Atrapado en un sueño (7 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Atrapado en un sueño
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—Cuénteme. ¿Cómo está?

El médico no parecía hablar con un tono irónico. Harry albergó la vaga esperanza de que, a pesar de todo, mostrara interés.

—El estómago no anda bien. Ayer leí sobre el cáncer de colon en un periódico y… todo coincide.

Anders Ahlström no pudo evitar que se le escapara un sonoro suspiro. Había leído también el llamativo titular y se había preguntado cuánto iba a costar ese artículo intimidatorio, tanto en fondos públicos como en el alargamiento de las listas de espera, en detrimento de aquellos que realmente necesitaban atención. «Puedes tener cáncer intestinal. Nosotros sabemos los síntomas. ¡Aquí está la lista completa!».

—No me cree —dijo Harry con un nudo en la garganta y las lágrimas a flor de piel. Estaba tan intranquilo que apenas podía mantenerse quieto en la silla. Tenían que examinarle a fondo, aunque los análisis fueran particularmente desagradables: rectoscopia, colonoscopia, gastroscopia… Se había informado sobre los procedimientos a seguir y ciertamente no era algo a lo que te sometieras por gusto.

—Perdóneme. —Anders advirtió enseguida la angustia del paciente—. Mi suspiro fue por los diarios vespertinos, nada más. Creo en lo que me está contando y le escucho.

Harry se armó de valor. Lo que debía decirle iba a sonar estupidísimo, pero no tenía más remedio.

—Cuando hago caca me salen zurullos finos como lápices. Puede ser un alarmante signo de la alteración de las funciones intestinales, un síntoma que demanda asistencia médica. Eso lo leí en una columna sobre medicina en internet. Obviamente me preocupó muchísimo y busqué toda la información posible respecto en la red. Ahí se detallaban las intervenciones quirúrgicas que se practican. En ocasiones te aplican radioterapia, a veces combinada con cirugía. Fui incapaz de dormir. Tuve que ir varias veces al baño.

—¿Pudo apreciar si había sangre en los excrementos? —preguntó el doctor Ahlström mientras anotaba en el bloc que tenía delante, el cual utilizaba como ayuda para memorizar. Pero los pensamientos parecían volar por sí solos. En esos momentos tenía la mente concentrada en cómo conseguir cigarrillos antes de que Erika fuera a buscarle al terminar el trabajo. Le consumían las ganas de fumar.

—Puede que haya tan poca sangre que no se note a simple vista. Eso de hacer caca fina como un lápiz no es normal, ¿verdad? Necesitaba saber si era peligroso, pero todo estaba cerrado el viernes por la noche, excepto urgencias, así que se me ocurrió que podía ir a casa de mi vecina, Linn, que es enfermera. Eran casi las doce de la noche, pero había llegado tarde y confié en que todavía no se hubiera ido a acostar. No quería llamar al timbre y molestarla si ya estaba durmiendo, así que me pasé para ver si había luz dentro. Di unos golpecitos en la puerta pero nadie abrió. Entonces traté de echar un vistazo por la ventana en caso de que estuviera en la sala de estar.

—¿Qué hizo usted? ¿Me lo puede repetir? —Anders debía asegurarse de que había oído bien. Naturalmente podía ser una casualidad, pero la enfermera Linn Bogren y Harry Molin vivían en la misma calle.

—Fui a casa de mi vecina para ver si había luz dentro. ¿Qué tiene eso de raro? ¡Estamos hablando de cáncer de colon! Eso es lo principal —repuso Harry sacudiendo la cabeza. Este médico era a veces bastante duro de mollera.

—¿Pegó la cara contra el cristal? ¿Su vecina se llama Linn Bogren?

—Así es, pero ¿qué tiene eso que ver?

—Nada. Continúe. ¿Le abrió la puerta? ¿Qué le dijo?

Anders Ahlström recordaba nítidamente lo narrado por Linn. Así pues, el susto que se llevó tenía una explicación natural.

—Pensaba que estaría despierta. Llegó tarde a casa y parecía aturdida o un poco borracha. Se había encontrado con tres hombres en la calle y parecía alterada por algo, pero cuando llegué a su casa todas las ventanas estaban en penumbra, así que la dejé dormir y me marché a la mía. En lo que a mí respecta, no he pegado ojo.

—Muy bien. Haremos lo siguiente: le daré tres sobrecitos en donde deponer muestras de excrementos tres días seguidos, a ser posible. Si los excrementos no presentan sangre, no hay peligro alguno. Los examinaremos cuando venga aquí. El resultado se aprecia directamente.

—Si has tenido problemas de vientre puede aparecer sangre de todas formas. No quiero que me operen innecesariamente —señaló Harry desconcertado y cada vez más nervioso. Aunque lo mejor fuera que le abrieran la barriga para comprobar cuál era el problema, no todos los cirujanos eran igual de capaces.

—Por supuesto que no. Naturalmente tenemos que seguir investigando en caso de hallar sangre, pero a día de hoy basta con averiguar si hay o no.

—Antes de marcharme, quisiera hacerle una recomendación. Han lanzado un nuevo y prometedor fármaco para dejar de fumar. Se llama Fumarret —informó Harry con un guiño.

