En efecto, según la agencia Reuters, investigadores de la Escuela de Medicina Feinberg de la Northwestern University, en Chicago, concluyeron en un estudio que «cerca del 40 % de los 119 pacientes que tomaban medicación para la presión en tres centros comunitarios de salud no pudieron recordar con precisión qué fármacos estaban consumiendo». Una cifra que aumentó al «60 % entre aquellos con alfabetización sanitaria baja, que es la medida de su capacidad de leer y comprender materias relacionadas con la salud». Inclusive un tercio de los pacientes con alfabetización sanitaria adecuada era incapaz de nombrar con exactitud los medicamentos que consumía.
Esto supone un problema, dado que «muchos médicos confían en los pacientes para hacer un recuento preciso de qué medicamentos están tomando», pero como no lo saben, el error «podría generar interacciones medicamentosas y malos tratamientos para las enfermedades crónicas», a juicio del doctor Stephen Persell, que cree que «una de las soluciones para eludir los errores farmacológicos es que los pacientes lleven la medicación a la consulta con el doctor». Asimismo, el autor del estudio recomendó «incentivar a los laboratorios a que simplifiquen los nombres de los medicamentos una vez que se vuelven genéricos» pues, actualmente, éstos «se comercializan por su nombre químico, que muchas veces es impronunciable para el paciente medio».
De sus cuarenta y tres años, ha estado diecinueve trabajando en varios centros de salud madrileños y ahora ejerce en un centro especializado en endocrinología, en diabetes.
En Vallecas te encuentras con unas características socioculturales especiales, pero la verdad es que hay gente con un carisma y unos valores fantásticos y otra que no tiene valores, como en todos sitios.
En general, eres el puente entre el médico y el paciente, por confianza, porque te conocen más, te cuentan más cosas —como que el marido la está envenenando— y tú les tienes que aconsejar qué les convendría hacer. La relación se estrecha hasta el punto de que te los encuentras por la calle y te piden consejo, te consultan lo que les ha pasado y les resuelves problemas sin necesidad de acudir al centro de salud. Es que a muchos los conozco desde niños, cuando les ponía las vacunas, y luego voy por la calle, me saludan y no los reconozco, de lo crecidos que están, y ellos me recuerdan que los vacuné hace no sé cuántos años. Algunos pacientes tienen incluso detalles con nosotras; por ejemplo, es paradójico, pero los diabéticos te regalan bombones a pesar de que ellos no pueden comerlos.
Recuerdo que en los noventa, cuando había más reticencias a la vacuna de la gripe, les tenía que encandilar para que se dejaran vacunar, porque por más que les explicaba que era bueno para su salud, que les mejoraría la calidad de vida, y demás, no había manera de convencerlos. Así que les decía a los abuelos que la vacuna rejuvenecía cinco años, y una me dijo: «Ah, pues si rejuvenece, a mí póngame dos».
En cambio, hoy en día, la temporada de vacunación es muy difícil porque la gente mayor se quiere vacunar toda de golpe, siempre quieren ser los primeros, te piden todos a la misma hora... Cuando entro en la sala y veo todo el follón, les advierto que si no se ponen en fila, no se vacuna nadie. Y al volver están todos en fila como niños, tan graciosos...
Con los mayores tenemos mucho trato, porque hay algunos que no tienen nada que hacer, vienen a por la receta, otro día a otra cosa, otro día a consultar no sé qué...
—Pero ¿qué hace que viene todos los días? —les pregunto yo.
Y me responden:
—Bueno, porque vengo, hablo cinco minutos, y ya me da un poco de alegría.
Eso por no hablar de quien quiere que vayas todos los días a curarle a casa porque está sólito. Y no puede ser, se tiene que buscar otros recursos. Pero es que son muy tiernos: luego viene el abuelito que te quiere dejar la herencia porque te has portado muy bien con él y se te cae el alma a los pies. A veces les tienes que ayudar a morir, tienes que estar ahí... Por cierto, la primera vez que trabajé en un hospital se me murieron cuatro en una noche y me cuestioné: «¿Para qué quiero ser enfermera, con lo bien que estoy yo en mi casa con mi padre y mi madre?». Aunque en veinte años también he vivido momentos muy agradables. Algunas meteduras de gamba, como una vez que había tanto lío que en lugar de quitarle unos tapones de cera a un paciente le hice un electro. Y otros un tanto conflictivos: recuerdo que uno me sacó una pistola en la consulta. El pobre sufría un trastorno de personalidad y problemas mentales importantes; de hecho, otras veces me trae cuadros pintados por él...
