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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Aurora (27 page)

BOOK: Aurora
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268. El Caribdis y el Escila de los oradores.

¡Qué difícil era en Atenas hablar de modo que se atrajera a los oyentes a favor de una causa sin que les repeliera la forma, y sin que el atractivo de la forma les hiciera olvidarse de la causa! ¡Y qué difícil sigue siendo en Francia
escribir
de la misma manera!

269. Los enfermos y el arte.

Contra toda clase de tristezas y de miserias espirituales, lo primero que se impone es cambiar de régimen y realizar un duro trabajo físico. Pero en estos casos los individuos acostumbran a embriagarse con algo; con el arte, por ejemplo, para desgracia de ellos y para desgracia del arte. ¿No comprendéis que si recurrís al arte porque estáis enfermos, acabáis haciendo que también el arte enferme?

270. Tolerancia aparente.

Oigo hablar de la ciencia y a favor de la ciencia, con buenas palabras, con palabras benévolas y comprensivas. Pero
detrás de esas palabras
descubro que toleráis la ciencia. En un rincón de vuestra mente sentís que, pese a todo, la ciencia
no os es necesaria
, que tenéis la magnanimidad suficiente para admitirla y para abogar por ella, sin que la ciencia muestre, por su parte, igual magnanimidad para con vuestras opiniones. Pero ¿sabéis que no tenéis derecho alguno a ejercer esa tolerancia, que ese gesto de condescendencia constituye un atentado contra el honor de la ciencia, más grosero incluso que el desdén abierto que se permiten para con ella cualquier eclesiástico o cualquier artista impetuoso? Os falta la conciencia severa para con lo verdadero y veraz; no os inquieta ni os atormenta el descubrir que la ciencia está en contradicción con vuestros sentimientos; ignoráis el ansia insaciable de conocer que os gobernaría como una ley; no consideráis que sea un deber la necesidad de estar presente con los ojos dondequiera que se
conoce
, de no dejar que se os escape nada de lo que se ha
conocido
. Desconocéis eso que tratáis con tanta tolerancia. Y precisamente porque lo ignoráis, le mostráis ese semblante tan agradable. Si la ciencia os ilumina el rostro con sus ojos, quedaría al descubierto vuestra mirada de odio y de fanatismo. ¿Qué nos importa, entonces, que seáis tolerantes con un fantasma, pero no con nosotros? Pues, ¿qué importamos nosotros?

271. Impresión de fiesta.

Los individuos que con más ímpetu aspiran al poder encuentran sumamente grato el sentirse
subyugados
. Hundirse súbita y profundamente en un movimiento como en un torbellino, dejarse arrebatar las riendas de la mano y ser espectador de un movimiento quién sabe adonde, constituye un gran servicio, sea quien sea la persona que nos lo preste. Nos sentimos felices, entusiasmados, sentimos a nuestro alrededor un silencio excepcional, como si estuviéramos en el centro de la tierra. ¡Carecer totalmente de poder por un instante! ¡Ser un juguete en manos de fuerzas primordiales! Esta felicidad implica un gran reposo: el alivio de una carga pesada, un descanso que no cansa, como si nos viéramos entregados a una fuerza de gravedad que nos atrajese ciegamente. Esto es lo que sueña el hombre que escala una montaña y que, aunque su meta se encuentre por encima de él, se duerme al llegar un momento en mitad del camino, con un enorme cansancio, y sueña con el
placer opuesto
: con rodar sin esfuerzo hasta el pie de la montaña.

Esta felicidad a la que me refiero es la que pienso que experimenta hoy nuestra sociedad europea y americana, tan perturbada y acometida por el ansia de poder. En un lugar y en otro, los individuos desean a veces volver a caer en la
impotencia
: las guerras, las artes, las religiones y los genios les brindan este goce. Cuando el hombre se ha abandonado a una impresión momentánea que lo devora y lo ahoga todo —ésta es la
impresión
moderna de fiesta—, se siente luego más libre, más tranquilo, más frío, más severo, aspirando entonces incansablemente a conseguir lo contrario:
el poder
.

272. La purificación de las razas.

Probablemente no hay razas puras, sino solamente razas depuradas, e incluso éstas son muy escasas. Las más frecuentes son las razas cruzadas en las que, junto a defectos de armonía en las formas corporales (por ejemplo, cuando los ojos y la boca no se corresponden), se observan necesariamente faltas de armonía en las costumbres y en los juicios de valor. (Livingston oyó decir: «Dios creó a los blancos y a los negros, y el diablo creó a los mulatos».)