Luego se levantó y le dio las gracias. La uña del dedo gordo le hacía ver las estrellas, pero no quería molestar al médico con eso. Era consciente de que no se trataba de una dolencia letal y si querías que te creyeran y escucharan no podías llegar con muchas dolencias al mismo tiempo. Un pequeño achaque puede robar el protagonismo a lo que realmente quieres solucionar. En su opinión, a los médicos se les daba mal eso de las prioridades. A menudo, una pequeña pero visible afección recibía una atención inmerecida mientras se olvidaba lo principal por parecer más rebuscado. Tu tiempo se acababa y te invitaban a que te fueras. Contabas como mucho con un minuto para captar el interés de tu médico, tres minutos para explicar contextos complicados y luego ya está. Cada vez que iba al médico, Harry preparaba minuciosamente lo que iba a decir y el modo de hacerlo. Hoy la consulta había resultado todo un éxito. Ahlström podía tener otras cosas, pero no te escatimaba tiempo.

Mientras abandonaba el centro de salud, Harry pasó junto a una estantería con publicaciones. Arriba del todo había un pequeño folleto sobre picaduras de las garrapatas. Cogió un ejemplar y lo deslizó en el bolsillo para examinarlo al llegar a casa. Ciertamente se había vacunado contra la encefalitis, pero para la enfermedad de Lyme, también conocida como borreliosis, no existía vacuna, así que había que tener cuidado. Sin esforzarse mucho, podía rememorar como diez ocasiones en las que se había quitado garrapatas de la piel. El pelaje de los perros era proclive a atraerlas. Una vez en casa comprobaría los síntomas típicos del Lyme.

¿Existe peor pecado que traicionar a tus seres más cercanos y renegar de tu propia sangre? Si el asesinato de un extraño puede acarrearte cadena perpetua, la deslealtad a tus allegados debería castigarse más duramente. Con la pena de muerte. Pero ¿seguro que la muerte es un castigo? Quizá solo sea una salida por la puerta de atrás que te permita esquivar el sufrimiento. ¿No es eso lo que hacemos con los animales al sacrificarlos por pura compasión? Por ser únicamente animales y no poder responder de sus actos. La conciencia humana exige una mayor responsabilidad por nuestra parte en tanto que seres vivos. En consecuencia, la punición debe estar a la altura. La traición a tus seres más próximos no debe castigarse con la muerte, sino con el padecimiento. No con el tormento del cuerpo, al no ser este el peor; sino con el del alma. Con la lenta degradación de tu dignidad, la vergüenza subsiguiente y el autoconvencimiento de que uno es la propia causa de sus males. Y de que podrías haberlo evitado.

Capítulo 7

El olor a loción barata de afeitado de Harry inundaba la habitación. Anders Ahlström golpeó la cabeza contra la mesa antes de ir a abrir la ventana. Una enfermera pasó junto a la puerta y se asomó con un papel para firmar, pero él agitó la mano con el fin de ahuyentarla como si de una persistente mosca se tratara. Necesitaba un minuto a solas. Se detuvo junio a la ventana, aspirando el aire. Se sentía agotado y tenía la impresión de no haber estado a la altura.

Si la sala de espera no hubiera estado llena de gente, habría confrontado a Harry de una manera más adecuada con su hipocondría. «Enfermo imaginario» no era un término acertado. La preocupación era real. No se trataba de algo sobreactuado o fingido. Harry creía de verdad que padecía una enfermedad mortal y tal vez dentro de no mucho se haría realidad su suposición si continuaba sometiéndose a esa sobredosis de atención médica. La hipocondría es una enfermedad grave en la que el paciente se expone a operaciones y medicación inadecuadas y, con el tiempo, a ser desatendido cuando las visitas son demasiado numerosas. La inquietud constante implica un desgaste para el cuerpo y la mente, y el hecho de no ser creído y ridiculizado deteriora la seguridad en uno mismo. Anders lo sabía mejor que muchos otros. Esa era quizá la razón por la que había decidido hacerse médico. Había consultado innumerables veces a colegas más veteranos simulando que se trataba del caso de un paciente y no de sí mismo. No solo en el pasado, sino también ahora. Había empezado a reflexionar recientemente sobre el riesgo de contraer cáncer de pulmón. Acaso los médicos sean los peores hipocondríacos de todos. Cuanto más conocimiento, mayoría carga, lo cual no era óbice para coquetear con la adicción a la nicotina. Hacía ya tiempo que había perdido la cuenta de las veces que había intentado dejar el tabaco. Una vez aguantó casi un año y volvió a caer por un solo cigarrillo en una fiesta, si bien la mayoría de las ocasiones no había aguantado ni un día. A inicios de primavera sufrió la primera neumonía de su vida y pensó que le había llegado la hora. Se puso tan nervioso que fumó el doble. Era una situación insostenible. El nuevo compuesto que Harry le había aconsejado era un disulfiram para fumadores, que provocaba malestar, taquicardia y mareos, nada de subidones, y que contenía dopamina, lo cual reducía el mono de nicotina. En otras palabras, una recompensa constante, y un castigo si recaías y dabas una calada. Tal vez valía la pena intentarlo. Anders Ahlström cogió el talonario de recetas y se recetó el desagradable fármaco a su nombre. Erika quería que dejara de fumar. ¿No era en la primera fase del enamoramiento cuando uno todavía era moldeable? Si realmente deseaba dejar el tabaco, tenía que ser ahora o nunca.

