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Authors: Joe Abercrombie

Antes de que los cuelguen (41 page)

BOOK: Antes de que los cuelguen
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La Maestre Carlot dan Eider, máxima autoridad del Gremio de los Especieros, estaba sentada en una silla, con las manos posadas en el regazo, haciendo todo lo posible por conservar la dignidad. Tenía la tez pálida y aceitosa y debajo de sus ojos se dibujaban unas pronunciadas ojeras. Su blanca túnica estaba manchada con la mugre de las celdas y su cabellera, que había perdido su brillo, colgaba lacia y enmarañada sobre su cara. La ausencia de afeites y joyas la hacía parecer más mayor, pero aun así seguía siendo hermosa.
Más que antes, en cierto modo. La belleza de la llama de una vela que ya casi se ha apagado
.

—Parece cansado —dijo ella.

Glokta alzó las cejas.

—He tenido unos días bastante duros. Primero el interrogatorio de su cómplice, Vurms, y luego ese pequeño asalto del ejército gurko que tenemos acampado frente a las murallas de la ciudad. A usted también se la ve un poco fatigada.

—El suelo de mi celda no es excesivamente cómodo, y yo también tengo mis propias preocupaciones —alzó la vista y miró las figuras enmascaradas de Severard y Vitari, que estaban apoyados en la pared a ambos lados de ella, con los brazos cruzados y aspecto implacable—. ¿Voy a morir en esta habitación?

Sin lugar a dudas.

—Eso está aún por ver. Vurms ya nos ha contado la mayoría de las cosas que queríamos saber. Usted acudió a él y le ofreció dinero para que falsificara la firma de su padre en ciertos documentos y diera ciertas órdenes en nombre de su padre a determinados oficiales de la guardia; en otras palabras, le propuso que tomara parte en una conspiración cuyo objetivo era rendir a traición la ciudad de Dagoska a los enemigos de la Unión. Nos ha proporcionado los nombres de todos los implicados en el complot. Ha firmado su confesión. Y ahora, por si acaso se lo estaba preguntando, su cabeza adorna una de las puertas de la ciudad junto a la del embajador del Emperador, su amigo Islik.

—Los dos juntitos en la puerta —canturreó Severard.

—Sólo hay tres cosas que no pudo darme. Por qué motivos lo hizo usted, su firma y la identidad del espía gurko que asesinó al Superior Davoust. Y son esas tres cosas las que voy a obtener de usted. Ahora mismo.

La Maestre Eider se aclaró suavemente la garganta, se alisó con delicadeza la parte delantera de su larga túnica y se incorporó un poco en su asiento procurando adoptar una postura lo más digna posible.

—No creo que vaya a torturarme. Usted no es como Davoust. Usted tiene conciencia.

Una ligera palpitación sacudió las comisuras de los labios de Glokta.
Un esfuerzo digno de alabanza. La felicito. Pero qué equivocada está usted
.

—Tengo conciencia, sí, pero sólo una brizna debilitada y marchita. Ni siquiera bastaría para protegerla a usted, o a cualquier otra persona, de una leve brisa —Glokta exhaló un hondo y prolongado suspiro. Hacía demasiado calor y había demasiada luz en la sala; los ojos le palpitaban y le picaban, y se puso a frotárselos lentamente mientras hablaba—. No puede ni imaginarse lo que he llegado a hacer. Cosas horribles, obscenas, perversas, su mero relato bastaría para hacerla vomitar —se encogió de hombros—. De vez en cuando me dan la lata, pero siempre me digo a mí mismo que tenía buenas razones para actuar así. Con el paso de los años, lo inimaginable se vuelve cotidiano, lo horripilante se vuelve tedioso y lo insoportable acaba siendo mera rutina. Todas esas cosas las suelo amontonar en un recodo oscuro de mi mente, y es increíble la cantidad de espacio libre que queda ahí dentro. Sorprende ver la de cosas con las que uno puede llegar a convivir.

Glokta alzó la vista y miró los ojos brillantes y crueles de Severard y Vitari.

