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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Aurora (29 page)

BOOK: Aurora
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323. Oscurecen el cielo.

¿Sabéis cómo se vengan los tímidos que actúan socialmente como si les hubieran quitado sus miembros, las almas humildes (a la manera cristiana), que se deslizan furtivamente por todo el mundo, los que están siempre juzgando, aunque no se les dé nunca la razón, los borrachos de toda especie para quienes la mañana constituye lo peor de! día, los enfermos, los achacosos y abatidos que no tienen la valentía de curarse? Sus venganzas son pequeñas y mezquinas; el número de estas personas y el de sus actos de venganza es incalculable; toda la atmósfera está constantemente surcada por las flechas y flechillas que lanza su malignidad, hasta el punto de que el cielo y el sol de la vida quedan oscurecidos, no sólo para ellos, sino también para nosotros, para todos, lo cual es peor que si estuvieran constantemente arañándonos la piel y el corazón. ¿No negamos muchas veces el sol y la tierra simplemente porque hace mucho tiempo que no los hemos visto? Por consiguiente, la soledad. Y a causa de esto también, la soledad.

324. Filosofía de comediantes.

Los grandes actores se sienten felices ilusionándose con la idea de que los personajes históricos que representan tuvieron realmente el mismo estado de ánimo en que se encuentran ellos cuando los representan. Pero en esto cometen un grave error, pues su facultad imitativa y adivinatoria, que tratan de hacer creer que es una lúcida capacidad, vale sólo para explicar los gestos, el tono de voz, las miradas y, en general, todo lo externo, lo que quiere decir que captan la sombra del alma de un héroe, de un estadista, de un guerrero, de un envidioso, de un desesperado, llegando muy cerca del alma, pero que no penetran en el espíritu del personaje que representan. Sería, verdaderamente, un gran descubrimiento que bastara un actor perspicaz, en vez del pensador, del científico y del especialista, para esclarecer la
esencia
misma de cualquier estado moral.

Cuando oigamos formular semejantes pretensiones, no olvidemos nunca que un actor no es más que un mono ideal y que, como mono, no es capaz ni siquiera de creer en la
esencia
y en lo
esencial
. Para él, todo se convierte en papel a representar, entonación, gesticulación, escena, bastidores y público.

325. Vivir aislado y con fe.

Para llegar a ser el profeta y el taumaturgo de una época —lo mismo hoy que siempre—, hay que vivir aislado, con pocos conocimientos, algunas ideas y mucha presunción. De este modo acabamos creyendo que la humanidad no puede prescindir de nosotros, cuando lo
absolutamente claro
es que nosotros no podemos vivir sin ella. En cuanto se apodera de nosotros esta creencia, surge la fe. Para terminar, daré un consejo destinado a quien lo necesite (el que dio a Wesley su maestro espiritual, Baehler).: «Predica la fe hasta que la encuentres; entonces la predicarás porque la tienes».

326. Conocer nuestras circunstancias.

Podemos calcular nuestras fuerzas, pero no nuestra
fuerza
. No sólo son las circunstancias las que nos la muestran y nos la ocultan sucesivamente, sino que también esas circunstancias la aumentan o la disminuyen. Debemos considerarnos como un elemento variable, cuya capacidad productiva puede alcanzar su grado más elevado, en circunstancias favorables. Hay, pues, que reflexionar sobre las circunstancias y observarlas con la mayor dedicación.

327. Una fábula.

Ningún filósofo ni poeta alguno ha descubierto aún al donjuán del conocimiento. No ama las cosas que descubre, pero tiene ingenio y voluptuosidad, y disfruta con las conquistas y las intrigas del conocimiento, al que persigue hasta las estrellas más altas y lejanas, hasta que, al final, ya no le queda por conquistar más que el aspecto totalmente
doloroso
del conocimiento, como el borracho que termina bebiendo amargo ajenjo. Por eso acaba deseando el infierno, cuyo conocimiento es el último que le
seduce
, aunque quizá le desengañaría también, como el resto de las cosas que ha conocido. Entonces no le quedaría otro recurso que detenerse durante toda la eternidad, clavado en la decepción y convertido él mismo en convidado de piedra, deseando una cena del conocimiento en la que ya no podrá participar, pues no habrá cosa alguna que pueda servir de manjar a un hambriento semejante.

328. Lo que dejan vislumbrar las teorías idealistas.

Los hombres con sentido práctico son los que con mayor seguridad sustentan teorías idealistas, pues tales individuos necesitan para su reputación la aureola de dichas teorías. Se apoderan instintivamente de ellas sin caer en la hipocresía, del mismo modo que un inglés no es hipócrita al practicar el cristianismo y santificar el domingo. Por el contrario, a los caracteres contemplativos, que tienen que evitar todo tipo de improvisación y que temen que se les tenga por exaltados, sólo les satisfacen las duras teorías realistas, las cuales se apoderan de ellos en virtud de la misma necesidad instintiva y sin que ello suponga merma alguna de su sinceridad.

