469. La inhumanidad del sabio.
Junto a la pesada marcha del sabio que todo lo aplasta, y que, según las palabras del himno budista, «camina solitario como el rinoceronte», ha de aparecer de vez en cuando una manifestación de humanidad conciliadora y dulce; no bastan los pasos apresurados ni los rasgos de ingenio familiares, ni las agudezas ni la ironía; hacen falta también una cierta dosis de contradicción y un retorno ocasional a los absurdos dominantes. Para que no parezca el rodillo de una apisonadora que avanza ciegamente como el destino, el sabio que quiere enseñar ha de hacer uso hasta de sus defectos para embellecerse. Al pedir que le desprecien, solicita convertirse en el defensor de una verdad usurpada. Quiere llevaros a las montañas y hacer que vuestra vida corra peligro, por lo que os autoriza voluntariamente a que os venguéis, antes o después, de un guía semejante. A este precio paga la satisfacción de ir delante de vosotros como
jefe de fila
. ¿Recordáis lo que se os ocurrió el día que os condujo por una oscura caverna, a través de un resbaladizo sendero? Vuestro corazón latía aceleradamente y se decía: «Este guía podía hacer algo mejor que trepar por aquí. Pertenece a esa clase de perezosos que están llenos de curiosidad. No le demos demasiada importancia haciéndole ver que le
seguimos
porque le concedemos gran valor».
470. En el banquete multitudinario.
¡Qué felicidad la de ser alimentado, como los pájaros, por la mano de un solo hombre, que lanza el grano sin reparar en quién lo recibe y en si se merece que se lo den! ¡Vivir como un pájaro que viene a tomar su sustento y luego echa a volar sin llevar un nombre grabado en el pico! Por eso me agrada tanto saciarme en el banquete multitudinario.
471. Otra forma de amar al prójimo.
La marcha agitada, ruidosa, desigual, nerviosa, está en contra de las
grandes pasiones
. Estas se encuentran en lo más íntimo del hombre como un brasero silencioso y oculto, y, al acumular allí todo su calor y todo su ímpetu, permiten al hombre mirar hacia fuera con frialdad e indiferencia, e imprimen a sus facciones una cierta impasibilidad. Llegado el caso, los hombres así son capaces de
mostrar amor al prójimo
, pero este amor difiere mucho del de las personas sociables y ansiosas de agradar; se manifiesta en una dulce benevolencia, contemplativa y serena. En cierto modo, estos hombres miran desde lo alto de esa torre suya que constituye a un tiempo su fortaleza y su prisión. ¡Cuánto bien les hace mirar hacia fuera y ver lo que les es externo y
diferente
!
472. No justificarse.
A: Pero ¿por qué no quieres justificarte? B: Podría hacerlo en este caso y en muchos otros casos, pero desdeño el placer de la justificación, pues todo esto me importa poco, y prefiero llevar una mancha a proporcionar a la gente mezquina el pérfido placer de pensar que concedo mucha importancia a estas cosas. Esto no sería cierto. Quizá tendría que concederme más importancia a mí mismo para pensar que debo rectificar las ideas falsas que se formen de mí los demás; pero soy demasiado indiferente e indolente respecto a mi persona y respecto a lo que ésta suscita.
473. Dónde hemos de edificar nuestra casa.
Si estando solo, te sientes grande y fecundo, la compañía te volvería pequeño y estéril, y a la inversa. Donde te asalte el sentimiento de una poderosa dulzura, similar a la de un padre, allí deberás edificar tu casa, ya sea en el silencio de la soledad o entre el bullicio de la multitud. «Donde soy padre, allí está mi patria».
474. Los únicos caminos.
«La dialéctica es el único camino que conduce a la divinidad y que permite atravesar el velo de la apariencia»; esto es lo que sostenía Platón con la misma pasión y solemnidad con que Schopenhauer defendía lo contrario. Y ambos se equivocaban, pues no existe aquello adonde conducía el camino que marcaban. Todas las grandes pasiones de la humanidad, ¿no han sido hasta hoy pasiones por nada? Y todas las solemnidades de la humanidad, ¿no han sido solemnidades a causa de nada?
475. Hacerse pesado.
No le conocéis; es capaz de cargar con muchos pesos, y, sin embargo, levantarlos todos ellos hasta las alturas. Y vosotros, con vuestros cortos vuelos, creéis que si carga con tanto peso, es porque
no quiere elevarse
.
