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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (37 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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—Un tirachinas —dijo Schofield mientras sacaba su MP-5. Se volvió para mirar a Renshaw—. Señor Renshaw…

—¿Qué?

—Agárrese bien.

Y, entonces, puso el aerodeslizador en punto muerto y tiró con fuerza de la horquilla de dirección a la derecha.

Como un peculiar bailarín de balé de dos toneladas de peso, el aerodeslizador de Schofield dio un giro completo, lateral, de ciento ochenta grados justo delante del aerodeslizador de Libro y de los dos aerodeslizadores británicos.

En la cabina, Schofield metió al instante la marcha atrás y la hélice de propulsión comenzó a funcionar de nuevo.

¡Ahora estaba desplazándose hacia atrás!

A ciento treinta kilómetros por hora.

¡Delante de Libro y los dos aerodeslizadores británicos!

Schofield sacó el MP-5 por la ventana lateral del conductor y efectuó una ráfaga de disparos.

El parabrisas delantero del aerodeslizador de la izquierda estalló por el impacto de las balas. Schofield pudo ver cómo el hombre situado tras el parabrisas se convulsionaba al ser alcanzado por la cortina de fuego.

El aerodeslizador británico alcanzado por los disparos fue separándose del grupo y comenzó a desvanecerse en la distancia.

Libro seguía en problemas.

El aerodeslizador británico que tenía a la izquierda ya no estaba, pero el de la derecha seguía embistiéndolo con bríos renovados.

Los dos aerodeslizadores avanzaban prácticamente pegados por la llana extensión de hielo. Los motores rugían con intensidad.

Y, de repente, Libro vio como se abría la puerta lateral del aerodeslizador británico. Un cañón negro, grueso y compacto apareció por ella.

—¡Oh, mierda! —dijo Libro.

Una nube de humo surgió en el extremo del cañón del arma (se trataba de un lanzagranadas M-60) y un segundo después toda la puerta lateral del aerodeslizador de Libro explotó hacia dentro.

El viento penetró en la cabina.

¡Habían volado un lateral de su aerodeslizador!

En ese momento, un pequeño objeto negro voló por entre el socavón del lateral del aerodeslizador e hizo un ruido estrepitoso al aterrizar en el suelo de la cabina.

Libro lo vio al instante.

Era un objeto pequeño, negro, cilíndrico, con números escritos en azul en un lateral. Mientras rodaba por el suelo de la cabina parecía una granada normal, pero Libro sabía que era mucho más que eso.

Era una carga de nitrógeno.

El arma distintiva de las
SAS
.

La granada más avanzada del mundo. Incluso disponía de un mecanismo que impedía que se pudiera coger y enviar de nuevo a la persona que la había lanzado.

Tiempo estándar: cinco segundos.

¡Sal del aerodeslizador
!, le gritó el cerebro a Libro.

Libro se lanzó al lado izquierdo de la cabina (el lado más alejado del aerodeslizador británico) y alargó el brazo para llegar a la puerta corredera. La abrió con rapidez.

Cinco…

El viento gélido de la Antártida le golpeó en el rostro. La tormenta de nieve, que caía en horizontal, la emprendió con sus ojos. A Libro no le importaba. La nieve no lo mataría, una caída del aerodeslizador podría, pero la carga de nitrógeno lo haría sin duda alguna.

Cuatro… Tres…

Libro salió al exterior, al gélido viento, y cerró la puerta corredera tras de sí. Se apoyó contra la puerta y se sostuvo sobre el faldón de caucho negro que rodeaba la base del aerodeslizador. Pegó el rostro al exterior de la ventana de la cabina. El viento, que ululaba a gran velocidad, golpeaba con dureza sus oídos.

Dos… Uno…

Libro rogó a Dios que las ventanas de vidrio reforzado Lexan del aerodeslizador resistieran…

La carga de nitrógeno explosionó en el interior del aerodeslizador.

Una oleada de nitrógeno líquido azul salpicó con dureza el vidrio justo delante de Libro. Él apartó la cara por acto reflejo.

Observó asombrado el interior de la cabina del aerodeslizador. El nitrógeno líquido superenfriado había salpicado toda la superficie expuesta de la cabina.

Cualquier superficie expuesta.

Toda la parte interior de la ventana en la que estaba apoyado había sido alcanzada por las salpicaduras de una mierda pegajosa de color azul. Libro suspiró aliviado. El vidrio reforzado había resistido.

Y, de repente, escuchó un crujido.

Libro agachó la cabeza en el momento en que la ventana (que, tras congelarse por la acción del nitrógeno líquido, se estaba contrayendo con rapidez) comenzaba a resquebrajarse.

—¡Libro!

Libro se volvió y vio el aerodeslizador de Quitapenas acercándose a su lado. Podía ver a Quitapenas a través del parabrisas, sentado en el asiento del conductor.

—¡Suba!

El aerodeslizador de Quitapenas se acercó más al de Libro. La puerta lateral del vehículo de Quitapenas se deslizó. Los faldones de caucho de los dos aerodeslizadores se rozaron brevemente para, a continuación, volverse a separar.

