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Authors: Joe Abercrombie

Antes de que los cuelguen (7 page)

BOOK: Antes de que los cuelguen
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—Los Especieros sacan tajada de todo —rezongó Harker mientras comenzaba a abrirse paso a codazos entre la bulliciosa muchedumbre.

—Y una buena tajada, según parece —masculló Vitari.
Una cantidad muy considerable, es de suponer. Suficiente para plantarle cara a los gurkos. Suficiente para tener de rehén a una ciudad entera. La gente está dispuesta a matar por menos, por mucho menos
.

Gruñendo y haciendo muecas, Glokta se abría paso por la plaza, recibiendo golpes, empellones y codazos a cada renqueante paso que daba. Hasta que no llegaron al otro extremo y emergieron de la muchedumbre, no se dio cuenta de que se encontraban a la sombra de un descomunal y elegante edificio que se alzaba, arco sobre arco y cúpula sobre cúpula, por encima de la multitud. Unas gráciles torretas, esbeltas y delicadas, ascendían hacia el cielo desde cada una de sus esquinas.

—Impresionante —murmuró Glokta, estirando su dolorida espalda mientras escudriñaba las blancas piedras, que relucían bajo el sol del atardecer con un brillo casi cegador—. Ver una cosa así hace que uno se sienta tentado de creer en Dios.
Pero yo no me dejo engañar tan fácilmente
.

—Hummm —dijo con desdén Harker—. Los indígenas solían venir a miles a rezar aquí, viciando el aire con sus malditos cánticos y sus supersticiones, pero eso era antes de que se sofocara la revuelta, por supuesto.

—¿Y ahora?

—El Superior Davoust lo declaró zona prohibida para ellos. Al igual que toda la Ciudad Alta. En la actualidad, los Especieros lo usan como una ampliación del zoco, para comprar, vender. Ya sabe, ese tipo de cosas.

—Ja.
Muy apropiado. Un templo donde se rinde culto al dinero. Nuestra pequeña religión particular
.

—Según tengo entendido, también hay un banco que utiliza una parte como oficinas.

—¿Un banco? ¿Cuál?

—Son los Especieros los que están al tanto de esos asuntos —dijo Harker con impaciencia—. Valint no sé cuantos, me parece.

—Balk. Valint y Balk.
Así que esos viejos conocidos ya estaban aquí antes que yo. Debería habérmelo olido. Esos cabrones están en todas partes. En todas partes donde haya dinero
. Glokta echó un vistazo a la atestada plaza del mercado.
Y aquí lo hay a manos llenas
.

Al iniciar el ascenso al gran peñón, el camino se empinaba siguiendo unas calles que discurrían por terrazas labradas en la piedra de la ladera pelada. Doblado sobre su bastón, Glokta avanzaba bregando con el calor, mordiéndose el labio para combatir el dolor de la pierna, sediento como un perro y chorreando sudor por todos los poros. A pesar de todo, Harker no hacía ningún esfuerzo por aminorar el paso.
Que me aspen si se lo pido
.

—Eso de ahí arriba es la Ciudadela —el Inquisidor señaló un conjunto de edificios de muros verticales, llenos de cúpulas y torres, que se encaramaba a la cumbre del peñón pardo, muy por encima de la ciudad—. En tiempos fue la residencia del rey autóctono, pero ahora acoge el centro administrativo de Dagoska, además de servir de alojamiento a algunos ciudadanos notables. La Sede de los Especieros se encuentra dentro, y también el Pabellón de los Interrogatorios.

—Vaya vista —murmuró Vitari.

Glokta se dio la vuelta y se hizo sombra con una mano. La ciudad de Dagoska, casi una isla, se extendía a sus pies. Tendida sobre las laderas se encontraba la Ciudad Alta, una ordenada retícula de cuidadas casas, separadas por calles rectas, salpicada de palmeras amarillentas y amplias plazas. Al otro extremo de su extensa muralla curva se encontraba la maraña marrón y polvorienta de los arrabales. Más allá, a lo lejos, envueltas en la reverberante calima, Glokta distinguió las imponentes murallas terrestres, que bloqueaban el estrecho paso rocoso que unía la ciudad a tierra firme, dejando el mar azul a un lado y el puerto azul al otro.
Las defensas más poderosas del mundo, según dicen. Quién sabe si dentro de no mucho estaremos poniendo a prueba tan arrogante aserto
.

—¿Superior Glokta? —Harker carraspeó—. El Lord Gobernador y su consejo nos esperan.

—Pues que esperen un poco más. Tengo curiosidad por saber qué progresos ha hecho usted en la investigación sobre la desaparición del Superior Davoust.
Al fin y al cabo, sería una verdadera lástima que el nuevo Superior sufriera el mismo destino
.

Harker frunció el entrecejo.

—Bueno... se han hecho algunos progresos. No me cabe ninguna duda de que ha sido cosa de los indígenas. Siempre están conspirando. A pesar de las medidas adoptadas por Davoust después de la rebelión, muchos de ellos siguen negándose a aceptar el lugar que les corresponde.

—Me deja usted anonadado.