476. La fiesta de la cosecha del espíritu.
La experiencia, los acontecimientos de la vida, lo que éstos nos hacen reflexionar y los ensueños que ello suscita, crecen y se acumulan día a día constituyendo una riqueza inmensa y enloquecedora. Da vértigo contemplar esa riqueza. No comprendo cómo se puede llamar bienaventurados a los pobres de espíritu; aunque a veces, cuando me siento cansado, les envidio, pues resulta difícil administrar semejante riqueza, y no es raro que esta dificultad impida toda clase de felicidad. ¡Ay! ¡Si pudiéramos contentarnos con contemplar ese tesoro; si no fuéramos avaros más que de nuestro propio conocimiento!
477. Libre del escepticismo.
A: Otros abandonan un escepticismo moral generalizado aburridos y débiles, roídos, carcomidos y medio corroídos, pero yo salgo más valiente y más sano que nunca, con los instintos reconquistados. Cuando corta la brisa, sube la marea y no hay peligros pequeños que vencer, empiezo a sentirme a gusto. No me he convertido en gusano, aunque muchas veces haya tenido que actuar y roer como un gusano. B: Si
niegas
, es porque has
dejado
de ser escéptico. A: Y por eso mismo he aprendido nuevamente a
afirmar
.
478. No nos detengamos.
No le importunéis. Dejadle en su soledad. ¿Queréis que termine rompiéndose del todo? Se ha rajado como un vaso en el que se ha echado un líquido muy caliente. ¡Era de un material tan precioso!
479. Amor y veracidad.
Por amor nos hemos convertido en criminales peligrosos para la verdad; en encubridores habituales que proclamamos más verdades de las que admitimos. Por eso conviene que el pensador ahuyente de vez en cuanto a las personas a las que ama (que no serán precisamente las que le aman a él), para que le muestren su aguijón y su maldad y dejen de
seducirle
. Por eso la bondad del pensador ha de tener su luna creciente y su luna menguante.
480. Inevitable.
Os pase lo que os pase, quien no os quiera bien encontrará en lo que os ocurra un pretexto para empequeñeceros. Si sufrís las más hondas perturbaciones en vuestro espíritu y en vuestro conocimiento, y acabáis llegando, como convalecientes, con una melancólica sonrisa, a la libertad y a la luz silenciosa, no faltará alguien que os diga: «Este utiliza su enfermedad como un argumento, hace uso de su importancia para demostrar que todos somos impotentes; es lo suficientemente vanidoso para caer enfermo por gusto a fin de experimentar el prestigio que suministra el dolor». Y si alguien rompe sus ataduras, y, al hacerlo, se hiere profundamente, siempre habrá alguien que aluda a ello en son de sorna: «¡Qué torpe es —dirá—! ¡No podía sucederle otra cosa a un hombre que se había acostumbrado a sus ataduras y que ha cometido la locura de romperlas!».
481. Dos alemanes.
Si comparamos a Kant y a Schopenhauer con Platón, con Spinoza, con Pascal, con Rousseau y con Goethe, en lo referente a su alma, no a sus aptitudes intelectuales, advertiremos que los dos primeros se encuentran en una posición desfavorable. Sus ideas no representan la historia de un alma apasionada, no hay en ellas una novela que se entrevea, unas crisis, unas catástrofes, unas horas de angustia. Su pensamiento no es, a la vez, la biografía involuntaria de su alma: en el caso de Kant es la de un
cerebro
y en el de Schopenhauer es la descripción y el reflejo de un
carácter
(de un carácter
inmutable
); y en ambos, el placer que proporciona el
espejo
en si, el goce de encontrar una inteligencia de primer orden. Cuando se transparenta detrás de sus ideas, Kant se nos presenta como un hombre honrado en toda la extensión de la palabra, pero insignificante; le falta amplitud y poder; ha
vivido
poco, y su forma de trabajar le quita el tiempo que necesitaría para vivir. Entiéndase bien que no me refiero a vivir los
acontecimientos
vulgares, externos a él, sino a las vacilaciones y destinos a los que está sometida el alma más solitaria y silenciosa, cuando esa vida tiene momentos de ocio y se consume en una meditación apasionada. Schopenhauer le aventaja algo: al menos, posee una determinada
fealdad violenta
que le es congénita y que se revela en sus odios, en sus deseos, en su vanidad y en su desconfianza; tiene inclinaciones más feroces. Sin embargo, le faltó
evolucionar
, lo mismo que le sucede al conjunto de sus ideas: careció de
historia
.
