Amor bajo el espino blanco (22 page)

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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: Amor bajo el espino blanco
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Jingqiu bajó la cabeza y no respondió. Sabía que había hecho mal. Por suerte su madre solo se había lastimado una pierna; de haber sufrido un accidente más serio, Jingqiu se habría sentido corroída por la culpa.

—Ese alguien de la Aldea Occidental, ¿era un hombre o una mujer?

—Una mujer.

—¿Y dónde habéis ido a estas horas?

—Hemos paseado por la orilla.

—Mamá y yo hemos ido al río y no estabas.

Jingqiu no se atrevía a decir nada más.

—Siempre he creído que eras una chica sensata e inteligente. ¿Cómo has podido hacer algo tan estúpido? Hay hombres que buscan chicas como tú, les dicen unas cuantas palabras zalameras, les compran ropas bonitas, y así es como las consiguen. Si alguien te engaña de ese modo, ya está, todo ha terminado. Todavía vas a la escuela. Te expulsarán si te mezclas con sujetos de mala ralea. Si te portas así… —La madre de Jingqiu vio que esta aún tenía la cabeza gacha y preguntó—: ¿Era Lin, ese chico?

—No.

—¿Quién era, entonces?

—Era alguien de la unidad geológica. No hay nada entre nosotros. Ha venido por trabajo, eso es todo. Tenía unos cuantos vales de cereal que no necesitaba y me los ha ofrecido. —Enseñó los vales de racionamiento con la esperanza de que la sacaran del aprieto.

Pero su madre se enfadó aún más.

—Eso es exactamente el truco del que estaba hablando, utilizan regalitos para atraerte.

—Él no es así, solo quiere ayudar.

—¿Que no es así? Pero sabe que todavía vas a la escuela, así que no entiendo por qué te hace salir en plena noche. Si realmente quiere ayudarte, ¿por qué no viene a casa de una manera honesta y recta? Si fuera una persona decente, ¿vendría a escondidas? —La madre de Jingqiu exhaló un suspiro de dolor—. Siempre me ha preocupado que te dejaras engañar. Un desliz conduce a una senda de penalidades. Te lo he dicho muchas veces, y sigues sin escuchar. —Se volvió hacia la hermana pequeña de Jingqiu y le dijo—: Vete un rato a la otra habitación, quiero hablar con tu hermana. —La chica se marchó, y su madre susurró—: ¿Te ha… hecho algo?

—¿Como qué?

Su madre vaciló, y a continuación dijo:

—¿Te ha abrazado? ¿Besado? ¿Te ha…?

Jingqiu se aturulló. «Estoy lista, abrazar y besar deben de ser cosas muy malas, pues, si no, ¿por qué mi madre está tan preocupada?». El corazón se le desbocó en el pecho, pero se controló y mintió:

—No.

Su madre se quedó aliviada.

—Eso está bien. No tengas más contacto con él. No puede ser una buena persona si ha recorrido todo ese camino para seducir a una chica que todavía va a la escuela. Si vuelve y te molesta, me lo dices. Escribiré una carta a su unidad.

Capítulo 19

Aquella noche Jingqiu tardó bastante en dormirse. No sabía si el ferry aún funcionaba cuando Mayor Tercero había regresado. Quizá no había podido cruzar.

La escuela se hallaba en una pequeña isla en mitad del río, que se dividía al llegar a la isla de Jiangxin. Al sur, el «Río Grande» seguía teniendo un cauce bastante ancho, pero hacia el norte se estrechaba, y a ese ramal lo denominaban «Río Pequeño». La puerta del recinto de la escuela daba al «Río Pequeño». Los dos ramales volvían a unirse al este de la isla. En verano había crecidas, a menudo al nivel de la orilla, pero la isla nunca se había inundado; los ancianos decían que la isla de Jiangxin reposaba sobre la espalda de una tortuga, con lo que nunca se inundaría.

