Amos y Mazmorras I (2 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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Bueno, bien mirado, tal vez sí que tenía alma de vengadora.
—La cuestión, señorita Connelly, es que si entra en el sistema, es para respetarlo. —Los mechones de pelo blanco que iban del lado izquierdo al derecho para disimular su calvicie, se descolocaron al sellar con brío las hojas de su informe general, dándole un aspecto de Gollum desaliñado. El hombre estampó en su informe dos palabras que la hundieron en la miseria y en la indignación—. No apta.
—¡¿No apta?! —exclamó levantándose, plantando las manos sobre la mesa—. Pero... ¿Por qué? ¡¿Por ser honesta?! Tengo unas calificaciones inmejorables en todas las demás ramas. Soy una atleta y hablo cuatro malditos idiomas... Tengo la mejor nota en Investigación Criminal y... ¿Y solo porque he reconocido que me encantaría dar una lección a...?
—Señorita Connelly —el psicólogo levantó la mano para detener su diatriba—. La cárcel, lamentablemente, está llena de personas que pretendían dar lecciones a otros. Usted debería proteger y asegurarse de que ese tipo de comportamiento vengativo no se repite. Para eso están la ley y los estatutos federales. Hemos acabado. Ahora, si me disculpa.
¿Si le disculpaba? ¡No! ¡No lo disculpaba! ¡La estaba juzgando erróneamente!
—Debería trabajar su irascibilidad y esas inclinaciones homicidas que tiene —añadió el señor Stewart antes de cerrar la puerta—. Y también debería cambiar el tono de llamada de su teléfono. Sigue siendo policía en Nueva Orleans y esos mensajes incitan a la violencia.
—¡Y usted debería comprarse un maldito peluquín!
El psicólogo dio un portazo al cerrar.
Con la vista fija en la puerta, Cleo agarró su bolso y se dejó caer en la silla.
No podía ser. Creía que lo tenía todo controlado, pero estaba muy equivocada. Un zumo de naranja de cartón, un sándwich y un neceser de pinturas después, dio con su iPhone tuneado con una funda negra que tenía una placa de sheriff estampada en la parte trasera.
Una llamada perdida. Un mensaje en el contestador.
—Ay, mamá. —Apoyó la mano sobre la frente al tiempo que hacía negaciones con la cabeza—. Qué oportuna —aunque había sido su culpa, por no poner el teléfono en silencio.
Llamó a su contestador y escuchó con una triste sonrisa las palabras y la voz reconfortante de su madre.
—¿Hola? ¿Cleo? ¿Cariño? ¿Estás ahí?

 

 

 

