La familia de Jingqiu se hallaba ahora en una apurada situación económica. La pensión que su madre recibía era solo de veintiocho yuanes al mes. Su salario anterior había sido de casi cuarenta y cinco, y ya resultaba insuficiente para mantener a la familia, por lo que, una vez más, Jingqiu se fue a buscar un trabajo temporal. Aunque todavía no se sabía cuál sería exactamente su empleo, la gente creía que ya era profesora y ganaba un buen sueldo, por lo que muchos buenos amigos comenzaron a distanciarse de ella. A lo mejor a la gente le cuesta poco compadecer a los menos afortunados, pero nada les hace más desdichados que cuando los que antes estaban en la miseria tienen un golpe de suerte.
—El modo en que se comporte ahora es fundamental —le repetía una y otra vez el señor Zhong a la madre de Jingqiu—. Dile que bajo ninguna circunstancia debe cometer un error. Si le dejamos que te sustituya, mucha gente se pondrá celosa y tendrá algo que objetar. Debes ir con mucho cuidado, no hagas que nuestro trabajo sea más difícil.
Incluso la jefa del comité de barrio, la directora Li, estaba al corriente de la solicitud de Jingqiu para sustituir a su madre. El día en que la madre de Jingqiu la llevó a ver a la directora para conseguir un trabajo temporal, esta le dijo:
—Señora Zhang, el hecho es que la vida no consiste en ganar grandes cantidades de dinero. Un poco es suficiente. No podemos ambicionarlo todo.
La madre de Jingqiu rio incómoda, sin comprender exactamente adónde quería llegar la directora Li.
—¿No la va a reemplazar Jingqiu como profesora? —dijo la directora Li—. ¿Cómo es que viene a pedir aún más trabajo? Tenemos más gente buscando trabajo, así que debemos dar prioridad a la gente a la que le cuesta llegar a final de mes.
—Mi madre se ha jubilado, pero lo de mi trabajo aún no se ha concretado —le explicó Jingqiu—. Pasamos verdaderas dificultades, estamos mucho peor que antes, porque la pensión de mi madre es mucho menor que el salario que ganaba antes.
—Ah, pues entonces ¿no deberías ir al campo y esperar allí a que se concrete lo de tu trabajo? Si te doy un empleo, ¿no te estoy ayudando a quedarte en la ciudad?
—Jingqiu, vámonos. No queremos molestar a la directora Li.
Pero Jingqiu no pensaba marcharse.
—Madre, vuelve tú primero, yo esperaré un poco. —Se volvió hacia la directora Li y le dijo—: No pretendo eludir ir al campo, pero mi familia está en una situación desesperada. Si no trabajo, no sobrevivirán.
La directora Li exhaló un suspiro.
—Si quieres esperar, por mí de acuerdo. Pero no te garantizo que haya trabajo para ti.
Jingqiu estuvo esperando dos días y la directora Li seguía sin conseguirle ningún empleo. Dos personas que habían ido en busca de trabajadores habían escogido a Jingqiu antes de que la directora Li les obligara a llevarse a otra persona.
—Vuestras dificultades son temporales, siempre podéis pedir dinero prestado para ir tirando. Cuando seas profesora no tendrás que preocuparte de nada.
Jingqiu le explicó que probablemente no sería profesora, sino que tendría que trabajar en la cocina, a lo que la directora Li negó con la cabeza en un gesto de desaprobación.
—¿Eso es necesario? ¿Prefieres trabajar en las cocinas que ir al campo? Vete un par de años y luego vuelve como trabajadora, eso sería mucho mejor.
La tercera mañana Jingqiu llegó temprano a casa de la directora Li y se sentó en la habitación principal a la espera de trabajo. Justo cuando consideraba qué haría si aquella mañana tampoco conseguía empleo, oyó una voz que le decía:
—Jingqiu, ¿estás esperando un trabajo?