—¡Salte! —dijo Quitapenas. Libro escuchó con claridad su voz por el auricular.

Libro intentó ponerse de pie.

—¡Vamos! —dijo Quitapenas, apremiándole.

Libro intentó mantener la mirada fija en el faldón de caucho negro del aerodeslizador de Quitapenas. Intentó no mirar a la nieve que se sucedía bajo los dos aerodeslizadores a una velocidad de ciento treinta kilómetros por hora.

Y, entonces, por el rabillo del ojo, Libro lo vio.

Vio al aerodeslizador negro materializarse en el fondo, tras el aerodeslizador de Quitapenas.

De repente, Libro escuchó a Quitapenas gritar:

—¡Venga aquí, Espantapájaros!

Y, a continuación, vio cómo la puerta del aerodeslizador británico se abría. Vio el lanzador de misiles antitanques Milan asomar desde el interior.

Y entonces Libro vio la ya familiar nube de humo y a continuación cómo el misil salía disparado del lanzador y volaba por los aires hacia él. En ese instante, en ese preciso instante, Libro supo que era demasiado…

—¡Libro, por el amor de Dios! ¡Salte! ¡Salte ya! ¡Joder!

Libro saltó.

Libro saltó por los aires.

Mientras saltaba, pudo ver por el rabillo del ojo cómo el aerodeslizador británico estallaba en mil pedazos al ser alcanzado por un Stinger estadounidense. Pero el británico ya había lanzado su misil antes de ser alcanzado. Libro vio la punta blanca del misil dando vueltas en el aire en su dirección.

Y, entonces, las manos de Libro se golpearon con dureza contra el faldón negro de caucho del aerodeslizador de Quitapenas, de modo que se olvidó del misil británico e intentó aferrarse con desesperación.

Justo cuando sus pies estaban a punto de golpearse contra el suelo, Libro pudo agarrarse en el faldón del aerodeslizador de Quitapenas y alzó la vista en el momento en que el misil británico impactaba en la parte trasera de su recientemente abandonado aerodeslizador y estallaba en pedazos.

—¿Lo tiene? —dijo Schofield por el micro de su casco.

Schofield seguía avanzando marcha atrás por delante del aerodeslizador de Quitapenas. Podía verlo avanzar por la llanura de hielo tras él.

—Lo tenemos —respondió Quitapenas—. Está dentro.

—Bien —dijo Schofield.

Fue entonces cuando Schofield escuchó los disparos.

Giró inmediatamente la cabeza a la izquierda y los vio.

Era el mismo aerodeslizador británico que había hecho explotar el lateral del aerodeslizador de Libro. Solo que en ese momento, de su puerta lateral abierta, asomaba una ametralladora de uso general con un aspecto de lo más aterrador. La robusta y larga ametralladora estaba montada sobre un trípode y Schofield vio como una lengua de fuego de casi un metro salía de su cañón a la vez que emitía un rugido infame y ensordecedor.

El aerodeslizador de Quitapenas fue el más castigado por la furia de la ametralladora. Se convirtió en una amalgama de agujeros de balas, chispas, grietas y marcas de pinchaduras.

Una delgada línea de humo negro empezó a surgir de la parte trasera del aerodeslizador de Quitapenas. El vehículo comenzó a perder velocidad.

—¡Espantapájaros! —gritó Quitapenas—. ¡Tenemos un grave problema!

—¡Ya voy! —dijo Schofield.

—¡Me han alcanzado y estoy perdiendo velocidad! ¡Necesito descargar algo de peso para mantener la velocidad!

Schofield pensó con rapidez. Seguía conduciendo marcha atrás. El aerodeslizador de Quitapenas estaba a su derecha y el aerodeslizador británico a su izquierda.

Al final, Schofield dijo:

—Señor Renshaw…

—¿Qué?

—Tome el timón.

—¿Qué! —dijo Renshaw.

—Es como conducir un coche, solo que con un poco menos de responsabilidad —dijo Schofield.

Renshaw saltó al asiento del conductor y agarró la horquilla de dirección.

—Ahora cierre los ojos —dijo Schofield.

—¿Cómo?

—Hágalo —le dijo Schofield mientras alzaba con calma su MP-5…

… ¡Y hacía pedazos el parabrisas delantero de su propio aerodeslizador!

Renshaw se cubrió los ojos cuando los fragmentos de vidrio explotaron a su alrededor. Cuando abrió los ojos de nuevo tuvo una visión completamente clara de los dos aerodeslizadores que avanzaban a gran velocidad «tras» él.

—De acuerdo —dijo Schofield—. Colóquenos delante del negro.

Renshaw aplicó con cuidado más presión a la horquilla de dirección. El aerodeslizador se desplazó con suavidad hacia la izquierda, situándose delante del aerodeslizador negro británico que estaba emprendiéndola a tiros con el aerodeslizador de Quitapenas.

—De acuerdo —dijo Schofield—. Manténgase ahí.

Schofield se colocó la correa del MP-5 alrededor del cuello y retrajo la corredera de su pistola automática Desert Eagle. La pistola ya estaba montada.

