—¿Y por qué decían eso de mandarte a un hospital para que te hagan un reconocimiento?
Yamin vaciló antes de contestar.
—Se refieren a pedirle a un médico que compruebe si… si todavía soy una chica como está mandado. Pero no tengo miedo, no hemos hecho nada.
Jingqiu seguía sin entenderlo. Yamin decía que ella y su hermano habían estado en la cama, o sea, que habían «compartido habitación». ¿Qué quería decir con eso de que no habían hecho nada?
Al final los guardas soltaron a Xin, pues decidieron que no podía haber pasado nada si Yamin estaba tan dispuesta a ir al hospital a hacerse un reconocimiento. Posteriormente, Yamin continuó yendo a su casa todas las noches, pero los guardas de la escuela no volvieron a llamar a la puerta. Ahora su madre apreciaba a Yamin aún más que antes; jamás se le hubiera ocurrido que una chica tan amable pudiera volverse tan feroz, como un tigre, solamente para salvar a su hijo.
Jingqiu estaba muy contenta de que su hermano hubiera encontrado una novia tan buena. Pero no podía evitar pensar que, si les hubieran encontrado a Mayor Tercero y a ella en aquella habitación, su madre probablemente habría mandado a Mayor Tercero a la policía.
Como no tenía manera de saber si Mayor Tercero había encontrado dónde alojarse, aquella noche Jingqiu temió por su vida. La aterraba que Fang se presentara un día para decirle que habían encontrado a Mayor Tercero muerto de congelación y la invitara al funeral.
Todos los días encontraba razones para ir al despacho de su madre a hojear el periódico en busca de noticias de gente que había muerto congelada en la ciudad. Pero probablemente eso no saldría en los periódicos porque él mismo había sido el causante y no había muerto intentando salvar a otra persona. ¿Por qué molestarse en sacarlo en la prensa?
Se le ocurrió ir a Aldea Occidental para ver si estaba vivo, pero no podía pedirle a su madre el dinero para el billete de autobús, y no se le ocurría ninguna excusa para estar fuera un día entero. Lo único que podía hacer era esperar angustiada alguna noticia.
Se acordó de que conocía a un médico llamado Cheng que trabajaba en el hospital más grande de la ciudad. Fue a verle. El doctor Cheng le dijo que no había recibido ningún paciente que sufriera congelación.
—¿Alguien puede morir congelado con el tiempo que tenemos ahora? —preguntó Jingqiu.
—Si lleva poca ropa, quizá sí.
Mayor Tercero llevaba una guerrera, así que probablemente estaba a salvo.
El doctor Cheng la tranquilizó al decirle que hoy en día casi nadie moría congelado, pues si se hacía de noche y pasaba frío podía ir a la sala de espera de la estación o a la que había junto al embarcadero, o la policía se lo llevaría por vagabundo. Su lógica la consoló un poco.
La suegra del doctor Cheng y la madre de Jingqiu habían sido colegas. Como las dos mujeres tenían el mismo apellido, durante generaciones muchas de las familias de la isla de Jiangxin habían ido a clase con alguna señora Zhang. La suegra del doctor Cheng ya estaba jubilada, pero vivía cerca de la escuela. La esposa del doctor Cheng también era profesora en la ciudad y una competente acordeonista, y los transeúntes a menudo se paraban a escuchar cuando marido y mujer cantaban y tocaban juntos.
Jingqiu había aprendido sola a tocar el acordeón. Había comenzado con el órgano, pues en la escuela de su madre había uno en la sala de música, donde podía ir a practicar, pero, como los estudiantes a menudo viajaban cantando canciones revolucionarias, necesitaban a alguien que los acompañara. El órgano pesaba demasiado, así que comenzó a aprender a tocar el acordeón. A menudo oía tocar a la esposa del doctor Cheng, la señora Jiang, cuando pasaba por su casa, y admiraba enormemente su música, de manera que le pidió a su madre si podía estudiar con la señora Jiang. No tardó mucho en conocer bien a la familia.
El doctor Cheng no tenía mucho aspecto de chino: tenía la nariz prominente y los ojos muy hundidos, lo que en la isla le granjeó una fama singular, el sobrenombre de «extranjero» y las miradas curiosas de los isleños. Algunos niños le llamaban descaradamente «extranjero» cuando se cruzaban con él, pero como era un hombre de buen carácter lo único que hacía era volverse, reírse y saludar con la mano. El doctor Cheng explicaba que su aspecto «extranjero» obedecía a que tenía sangre kazaja en las venas, pero, como nadie había conocido a ninguno de sus padres supuestamente kazajos, la gente prefería creer que era un agente especial o el fruto de una relación ilícita.
A Jingqiu, por alguna razón, Mayor Tercero siempre le había recordado al doctor Cheng, y aunque la nariz de aquel no era tan grande como la del doctor Cheng ni sus ojos tan hundidos, y la gente nunca se paraba a mirarlo con curiosidad, como hacían con el doctor Cheng, Jingqiu seguía pensando que había un parecido. No estaba segura de que Mayor Tercero no le hubiera resultado atractivo a primera vista porque le gustaba la cara del doctor Cheng, o de si había sido al revés, pero ambos siempre estaban firmemente unidos en su imaginación.