—Pero aun suponiendo que estuviera usted en lo cierto, ¿realmente cree que mis Practicantes tendrían algún escrúpulo? ¿Tú qué dices, eh, Severard?

—¿Algún qué?

Glokta sonrió con tristeza.

—Ya ve. Ni siquiera sabe lo que significa eso —dijo mientras se recostaba en su silla.
Cansado. Terriblemente cansado
. Casi ni tenía fuerzas para levantar las manos—. Bastante consideración he mostrado ya hacia su persona. Le puedo asegurar que los casos de traición no suelen tratarse con tanta delicadeza. Debería haber visto usted la paliza que le propinó Frost a su amigo Vurms, y eso que todos sabemos que sólo tenía un papel subalterno en este negocio. Las últimas horas de su triste vida se las pasó cagando sangre. A usted nadie le ha puesto la mano encima, de momento. He dejado que conserve sus ropas, su dignidad, su humanidad. Le estoy dando una oportunidad, la oportunidad de firmar la confesión y responder a mis preguntas. La oportunidad de acatar mis órdenes de forma total y absoluta. Eso es lo máximo a lo que alcanza mi conciencia —Glokta se inclinó hacia delante y clavó un dedo en la mesa—. Una oportunidad. Si no la acepta, la desnudaremos y empezaremos a cortar.

La Maestre Eider pareció derrumbarse de golpe. Se le abatieron los hombros, la cabeza se le venció y sus labios temblaron.

—Haga sus preguntas —dijo con voz ronca.
Una mujer hundida. Muchas felicidades, Superior Glokta. Pero donde hay preguntas, tiene que haber respuestas
.

—Vurms nos contó quiénes eran las personas a las que había que pagar y cuánto había que pagarles. Unos cuantos guardias. Unos cuantos funcionarios de la administración de su padre. Y, por supuesto, él mismo, que recibió una cantidad muy decorosa. Curiosamente, en la lista faltaba un nombre. El suyo. Usted, y sólo usted, no pidió nada a cambio. ¿La reina de los mercaderes haciendo algo de balde? Me deja usted estupefacto. ¿Qué fue lo que le ofrecieron? ¿Por qué traicionó usted a su Rey y a su país?

—¿Por qué? —repitió Severard.

—¡Respóndale, maldita puta! —aulló Vitari.

Eider se encogió asustada.

—¡Para empezar, la Unión nunca debería haber venido aquí! —soltó de golpe—. ¡Codicia, ésa fue la única razón! ¡Codicia pura y dura! Antes de la guerra, cuando Dagoska aún era libre, ya había aquí Especieros. ¡Todos ellos hicieron inmensas fortunas, pero tenían que pagar un tributo a los nativos y eso les irritaba profundamente! Cuánto mejor sería, pensaron, si pudiéramos adueñarnos de la ciudad y dictar nuestras propias leyes. Cuánto más ricos podríamos llegar a ser. Cuando se presentó la oportunidad, no la dejaron escapar, y mi marido fue uno de los primeros en ponerse a la cola.

—En otras palabras, los Especieros se hicieron con el control de Dagoska. Pero aún estoy esperando a que me diga cuáles fueron sus razones, Maestre Eider.

—¡Fue un desastre! Los mercaderes ni estaban interesados en gobernar la ciudad ni sabían cómo hacerlo. Los administradores de la Unión, los tipos como Vurms, no eran más que escoria, unos hombres a los que sólo les interesaba llenarse los bolsillos. Podríamos haber colaborado con los nativos, pero, en lugar de ello, nos dedicamos a explotarlos, y, cuando protestaron, mandamos venir a la Inquisición, y después de que ustedes los apalearan, los torturaran y ahorcaran a sus líderes en las plazas de la Ciudad Alta, acabaron aborreciéndonos tanto como a los gurkos. ¡Siete años llevamos aquí, y, durante todo ese tiempo, no hemos hecho más que barbaridades! ¡Todo ha sido una absurda orgía de brutalidad y corrupción!

