Anochecer (26 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Anochecer
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—Athor parece extraño esta tarde. Quiero decir, aceptando incluso circunstancias especiales. ¿Qué es lo que ocurre?

—Está preocupado por Faro y Yimot, supongo.

—¿Quiénes?

—Un par de jóvenes estudiantes graduados. Tenían que estar aquí hace horas y todavía no se han presentado. Athor se halla terriblemente falto de manos, por supuesto, ya que toda la gente menos la realmente esencial ha ido al Refugio.

—No crees que hayan desertado, ¿verdad? —preguntó Theremon.

—¿Quién? ¿Faro y Yimot? Por supuesto que no. No son el tipo. Darían todo y más por estar aquí esta tarde tomando mediciones cuando se produzca el eclipse. Pero, ¿y si se ha producido algún tipo de disturbio en Ciudad de Saro y se han visto atrapados por él? —Beenay se encogió de hombros—. Bueno, aparecerán más pronto o más tarde, imagino. Pero, si no están aquí cuando nos acerquemos a la fase crítica, las cosas pueden volverse un poco difíciles en el momento en que empiece a acumularse el trabajo. Eso debe de ser lo que preocupa a Athor.

—No estoy tan seguro —dijo Sheerin—. La falta de dos hombres debe de preocuparle, sí. Pero hay algo más. Su aspecto se ha vuelto de pronto tan viejo. Cansado. Incluso derrotado. La última vez que le vi estaba lleno de lucha, lleno de charla acerca de la reconstrucción de la sociedad después del eclipse..., el auténtico Athor, el hombre de hierro. Ahora todo lo que veo es a un triste, cansado y patético viejo que aguarda simplemente la llegada del fin. El hecho de que ni siquiera se molestara en echar a Theremon fuera...

—Lo intentó —dijo Theremon—. Beenay le convenció de lo contrario. Y Siferra.

—A eso me refiero precisamente. Beenay, ¿has conocido nunca a nadie que haya sido capaz de convencer a Athor de algo? Pásame el vino.

—Puede que sea culpa mía —dijo Theremon—. Todo lo que escribí, atacando su plan de erigir por todo el país Refugios donde la gente pudiera ocultarse. Si cree genuinamente que va a producirse una Oscuridad de alcance mundial dentro de unas pocas horas y que toda la Humanidad se volverá violentamente loca...

—Lo cree genuinamente —dijo Beenay—. Todos nosotros lo creemos.

—Entonces el fracaso del gobierno en tomar en serio las predicciones de Athor debe de haber sido una abrumadora, aplastante derrota para él. Y me siento tan responsable como cualquiera. Si resulta que su gente tenía razón, nunca me lo perdonaré.

—No se halague a sí mismo, Theremon —dijo Sheerin—. Aunque usted hubiera escrito cinco columnas al día exigiendo un colosal movimiento de preparación, el gobierno hubiera seguido sin hacer nada al respecto. Es probable que incluso hubiera tomado las advertencias de Athor menos en serio de lo que lo hizo, si es que es posible, con un periodista amante de las cruzadas populares como usted del lado de Athor.

—Gracias — dijo Theremon—. Aprecio realmente eso. ¿Queda algo de vino? —Miró a Beenay—. Y, por supuesto, tengo problemas con Siferra también. Cree que soy demasiado ruin como para dignarse dirigirme la palabra.

—Hubo un tiempo en el que parecía realmente interesada en ti —dijo Beenay—. De hecho, el asunto me preocupó. Quiero decir, si tú y ella estabais..., esto...

—No —dijo Theremon con una sonrisa—. En absoluto. Y nunca llegará esa posibilidad, ahora. Pero fuimos muy buenos amigos durante un tiempo. Una mujer fascinante, realmente fascinante. ¿Qué hay acerca de esa teoría suya de la prehistoria cíclica? ¿Hay algo ahí?

—No si escucha usted a algunos de los demás miembros de su departamento —dijo Sheerin—. Se muestran más bien burlones al respecto. Por supuesto, todos ellos poseen antiguos intereses en el esquema arqueológico establecido, que dice que Beklimot fue el primer centro urbano y que si retrocedes más de un par de miles de años no puedes hallar ninguna civilización en absoluto, tan sólo primitivos y peludos moradores de la jungla.

—Pero, ¿cómo pueden refutar esas catástrofes recurrentes en la Colina de Thombo? —preguntó Theremon.

—Los científicos que creen conocer la auténtica historia pueden argumentar cualquier cosa en contra de lo que amenace sus creencias —dijo Sheerin—. Rasque a un académico atrincherado y descubrirá que debajo es muy similar en muchos aspectos a un Apóstol de la Llama. Simplemente lleva un tipo distinto de hábito. —Tomó la botella, que Theremon había estado sujetando ociosamente, y echó un nuevo trago—. Al diablo con ellos. Incluso un profano como yo puede ver que los descubrimientos de Siferra en Thombo vuelven completamente del revés la imagen que teníamos de la prehistoria. La cuestión no es si hubo o no incendios recurrentes a lo largo de un período de todos esos miles de años. La cuestión es por qué.

—He visto montones de explicaciones últimamente, todas ellas más o menos fantásticas —indicó Theremon—. Alguien de la universidad de Kitro argumentaba que se producen lluvias periódicas de fuego cada pocos miles de años. Y recibimos una carta en el periódico de alguien que afirmaba ser astrónomo independiente y decía haber "demostrado" que Kalgash pasa a través de uno de los soles a cada uno de esos períodos. Creo que se propusieron incluso cosas más disparatadas.

—Sólo hay una idea que tiene algo de sentido —dijo con voz tranquila Beenay—. Recuerda el concepto de la Espada de Thargola. Tienes que hacer caso omiso de las hipótesis que requieren campanas y silbatos extras a fin de tener sentido. No hay ninguna razón por la que deba caer del cielo sobre nosotros una lluvia de fuego de tanto en tanto, y es una evidente estupidez hablar de pasar a través de soles. Pero la teoría del eclipse se halla perfectamente respaldada por las matemáticas de la órbita de Kalgash de la forma en que es afectada por la Gravitación Universal.

—La teoría del eclipse puede mantenerse en pie, sí. Por supuesto que sí. Lo descubriremos muy pronto, ¿no? —dijo Theremon—. Pero aplica también la Espada de Thargola a lo que acabas de decir. No hay nada en la teoría del eclipse que nos diga que habrá necesariamente tremendos incendios inmediatamente después.

—No —dijo Sheerin—. No hay nada de eso en la teoría. Pero el sentido común lo señala. El eclipse traerá consigo la Oscuridad. La Oscuridad traerá la locura. Y la locura traerá las Llamas. Lo cual iniciará otro ciclo de un par de milenios de doloroso debatirse. Todo se verá reducido a la nada mañana. Mañana no habrá una ciudad que se levante en pie sin daños en todo Kalgash.

—Suena usted exactamente igual que los Apóstoles —señaló Theremon, furioso—. Oí casi exactamente lo mismo de boca de Folimun 66 hace unos meses. Y les hablé a los dos de ello, recuerdo, en el Club de los Seis Soles.

Miró por la ventana, más allá de las boscosas laderas del Monte del Observatorio, hasta donde las torres de Ciudad de Saro resplandecían como ensangrentadas en el horizonte. El periodista sintió la tensión de la incertidumbre crecer dentro de él cuando lanzó una rápida mirada a Dovim. Brillaba rojizo en el cenit, enano y maligno.

Testarudamente, prosiguió:

—No puedo aceptar su cadena de razonamiento. ¿Por qué debería volverme loco sólo porque no hay un sol en el cielo? Y, aunque así fuera..., sí, no he olvidado a esos pobres desgraciados en el Túnel del Misterio..., aunque así fuera, y todo el mundo se volviera loco también, ¿por qué habría de causar eso daño a las ciudades? ¿Vamos a derribarlas hasta la última piedra?

—Al principio yo dije lo mismo —indicó Beenay—. Antes de que me detuviera a pensar detenidamente las cosas. Si estuvieras sumido en la Oscuridad, ¿qué es lo que desearías más que cualquier otra cosa..., qué buscarías instintivamente por encima de todo?

—Bueno, luz, supongo.

—¡Exacto! —exclamó Sheerin, un auténtico grito—. ¡Luz, sí! ¡Luz!

—¿Y cómo conseguirías la luz?

Theremon señaló el interruptor en la pared.

—Simplemente la encendería.

—Correcto —exclamó Sheerin, burlón—. Y los dioses, en su infinita bondad, le proporcionarían toda la corriente necesaria para que obtuviera usted toda la luz que necesitara. Porque la compañía suministradora de electricidad seguro que no podría. No con todos los generadores chirriando hasta detenerse, y la gente que los maneja tanteando de un lado para otro y balbuceando en la oscuridad, y lo mismo con los controladores de las líneas de transmisión. ¿Me sigue?

Theremon asintió, aturdido.

—¿De dónde procederá la luz, cuando los generadores se detengan? —siguió Sheerin—. De las luces de vela, supongo. Todas ellas tienen buenas baterías. Pero puede que no tenga ninguna luz de vela a mano. Estará usted ahí fuera en la calle en medio de la Oscuridad, y su luz de vela estará en su casa, en la mesilla de noche, justo al lado de su cama. Y usted deseará luz. Así que quemará alguna cosa, ¿eh, señor Theremon? ¿Ha visto alguna vez un incendio en el bosque? ¿Ha ido de acampada alguna vez y asado un bistec encima de un fuego de leña? Proporciona luz, y la gente es muy consciente de ello. Cuando sea oscuro desearán luz, y estarán dispuestos a obtenerla.

—Así que quemarán troncos —dijo Theremon sin mucha convicción.

—Quemarán cualquier cosa que puedan conseguir. Necesitarán luz, y la obtendrán. Buscarán algo para quemar, y la madera no estará a mano, no en las calles de la ciudad. Así que quemarán lo que sea que hallen más cerca. ¿Un montón de periódicos? ¿Por qué no? El Crónica de Ciudad de Saro proporcionará un poco de luz por un tiempo. ¿Qué hay acerca de los quioscos donde se almacenan y se venden esos periódicos? ¡Quemémoslos también! Quememos ropas. Quememos libros. Quememos las ripias de los tejados. Quemémoslo todo. La gente tendrá su luz..., ¡y cada lugar habitado estallará en llamas! Ahí tiene sus fuegos, señor Periodista. Ahí tiene el fin del mundo en el que estaba acostumbrado a vivir.

—Si llega el eclipse —dijo Theremon, con un subtono de testarudez en su voz.

—Si, es cierto —dijo Sheerin—. No soy astrónomo. Y tampoco Apóstol. Pero mis apuestas están con el eclipse.

Miró directamente a Theremon. Los ojos de los dos hombres se cruzaron como si todo aquello fuera un asunto personal de poderes de voluntad, y luego Theremon apartó la vista sin decir nada. Su respiración era ronca y agitada. Se llevó las manos a la frente y apretó con fuerza.

Entonces les llegó un repentino alboroto de la habitación contigua.

—Creo que he oído la voz de Yimot —dijo Beenay—. Él y Faro deben de haber llegado al fin. Vayamos a ver qué les ha retenido.

—Si, será lo mejor —murmuró Theremon. Dejó escapar un largo suspiro y pareció estremecerse. La tensión se había roto..., por el momento.

24

La habitación principal era un auténtico tumulto. Todos estaban reunidos en torno a Faro y Yimot, que intentaban detener una lluvia de ansiosas preguntas mientras que se despojaban de sus prendas de calle.

Athor entró como un ariete en medio del grupo y se enfrentó furioso a los recién llegados.

—¿Os dais cuenta de que prácticamente es la hora-E?¿Dónde habéis estado?

Faro 24 se sentó y se frotó las manos. Sus redondas y carnosas mejillas estaban enrojecidas por el frío del exterior. Sonreía de una forma extraña. Y parecía curiosamente relajado, casi como si estuviera drogado.

—Nunca le había visto así antes —susurró Beenay a Sheerin—. Siempre ha sido muy obsequioso, la imagen perfecta del humilde aprendiz de astrónomo sometiéndose a la gente importante a su alrededor. Incluso a mí. Pero ahora...

—Chisss. Escuchemos —indicó Sheerin.

Faro dijo:

—Yimot y yo acabamos de realizar un pequeño y loco experimento propio. Hemos intentado ver si podíamos construir algo mediante lo cual pudiéramos simular la aparición de la Oscuridad y las Estrellas a fin de tener una noción por anticipado de cómo sería.

Hubo un confuso murmullo entre los oyentes.

—¿Estrellas? —exclamó Theremon—. ¿Saben lo que son las Estrellas? ¿Cómo lo han descubierto?

Sonriendo de nuevo, Faro dijo:

—Leyendo el Libro de las Revelaciones. Parece estar muy claro que las Estrellas son algo muy brillante, como soles pero más pequeños, que aparecen en el cielo cuando Kalgash entra en la Cueva de la Oscuridad.

—¡Absurdo! —exclamó alguien.

—¡Imposible!

—¡El Libro de las Revelaciones! ¡Ahí es donde han hecho su investigación! ¿Pueden imaginar...?

—Tranquilos —dijo Athor. Había una repentina expresión de interés en sus ojos, un toque de su antiguo vigor—. Adelante, Faro. ¿Qué fue ese "algo" vuestro? ¿Cómo lo hicisteis?

—Bueno —dijo Faro—, la idea se nos ocurrió hace un par de meses, y hemos estado trabajando en ella en nuestro tiempo libre. Yimot conocía una casa baja de un solo piso abajo en la ciudad con un techo en forma de cúpula..., una especie de almacén, creo. Así que la compramos...

—¿Con qué? —interrumpió Athor perentoriamente—. ¿Dónde obtuvisteis el dinero?

—Nuestros ahorros en el Banco —gruñó el delgado Yimot 70, y agitó sus miembros como cañerías—. Nos costó dos mil créditos. —Luego, como a la defensiva—: Bueno, ¿y qué? Mañana dos mil créditos serán dos mil trozos de papel y nada más.

—Seguro —dijo Faro—. Así que compramos el lugar, y lo forramos por dentro con terciopelo negro desde el techo hasta el suelo a fin de conseguir una Oscuridad tan perfecta como fuera posible. Entonces practicamos diminutos agujeros en el techo y los cubrimos con pequeñas caperuzas metálicas que podían ser retiradas simultáneamente pulsando un botón. Bueno, esa parte no la hicimos nosotros personalmente; contratamos a un carpintero y un electricista y algunos otros operarios..., el dinero no contaba. Lo importante era que podíamos hacer que la luz brillara a través de esos agujeros en el techo, de modo que podíamos conseguir un efecto como de Estrellas.

—Lo que imaginábamos que podía ser el efecto de Estrellas —rectificó Yimot.

No se oyó ni un aliento en la pausa que siguió. Athor dijo rígidamente:

—No tenéis ningún derecho a efectuar experimentos particulares...

Faro pareció avergonzado.

—Lo sé, señor..., pero, francamente, Yimot y yo pensamos que el experimento era un poco peligroso. Si el efecto funcionaba realmente, casi esperábamos volvernos locos... Por lo que decía el doctor Sheerin respecto a todo el asunto, creíamos que eso sería lo más probable. Así que pensamos que debíamos ser nosotros solos quienes corriéramos el riesgo. Por supuesto, si descubríamos que podíamos retener nuestra cordura, se nos ocurrió que tal vez pudiéramos desarrollar inmunidad al auténtico fenómeno, y luego exponer al resto de nosotros a lo que habíamos experimentado. Pero las cosas no funcionaron...

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