Al otro lado del río había una región conocida como Jiangnan, literalmente, «al sur del río Yangtsé», que se extendía a lo lejos. Sin embargo, no era el Jiangnan que conocían los chinos de la poesía antigua, sino más bien un paisaje de aldeas pobres. Al otro lado del «Río Pequeño» había un barrio de Yichang, pero no era fácil llegar. En la isla propiamente dicha había solo unas fábricas, algunos campos a cargo de las comunas agrícolas, unas cuantas escuelas, algunos restaurantes y un mercado de verduras, pero ningún hotel.

A Jingqiu le preocupaba que Mayor Tercero no hubiera conseguido cruzar el río y no hubiera tenido más remedio que pasar la noche en la isla de Jiangxin. Hacía frío. ¿Se habría muerto congelado allí fuera? Y aunque hubiera logrado cruzar el río, ¿dónde encontraría alojamiento? ¿No necesitabas una carta de tu unidad de trabajo para conseguir habitación?

En la cabeza de Jingqiu se agolpaban las imágenes de Mayor Tercero envuelto en su abrigo, la cabeza gacha, vagando por las calles. A continuación lo vio pasando la noche en el pabellón, donde moría congelado y a la mañana siguiente lo descubrían los barrenderos. De no haber sido porque no quería matar de preocupación a su madre, habría salido corriendo a buscarlo, habría ido a averiguar si había encontrado algún lugar donde alojarse y pasar la noche. «Si perece congelado habrá muerto por mí, y tendré que seguirle». La idea de morir no la asustaba, porque eso significaría que estarían siempre juntos, y ya no tendría que preocuparse de que él la traicionara ni de que se enamorara de otra. Así siempre la amaría.

Y si eso llegaba a ocurrir, Jingqiu pediría que los enterraran juntos bajo el espino que había cerca de la Aldea Occidental. Pero aquello no parecía posible, pues ninguno de los dos era un héroe de la guerra contra los japoneses. No habrían muerto por el pueblo, sino por amor, uno por culpa de los elementos y otra por su propia mano. Y según las palabras del presidente Mao, sus muertes serían más ligeras que la pluma de un cisne, y no tan pesadas como el monte Tai.

Jingqiu daba vueltas en la cama, y oía que su madre hacía lo mismo en la otra habitación. Sabía que ella estaba inquieta por lo ocurrido ese día. Confiaba en que no se presentara en la unidad de Mayor Tercero sin su permiso. Pues si así lo hacía estaría tirando piedras contra su propio tejado, ya que no solo metería a Mayor Tercero en un lío, sino también a ella. Su madre no era tan estúpida ni tampoco tan entrometida. Pero Jingqiu se imaginaba que a partir de aquel día su madre se preocuparía aún más por ella y que si la perdía de vista, aunque solo fuera unos minutos, al instante supondría que estaba viéndose con ese «chico malo».

Quería decirle a su madre que no se preocupara, que Mayor Tercero le había dicho que no volvería en seis meses. Va a esperar a que me gradúe. Y quién sabe, a lo mejor por entonces ya me ha olvidado. O ha encontrado a otra chica. Tiene tanta labia. Ha conseguido convencerme a mí, ¿y no será capaz de convencer a otra como si nada?

Una y otra vez revivió lo ocurrido aquella noche, sobre todo las dos escenas claves: cuando él la abrazó y cuando la besó. ¿Por qué estoy tan obsesionada? ¿Era porque la consumían pensamientos malsanos, o porque su madre se había quedado lívida ante la simple mención de aquellas cosas? Debían de ser delitos graves si conseguían afectar a su madre de ese modo, pero lo peor era que los había cometido. Y ahora ¿qué? ¿Qué mal provocará que me hayan abrazado y besado? Se sentía confusa. La última vez que la habían abrazado y besado no había pasado nada. Pero si aquello no causaba ningún perjuicio, ¿por qué su madre estaba tan asustada? Una madre sabe mucho del mundo, así que seguramente debía conocer de qué cosas había que preocuparse y de cuáles no.