482. Escoger las compañías.
¿Estaremos pidiendo demasiado cuando tratamos de relacionarnos con hombres dulces, agradables al gusto y
nutritivos
, como las castañas que se ponen a asar cuando están maduras y se retiran del fuego en el momento oportuno; con hombres que esperan poco de la vida y que prefieren aceptarla como un regalo en lugar de merecerla, como si fueran los pájaros y las abejas quienes se la hubiesen traído; con hombres que son demasiado orgullosos para sentirse alguna vez recompensados y demasiado serios en su pasión por el conocimiento y la rectitud para tener tiempo que dedicar a la gloria y para que ésta les complazca? A estos hombres les llamamos filósofos, pero ellos se dan un nombre más modesto.
483. Estar harto del hombre.
A: ¡Busca el conocimiento, sí, pero siempre como hombre! ¿Cómo? ¿Ser siempre espectador de la misma comedia, representar siempre un papel en ella; no poder contemplar las cosas más que con estos mismos ojos? ¡Cuántos seres debe haber, que tengan ojos más aptos para el conocimiento! ¿Qué es lo que acabará descubriendo la humanidad después de todo su conocimiento? ¡Sus órganos!, lo que tal vez equivalga a decir su imposibilidad de conocer. ¡Qué miseria y qué asco! B: Estás en un mal momento; te acosa la razón. Pero mañana te encontrarás bien y volverás de lleno al conocimiento, y, con ello, de lleno a la sinrazón, es decir, al
goce
que te produce todo lo humano. ¡Ven a la orilla del mar!
484. Nuestro camino.
Cuando damos el paso decisivo y emprendemos el camino que es
nuestro camino
, se nos revela de pronto un secreto: todos los que eran nuestros amigos y familiares se habían atribuido una superioridad sobre nosotros, y ahora se sienten ofendidos. Los mejores de ellos son tolerantes y esperan pacientemente que volvamos al
camino recto
, el camino que ellos conocen bien. Otros se burlan y creen que somos víctimas de un ataque de locura pasajera, o denuncian con amargura a alguien que piensan que nos ha seducido. Los peores nos tienen por locos y tratan de echarnos en cara los móviles de nuestra conducta; el peor de todos nos considera su peor enemigo, a quien una larga subordinación ha llenado de venganza, y nos teme. ¿Qué habrá que hacer? Lo siguiente: inaugurar nuestro reinado concediendo previamente durante un año amnistía general a nuestros enemigos por toda clase de delitos.
485. Perspectivas lejanas.
A: Pero ¿a qué viene esta soledad? B: No estoy enfadado con nadie, pero cuando estoy solo, me parece que veo mejor a mis amigos, que les veo bajo una luz más favorable que cuando estoy con ellos. Cuando más me gustaba la música y cuando tenía un sentimiento más exacto de ella, era cuando vivía alejado de la misma. Parece como si tuviera necesidad de perspectivas lejanas para pensar bien las cosas.
486. El oro y el hambre.
A veces encontramos a un hombre que convierte en oro todo lo que toca. Un buen día acabará descubriendo que está a punto de morirse de hambre. Todo lo que le rodea es brillante, soberbio, ideal e inaccesible, por lo que ahora aspira a encontrar cosas que no pueda convertir en oro de ningún modo. ¡Con cuánta violencia lo desea! ¡Con el ansia de quien se está muriendo de hambre y ansia algo de comer! ¿De qué se apoderará?
487. Vergüenza.
Mira ese hermoso corcel que piafa y relincha; está ansioso de correr y espera impaciente al que suele montarle. Pero ¡qué vergüenza! El jinete no puede subirse a la silla: está cansado. Esa es la vergüenza que siente el pensador cansado ante su propia filosofía.
488. Contra la prodigalidad en el amor.
¿No nos ruborizamos cuando nos sorprendemos en flagrante delito de aversión violenta? Pues lo mismo nos deberían ruborizar nuestras simpatías intensas, por lo que tienen de injustas. Más aún, hay hombres que se sienten molestos y con el corazón oprimido cuando alguien les prodiga su simpatía, quitándosela a los demás, cuando aprecian por el tono de voz que ellos son los elegidos, los preferidos. ¡Ay!, no siento gratitud alguna por este tipo de preferencias, y hasta guardo rencor a quien quiere distinguirme de ese modo; no quiero que me amen
a costa
de los demás. Me cuesta trabajo contenerme, y a veces se desborda mi corazón y tengo razones para ser vanidoso. A quien tiene esto no se le debe dar lo que otros tan amargamente necesitan.
489. