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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (7 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Tras haber evaluado y descartado la actividad que sucedía a su alrededor (donde el teniente Schofield estaba ocupado ayudando a unos buzos a prepararse), las dos orcas comenzaron a dar vueltas alrededor del tanque y de la campana de inmersión que se hallaba medio sumergida en el centro.

Sus movimientos parecían extraños, casi coordinados. Si una orca miraba a un lado, la otra miraba en la dirección opuesta. Era como si estuvieran buscando algo, algo en concreto…

—Están buscando a
Wendy
—dijo Kirsty mientras miraba a las dos orcas desde la pasarela del nivel C. Su voz era monótona, fría, inusitadamente severa para una niña de doce años.

Habían transcurrido cerca de dos horas desde que Schofield y su equipo llegaran a Wilkes, y ahora Schofield se encontraba en el nivel E, preparándolo todo para enviar abajo a dos de sus hombres en la
Douglas Mawson
y averiguar qué le había ocurrido a Austin y al resto.

Kirsty estaba observando fascinada a Schofield y a los dos buzos desde el nivel C cuando vio aparecer a las dos orcas en la superficie. A su lado, instalados en ese nivel para manejar los controles del cabrestante, estaban dos de los marines.

A Kirsty le gustaban esos dos soldados. A diferencia de los soldados mayores, que se habían limitado a gruñirla cuando ella les había dicho hola, estos dos eran jóvenes y simpáticos. Uno de ellos era una mujer, y Kirsty se alegró de ello.

La cabo lancero Elizabeth Gant era una mujer compacta y en forma, y sostenía su MP-5 como si fuera una prolongación de su mano derecha. Bajo el casco y las gafas plateadas se encontraba una mujer inteligente y atractiva de veintiséis años. Su sobrenombre, Zorro, era un cumplido de admiración con el que le habían obsequiado sus colegas masculinos. Libby Gant bajó la vista a las dos orcas que merodeaban alrededor del estanque.

—¿Están buscando a
Wendy
? —preguntó mientras miraba al pequeño lobo marino situado tras ella en la pasarela.
Wendy
se alejaba nerviosa del borde, intentando al parecer que las dos orcas que deambulaban alrededor del tanque a más de doce metros del nivel C no la vieran.

—No les gusta mucho —dijo Kirsty.

—¿Por qué no?

—Son jóvenes. Orcas macho jóvenes. No les gusta nadie. Es como si tuvieran algo que demostrar, demostrar que son más grandes y fuertes que los demás animales. Típico de los chicos. Las orcas de estas zonas comen fundamentalmente cangrejeras, pero esas dos vieron a
Wendy
en el tanque hace un par de días y vienen desde entonces.

—¿Qué es una cangrejera? —preguntó
Hollywood
Todd desde los controles del cabrestante.

—Es otro tipo de foca —dijo Kirsty—. Una foca grande y gorda. Las orcas se las comen en unos tres bocados.

—¿Comen focas? —preguntó Hollywood realmente sorprendido.

—Sí —dijo Kirsty.

—¡Vaya! —Recién salido del instituto, Hollywood no podía afirmar sentir gran amor por los libros o los estudios. El colegio había sido una etapa muy dura. Se había alistado en los marines dos semanas después de graduarse y consideraba que era la mejor decisión que había tomado.

Miró a Kirsty, evaluando su tamaño y edad.

—¿Cómo sabes todo eso?

Kirsty se encogió de hombros con timidez.

—Leo mucho.

—Oh.

Al lado de Hollywood, Gant comenzó a reír por lo bajo.

—¿De qué se ríe? —preguntó Hollywood.

—De usted —respondió Libby Gant sonriente—. Tan solo pensaba en cuánto leería.

Hollywood ladeó la cabeza.

—Yo leo.

—Seguro que sí.

—Sí lo hago.

—Los cómics no cuentan, Hollywood.

—No solo leo cómics.

—Oh, sí, me olvidaba de su valiosa suscripción a la revista
Hustler
.

Kirsty comenzó a reírse entre dientes.

Hollywood se dio cuenta y frunció el ceño.

—Ja, ja. Sí, bueno, al menos sé que no seré profesor de universidad, por lo que no intento ser quien no soy. —Arqueó las cejas a Gant—. ¿Qué hay de usted, Dorothy? ¿Alguna vez ha intentado ser alguien que no es?

Libby Gant se bajó ligeramente las gafas, revelando unos ojos de intenso color azul. Miró con tristeza a Hollywood.

—A palabras necias, oídos sordos, Hollywood. A palabras necias, oídos sordos.

Gant se colocó de nuevo las gafas y se giró para mirar a las orcas del tanque.

Kirsty estaba confundida. Cuando le habían presentado a Gant antes, le habían dicho que su nombre era Libby y su apodo Zorro. Tras unos instantes, Kirsty le preguntó inocentemente:

—¿Por qué te ha llamado Dorothy?

Gant no respondió. Siguió mirando al tanque y negó con la cabeza.

Kirsty se volvió para mirar a Hollywood. Él sonrió de un modo enigmático y se encogió de hombros.

—Todo el mundo sabe que a Dorothy le gustaba más el espantapájaros que los demás.

Sonrió como si eso lo explicara todo, y retomó su trabajo. Kirsty no lo entendió.

Gant se inclinó sobre la barandilla, observando a las orcas, ignorando deliberadamente a Hollywood. Las dos orcas seguían escrutando la estación, buscando a
Wendy
. Por un instante una de ellas pareció ver a Gant y se detuvo. Ladeó la cabeza a un lado y se la quedó mirando.

—¿Puede verme desde allí abajo? —dijo Gant mirando a Kirsty—. Pensaba que las orcas no veían bien fuera del agua.

—Por su tamaño, las orcas tienen los ojos más grandes que la mayoría de ballenas —dijo Kirsty—, por lo que su visión fuera del agua es mejor. —Miró a Gant—. ¿Sabe de ballenas?

—Leo mucho —dijo Gant mirando de reojo a Hollywood antes de girarse para contemplar de nuevo a las orcas.

Las dos orcas siguieron moviéndose lentamente alrededor del tanque. Parecían pacientes, tranquilas. Como si estuvieran aguardando el momento oportuno hasta que apareciera su presa. En la plataforma donde estaba situado el tanque de la estación, Gant vio a Schofield y a los dos buzos marines observando las orcas mientras estas daban vueltas alrededor del tanque.

—¿Cómo llegan hasta aquí? —le dijo Gant a Kirsty—. ¿Qué hacen, nadan bajo la plataforma de hielo?

Kirsty asintió.

—Así es. Esta estación solo está a cien metros del océano y la parte restante de la plataforma no es muy profunda, quizá ciento cincuenta metros. Las orcas nadan bajo la plataforma de hielo y salen a la superficie aquí, en el interior de la estación.

Gant miró a las dos orcas, que se encontraban en la parte más alejada del tanque. Parecían tan tranquilas, tan frías, como un par de cocodrilos hambrientos a la caza de su próxima comida.

Una vez terminaron el reconocimiento, las dos orcas comenzaron a sumergirse lentamente. En un instante ya se habían marchado y en su lugar quedó un movimiento de ondas. Sus ojos habían permanecido abiertos durante toda la inmersión.

—Bueno, eso es rapidez —dijo Gant.

Sus ojos se desplazaron del ahora vacío estanque a la plataforma del nivel E. Vio a Montana salir del túnel sur con varias botellas de buceo colgando de sus hombros. Sarah Hensleigh les había dicho que en ese túnel había un pequeño montacargas que podían usar para bajar sus equipos de submarinismo al nivel E. Montana acababa de usarlo.

La mirada de Gant se desplazó al otro lado de la plataforma, donde se encontraba Schofield, que tenía la cabeza agachada y la mano en la oreja, como si estuviera escuchando algo por el intercomunicador de su casco. Y de repente se dirigió a la escalera más cercana, hablando por el micro de su casco mientras caminaba.

Gant observó cómo Schofield se detenía al inicio de la escalera de travesaños situada en la parte más alejada de la estación y se volvía para mirarla directamente a ella. La voz de Schofield resonó por el intercomunicador de su casco.

—Zorro. Hollywood. Nivel A. ahora.

Mientras se apresuraba a la escalera más cercana, Gant habló por el micro de su casco.

—¿Qué ocurre, señor?

La voz de Schofield sonó grave.

—El detector láser acaba de encontrar algo. Serpiente está allí arriba. Dice que es un aerodeslizador francés.

Serpiente
Kaplan apuntó con su mira al aerodeslizador.

Las letras del lateral del vehículo brillaban en un luminoso color verde a través de la mira de visión nocturna. Rezaban: «Dumont D'Urville - 02».

Kaplan estaba tumbado en la nieve a las afueras del complejo de la estación, protegiéndose con el brazo del viento y la nieve y siguiendo al recién llegado por la mira de su rifle de francotirador M82AIA Barret.

El sargento de artillería Scott
Serpiente
Kaplan tenía cuarenta y cinco años. Era un hombre alto con ojos oscuros y severos. Al igual que la mayoría de los marines de la unidad de Schofield, Kaplan había personalizado su uniforme. En la protección de su hombro derecho había un dibujo desgastado de una aterradora cobra con las fauces abiertas de par en par. Debajo de la serpiente estaba escrito: «Bésame».

Como soldado profesional, Kaplan llevaba en el Cuerpo de Marines veintisiete años, tiempo durante el cual había alcanzado el sensacional rango de sargento de artillería, el rango más alto que un marine alistado podía alcanzar mientras siguiera desempeñando actividades de campo. Si bien era posible seguir ascendiendo, Serpiente había decidido permanecer en el rango de sargento de artillería de forma que pudiera seguir siendo uno de los miembros de más antigüedad de la unidad de reconocimiento del Cuerpo de los Marines.