Jingqiu levantó la vista y, para su sorpresa, se encontró con un antiguo compañero de clase, Kunming, el hijo de la directora Li, que llevaba uniforme color verde hierba y una guerrera a juego.
—Me he alistado en el ejército —dijo eufórico. En la escuela sus compañeros de clase apenas le prestaban atención, y nadie se habría imaginado que se alistaría. Lo habría hecho para evitar que lo enviaran al campo—. ¿Esperas un trabajo? —preguntó. Jingqiu asintió, y a continuación él se dirigió a la habitación interior para preguntarle a su madre—: Mamá, ¿por qué no le has dado ningún trabajo a Jingqiu?
Jingqiu pudo oír la respuesta de su madre.
—¿Qué quieres decir con eso de que no le doy trabajo? No ha habido empleos suficientes para todos.
—Pues date prisa y consíguele uno, está esperando ahí fuera.
—Me da igual dónde espere, primero ha de llegar alguna oferta.
Jingqiu oyó que Kunming le decía algo en voz baja a su madre, pero no pudo oírlo. Le estaba muy agradecida a Kunming, pero también se sentía incómoda, como si estuviera pidiendo un favor.
Al cabo de un rato, apareció la directora Li.
—Wan Changsheng, de la fábrica de papel, se presentó ayer buscando trabajadores. El trabajo es duro, así que no te lo recomiendo, pero, si te da igual, ve a verle.
Jingqiu le dio las gracias a la directora Li y se marchó. Una vez en la calle oyó acercarse una bicicleta antes de que sonara el timbre. Volvió la cabeza y vio llegar a Kunming, resplandeciente como una flor.
—Súbete, te llevaré a la fábrica de papel. Tardarás una eternidad si vas andando.
Jingqiu se sonrojó.
—No hace falta, llegaré enseguida.
Acercó más la bicicleta y repitió:
—Súbete. Ya nos hemos graduado, ¿de qué tienes miedo?
Jingqiu seguía negándose, de manera que él se bajó de la bicicleta y caminó a su lado. Jingqiu se dio cuenta de que todo el mundo con quienes se cruzaban en la carretera los miraban con curiosidad. Sentía una desazón en todo el cuerpo.
En la fábrica, Kunming la ayudó a encontrar al señor Wan Changsheng. Ese tal señor Wan resultó ser un hombre de mediana edad, enclenque y un tanto jorobado, de no más de metro cincuenta de altura, que desprendía un tufillo que recordaba a los adictos al opio. Ponía cara de tener que sacudirse las legañas de los ojos todas las mañanas. El hecho de que su nombre, Changsheng, significara «próspero», añadía un matiz de ironía a la situación.
—Señor Wan, esta es mi compañera de clase Jingqiu. Mi madre la manda para que trabaje aquí, ¿puede darle empleo? —El tono profesional de Kunming sorprendió a Jingqiu. Se volvió hacia ella—: Tengo que irme, pero ten cuidado. Si el trabajo es demasiado pesado, pídele a mi madre que te consiga otro.
Jingqiu respondió «gracias», pero no supo qué más decir.
—¿Es tu media naranja? —preguntó Wan Changsheng en cuanto Kunming se hubo alejado un poco.
—No.
—Ya me lo parecía. Si lo fuera, su madre no te permitiría hacer esta clase de trabajo. —La miró de arriba abajo antes de decir—: No te preocupes, hoy puedes acompañarme a comprar un par de cosas. Tengo que ir al embarcadero.
Aquel día Jingqiu empujó una carretilla detrás de Wan Changsheng hasta llegar al río para comprar género. Por el camino, Wan se jactó de su amor a los libros y le pidió a Jingqiu que le prestara algo para leer a cambio de proporcionarle un trabajo más fácil en la fábrica. Jingqiu consintió a regañadientes, diciéndose para sus adentros: «Me pregunto qué clase de medicina guarda en ese frasco».