La tarde se le hizo eterna. Evitó tomar café para conjurar las ganas de cigarrillos, pero la falta de cafeína derivó en dolor de cabeza, por lo que cuando Erika fue a su encuentro al final de la jornada no se encontraba del mejor humor. Ella lo advirtió de inmediato.

—Te he echado de menos —sentenció Erika sin dilación. Deslizó entonces subrepticiamente su brazo bajo el de él y lo observó con atención. Quizá no deseaba que sus compañeros de trabajo los vieran. Todo era tan nuevo… Probablemente, o, mejor dicho, con toda seguridad, no les había contado que había conocido a una chica—. No querían dejarme pasar porque no tenía cita, así que les dije que era tu
coach
de vida. El objetivo es una vida nueva y mejor.

Anders se encogió de hombros con fingida indiferencia.

—Qué voy a hacer si soy tan impopular. Siento que hayas tenido que esperar.

—¿Qué te apetece hacer? —le preguntó Erika sonriente. Había esperado con ilusión esa noche, apresurándose como una loca en el trabajo para poder ducharse, cambiarse de ropa y arreglarse el pelo. Él lo merecía, aunque tuviera aspecto de haber dormido con lo puesto. La camisa que asomaba bajo la bata estaba arrugada y al besarse frente a la entrada advirtió con la mano su pelo sudado en la nuca. Su boca sabía a humo, lo cual supuso una decepción.

—Mmm… No se me ocurre nada ahora —repuso el médico, que al ver el gesto de Erika lanzó una carcajada—. Cualquier cosa con tal de compartirla contigo.

—¿Dónde tienes a Julia? —preguntó Erika deseando para sus adentros que alguien cuidara de su hija esa noche.

—Está en el establo. Tengo que recogerla a las diez, así que tenemos nada menos que cuatro horas. —Parecía tan ilusionado que Erika no pudo evitar reírse de él aunque en el fondo se sintiera decepcionada. Esa noche tampoco pasaría nada, y eso que había cambiado la ropa de cama, limpiado la casa y comprado zumo recién exprimido y pan ya preparado para cocer en el horno para el desayuno.

—Háblame de tu hija. —Erika pensó que más le valía familiarizarse con su principal competidora por los favores de Anders.

—Es como cualquier muchachita de once años, al mismo tiempo infantil y a veces demasiado adulta. Le gustan los caballos y el fútbol y le cuesta un poco hacer amigos en el cole, pero hay un asistente escolar que significa mucho para ella y que trata de ayudarla con eso. No lo han contratado especialmente para ella, pero se ha propuesto hacerse cargo de mi hija. Por lo demás, siempre nos hemos tenido el uno al otro, así que tu aparición puede resultarle complicada. Debemos proceder con un poco de cuidado.

—¿Y su madre? —repuso Erika aliviada de poderle plantear por fin la pregunta. En ningún momento había nombrado a otra mujer ni que hubiera estado casado, lo cual la inquietaba levemente.

Discreción en presencia de la hija y ni media palabra sobre la madre de la criatura… eso le generaba malas vibraciones.

—¿Quieres ver una foto de Julia para que la reconozcas si te cruzas con ella por la ciudad?

Abrió entonces su cartera y aparecieron dos fotografías de Julia: un bebé rechoncho ataviado con una gorra y unas braguitas sobre un trasero de pato y una preciosa jovencita rubia a caballo. Erika comentó las fotos y reiteró su pregunta. No le extrañaría nada que estuviera ocupado. Ahora lo veía claro: era demasiado bueno para ser verdad. Lo mínimo que podía hacer era contarle cómo estaba la cosa para que ella pudiera decidir si quería continuar o dejarlo. Ese mismo día, frente a su ordenador en la comisaría, estuvo a punto varias veces de introducir su nombre en los registros para someterlo a un chequeo. Una posibilidad sumamente atractiva, pero con graves consecuencias si te pillaban.

—La madre de Julia se llamaba Isabell. Ya no está entre nosotros.

—Lo siento. ¿Qué pasó?

Erika advirtió inmediatamente el cambio en su cara. Tal vez había ido demasiado rápido. Este era un tema en el que no quería que ella hurgara.

—Hablemos de eso en otra ocasión. ¿Tienes algún plan? ¿Qué vamos a hacer? Por cierto, no sé si te lo he dicho… pero estás guapísima. Y también hueles estupendamente.

A ella lo que más le hubiera gustado proponer era sexo salvaje y desenfrenado en la casita que alquilaba en Lummelunda, un taller artístico con grandes ventanales y vistas generosas hacia el mar desde que despejaran de rocas la parte superior del acantilado. Pero no se atrevió a decirlo. Aún no.

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