329. Los calumniadores de la serenidad.

Los hombres a los que la vida ha herido profundamente, desconfían de la serenidad, como si fuera siempre algo pueril y revelase una sinrazón digna de compasión y de lástima, a la manera del sentimiento que nos produce el niño que está a punto de morir y acaricia sus juguetes por última vez. Los hombres así ven tumbas ocultas debajo de las rosas; los placeres, el bullicio y la música les parecen las ilusiones voluntarias de un enfermo irrecuperable que tratara de seguir aturdiéndose durante un minuto más, con la embriaguez de la vida. Pero este juicio respecto a la serenidad no es otra cosa que el reflejo de ésta sobre el fondo oscuro del cansancio y de la enfermedad; se trata de algo conmovedor, insensato, que incita a la compasión; algo pueril, que procede de esa
segunda confianza
que sigue a la vejez y que antecede a la muerte.

330. No basta aún.

No basta demostrar algo; hay que convencer a los hombres de ello o elevarlos hasta ello. Por esto el iniciado debe aprender a
decir
su sabiduría, y a veces de forma que
suene
a locura.

331. Derecho y límite.

El ascetismo es la forma verdadera de pensar para quienes tienen que destruir sus instintos carnales, porque esos instintos son bestias feroces. ¡Pero sólo para ellos!

332. El estilo ampuloso.

El artista que no logra proyectar sus sentimientos sublimes en una obra para aliviarse de ellos, sino que, por el contrario, quiere hacer ostentación de sus sentimientos elevados, se vuelve hinchado, y su estilo resulta ampuloso.

333. Humanidad.

No consideramos a los animales como seres morales. (Pero ¿creéis que los animales nos tienen a nosotros por seres morales?). Un animal que sabía hablar, dijo: «El humanitarismo es un prejuicio del que los animales, afortunadamente, nos vemos libres».

334. El individuo caritativo.

El individuo caritativo satisface una necesidad anímica al hacer el bien. Cuanto mayor sea esta necesidad, menos se pone en el lugar de aquél a quien ayuda y que le sirve para satisfacer dicha necesidad; en algunos casos, hasta resulta duro y ofensivo. La beneficencia y la caridad judaicas tienen esta reputación: se sabe que son un poco más violentas que las del resto de los pueblos.

335. ¿Por qué se considera que el amor es amor?

Hemos de ser sinceros con nosotros mismos y conocernos bien para ejercer con los demás esa benévola simulación que se llama amor y bondad.

336. ¿De qué somos capaces?

Un padre al que un hijo suyo malo y rebelde le había estado atormentando durante todo el día, lo mató al llegar la noche, y dijo al resto de la familia, con un suspiro de alivio: «¡Por fin vamos a poder dormir tranquilos!» ¿Sabemos adonde nos pueden llevar las circunstancias?

337. Lo «natural».

Ser «natural», por lo menos en sus defectos, es quizá el único elogio que cabe dirigir a un artista que es afectado, comediante y ficticio en todo lo demás. Por eso, un individuo así dará siempre rienda suelta únicamente a sus defectos.

338. Compensación de conciencia.

Un individuo puede ser la conciencia de otro, y esto es importante, sobre todo si el segundo carece de conciencia.

339. Transformación de los deberes.

Cuando deja de ser difícil el cumplimiento de los deberes, cuando se transforman, tras una larga práctica de los mismos, en inclinaciones agradables y en necesidades, los derechos de los demás a los que se refieren tales deberes, varían también, esto es, se convierten en ocasiones de que experimentemos sentimientos agradables. Desde ese momento el
otro
, es decir, el que ostenta los derechos, se convierte, en virtud de esos mismos derechos, en alguien digno de ser amado (en lugar de ser alguien solamente variable y terrible, como antes). De este modo, cuando reconocemos y ampliamos el ámbito de su poder, lo que buscamos es nuestro placer. Cuando los quietistas dejaron de sentir el peso de su cristianismo y se limitaron a gozar de Dios, su lema fue: «¡Todo por la gloria de Dios!». Hicieran lo que hicieran en este aspecto, ya no se trataba de un sacrificio, sino que equivalía a decir «¡Todo por nuestro deleite!». Exigir, como hace Kant, que el saber sea
siempre
algo incómodo, es pedir que no forme parte nunca de los hábitos y de las costumbres. Esta exigencia tiene algo de crueldad ascética.

340. La evidencia está en contra del historiador.

Está totalmente demostrado que los hombres salen del vientre de su madre, a pesar de lo cual los niños se hacen mayores y los vemos junto a su madre; de este modo, hacen que las hipótesis de su crecimiento resulte absurda; tiene la evidencia en contra.