Las razas cruzadas producen siempre, a la vez que civilizaciones cruzadas, morales igualmente cruzadas: generalmente, éstas son las peores, las más crueles y las más inquietas. La pureza es el resultado último de incontables asimilaciones, absorciones y eliminaciones, y el progreso hacia la pureza se manifiesta en que la fuerza existente en una raza se limita cada vez más a determinadas funciones escogidas, mientras que antes se tendía con frecuencia a realizar demasiadas cosas contradictorias. Esta limitación tendrá siempre la apariencia de un empobrecimiento, pero hay que juzgarla con prudencia y equidad. Una vez acabado el proceso de depuración, todas las fuerzas que antes se perdían en la lucha entre cualidades sin armonía, están ahora a disposición del conjunto del organismo. Por eso las razas depuradas son siempre más
fuertes
y más
hermosas
. Los griegos constituyen un ejemplo de una raza y de una civilización depurada del modo que acabo de indicar, y es de esperar que algún día se logre también crear una raza y una civilización europeas puras.

273. Las alabanzas.

Presientes que alguien va a elogiarte. Te muerdes los labios, se te encoge el corazón. ¡Ay! ¡Ojalá pase de ti este cáliz! Pero el cáliz no pasa: se aproxima a nosotros. Bebamos, pues, la dulce impertinencia del que nos alaba; dominemos la repugnancia y el profundo desprecio que nos producen en el fondo sus elogios; expresemos en nuestra cara alegría y gratitud. ¡El hombre quería agradarnos! Y ahora que ya lo ha hecho, sepamos que se siente muy elevado: ha conseguido un triunfo sobre nosotros, y también sobre sí mismo —¡el muy animal!—, pues no le ha resultado tan fácil tributarnos sus elogios.

274. Derechos y privilegios del hombre.

Los hombres somos la única criatura que, cuando fracasa, puede autoeliminarse, como se retira una frase inoportuna, y nos comportamos así, ya sea por miedo a la humanidad, por compasión hacia ella, o incluso por aversión hacia nosotros mismos.

275. El hombre transformado.

Ese se ha vuelto ahora virtuoso para mortificar a los demás. No le miréis mucho.

276. ¡Con cuánta frecuencia y qué inesperadamente!

¡Cuántos hombres casados se dan cuenta, una buena mañana, que su mujer les molesta y que ella se cree lo contrario! No hablo de mujeres con los sentidos despiertos, sino de las de inteligencia débil.

277. Virtudes frías y virtudes calientes.

Sólo disponemos de una palabra para designar la valentía, entendida como una resolución fría e inamovible, y la valentía, como una bravura fogosa y casi ciega. Sin embargo, ¡qué distintas son las virtudes frías y las virtudes calientes! Loco será quien suponga que la
cualidad
de la virtud radica en el calor; más loco aún el que se imagine que consiste en la frialdad. A decir verdad, la humanidad ha juzgado muy útiles tanto el valor de la sangre fría, como el valor ardiente. Sin embargo, esta distinción no ha sido lo bastante frecuente como para que los hiciera brillar entre sus joyas con dos colores diferentes.

278. La memoria cortés.

A todo el que ocupa un rango elevado le conviene adquirir una memoria cortés, es decir, recordar todo lo bueno posible de la gente, para mantenerla así en una agradable dependencia. De igual manera puede proceder el hombre respecto a sí mismo. ¿Tiene una memoria cortés o no la tiene? He aquí el criterio decisivo para juzgar la actitud que mantiene un individuo para consigo mismo, la nobleza, la bondad o la desconfianza que pone en la observación de sus inclinaciones y de sus intenciones, y, en última instancia, la calidad de dichas inclinaciones e intenciones.

279. Cómo nos convertimos en artistas.

El que convierte a alguien en su ídolo trata de justificarse ante sí mismo elevándole idealmente; se convierte en artista en la persona de su ídolo, para tener la conciencia tranquila. Si sufre, no sufre por su ignorancia, sino por mentirse a sí mismo, aparentando ignorancia. El dolor y la dicha interiores de un hombre así (y todo el que ama con pasión pertenece a esta especie) no puede saciar su sed con recipientes de dimensiones normales.

280. Infantil.

Quien vive como un niño —es decir, quien no lucha para ganarse el pan, ni cree que sus actos tengan un significado último—, será siempre un niño.

281. El «yo» lo quiere todo.

Parece que el hombre no se mueve más que para poseer. Al menos, sustentan esta hipótesis todos los idiomas que consideran que toda acción pasada conduce a una posesión («Yo
he
hablado, luchado, vencido», quiere decir «yo
estoy en posesión
de mi palabra, de mi lucha, de mi victoria»). ¡Qué ansioso resulta el ser humano, al no dejar que le arrebaten el pasado, al pretender conservarlo siempre!

282. El peligro de la belleza.

Esa mujer es guapa e inteligente. Pero ¡cuánto más inteligente habría llegado a ser si no hubiese sido guapa!

283. La paz del hogar y la paz del alma.

Nuestro estado de ánimo habitual depende del estado de ánimo que sabemos infundir en quienes nos rodean.