A Mayor Tercero se le había visto un poco excitado: ¿era esa una prueba de su «naturaleza bestial»? ¿Y qué significaba eso exactamente? «Bestial» era como ser un animal salvaje, como el que se come a la gente, ¿no? Pero él no me ha comido, solo me ha besado tiernamente: nada que ver con un animal salvaje.

Hasta el día siguiente no tuvo oportunidad de leer la carta de Mayor Tercero. Aquella semana le tocaba cerrar el aula con llave, así que esperó a que todo el mundo hubiera salido y se sentó en un rincón del aula, abrió la carta y la leyó. Era muy hermosa, tierna, apasionada y profunda. Jingqiu se conmovió y se sintió tranquila cuando leyó cuánto la echaba de menos. Pero la parte que hablaba de ella estaba escrita en un estilo que no fue tan de su gusto.

Si hubiera escrito acerca de lo mucho que la amaba y cuánto la echaba de menos, y no la hubiera incluido en su carta como cómplice, le habría gustado mucho más. Pero Mayor Tercero no dejaba de referirse a «nosotros» esto y «nosotros» lo otro. Se había pasado de la raya. Jingqiu había recibido algunas cartas de amor anteriormente, sobre todo enviadas por chicos de su clase. Por muy bien escritas que estuvieran, lo que más detestaba era cuando suponían que ella correspondía a sus sentimientos.

No comprendía cómo una persona tan inteligente como Mayor Tercero no se daba cuenta de que ella no quería plasmar en palabras escritas su lado apasionado. Él la retrataba como una persona fría, daba a entender que él la amaba de manera desesperada, y que solo al final —aun cuando ella no recordara cuándo había sido exactamente— le había dado ella una pequeñísima muestra de su afecto. Jingqiu creía que eso era el verdadero amor: que él comenzara a perseguirla en el primer capítulo y solo en el último ella cediera.

Tras acabar la carta se le ocurrió romperla y tirarla al retrete, pero se dio cuenta de que quizá esa era la última carta que le escribiría, y no soportaba destruirla. Esperó hasta que su madre hubo salido a visitar a uno de sus alumnos y la cosió en el interior de su chaqueta acolchada.

Se daba cuenta de que su madre la tenía estrechamente vigilada, pues cada vez que salía de casa le preguntaba repetidamente adónde iba. Ni siquiera se fiaba cuando Jingqiu le decía que iba a visitar a Wei Hong, por si era un pretexto para salir a verse con el muchacho de la unidad geológica.

No era justo. Su hermano Xin tenía una novia muy joven, y su madre nunca lo había sobreprotegido tanto. De hecho, había recibido a Wang Yamin con gran entusiasmo. Siempre que esta iba a visitarla, su madre hacía todo lo que podía para conseguir carne y agasajarlos. Recogía los colchones y las sábanas para lavarlos. De hecho, se agotaba tanto con esos preparativos que una o dos veces se había puesto enferma.

Su madre siempre decía:

—La gente como nosotros, que no tiene dinero ni poder y que encima pertenece a una clase social mala, ¿qué otra cosa podemos esperar de los demás sino un poco de afecto?

Jingqiu sabía que su madre le estaba agradecida a Yamin, casi hasta las lágrimas, porque no era fácil que su hermano consiguiera encontrar a alguien que aceptara la pobreza y clase social baja de la familia. Xin era tres años mayor que Jingqiu. Su novia había ido a la misma clase que Jingqiu, y era la chica más guapa de todas las de su edad. Tenía los ojos almendrados, la nariz pronunciada y el pelo negro, largo y un poco rizado; en otras palabras, no parecía china. Cuando era pequeña, en la tienda de fotografía colgaban fotos de ella en el escaparate como anuncio.