—¡¿Le gritaste que se comprara un peluquín?! —Leslie Connelly luchó sin éxito por no echarse a reír delante de su hermanita. Cleo parecía muy disgustada, y ni siquiera el
frappuccino
de café que le había traído nada más salir de su entrevista psicotécnica le levantó la moral.
—No me grites tú también —repuso angustiada—. Ese hombre ha sido odioso.
Estaban sobre el. Divisabanel mirador del monumento a Washington. Al lado, quedaba Abraham Lincoln, como observador de su fracaso, y más alejados yacían el Capitolio y el Obelisco. Mini descapotable negro de Cleo. Sentadas en el capó, medio recostadas en los cristales delanteros, admirando las vistas que había desde el parquin ubicado frente al Instituto Smithsonian.
Cleo dio un largo sorbo a su
frappuccino
y miró a su hermana de reojo. Era más alta, cuatro dedos al menos. Las dos tenían complexiones parecidas, esbeltas y marcadas, aunque, seguramente, de las dos, Leslie era la que atesoraba formas más exuberantes.
Sus rasgos faciales eran similares. Pero donde Cleo era pelirroja caoba, Leslie era morena. Ambas de pelo liso y largo. Su hermana mayor tenía los ojos grises, a diferencia de ella, que los tenía verdes claros. Y mientras que a Cleo le salían hoyuelos en la barbilla cuando se reía, a Leslie se le manifestaban en las mejillas. Pero, aunque había diferencias, estaba esa herencia irlandesa que las hacía muy parecidas.
—Esto es una mierda. Hice la formación en Quantico y lo tenía todo en regla, con valoraciones excelentes. Me llama mamá, y el móvil empieza a escupir: ¡Naziiii! ¡Naziiii!
Leslie negó con la cabeza.
—Deberías cambiar el tono de llamada.
—Lo sé... Yo quería trabajar aquí, contigo —gimoteó como una niña pequeña, apoyándose en el hombro de su hermana—. Adoro el FBI.
—No pasa nada, C —la tranquilizó su hermana—. El próximo año puedes intentarlo de nuevo; y yo podría hablar con mi jefe para que te recomendaran y...
—No. Nada de recomendaciones —sorbió su café helado de Starbucks—. No a los enchufismos —alzó su vaso brindando con un amigo imaginario—. Aunque me vaya como el culo por no aprovecharme.
Leslie se echó a reír.
—C, eres feliz en Nueva Orleans. La comisaría entera te respeta muchísimo.
—Porque soy la hija del héroe de la ciudad, L.
—Porque tú solita tienes a raya a la mafia del Barrio Francés, hermanita. Y también —se encogió de hombros—, porque eres una Connelly. Además, este ha sido tu primer intento. Al final lo conseguirás.
Al final. ¿Cuándo?
—¿Eres feliz aquí, L?
—¿En Washington? Sí —sonrió y se dibujaron sus marcas en las mejillas—. Pero es duro. Este es un trabajo complicado —su mirada se ensombreció—. Ahora mismo nos estamos preparando para una misión de alto riesgo. Y yo estoy en el caso.
Cleo se incorporó sobre los codos y abrió la boca, impresionada.
—¿De verdad, L? —preguntó emocionada—. ¿Me puedes decir de qué se trata?
—Por supuesto... —contestó mirándola con cariño— que no. Soy una agente especial.
—¡Pero eso es muy emocionante! —exclamó con ojos soñadores—. Está bien, respeto tu privacidad.
—¿Emocionante? —repitió mirando al horizonte—. Puede ser, pero corres el peligro de cambiar, porque también es absorbente.
Cleo resopló y observó los zapatos de tacón que reposaban en el suelo. Nunca rayaría la carrocería de su
Mini
.
—Absorbente es escuchar a la señora Macyntire todos los días diciendo que su perro ha desaparecido. Ese perro es un semental y está dejando preñadas a las perras de la ciudad. Le he dicho que si lo castrara no se escaparía de la casa para tirarse a cualquier perra que oliera en veinte kilómetros a la redonda...
Su hermana soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
—Ay, te echo tanto de menos, C.
Cleo se extrañó al oír aquel tono lastimero en Leslie. Ella también la añoraba.
—Y yo a ti. Pero, ¿tú crees que deberían castrarlo o no?
—¿A quién deberían castrar? Votaré en contra.
La voz masculina y penetrante del compañero de Leslie hizo que a Cleo se le erizara el vello de la nuca.
Lion Romano. El mejor amigo de la infancia de Leslie, porque amigo suyo no había sido nunca, claro.
Los tres habían crecido juntos. Ambos quisieron ser policías; jugaban a polis y ladrones, a detectives privados... Y ahora la doble L trabajaba junta. Y la C no entraba en el equipo. Cleo se sintió fatal al percatarse de que solo ella se había quedado atrás.
Madre mía, hacía años que no veía a Lion. Leslie le había explicado que lo habían ascendido y que ahora estaba al cargo de varias operaciones, entre las que destacaba la de ella, de la cual no quería hablar. Cuando le anunció por primera vez que él era su superior, no se lo podía creer. Se alegró por él, porque tenían una amistad pasada. Muy pasada...
En realidad, ¿habían sido amigos alguna vez? No. Lion la aguantaba porque era el modo de seguir con Leslie, y Cleo era muy consciente de ello. Para él era como la niña pesada que los seguía a todos lados y no les dejaba tranquilos.
Vaya... Se sonrojó al pensar que hacía lo mismo ahora: quería llegar hasta donde ellos habían llegado.
Pero se imaginaba en tener al arisco de Lion como jefe y le salían ronchas en la cara.
Cleo se dio la vuelta para mirar por encima del hombro al individuo que peor se lo había hecho pasar cuando eran críos, y, al hacerlo, algo en su interior parecido a una alarma de incendios se activó.
Tragó saliva. Menos mal que se había quitado las falsas gafas de ver; ahora llevaba las gafas Carrera oscuras y no se notaba que tenía los ojos abiertos como platos.
Lion era un hombre sexy hasta lo imposible, oscuro hasta decir basta, y estaba bueno de aquí hasta la luna. Los años lo habían ensanchado, y aunque siempre había sido espigado pero fibrado, ahora escudaban sus huesos kilos de músculos perfectamente delineados. Decían que los hombres crecían hasta los veinte. Lion era el ejemplo perfecto de que se podía estar en permanente crecimiento.
Tenía la cabeza con corte militar y, bajo las gafas de aviador de Gucci, Cleo sabía que seguía conservando aquella mirada de ojos azules oscuros que la ponía nerviosa e hipertensa siempre que la atención recaía en ella, lo que había ocurrido muchas veces, y siempre de mal humor. Además, era una de las personas con las pestañas más largas, rizadas y espesas que había visto en su vida, y poseía una barbilla a lo Kirk Douglas que despertaba su lujuria más pervertida.
—¿Y bien? —preguntó Lion apoyando las manos en su cintura, como si estuviera preparado para darle una reprimenda. Tenía un casco negro colgando del antebrazo y vestía camisa negra, pantalones de pinzas beige y botines marrones oscuros—. Pequeña Cleo —recalcó con retintín—, ¿lo has conseguido?
Cleo se humedeció los labios.
—¿Quién ha invitado a este? —le preguntó a Leslie señalándolo con el pulgar.
Su hermana levantó su
frappuccino
y sonrió, fingiendo muy mal una disculpa.