A las cuatro de la tarde acabó el trabajo, y Wan elogió a Jingqiu diciendo que la próxima vez pediría expresamente que la mandaran a ella para ayudarle.
—Los domingos no trabajamos porque me gusta descansar, y casi todos los temporeros holgazanean si yo no estoy. Pero no creo que tú hicieras como ellos. Si encuentro algo que hacer, ¿estás dispuesta a venir?
Jingqiu nunca había tenido el domingo libre cuando trabajaba, así que contestó sin vacilar:
—Naturalmente.
—Muy bien, mañana llevas esta carretilla a la destilería de la ciudad, muelle número ocho, y recoges los sacos de cereal que he pedido. Los utilizaremos para alimentar a los cerdos de la fábrica. El trabajo es solo para ti, así que no se lo cuentes a los demás temporeros o me acusarán de favoritismo.
Jingqiu le dio las gracias mientras las lágrimas asomaban a sus ojos. Eso infló la vanidad del señor Wan y prosiguió con sus elogios.
—Basta con mirarte para darse cuenta de que eres una persona competente y sensata a pesar de como te traten. —Sacó dos trozos de papel del bolsillo—. Este es para recoger los productos de mañana, y este otro es un vale para comer, puedes canjearlo en el comedor por dos bollos al vapor. Será tu almuerzo. Tienes que entregar los cereales en el comedor antes de las cinco.
A primera hora de la mañana siguiente, Jingqiu se levantó y se dirigió a la fábrica de papel para coger la carretilla y los bollos antes de ponerse en marcha hacia el muelle número ocho. El muelle estaba en el río, a unos cinco kilómetros de distancia. Había un ferry de carga un poco más lejos río arriba, en el que podías entrar con la carretilla. Como en verano el río estaba crecido y casi llegaba a la ribera, no hacía falta subir y bajar, solo tenías que procurar no caerte al agua.
Como hacía siempre que iba a trabajar fuera, en cuanto salió de casa se quitó los zapatos —solo se los ponía para que su madre los viera— a fin de no gastarlos demasiado pronto. Aquel día iba vestida de pies a cabeza con ropa vieja de su hermano: una camisa a rayas de marinero y unos pantalones remendados que Jingqiu había recortado justo por debajo de la rodilla. El sol ya estaba alto, y se cubría la cabeza con un viejo sombrero de paja que llevaba bien calado para que nadie la reconociera. No dejaba de repetirse un verso del poeta Lu Xun: «Una cara cubierta por un sombrero de paja se abre paso por el mercado».
Cuando llegó al otro lado del río necesitaba ir al excusado, pero no podía ir a los retretes públicos por si alguien le robaba la carretilla, cuyo valor de ninguna manera podría compensar.
Se quedó meditando el problema cuando una voz a su espalda dijo:
—Ve, yo te vigilaré la carretilla.
Jingqiu no tuvo ni que volverse. Ya sabía quién era. La cara le hervía de azoro. ¿Por qué no podía haber venido antes, o después? ¿Por qué aparecía en este incómodo momento?
Mayor Tercero se le acercó y se quedó frente ella, cogiéndole la carretilla. Repitió:
—Ve, yo te vigilaré la carretilla.
—Ir, ¿adónde? —preguntó ella con la cara roja.
—¿No tienes ganas de ir al retrete? Ve, yo te vigilo la carretilla.
A Jingqiu la incomodaba enormemente que le hablara con esa franqueza. Aun cuando adivinara las necesidades del otro, no hacía falta que las expresara tan a las claras.
—¿Quién dice que necesito ir al retrete? —dijo ella.
Mayor Tercero llevaba una camisa blanca de manga corta sin abotonar que revelaba una camiseta blanca sin mangas con ribetes azules metida dentro de sus pantalones del ejército. Era la primera vez que lo veía en manga corta y se le hacía extraño. Tenía la piel inesperadamente blanca y unos poderosos antebrazos, más musculosos y definidos incluso que sus bíceps. Los brazos de los chicos eran realmente extraños.