El doctor Cheng la tranquilizó diciéndole que era improbable que Mayor Tercero hubiera muerto congelado, pero solo la llegada de una carta conseguiría serenarla del todo. Aquel día la madre de Jingqiu le trajo una carta que había enviado alguien de Aldea Occidental. Jingqiu casi se desmayó. Mayor Tercero debía de haber enloquecido por el frío, pues de otro modo no se le habría ocurrido enviarle una carta directamente a la escuela de su madre. Ya el día que se conocieron en Aldea Occidental ella dijo que no le mandara cartas porque los estudiantes no recibían cartas, y, si las recibían, solo podían contener pérfidos secretos. Y si alguien le mandara una carta, la recepcionista se aseguraría de entregársela a su madre.
Sin embargo, su madre no la había abierto. Esa era probablemente la primera carta que recibía por correo. Afirmaba claramente que el remitente era Fang, y la letra era la suya, por lo que la abrió delante de su madre. Era una carta muy sencilla, y en ella informaba a Jingqiu de que los estudios le habían ido bien y que su familia gozaba de buena salud. A continuación invitaba a Jingqiu a visitarlos a Aldea Occidental y expresaba el deseo de que la familia de Jingqiu también gozara de buena salud.
Sin embargo, Jingqiu se daba cuenta de que el verdadero remitente de la carta era Mayor Tercero, y no pudo evitar reírse por dentro: qué artero, es lo bastante valiente como para intentar engañar a mi madre. Así que se encontraba bien. Quemó la última carta que había escondido dentro de su chaqueta, pues el bolsillo comenzaba ya a abultarle con todas las cartas que había metido allí, y temía que su madre encontrara el escondrijo. No obstante, guardó la primera carta, porque en aquella no había utilizado en ningún momento el pronombre «nosotros».
A medida que se acercaba su graduación, Jingqiu estaba cada vez más dividida por dentro. Anhelaba que llegara el día para volver a ver a Mayor Tercero, pero también le daba miedo graduarse, porque entonces no tardarían en mandarla al campo. Una vez quedara permanentemente inscrita en su nueva casa rural, dejaría de estar empadronada en la ciudad y ya no se le permitiría hacer trabajos temporales en verano. Tendría que hacer lo mismo que su hermano y pedir dinero prestado para complementar sus raciones. Y de ninguna manera iba a permitir que su hermana de doce años saliera a buscar trabajo para ayudarla.
Recientemente, había cambiado la política del gobierno, y a los estudiantes de Yichang ya no los mandaban a unidades de producción al azar, sino que iban a equipos especiales para las juventudes que trabajaban en el campo, agrupados según las unidades de trabajo de sus padres. Los hijos de los trabajadores de la educación y la cultura de Yichang eran enviados a una remota zona montañosa en la que trabajaban en el bosque. Era un lugar tremendamente duro, y les era casi imposible ganar dinero. Se les obligaba a forjar su «corazón rojo», a ser leales a la revolución. Los estudiantes confiaban en que sus padres les mandaran dinero para sus raciones, y todo lo que pedían estos era que sus hijos soportaran unos cuantos años de penalidades antes de intentar que los trasladaran de vuelta a la ciudad.
Cada julio mandaban al campo una nueva remesa de estudiantes. Aquel año, sin embargo, las autoridades habían decidido comenzar a ofrecer clases extra a los adolescentes que estaban a punto de marcharse. Todos los días les recordaban que «un corazón leal precisa dos tipos de preparación». El comité educativo había organizado unas concurridas reuniones, en las que se invitaba a los estudiantes que ya habían ido al campo —y sobre todo a aquellos que se habían establecido plenamente en sus nuevos hogares— a que relataran a los estudiantes de aquel año cómo se habían integrado con los campesinos pobres de clase más baja. Algunos jóvenes ejemplares se habían casado, o, como ellos lo denominaban, habían «echado raíces en nombre de la revolución».
Jingqiu los escuchaba relatar esos hechos gloriosos, pero no sabía decir si realmente amaban a sus maridos y esposas campesinos. Una cosa sí sabía: en cuanto te casas con alguien de un pueblo, ya no hay manera de volver a la ciudad. Wei Ling era unos cuantos años mayor que Jingqiu y ya la habían mandado al campo. Siempre que volvía a casa le contaba a Jingqiu lo dura que era la vida allí. El trabajo era agotador y su vida cotidiana, aburrida; lo único que anhelaba era el día en que pudiera regresar a la ciudad y poner fin a su sufrimiento. Le cantaba a Jingqiu canciones populares entre los estudiantes:
Se me caen los pantalones de trabajar como un esclavo,
alguien cocina un arroz de dulce olor
cuando regreso a mi cuarto, frío y gris.