—De acuerdo, señor Renshaw. Pise el freno.

Renshaw miró sorprendido a Schofield.

—¿Qué?

Y entonces se percató de lo que Schofield quería hacer.

—Oh, no. No puede estar hablando en serio…

—Tan solo hágalo —dijo Schofield.

—De acuerdo…

Renshaw negó con la cabeza y, tras respirar profundamente, pisó con los dos pies y con toda la fuerza que pudo el pedal del freno del aerodeslizador.

El aerodeslizador de Schofield perdió todo su impulso en un instante y el aerodeslizador británico chocó contra él a gran velocidad. Los extremos delanteros de ambos vehículos chocaron.

Renshaw se agarró con fuerza y, cuando se produjo el impacto, dio un brinco en el asiento. Cuando alzó la vista, sin embargo, no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Vio a Schofield salir por lo que otrora había sido el parabrisas delantero y subirse a la cubierta delantera del aerodeslizador.

Los dos aerodeslizadores componían una imagen increíble. Unidos por la parte delantera, seguían avanzando, si bien el morro de uno apuntaba hacia delante y el otro al revés.

En tres zancadas, la diminuta figura de Schofield recorrió la cubierta delantera del aerodeslizador naranja y saltó a la del aerodeslizador negro.

Los pies de Schofield aterrizaron en la cubierta delantera del aerodeslizador británico. La nieve no dejó de golpearle en horizontal sobre la espalda mientras disparaba al parabrisas delantero del aerodeslizador británico con su MP-5. El parabrisas se hizo pedazos y Schofield vio cómo el conductor era abatido por los disparos y caía ensangrentado.

Pero todavía quedaban dos hombres más dentro de la cabina y de un momento a otro apuntarían con sus armas a Schofield.

Schofield echó a correr y saltó al techo del aerodeslizador justo cuando una ráfaga de balas surgió del interior de la cabina.

Schofield se deslizó con los pies por delante por el techo del aerodeslizador británico. La puerta del aerodeslizador situada a su izquierda seguía abierta y Schofield rodó sobre su estómago hasta alcanzar el borde del techo con el MP-5 en ristre. A continuación, lo introdujo por entre la puerta abierta. Apretó el gatillo y disparó a ciegas contra sus enemigos.

El MP-5 se quedó sin munición y Schofield escuchó y esperó. Si alguno de los dos soldados de las
SAS
había sobrevivido a los disparos, haría su aparición de un momento a otro.

Nadie salió del aerodeslizador.

El fuego ensordecedor de la ametralladora montada sobre el trípode había cesado. El único sonido que Schofield escuchaba era el silbido del viento al golpearle en las orejas.

Schofield se balanceó y accedió por la puerta abierta al interior del aerodeslizador británico.

Ninguno de los soldados de las
SAS
había sobrevivido a su ataque. Los tres hombres yacían cubiertos en sangre en el suelo de la cabina.

Schofield se dirigió al asiento del conductor.

—Señor Renshaw, ¿puede oírme? —dijo.

En el interior del aerodeslizador naranja francés, James Renshaw estaba agarrando la horquilla de dirección con tanta fuerza que sus dedos estaban palideciendo. El aerodeslizador que conducía seguía desplazándose marcha atrás a gran velocidad.

—Sí, le escucho —dijo Renshaw a través del micro del enorme casco.

—Tiene que hacer que el aerodeslizador dé la vuelta —dijo la voz de Schofield—. Necesito que ayude a Quitapenas. Necesita descargar a algunos de los pasajeros para poder mantener una velocidad aceptable. Necesito que ayude a que un par de personas suban a su aerodeslizador.

—¡No puedo hacerlo! —dijo Renshaw—. Hágalo usted.

—Señor Renshaw…

—De acuerdo. De acuerdo.

La voz de Schofield dijo:

—¿Quiere que le explique paso a paso lo que tiene que hacer?

—No —dijo Renshaw—. Puedo hacerlo.

—Entonces hágalo. Tengo que irme —dijo la voz de Schofield.

Renshaw vio como el aerodeslizador negro recién adquirido por Schofield se alejaba hacia la izquierda y ponía rumbo hacia el de Quitapenas.

—De acuerdo —dijo Renshaw para sí mismo mientras cogía con más fuerza aún la horquilla de dirección—. Puedo hacerlo. Se lo he visto hacer antes, no puede ser tan difícil. Un tirachinas…

Renshaw puso el aerodeslizador en punto muerto y sintió cómo el enorme vehículo perdía un poco de velocidad.

—De acuerdo —dijo—. Allá vamos…

Renshaw tiró con fuerza de la horquilla hacia la derecha.

El aerodeslizador giró de inmediato, lateralmente, sobre su eje y Renshaw gritó cuando el vehículo dio un giro de ciento ochenta grados y, de repente, el extremo delantero del aerodeslizador volvió a mirar de nuevo hacia adelante. Renshaw tiró de la horquilla en la otra dirección y, a Dios gracias, el vehículo comenzó a avanzar hacia delante.

BOOK: Antártida: Estación Polar
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