—Es totalmente cierto, puede creerme. Tres sirvientes dagoskanos se encontraban presentes en los aposentos del Superior la noche de su desaparición. He estado interrogándolos.

—¿Y qué ha averiguado?

—De momento nada, me temo. Han resultado ser increíblemente tercos.

—En tal caso les interrogaremos los dos juntos.

—¿Los dos juntos? —Harker se humedeció los labios—. No estaba informado de que fuera usted a interrogarlos personalmente, Superior.

—Pues ya lo está.

Cualquiera habría pensado que haría más fresco en el interior de la roca
. Pero hacía exactamente el mismo calor sofocante que en las calles, y allí ni siquiera podía contarse con el alivio de que soplara una leve brisa. La atmósfera del pasillo era tan silenciosa, fúnebre y viciada como la de una tumba. La antorcha de Vitari proyectaba por los rincones sombras danzantes y luego la oscuridad volvía a cerrarse a su paso.

Harker se detuvo delante de una puerta reforzada con una plancha de hierro y se secó los goterones de sudor que le resbalaban por la cara.

—Debo advertirle algo, Superior: fue necesario mostrarse bastante... duro con ellos. Mano dura, es lo mejor, ya sabe.

—Oh, yo también puedo mostrarme bastante duro cuando la situación lo requiere. No me escandalizo con facilidad.

—Bien, bien —la llave giró en la cerradura, la puerta se abrió y un olor apestoso se extendió por el pasillo.
Una letrina atascada y un montón de desperdicios podridos fundidos en un solo olor
. Al otro lado se abría una celda diminuta, sin ventanas, y con un techo tan bajo que apenas se podía estar de pie. El calor era asfixiante, el hedor, insoportable. A Glokta le recordó otra celda que había algo más al sur, en Shaffa. Una celda hundida en las entrañas del palacio del Emperador.
En la que me asfixié durante dos años, chillando en la oscuridad, arañando los muros, arrastrándome en mi propia mierda
. Uno de sus ojos se puso a palpitar, y se lo frotó cuidadosamente con un dedo.

Estirado en el suelo, con la cara contra la pared, había un prisionero con la piel ennegrecida por los moratones y las dos piernas rotas. Colgado del techo por las muñecas, con las rodillas rozando el suelo, había otro que tenía la cabeza caída hacia delante y la espalda despellejada a latigazos. Vitari se agachó y empujó a uno de ellos con un dedo.

—Muerto —se limitó a decir. Luego se acercó al otro—. Y éste también, desde hace bastante.

La trémula luz de la antorcha cayó sobre un tercer prisionero. Era una mujer, y seguía viva.
Por los pelos
. Aherrojada de pies y manos, el rostro consumido por el hambre, los labios agrietados por la sed, unos inmundos andrajos teñidos de sangre aferrados contra el pecho. Sus talones resbalaban sobre el suelo mientras trataba de apartarse hacia un rincón, farfullando palabras en kantic y cubriéndose el rostro con una mano para protegerse de la luz.
Qué bien lo recuerdo. Lo único peor que la oscuridad era la aparición de la luz. Siempre era el preámbulo de los interrogatorios
.

Con la cabeza dándole vueltas a causa del esfuerzo, el calor y la peste, Glokta torció el gesto y sus ojos palpitantes miraron alternativamente a los dos cuerpos destrozados y a la muchacha encogida de terror.

—Un lugar verdaderamente acogedor. ¿Qué le han contado?

Harker se cubrió la nariz y la boca con una mano y pasó adentro de mala gana.

—Nada aún, pero...

—A esos dos ya no les va a sacar gran cosa, eso está claro. Espero que firmaran sus confesiones.

—Bueno... no exactamente. Al Superior Davoust nunca le preocupó demasiado obtener confesiones de los morenos, simplemente nos limitábamos a... ya sabe.

—¿Ni siquiera ha sido capaz de mantenerlos con vida el tiempo suficiente para extraerles una confesión?

Harker parecía enfurruñado.
Como un niño al que su maestro castiga injustamente
.

—Aún nos queda la chica —repuso.

Glokta se repasó con la lengua el espacio que en tiempos ocuparan sus dientes delanteros y bajó la vista para mirar a la muchacha.
Aquí no hay método. Ni propósito. Esto no es más que pura brutalidad. De haber comido algo hoy, puede que hubiera vomitado
.

—¿Qué años tiene?

—Unos catorce, Superior, pero no veo qué importancia puede tener eso.

—La importancia, Inquisidor Harker, reside en el hecho de que no es demasiado normal que las muchachas de catorce años se dediquen a liderar conspiraciones.

—Pensé que sería mejor mostrarse concienzudo.

—¿Concienzudo? ¿Llegó a hacerles alguna pregunta?

—Bueno, yo...

El bastón de Glokta le cruzó la cara a Harker con un golpe seco. La brusquedad del movimiento hizo que una punzada de dolor atravesara el costado de Glokta, que se tambaleó sobre su pierna atrofiada y tuvo que agarrarse al brazo de Frost para no caerse. El Inquisidor lanzó un aullido en el que se mezclaban el dolor y la sorpresa, chocó contra la pared y resbaló hasta quedar tendido sobre la mugre del suelo.

