una de ellas un profesor la expulsaba, esgrimiendo la carta que tenía en la mano y diciéndole que tenía que confesar sus pecados y que había sido mientras escribía un libro de texto en Aldea Occidental cuando había cometido su delito. Ella se explicaba y se defendía, pero nadie la creía. Al final llamaban al estrado a Mayor Tercero y él confesaba, endosándole la responsabilidad a ella. Jingqiu no se había imaginado que Mayor Tercero llegaría a eso, y quería insultarlo, pero no le salían las palabras. La hacían desfilar por la calle con unos zapatos viejos colgados del cuello y unidos por los cordones, un gong en la mano izquierda y un martillo en la derecha. Jingqiu caminaba tocando el gong y gritándole a la multitud: «¡Soy una perdida, perdida como un zapato viejo! ¡Que vengan todos a denunciarme!», y «¡Soy una bruja apestosa y sin honor! ¡He cometido adulterio!».
Se despertó con todo el cuerpo cubierto de sudor. Tardó un buen rato en comprender que todo había sido un sueño. Pero aquellas escenas no eran totalmente fruto de su imaginación; había presenciado denuncias públicas parecidas cuando aún estaba en la escuela primaria. Se decía que la mujer a la que habían denunciado había sido prostituta antes de la Liberación, pero desde entonces se había reformado y se había casado y tenido un hijo, que estaba en la clase de Jingqiu. Apenas transcurridos unos días de que la hicieran desfilar por la calle, se ahogó en un embalse cercano. Tenía la barriga hinchada de agua, y el cuerpo estuvo flotando durante días, pues todos se negaban a ensuciarse las manos para sacarla. Jingqiu no tenía ni idea de por qué a las mujeres perdidas se las llamaba «zapatos gastados», ni de por qué se decía que mantenían «relaciones ilícitas», pero desde aquel día se había negado a calzar zapatos gastados —prefería ir descalza—, y le entraban náuseas ante la sola mención de la palabra «relaciones», por no hablar de «ilícitas».
Estaba en ascuas, convencida de que la carta de Mayor Tercero había sido distribuida a sus maestros, y en sus miradas leía las señales de su deshonra. Al cabo de una semana tenía los nervios casi destrozados. Decidió escribirle una carta a Mayor Tercero para advertirle que se estaba acercando peligrosamente al abismo. La escribió una y otra vez, y, temiendo que la escuela ya estuviera investigando sus relaciones con él, decidió no firmar con su nombre, para que no pudieran utilizarla como prueba contra ella. Le imploraba que la olvidara y no le mandara ni más flores ni más cartas. Mayor Tercero tenía en sus manos el futuro de ambos.
Pero aquel borrador tampoco la convencía. ¿Y si alguien veía la carta? Enseguida sabrían que algo había ocurrido entre ellos, pues, si no, ¿por qué le iba a pedir que la olvidara y por qué iba a quedar destrozado el futuro de ambos?
Volvió a escribirla en un tono más virulento: «No te conozco, no sé por qué me persigues, por favor, compórtate de una manera más digna».
Pero aquello tampoco la convencía. Un tono tan gélido y feroz podría avergonzar a Mayor Tercero y crearle resentimiento. A lo mejor lo impulsaba a escribir una confesión, manipulando incluso los hechos a su favor, y a mandarla a la escuela. ¿No sería eso peor? Él era hijo de un oficial con mando, y ella, la hija de un terrateniente. Estaba claro a quién creerían en la escuela.
Escribió un borrador, lo tachó y volvió a escribir otro y a tacharlo, así durante un día entero, hasta que finalmente redactó una carta que la satisfizo. Intentaba mostrarse distante pero educada, de manera que lo disuadiera pero sin culparlo. Esto es lo que escribió: «Un mar de sufrimiento no tiene horizonte, arrepiéntete y vuelve a la orilla. Dejémoslo atrás y hagamos que no se repita».
Jingqiu no conocía la dirección de correo exacta de Mayor Tercero, así que simplemente escribió en el sobre «Campamento de la Unidad Geológica, Aldea Occidental», y supuso que debió de recibirla, pues no le llegaron más regalos.