En eso tiene razón. He podido comprobarlo con mis propios ojos.

—Pero lo más gracioso del caso es que tampoco nos ha reportado grandes beneficios. ¡Ni siquiera al principio sacamos más que antes de la guerra! ¡Al no contar con el apoyo de los nativos, el coste del mantenimiento de las murallas y los pagos a los mercenarios resultaron ruinosos! —Eider soltó una carcajada, una risa desesperada y sollozante—. ¡El gremio está prácticamente arruinado, y han sido ellos mismos, los muy idiotas, quienes se lo han buscado! ¡Codicia pura y dura!

—Y entonces los gurkos se pusieron en contacto con usted.

Eider asintió con la cabeza, y su lacia melena osciló en el aire.

—Conozco a mucha gente en Gurkhul, muchos mercaderes con los que llevo años haciendo negocios. Me dijeron que lo primero que hizo Uthman al subir al trono del Imperio fue jurar solemnemente que tomaría Dagoska, que borraría la mancha que su padre había dejado en la nación y que no descansaría hasta cumplir aquel juramento. Me dijeron que ya había espías gurkos en la ciudad, que estaban al tanto de nuestras debilidades. Me dijeron que tal vez fuera posible evitar la carnicería que se avecinaba, si Dagoska se entregaba sin presentar batalla.

—Entonces, ¿por qué no actuó antes? Cosca y sus mercenarios estaban a sus órdenes, podía haber actuado antes de que la gente de Kahdia estuviera armada, antes de que se reforzaran las defensas, antes incluso de que yo mismo llegara. De haber querido, habría podido apoderarse de la ciudad. ¿Por qué tuvo que recurrir al patán de Vurms?

Los ojos de Carlot dan Eider estaban clavados en el suelo.

—Mientras los soldados de la Unión mantuvieran el control de la Ciudadela y de las puertas de la ciudad, apoderarse de ellas provocaría un baño de sangre. Vurms podía entregarme la ciudad sin lucha. Lo crea o no, mi único propósito, el propósito que con tanta habilidad ha desbaratado usted, era evitar que se produjeran muertes.

Lo creo. Pero poco importa eso ahora.

—Siga.

—Sabía que Vurms estaría dispuesto a venderse. A su padre no le quedaba mucho tiempo de vida y el cargo no es hereditario. Tal vez fuera su última oportunidad de aprovecharse de la posición de que gozaba su padre. Fijamos un precio. Nos pusimos a prepararlo todo. Y Davoust lo descubrió.

—Y tenía la intención de informar de ello al Archilector.

Eider soltó una carcajada.

—No era un hombre tan comprometido con la causa como usted. Quería lo mismo que querían todos: dinero, y más de lo que yo podía reunir. Les comuniqué a los gurkos que el plan había fracasado. Les dije por qué. Y, al día siguiente, Davoust... había desaparecido —la Maestre respiró hondo—. Así que ya no hubo marcha atrás. Poco después de que usted llegara, ya estábamos listos. Todo estaba preparado. Y entonces... —se interrumpió.

—¿Y entonces?

—Entonces empezó usted a reforzar las defensas y Vurms se volvió más codicioso. Tenía la impresión de que de pronto la posición de la ciudad era más fuerte. Pidió más. Amenazó con revelarle a usted nuestros planes. Tuve que volver a contactar con los gurkos para pedir más dinero. Todo eso llevó su tiempo. Finalmente volvimos a estar listos para actuar, pero, para entonces, ya era demasiado tarde. La oportunidad había pasado —alzó la vista—. Todo por culpa de la codicia. De no ser por la codicia de mi marido, nunca habríamos venido a Dagoska. De no ser por la codicia de Vurms, el plan habría tenido éxito y no se habría vertido ni una gota de sangre para conservar este miserable peñón —se sorbió la nariz, volvió a clavar la vista en el suelo y, con voz más apagada, añadió—: Pero la codicia está en todas partes.

—Así pues, accedió a rendir la ciudad. Accedió a traicionarnos.