341. Ventajas de la ignorancia.

Alguien ha dicho que, siendo niño, despreció tanto los caprichos y las coqueterías del temperamento melancólico, que, hasta la mitad de su vida, ignoró cuál era su temperamento, temperamento que era precisamente melancólico. Por esta razón, manifestó que ésta era la mejor de las ignorancias posibles.

342. No confundir.

¡Sí! Examina una cosa, mirándola por todos lados, y por eso creéis que es un auténtico investigador del conocimiento. Pero lo único que pretende es rebajar el precio, porque quiere comprarla.

343. Lo que se tiene por moral.

No queréis sentiros nunca descontentos de vosotros mismos, ni sufrir nunca por vuestra causa, y llamáis a esto vuestra inclinación moral. Pues bien: otro puede decir que eso es una cobardía vuestra. Pero hay una cosa segura, y es que no daréis nunca la vuelta al mundo (al mundo que sois vosotros), y que seguiréis siendo un azar, un grano de arena en otro grano de arena. ¿Creéis que los que pensamos de otra manera, nos exponemos por pura temeridad al viaje a través de nuestra propia nada, a través de nuestros pantanos y de nuestras montañas nevadas, que hemos elegido voluntariamente el dolor y la náusea, como los anacoretas estilistas?

344. Sagacidad en el desprecio.

Si, como se ha dicho, Homero dormitaba algunas veces, demostraba con ello ser más prudente que todos los artistas de la ambición que se mantienen despiertos. Hay que dejar que tomen aliento los admiradores, convirtiéndose de vez en cuando en censores, pues no hay quien soporte la bondad ininterrumpida, brillante y siempre en vela; un maestro así, lejos de ser un bienhechor, se convierte en un verdugo, a quien odiamos mientras le tenemos delante.

345. Nuestra felicidad no es un argumento ni a favor ni en contra.

Muchos hombres no son capaces más que de una felicidad mínima; no es un argumento contra su sabiduría el que ésta no pueda suministrarles más felicidad, como tampoco constituye un argumento contra la medicina la existencia de enfermos incurables y de enfermos crónicos. Aunque cabe desear que cada cual acierte en la concepción de la existencia que puede reportarle su grado más elevado de felicidad, ello no garantiza que su vida no le resulte lamentable y poco envidiable.

346. Enemigos de tas mujeres.

«La mujer es nuestro enemigo». Quien como hombre habla así a los hombres está movido por el instinto indómito que no sólo se odia a sí mismo, sino que odia también a sus medios.

347. La escuela del orador.

Cuando se guarda silencio durante un año, se olvida uno de charlar y se aprende a hacer uso de la palabra. Los pitagóricos fueron los mejores hombres de Estado de su época.

348. El sentimiento de poder.

Hay que saber distinguir claramente: quien quiere adquirir el sentimiento de poder se aprovecha de todos los medios y no desprecia nada que pueda alimentar dicho sentimiento. Pero el que lo posee, ha adquirido un gusto muy difícil y delicado; es raro que encuentre algo que le satisfaga.

349. No es tan importante.

Cuando asistimos a una defunción, nos asalta generalmente una idea que un falso sentido de las conveniencias nos hace que la sofoquemos en nuestro interior pensamos que el acto de morir tiene menos importancia de lo que habitualmente se cree, y que el moribundo ha perdido quizá en el transcurso de su vida cosas más importantes que la que va a perder en ese momento. En tal caso, el fin no es realmente el objetivo.

350. La mejor forma de prometer.

Cuando se promete algo, no es la palabra quien promete, sino lo que queda sin expresar detrás de las palabras. Las palabras debilitan a veces la promesa, al descargar y hacer uso de una fuerza que forma parte de la fuerza que promete. Haced que os den la mano poniendo un dedo en los labios en señal de silencio, y tendréis una garantía mayor de la promesa que os formulan.

351. Lo que generalmente se ignora.

En la conversación cabe observar que uno tiende un lazo para que otro caiga con él, no por crueldad, como podría pensarse, sino por el placer que le suministra su sagacidad. Otros preparan la frase ingeniosa para que otro la formule, o bien enlazan los hilos para que se forme un nudo, no por benevolencia, como podría pensarse, sino por malignidad y por desprecio hacia quienes tienen poca inteligencia.

352. El centro.

La sensación de que
se es el centro del mundo
, surge con mucha intensidad cuando nos avergonzamos de pronto; entonces nos sentimos como ensordecidos en medio de una rompiente y como cegados por un ojo enorme que mira a todos lados y que llega al fondo de nuestro ser.

353. Libertad oratoria.

«Hay que decir la verdad, aunque el mundo entero estalle en mil pedazos»; así dijo el gran Fichte con su gran elocuencia. Muy bien, pero antes habría que poseer esa verdad. Pero lo que él pretende es que cada uno exponga su opinión, aunque se produzca una confusión total. Y esto resulta, por lo menos, discutible.

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