Los miembros de las unidades de reconocimiento no se preocupaban demasiado del rango. El mero hecho de pertenecer a una unidad de reconocimiento ya era un privilegio de por sí al que no todos los oficiales podían acceder. No era inusual, por ejemplo, que un general de cuatro estrellas consultara a uno de los miembros de más antigüedad de las unidades de reconocimiento cuestiones relacionadas con técnicas de combate y armamento. Serpiente había sido requerido en varias ocasiones para tales menesteres. Y, además, dado que la mayoría de los que eran seleccionados para las unidades de reconocimiento eran sargentos y cabos, el rango tampoco era un asunto que revistiera especial importancia. Formaban parte de las unidades de reconocimiento, la élite del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Eso ya era todo un rango de por sí.

Tras la llegada de la unidad a la estación polar Wilkes, a Serpiente le había sido asignada la colocación del detector láser en la parte de la estación que daba a la masa continental, a unos doscientos metros de distancia. Ese dispositivo no era muy diferente de los telémetros de los aerodeslizadores. Se trataba de una serie de unidades similares a cajas a través de las cuales se dirigía un haz de láser invisible. Cuando algo cruzaba ese haz, una luz roja parpadeante se reflejaba en la protección del antebrazo de Kaplan.

Unos segundos antes, algo había cruzado el haz láser.

Desde su posición en el nivel A, Kaplan se había comunicado por radio con Schofield, quien sensatamente le había ordenado que procediera a una inspección visual. Después de todo, podría tratarse de Buck Riley y su equipo, que regresaban de efectuar la comprobación de la señal desaparecida. Schofield había establecido el tiempo de seguimiento en dos horas y prácticamente ya habían transcurrido desde que el equipo de Schofield llegara a la estación. Buck Riley y su equipo aparecerían de un momento a otro.

Solo que no se trataba de Buck Riley.

—¿Dónde se encuentra, Serpiente? —dijo la voz de Schofield por el intercomunicador del casco de Serpiente.

—Lado sudeste. Me estoy acercando por el perímetro exterior de los edificios. —Serpiente observó como el aerodeslizador se acercaba lentamente al complejo de la estación, abriéndose paso con cautela por entre las bajas estructuras cubiertas de nieve.

—¿Dónde se encuentra? —preguntó Serpiente mientras se incorporaba. Cogió su rifle y echó a correr por la nieve en dirección a la cúpula principal.

—Estoy en la entrada principal —dijo la voz de Schofield—. Tras la puerta delantera. Necesito que me cubra desde atrás.

—De acuerdo.

Las ráfagas de viento movían la nieve y dificultaban la visibilidad, por lo que el aerodeslizador avanzaba lentamente por el complejo. Kaplan corría paralelo a él, a cien metros de distancia. El vehículo se detuvo en el exterior de la cúpula principal de la estación. La impulsión vertical del colchón de aire estaba empezando a disminuir lentamente cuando Serpiente se tiró al suelo a unos cuarenta metros de distancia y comenzó a ajustar su rifle de francotirador.

Acababa de colocar su ojo en la mira telescópica cuando la puerta lateral del aerodeslizador se descorrió y cuatro figuras salieron a la tormenta de nieve.

Schofield se encontró con Buck Riley en la entrada principal. Los dos se hallaban en la pasarela del nivel A, a unos nueve metros del comedor.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Schofield.

—No muy bien —dijo Riley.

—¿A qué se refiere?

—La señal que perdimos. Era un aerodeslizador. Francés. Se había estrellado en una grieta.

Schofield miró a Riley.

—¿Estrellado en una grieta? —Schofield volvió la vista a los franceses que se encontraban en el comedor. Instantes antes, Jean Petard le había dicho que el otro aerodeslizador había llegado a D'Urville.

—¿Qué ocurrió? —dijo Schofield—. ¿El hielo no resistió el peso?

—No. Eso es lo que pensamos en un principio. Pero mandamos a Quitapenas a que lo examinara más de cerca.

Schofield se dio la vuelta.

—¿Y bien?

Riley lo miró con expresión seria.

—Había cinco cuerpos sin vida en el aerodeslizador, señor. Y a todos ellos les habían disparado en la nuca.

La voz de Gant irrumpió a través del intercomunicador del casco de Schofield.

—Señor, aquí Zorro. Tenemos un problema. Las latas de comida han sido manipuladas.

Schofield se giró y vio a Libby Gant acercándose desde el comedor. Avanzaba con rapidez hacia él llevando consigo una especie de lata. Iba tirando de la anilla.

Tras ella, Schofield vio cómo Petard, en el comedor, se ponía de pie, observaba a Gant y luego observaba al propio Schofield.

Fue entonces cuando sus ojos se encontraron.

Solo fue un segundo, pero era todo lo que aquellos hombres necesitaban. En ese instante los dos lo comprendieron todo.

Gant se interpuso en el campo de visión de Schofield y este dejó de ver a Petard. Había abierto la lata y estaba sacando algo de ella. El objeto que extrajo era pequeño y negro, y parecía un crucifijo de pequeñas dimensiones. La única diferencia era que el palo horizontal (el más corto) del objeto estaba doblado y formaba un semicírculo.

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