284. Presentar lo nuevo como antiguo.

A muchos les molesta que les comuniquen una noticia. Y es que captan la importancia que da la noticia al primero que se entera de ella.

285. ¿Dónde acaba el «yo».?

La mayor parte de la gente toma bajo su protección aquello que
sabe
, como si el saberlo le diera un derecho de propiedad sobre ello. El ansia de acaparar que muestran los instintos personales, no tiene límites. Los grandes hombres hablan como si tuvieran detrás de ellos el tiempo entero y fueran la cabeza de un cuerpo gigantesco; y las mujeres sencillas consideran como un mérito propio la belleza de sus hijos, de su ropa, de su perro, de su médico, de la ciudad donde han nacido; pero no se atreven a decir: «Yo soy todo esto».
Chi non ha, non é
, como dicen los italianos.

286. Los animales domésticos.

¿Hay algo más repugnante que el sentimentalismo hacia las plantas y los animales, por parte de sujetos que, desde su nacimiento, han causado estragos en el mundo vegetal y animal, como si fueran sus más feroces enemigos, y que acaban pretendiendo que les quieran tiernamente sus debilitadas y mutiladas víctimas? Ante cosas de esta
naturaleza
, es preciso que el hombre sea
serio
, si se trata de un individuo que piensa.

287. Dos amigos.

Eran amigos, pero han dejado de serlo. Han roto su amistad por dos motivos: primero, porque uno de ellos creía que el otro le comprendía mal; segundo, porque el otro creía que su amigo le conocía demasiado bien. Pero los dos se engañaban, porque ninguno se conocía lo suficientemente a sí mismo.

288. La comedia de los hombres nobles.

Aquellos que fracasan en la familiaridad noble y cordial tratan de hacer ver la nobleza de su carácter por medio de la reserva, la severidad y un cierto desprecio hacia las familiaridades, como si su sentimiento violento de confianza se avergonzara de manifestarse.

289. Con quiénes no se puede hablar mal de una virtud.

Es de mal gusto criticar la valentía delante de cobardes, pues se corre el riesgo de ser despreciado. De igual forma, los hombres despiadados se irritan cuando se dice algo contra la compasión.

290. Una forma de derroche.

Tratándose de individuos irritables e impulsivos, las primeras palabras y los primeros actos no indican nada de su verdadero carácter, pues están inspirados por las circunstancias y, en cierto modo, reproducen el sentido de dichas circunstancias. Ahora bien, una vez dichas estas palabras y realizados estos actos, las palabras y los actos propios de su carácter que vienen después, frecuentemente, tienen que malgastarse y
sacrificarse
a atenuar y a reparar lo anterior.

291. La presunción.

La presunción es un orgullo fingido y
simulado
, cuando precisamente lo característico del orgullo es no poder ni querer fingir, simular ni aparentar nada. En este sentido, la presunción es la hipocresía de la incapacidad de fingir, lo cual es muy difícil de hacer, por lo que no se logra la mayoría de las veces. Si admitimos que, como sucede por lo general, el presuntuoso se traiciona a sí mismo, éste resulta chasqueado de tres modos: lo miramos mal porque ha pretendido engañarnos, le desvalorizamos porque ha intentado mostrarse superior a nosotros, y, por último, nos burlamos de él porque ha fracasado en ambos propósitos. En consecuencia, todo lo que se diga para desaconsejar la presunción es poco.

292. Un tipo de error.

Al oír hablar a alguien, a veces basta escuchar su forma de pronunciar una consonante (como la erre, por ejemplo), para que dudemos de la sinceridad de su expresión. No estamos habituados a ese sonido y nos tenemos que esforzar para reproducirlo. Esta es la razón de que nos resulte
fingido
. Pero esto es un burdo error, y lo mismo sucede con el estilo de un escritor que tiene hábitos distintos a los de todo el mundo. Para él, esa forma de expresarse resulta
natural
, y lo que él considera
ficticio
en su expresión, por haber cedido alguna vez a la moda y al
buen gusto
, será lo que gustará y lo que le acreditará.

293. El exceso de agradecimiento.

Una dosis mínima de más de agradecimiento y de compasión, hace sufrir tanto como un vicio. Por mucha independencia y voluntad que pongamos, empezaremos a no tener la conciencia tranquila.

294. Los santos.

No hay individuos más sensuales que quienes huyen de la mujer y se ven obligados a mortificar su cuerpo.

295. Servir con sagacidad.

Uno de los aspectos más difíciles del arte de servir consiste en servir a un individuo que, teniendo una ambición incontrolada y siendo un egoísta en todo, no quiere que se le tenga por tal (ésta es, precisamente, una de las manifestaciones de su ambición), y exige que todo se haga según su voluntad y su capricho, pero siempre de un modo que parezca que es él quien se sacrifica y que no quiere nada para sí.

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