Necesitas tablas para controlar situaciones de este tipo, como cuando nos encontramos con dos drogatas pegándose, llamamos a la Policía y les metieron a los dos en la misma habitación, con lo cual se siguieron pegando y tuvimos que sugerirles a los agentes que igual mejor separarlos en distintas estancias. También he escuchado a la madre de un drogata confesarme que lo siente mucho pero que ella va a las Barran—quillas a buscarle las drogas porque al menos lo tiene controlado. Sin duda, los peores momentos los viví en el atentado del 11-M: estuve trabajando en El Pozo, curando a los heridos, y fue una situación muy dura, pasé mucho miedo. Luego la gente nos felicitaba, porque nos había visto en la tele.
Y no ha sido la única ocasión, pero ésta mucho más feliz. Estaba trabajando con un médico y siempre nos llamaban ante cualquier urgencia porque yo nunca me niego a hacer nada. Un celador me avisó de que una mujer había roto aguas y, efectivamente, se tumba en la camilla y cuando nos dimos cuenta el niño ya había sacado la cabeza. Llamamos a la ambulancia, que llegó enseguida pero se estropeó, no había manera humana de encontrar ningún ginecólogo... Así que la asistimos en el parto y cuando la mujer salió al pasillo todo el mundo empezó a aplaudir. En definitiva, yo creo que si estás abierto, te pasan muchas más historias.
Este enfermero madrileño lleva años trabajando en un centro de salud en un municipio de Madrid, pero se puede decir que es un activo defensor de la enfermería psicosocial porque está implicado en la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria, de cuya revista es redactor jefe y escribe textos basándose en la experiencia acumulada en su día a día que, a su vez, servirán de teoría a muchos profesionales.
Teniendo en cuenta las funciones de los enfermeros, que somos cuidadores, educadores, técnicos, asistentes, etcétera, en el ámbito educativo a mí me pasan muchas cosas curiosas. Por ejemplo, contamos con unas técnicas de investigación en el aula con niños que consisten en diseñar un programa educativo. Yo pido:
—Quiero que me metáis en un cajón todo lo que queráis saber sobre sexualidad.
Y cuando se desinhiben, en el anonimato, te cuestionan cosas de todo tipo: si se pueden quedar embarazadas por hacerlo sólo una vez, qué pasa si un chico se masturba veinte veces en un día... Nosotros lo hacemos así para que se familiaricen y los padres se quejan de que son muy pequeños, pero cuando ves lo que les pasa por la cabeza te das cuenta de que no lo son tanto.
Claro que los adultos a veces parecen más inocentes todavía, como una mujer que no sabía cómo se había quedado embarazada.
—¿Ha tenido relaciones? —le pregunté.
—No lo sé —respondió ella— Hombre, la otra noche, como éramos muchos, quizá... No sé.
Al parecer vivían varios inmigrantes en la misma casa y dormían en la misma habitación.
Con la sexualidad la gente tiene muchos tabúes, sobre todo vamos viendo cómo los homosexuales recorren el proceso de sexuación, cómo pasan por el proceso físico—químico que da la explicación científica de cómo esa persona ha llegado a tener esa orientación sexual; la sexualidad, que es la forma de vivirla; la erótica, que es la forma de expresarla; y la amatoria, que es la forma de cultivar las relaciones. Les tienes que explicar que eso es un proceso natural y cómo vivirlo con los demás.
La gente mayor consulta mucho sobre sexualidad pero desconoce el modo de comunicárselo a su pareja. Normalmente, la población tiene muchos prejuicios y debemos mostrarles que se han metido en un cajón con su pareja pero que en realidad la forma de vivir la sexualidad es múltiple y hay muchos otros cajones. Venimos de una situación en la que había dos cajones: el matrimonio y el celibato. Sin embargo ahora se dan cuenta de que existen muchos más, que se puede ser muy liberal, u homosexual, o estar viudo o divorciado y después volver a casarse... Hoy en día, en las conversaciones diarias, cuando trabajamos con los once patrones básicos de la enfermería, nos damos cuenta de que la manera de vivir la sexualidad está condicionada por la experiencia social y que la gente no se encuentra libre en ese aspecto. Entonces nosotros les ayudamos a descubrir cuál es su forma de ser, qué es lo que quieren y qué es lo que sienten, y cómo les apetece vivir las cosas, para que después lo puedan transmitir correctamente a su pareja. Lo que ocurre es que cuando la gente se empareja no habla y da por hechos unos valores como son familia, fidelidad, respeto, valoración, tareas domésticas, aficiones, cultura... Pero en cuanto les pedimos que los pongan en una escala, no todo el mundo le da la misma importancia a la fidelidad, a la colaboración en las tareas domésticas, etcétera: es preciso retomar esos diálogos a todos los niveles.
Los enfermeros intentamos analizar eso que coacciona a los pacientes, pero no desde el punto de vista del psicoanálisis —que ya está un poco trasnochado en el sentido de que por analizar tus experiencias traumáticas y del pasado no vas a llegar a ningún lado, ni tampoco por empeñarte en cambiar las debilidades, dado que la mayoría nos vamos a morir con las mismas—, sino por medio de cultivar las fortalezas y todo lo que tenemos en el interior. Lo malo es que habitualmente ese proceso que no ha ocurrido antes hace que la gente viva una especie de hipocresía, que se manifiesta en una tremenda falta de comunicación y en no expresar lo que quieres hacer con tu vida.