—Llevo siguiéndote desde ayer —dijo sonriendo—. Pero te acompañaba un miembro del ejército y no me acerqué a saludarte. Romper el matrimonio de alguien que pertenece al ejército es algo que merece un castigo severo sin excepción, y si no vas con ojo puede acabar en pena de muerte.
—¿De qué miembro del ejército me hablas? Ah, era un antiguo compañero de clase.
—Pues se le veía muy gallardo e imponente con su uniforme. ¿Vas a ir al retrete o no? Si no, debo marcharme.
—¿Adónde? No tengo tiempo, estoy trabajando.
—He venido a trabajar contigo.
Jingqiu se echó a reír.
—¿Quieres trabajar conmigo? ¿No te da miedo que la gente se ría de ti al verte tan emperejilado y trabajando conmigo y esta carretilla?
—¿Quién va a reírse? Y reírse ¿de qué? —Se quitó la camisa blanca, se subió las perneras del pantalón y preguntó—: ¿Qué te parece si voy así? —Al ver que ella negaba con la cabeza, le suplicó—: Ya te has graduado, y por aquí nadie te conoce. Deja que te acompañe.
No hizo falta mucho más para convencerla. Lo había echado de menos tanto tiempo que no soportaba verlo marchar. Aquel día asumiría el riesgo. Ruborizándose, contestó:
—Espera un momento. —Y se fue corriendo al retrete. Al regresar dijo—: Vámonos. Espera, pronto llorarás de agotamiento.
—No me hagas reír —se jactó Mayor Tercero—. ¿Que empujar una carretilla me hará llorar? No he llorado en años.
Al ver que ella iba descalza, se quitó los zapatos y los colocó sobre la carretilla.
—Siéntate encima.
Ella se resistió, pero él insistió en que se sentara encima de la carretilla. Le quitó el viejo sombrero de paja de la cabeza y la cubrió con su camisa blanca.
—Esto te cubrirá los hombros y los brazos además de la cabeza.
Y se pusieron en marcha.
Ella iba sentada sobre la carretilla y le indicaba el camino. Al cabo de un rato, Mayor Tercero dijo:
—Es una lástima que mi camisa no sea roja, así pensarían que estaba llevando a mi esposa cubierta con su velo nupcial rojo.
—¡Intentas aprovecharte de mí! —A continuación, como si condujera un buey, gritó—: ¡Arre! ¡Arre!
—Vaya. Ya te comportas como una esposa de verdad, llevando las riendas. —Y dicho esto comenzó a acelerar.
Una vez en la destilería, Jingqiu se dio cuenta de la suerte que había tenido de que Mayor Tercero estuviera allí para ayudarla, pues sin él no habría sido capaz de llevarle el cereal al señor Wan. El cereal estaba almacenado en una profunda alberca de agua caliente. Tuvieron que sacarlo de allí a paletadas y meterlo en sacos, y cada uno pesaba más de cincuenta kilos. Además, la destilería estaba emplazada en una colina no muy alta pero empinada. El solo hecho de empujar la carretilla ya la hubiera hecho sudar, y no habría podido bajarla cargada con el cereal. Si no se andaban con cuidado, la carretilla volcaría y provocaría un accidente grave. Mayor Tercero mantenía el eje en alto, pero la carretilla iba ganando velocidad colina abajo y a los dos les costaba mucho controlarla, y estaban empapados en sudor. ¡Qué suerte que el señor Wan le había prometido un trabajo fácil!
Cuando hubieron descendido la colina, sin embargo, la carretera discurría junto al río y era mucho más fácil. Mayor Tercero cogió los brazos de la carretilla y Jingqiu tiraba de una cuerda atada a un lado. Caminaron y charlaron hasta que sin darse cuenta llegaron al pequeño pabellón donde había tenido lugar su último encuentro.