—¡Usted no es un Inquisidor! —bufó Glokta—. ¡Usted es un carnicero! ¡Se ha cargado a dos de nuestros testigos! ¿De qué nos sirven ahora, maldito idiota? —Glokta se inclinó hacia delante—. Claro que a lo mejor ésa era precisamente su intención. ¿No será que al Superior lo mató un subordinado envidioso? ¿Un subordinado que quería silenciar a los testigos, eh, Harker? Tal vez mis pesquisas deban empezar por la propia Inquisición, ¿no?

La figura del Practicante Frost surgió por encima de Harker cuando trataba de ponerse de pie, y el Inquisidor se echó hacia atrás y se quedó acurrucado contra la pared echando sangre por la nariz.

—¡No! ¡No, por favor! ¡Fue un accidente! ¡No era mi intención matarlos! ¡Sólo quería averiguar lo que había pasado!

—¿Un accidente? ¡Una de dos, o es usted un traidor o es usted un perfecto incompetente, y yo no tolero ni lo uno ni lo otro! —haciendo caso omiso del dolor que le subía por la columna, se inclinó un poco más y separó los labios para mostrar su sonrisa desdentada—. Estoy de acuerdo con usted, Inquisidor, no hay nada más eficaz que la mano dura para tratar a las gentes primitivas. Y le voy a dar la oportunidad de comprobar que no existe una mano más dura que la mía. En ninguna parte. ¡Quitadme a este gusano de la vista!

Frost agarró a Harker de la toga y lo arrastró por la inmundicia en dirección a la puerta.

—¡Espere! —gimió agarrándose al marco de la puerta—. ¡Por favor! ¡No puede hacer esto! —sus gritos se fueron perdiendo por el pasillo.

En torno a los ojos de Vitari se adivinaba el esbozo de una sonrisa, como si toda la escena le hubiera divertido mucho.

—¿Qué hacemos con este desbarajuste?

—Limpiarlo —Glokta, con el costado aún muy dolorido, se apoyó en la pared y se secó el sudor de la frente con mano temblorosa—. Friéguelo. Y entierre a esos dos.

Vitari señaló con la cabeza a la única superviviente.

—¿Y ésa?

—Dele un baño. Ropas. Comida. Y luego que se marche.

—No creo que valga la pena darle un baño si luego va a volver a la Ciudad Baja.

No deja de tener razón.

—¡Muy bien! Era la sirviente de Davoust, ¿no? Pues ahora será también la mía. ¡Que vuelva al trabajo! —gritó girando la cabeza mientras renqueaba hacia la puerta. Tenía que salir de allí. Aquella atmósfera le resultaba irrespirable.

—Siento decepcionarles, pero las murallas están muy lejos de ser inexpugnables, al menos en su estado actual... —la persona que hablaba se interrumpió en el momento en que la renqueante figura de Glokta apareció por la puerta de la sala de reuniones del consejo de Dagoska.

La sala era la perfecta antítesis de la celda subterránea de la que venía.
De hecho, es la sala más hermosa que he visto en mi vida
. Cada centímetro de la pared y del techo estaba tallado hasta el más mínimo detalle: diseños geométricos asombrosamente intrincados se entrelazaban alrededor de cuadros de leyendas kantics de tamaño natural, todo ello pintado en relucientes dorados y plateados y en vívidos rojos y azules. El suelo formaba un mosaico de una complejidad portentosa, la interminable mesa estaba taraceada con volutas de madera oscura y esquirlas de reluciente marfil y había sido lustrada hasta darle un acabado resplandeciente. Los ventanales ofrecían una vista espectacular de la vasta extensión parda y polvorienta de la ciudad con la centellante bahía al fondo.

La mujer que se levantó para saludar a Glokta no desentonaba con tan fastuoso entorno.
En lo más mínimo
.

—Soy Carlot dan Eider —dijo con una sonrisa franca mientras le tendía ambas manos como si se tratara de un viejo amigo—. La Maestre del Gremio de los Especieros.

Glokta estaba impresionado, no podía negarlo.
Aunque sólo sea por el estómago que tiene. Ni un atisbo de espanto. Me saluda como si no fuera un palpitante despojo deforme y contrahecho. Me saluda como si tuviera un aspecto tan formidable como el suyo
. La mujer vestía una larga túnica a la manera del Sur: una vaporosa seda azul con ribetes plateados que lanzaba destellos mientras se ondulaba en torno a ella debido a la fresca brisa que entraba por los ventanales. Joyas de un valor increíble resplandecían en sus dedos, en sus muñecas, alrededor de su cuello. Al acercarse a ella, Glokta detectó una extraña fragancia.
Un aroma dulzón. El de las especias que la han hecho tan inmensamente rica, quizás
. El efecto no cayó en saco roto.
A fin de cuentas, sigo siendo un hombre. Aunque ya no sea ni la sombra de lo que fui
.

—Disculpe mi atuendo, pero los ropajes kantics resultan mucho más cómodos con este calor. He acabado por acostumbrarme a ellos después de haber pasado aquí tantos años.

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