La familia de Yamin no era pobre: su madre era enfermera y su padre gerente de una fábrica de neumáticos. Tras graduarse en la secundaria, su padre la había ayudado a obtener un certificado que decía que tenía problemas con las piernas, con lo que no la enviaron al campo y pudo ir a trabajar a la fábrica de ropa de Yichang. Desde el principio mantuvo aquella relación a escondidas de su familia.

Un día, Yamin se presentó en casa de Jingqiu. Tenía los ojos rojos y le temblaba la voz.

—Señora Zhang, ¿puedo hablar con Xin? Sé que está en casa y que se esconde de mí. Le he dicho que mis padres no aprueban nuestra relación, que temen que lo manden al campo y ya no vuelva. Él ha dicho que debíamos romper para evitar problemas. Ha dicho que mis padres quieren lo mejor para mí, pero eso es lo que mis padres piensan, no lo que pienso yo.

—También él quiere lo mejor para ti —dijo la madre de Jingqiu, con los ojos igual de enrojecidos.

Yamin comenzó a sollozar.

—Mis padres me hacen sufrir, y ahora él también. ¿Qué sentido tiene vivir?

La madre de Jingqiu dio un respingo y le dijo a su hija que fuera a buscar a su hermano a la habitación de un amigo donde se escondía.

—Te acompañaré —dijo Yamin.

Cuando Xin abrió la puerta y vio a Yamin, sus ojos se llenaron de lágrimas. Jingqiu enseguida dio media vuelta para marcharse, sabiendo que su hermano ya no quería esconderse de Yamin y que ella le gustaba de verdad. Durante el tiempo que la había estado evitando, había perdido un poco de peso.

Aquella noche Yamin y Xin fueron a cenar.

—Tanto da lo que digan mis padres —dijo Yamin—. Solo quiero estar con Xin. Si me regañan, me iré a vivir con vosotros y dormiré en la misma cama que Jingqiu.

Durante el Festival de Primavera se presentaba casi todos los días, y estaba con Xin en la habitación de Jingqiu, y a menudo regresaba a casa después de las once de la noche. Cualquiera sabe cómo se las arreglaba con sus padres.

Una noche, cuando ya eran casi las once, algunos profesores que se encargaban de patrullar la escuela fueron a buscar a la madre de Jingqiu.

—Tu hijo ha sufrido un accidente.

Jingqiu y su madre fueron inmediatamente con los profesores hasta la oficina y se encontraron a Xin encerrado en una habitación y a Yamin en otra.

Los profesores querían hablar con la madre de Jingqiu a solas, así que a esta la hicieron esperar fuera, el pecho ardiéndole de preocupación. Uno de los guardas por fin consiguió hacer salir a Yamin y le dijo que se fuera. Pero esta se negó a marcharse:

—No hemos hecho nada. Si no sueltan a Xin, yo tampoco me voy.

—¿Cómo te atreves a ponerte a gritar aquí? ¿Es que no conoces el significado de la palabra vergüenza? Podríamos enviarte al hospital ahora mismo a que te hicieran un reconocimiento, seguro que entonces no te pondrías tan chula.

Yamin no dio su brazo a torcer.

—Pues claro que iré. Solo una persona inmoral se negaría a ir, pero si descubren que no he hecho nada, más vale que te andes con ojo.

Jingqiu nunca había visto a Yamin tan farruca, pues generalmente se mostraba cauta y comedida.

—Tu hermano todavía está dentro —le dijo a Jingqiu—. No voy a irme de aquí hasta que no lo suelten.

Así que Jingqiu se quedó esperando fuera con Yamin. Al final se atrevió a preguntar:

—¿Qué pasa?

—Estos guardas son unos entrometidos. Esta noche hacía frío y nos habíamos sentado en la cama tapándonos las piernas con una manta, y entonces llamaron a la puerta. Me llevaron a la oficina para interrogarme y luego dijeron que nos llevarían a la policía.

Jingqiu no sabía lo grave que era aquello.

—¿Y qué harán?

—La policía no suele ser muy razonable. Primero te pegan y luego te preguntan.

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