Jingqiu estaba en el mismo año que Wei Hong, la hermana de Wei Ling. Wei Hong y Jingqiu habían decidido compartir habitación una vez estuvieran en el campo, así que empezaron a preparar juntas sus pertenencias. La familia de Wei Hong tenía un poco más de dinero que la de Jingqiu, pues tanto su padre como su madre eran profesores en la Escuela Secundaria n.º 8. Con dos salarios, no pasaban grandes apuros para criar a tres hijos. Ello significaba que Jingqiu no podía permitirse comprar las mismas cosas que Wei Hong. Lo único que compraban las dos era material para hacer fundas de almohadón, en las que bordaban las palabras «Vastas tierras, inmenso potencial».
Animadas, se las veía muy atareadas con sus preparativos, hasta que un día Jingqiu recibió una visita inesperada de Fang. El único momento que pasaron a solas fue cuando Jingqiu la acompañó al autobús y Fang le entregó una carta.
—Es de Mayor Tercero.
Jingqiu esperó a que el autobús de Fang saliera de la estación antes de sentarse y abrirla. Quizá por consideración a su mensajera Mayor Tercero no la había puesto en un sobre, y en ella expresaba sus sentimientos sin reserva. Jingqiu se sonrojó y el corazón le latió con fuerza. ¿No temía que Fang la leyera?
En la carta Mayor Tercero le explicaba que había una nueva política que permitía a los hijos reemplazar a sus padres cuando estos se jubilaban. Esa política todavía no se había hecho pública, y la decisión final la tomaría uno de los departamentos implicados. Mayor Tercero insistía en que su madre indagara en su escuela o en el departamento de educación. A lo mejor Jingqiu podía reemplazar a su madre, y así no la mandarían al campo. El trabajo te iría como anillo al dedo, decía Mayor Tercero, pues serías una profesora excelente.
Jingqiu leyó la carta unas cuantas veces más, llena de incredulidad. Esperaba con todo su corazón que su hermano Xin pudiera reemplazar a su madre en lugar de ella, pues se encontraba en una situación más precaria. Puesto que su padre había sido perseguido antes de que su hermano pudiera comenzar los años de bachillerato, a Xin lo habían mandado al campo sin que pudiera cursarlos. Llevaba allí muchos años y todavía no lo habían mandado de vuelta a casa.
Yamin a menudo iba a casa de Jingqiu a buscar las cartas que le mandaba Xin, pues nunca se las remitía directamente. Cada vez que iba a visitarlos se sentaba con Jingqiu y le relataba la historia de cómo se habían conocido: iban a la misma clase, y Xin le había pedido a alguien que se acercara a casa de Yamin y le pidiera que fuera a verlo, y que, aunque en su clase había otra chica guapa que estaba también prendada de Xin, este solo tenía ojos para Yamin. Pero de lo que hablaba más era de cómo conseguir que Xin regresara a la ciudad, pues una vez que estuviera de vuelta la madre de Yamin no se opondría tan vehementemente al matrimonio. Jingqiu deseaba con todas sus fuerzas que su hermano regresara pronto a fin de que la distancia ya no amenazara con extinguir el amor que había entre ellos.
Rebosante de gozo por esa nueva política de empleo, Jingqiu se fue enseguida a contárselo a su madre. No le diría que se lo había contado Mayor Tercero, sino que había oído que alguien en la escuela lo había comentado. Su madre no quedó del todo convencida, teniendo en cuenta que la noticia procedía de alguien de la escuela, pero dijo que no se perdía nada con preguntar, siempre y cuando no se hicieran muchas ilusiones. Fueron a ver al señor Zhong, el secretario, pero este dijo que no sabía nada. La hija de este hacía mucho que se había graduado, pero seguía en la ciudad, algo que provocaba disparidad de opiniones. El señor Zhong, por tanto, estaba muy interesado en esta nueva política y fue directamente al departamento de educación para que se la confirmaran o desmintieran. Al regresar, se dirigió enseguida a casa de Jingqiu. Era cierto que la política había entrado en vigor, pero, como no había ninguna directiva acerca de cómo ponerla en práctica, su ejecución era cosa de cada unidad de trabajo.
—Señora Zhang, gracias por contármelo —dijo—. Todavía no tengo edad para jubilarme, pero mi mujer se retirará pronto. No está muy bien de salud y alegará este motivo para adelantar su jubilación, para que mi hija pueda reemplazarla. ¿Por qué no hace usted lo mismo y así Jingqiu podría quedarse en la ciudad? Que las chicas jóvenes se vayan al campo siempre es una preocupación.
La madre de Jingqiu no había esperado que una persona tan importante como el señor Zhong se preocupara porque mandaran a su hija al campo, ni que se compadeciera del sufrimiento normal de una madre. Pero por su tono de voz comprendió que, si se jubilaba alegando problemas de salud, la escuela permitiría que Jingqiu la reemplazara. Entusiasmada, le dio profusamente las gracias antes de despedirse de él.