Otro aspecto muy interesante de la enfermería para los que nos gusta la promoción de la salud es la confianza en que tu mensaje pueda cambiar el rumbo de la vida de adolescentes, parejas o personas mayores que se encuentran en una situación de infelicidad, la cual a su vez suele conllevar un trasfondo psicosomático. El enfermero más o menos sabe anticipar por dónde puede ir el problema de cada paciente, a juzgar por el tipo de vida que éste tiene, la relación con su familia, los hábitos que lleva y demás. Por ejemplo, últimamente estamos tratando la violencia de pareja hacia la mujer, estableciendo cómo se llega a ese punto en que una persona atrapada por completo en un entorno enfermizo es capaz de dar unos pasos para salir de él y generar esos cambios que necesita. Existen unos modelos de trabajo en los que nos basamos, empezando por la entrevista motivacional y la escucha reflexiva, que son muy buenos para que cada uno sepa movilizar sus recursos internos encaminados a iniciar ese cambio de brújula que al final te va a llevar a un destino mucho menos fatalista de lo que era de prever.
Sé de mujeres que han rehecho su vida después de dejar a un maltratador, se han ido a vivir solas en su propio piso y, ahora, son mujeres autónomas completamente felices; entre ellas, una chica asiática que se casó con un español y tuvo dos hijos: pasó de la indefensión aprendida a sentir que tomaba las riendas de su vida. También tengo una paciente que se quedó tetrapléjica con veintiún años y tiene dos hijos con síndrome de West —perteneciente al grupo de encefalopatías epilépticas catastróficas—, a la que buscamos un trabajo de maquetista y diseñadora en la revista que hacemos del Consejo de Salud. A raíz de trabajar con ella, y teniendo en cuenta que está demostrado que es lo normal a partir de los dos años con este tipo de terapia, ha alcanzado el nivel de felicidad que puede sentir cualquier persona sin tetraplejia, sigue su vida diaria...
Vienen muchos adolescentes con los que trabajamos la inteligencia emocional, para que sean autónomos y sepan responder a la presión de grupo; también niños que las madres te traen exagerando, convencidas de que o bien tienen en casa un futuro premio Nobel, o bien un delincuente, y una vez determinas que es un chaval normal para su edad tienes que trabajar con ellos para que asuman un grado de madurez normal con una serie de dinámicas, con las disciplinas adecuadas para que cada uno se pueda reeducar en su propio destino. Y lo bonito es que vas viendo que un niño que había perdido un montón de cursos, de repente los va recuperando porque se les enciende la luz.
También tengo casos documentados de personas muy obesas que consiguen perder veinte kilos, y de deshabituación de tabaquismo o de cualquier tipo de droga, que generalmente responden a un perfil con un factor de vulnerabilidad interno, un problema de autoestima o similares estancado porque nadie ha trabajado con ellas. De hecho, si se someten a un tratamiento de sustitutivos de nicotina o de metadona pero no se soluciona el factor por el que se han enganchado a esa sustancia adictiva, recaerán. Al final, la mayoría de las conductas adictivas se deben a miedos: a ser, a no tener, a que no te quieran, a hacer algo mal... Y cuando consigues superar ese tipo de vulnerabilidad, es mucho menor la probabilidad de recaer en las adicciones. Luego, de entre éstas, unas están más aceptadas que otras. Por ejemplo, el perfeccionismo que lleva a la adicción al trabajo no se ve tan grave como la drogadicción, la ludopatía o el alcoholismo, pero todas tienen la misma base psicológica. Las drogas pueden matar a sesenta mil personas al año en España, mientras que la obesidad puede matar a doscientas cincuenta mil y, sin embargo, no crea tanta alarma social. La adicción a la comida goza de mejor aceptación social, si bien no deja de ser un trastorno compulsivo que el enfermo no puede controlar por sí mismo.
La mayoría de los enfermeros estamos ^trabajando en ese sentido: no tratamos de establecer una dieta ni recomendamos determinado ejercicio físico, sino que les enseñamos a adoptar actitudes saludables y preventivas, a tomar las riendas de su vida. Para ello, acabamos recurriendo a las mismas técnicas de la medicina tradicional, apoyadas con métodos más modernos para que la gente tome conciencia de su problema real, para que sepa qué es lo que causa esa úlcera que padece, o una lumbalgia, o una hernia, en lugar de tratarlo simplemente con medicamentos. Debe conocer qué factores patológicos se encuentran tras su forma de comportarse, qué se esconde detrás de su perfeccionismo, de su indefensión aprendida, de su pasividad ante ciertos hechos...