Mea culpa
.
—No lo has conseguido, ¿verdad?—preguntó él, arrebatándole el vaso de las manos y girándolo para beber por donde ella estaba exactamente bebiendo.
«Toma beso indirecto», pensó Cleo.
—¡Eh! ¡Eso es mío! ¡Cómprate uno!—reclamó bajando del capó y poniéndose de puntillas.
Lion arqueó las cejas y levantó el vaso por encima de su cabeza.
—Cógelo,
hobbit
.
—¡Oh, serás...! —Salto arriba y salto abajo, intentó quitarle el vaso de Starbucks. Pero no hubo manera.
—A ver, ¿por qué no te han aceptado? —preguntó Lion bebiendo de su nuevo refresco—. ¡Lo tenías todo a tu favor! He visto los resultados de tus exámenes y eran todos perfectos.
—¿Has investigado mis exámenes?—preguntó irritada.
—Mmm... ¡Qué rico está esto!—murmuró bebiendo su café—. ¿Qué pasó? ¿Abriste la boca demasiado?
Leslie puso los ojos en blanco y dijo:
—¿Qué contestaste tú cuando te preguntaron sobre qué harías si se te pusiera en frente al asesino de alguien muy ligado a ti?
Lion sonrió incrédulo. ¿Qué habría contestado la ingenua de Cleo?
—Por supuesto —contestó él—, daría aviso a las autoridades y, en todo caso y si la situación lo permite, lo reduciría, leería sus derechos y yo mismo le procesaría.
—¡Mientes! —le señaló Cleo con el dedo, ofendida por su hipocresía—. ¡Te tienes que poner en la mente de esa persona y no pensar como un agente federal! No me creo que hagas eso.
—Le has dicho que te encargarías de ello, ¿verdad? —preguntó Lion sabiendo la respuesta—. Es justamente lo que no quieren oír. Se lo has puesto demasiado fácil.
—Ha sido una encerrona —se excusó, apoyando el trasero en el capó, junto a su hermana—. Además, me ha dicho que me pusiera en la piel de la madre de la niña. Por supuesto que le he dicho que «si fuera ella» probablemente lo mataría.
—Ya. Pero la ley y la corrección empieza por el ciudadano, pelirroja —emitió una carcajada—. Un agente del FBI no es el pato justiciero.
Cleo apretó los labios y miró hacia otro lado. Odiaba que actuara así con ella. Siempre provocándola, siempre rectificándole e incordiándola. Pasaban los años y no cambiaba. Tenía ganas de patearle su perfecto trasero.
—No seas tan duro con ella —lo reprendió Leslie—. Mi hermanita es honesta y simplemente dijo lo que todos pensábamos. Pero le faltó pillería y reaccionar rápido.
Lion sonrió con más ternura y se encogió de hombros. Se acercó a ella, ofreciéndole el
frappuccino
que le había robado.
—Ya lo conseguirás el año que viene. Si quieres puedo hablar con...
—¿Qué te hace pensar que necesitaré tu ayuda, Lion? Lo conseguiré; aunque puede que me lo piense si lograrlo es tener a un superior tan chulo y ególatra como tú. No sé cómo mi hermana te soporta.
Lion sonrió abiertamente y le mostró su perfecta y blanca dentadura.

Touché
. Me encanta que me trates mal, nena.
Leslie carraspeó mientras los miraba entretenida.
—No puede ser que ya estéis así. Llevabais años sin veros, y seguís llevándoos como el perro y el gato.
—¡Es él! —se quejó Cleo tirando el
frappuccino
vacío a la basura—. Me tengo que ir. En la comisaría solo me dieron un día de permiso por asuntos personales y tengo que regresar mañana.
—Ven a cenar con nosotros —la invitó su hermana—. Es muy pronto... Te vas muy pronto —se abrazó a ella—. No es suficiente.
—Lo sé, hermanita —contestó ella lanzándole una mirada asesina a Lion—. Pero vendré a visitarte.
—Estaré muy ocupada —aclaró Leslie sobre su hombro—. Yo me pondré en contacto contigo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —se besaron en la mejilla—, agente especial.
—Gajes del oficio, nena —puso voz cómica y la achuchó por última vez—. Ya te tocará.
Lion se colocó frente a ella y bajó la cabeza, poniendo la mejilla morena cerca de la boca de Cleo.
—¿No me das un beso de despedida a mí?
Cleo se puso roja como un tomate y arrugó el cejo. Si se lo daba demostraría que no le importaba. Y si no se lo daba reflejaría lo mucho que le afectaba lo que él le decía. Siempre igual.
Está bien, lo haría. ¡Qué sacrificio tan grande besar a ese gigante adonis del sexo y la lascivia!
Cleo le fue a dar un beso en la mejilla y, de repente, el malo de Lion giró el rostro y le plantó un beso en todos los labios. Un beso con un poco de punta de lengua.
Cleo dio un salto hacia atrás, apartándose de él. ¿Ese hombre tenía electricidad en la boca?
Lion se incorporó poco a poco y sonrió como solo un hombre con un pacto con el diablo podría hacer.

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