—¿A traicionar a quién? ¡No habría habido perdedores! ¡Los mercaderes podrían haberse marchado tranquilamente! ¡La situación de los nativos bajo la tiranía gurka no habría sido peor que la que tenían con nosotros! La Unión sólo habría perdido una pequeña fracción de su orgullo, ¿tiene eso más valor que la vida de miles de personas? —con los ojos dilatados y anegados de lágrimas, Eider se inclinó hacia delante y prosiguió con voz ronca—. ¿Y qué es lo que nos espera ahora? Dígamelo. ¡Una masacre! ¡Una carnicería! Aunque consiguiera conservar la ciudad, ¿cuál sería el precio? Y, además, no podrá conseguirlo. El Emperador lo ha jurado, y no se puede volver atrás. ¡Todos los hombres, mujeres y niños de Dagoska lo pagarán con sus vidas! ¿Y para qué? ¿Para que el Archilector Sult y su gente puedan señalar un mapa con el dedo y decir «ese puntito y ese otro nos pertenecen»? ¿Con cuántas muertes se dará por satisfecho? ¿Que cuáles son mis razones? Dígame usted cuáles son las suyas. ¿Por qué hace esto? ¿Por qué?

El ojo izquierdo de Glokta se había puesto a palpitar y tuvo que pararlo apretándolo con una mano. Con el otro, miró fijamente a la mujer que tenía enfrente. Una lágrima resbaló por la pálida mejilla de la Maestre y cayó sobre la mesa.
¿Porqué lo hago?

Glokta se encogió de hombros.

—¿Qué otra cosa podría hacer?

Severard se agachó y arrojó sobre la mesa el pliego de la confesión.

—¡Firme! —ladró.

—¡Maldita puta, firme, firme! —bufó Vitari.

Con mano temblorosa, Carlot dan Eider cogió la pluma. Al mojarla en el tintero, repiqueteó contra el borde, luego soltó unas cuantas motas negras sobre la mesa y finalmente se puso a rascar el papel. No hubo celebración de la victoria.
Nunca la hay, pero aún queda una cosa por tratar
.

—¿Dónde puedo encontrar al agente gurko? —la voz de Glokta sonaba tan afilada como una cuchilla.

—No lo sé. Nunca lo supe. Quienquiera que sea, ahora vendrá a por usted, como hizo con Davoust, tal vez esta misma noche...

—¿Por qué han esperado tanto?

—Les dije que no representaba usted una amenaza. Les dije que lo único que se conseguiría es que Sult mandara otro sustituto... Les dije que yo sabría manejarle.

Y sin duda lo habría conseguido, de no haber sido por la inesperada generosidad de maese Valinty maese Balk.

Glokta se inclinó hacia delante.

—¿Quién es el agente gurko? —el labio inferior de Eider temblaba con tal fuerza que parecía como si los dientes le castañetearan contra la cabeza.

—No lo sé —susurró.

Vitari estrelló su mano contra la mesa.

—¿Quién? ¿Quién? ¿Quién es, perra? ¿Quién?

—¡No lo sé!

—¡Mentirosa! —con un traqueteo, la cadena de la Practicante se coló alrededor de la cabeza de Eider y se cerró sobre su garganta. Pataleando y tentando la cadena que le rodeaba el cuello, la que fuera Reina de los mercaderes fue alzada por encima del respaldo de la silla y luego arrojada de bruces al suelo.

»¡Mentirosa! —la nariz de Vitari se arrugaba en un gesto de rabia, sus cejas pelirrojas estaban fruncidas por el esfuerzo, sus ojos no eran más que dos ranuras furiosas. Tenía una bota clavada en la parte de atrás de la cabeza de Eider, arqueaba la espalda y sus puños cerrados estaban blancos por la presión de la cadena. Severard, entretanto, miraba la brutal escena con una leve sonrisa en los ojos y entonaba una desafinada melodía que sonaba débilmente entre los resoplidos, jadeos y gorgoteos de los últimos suspiros de Eider.

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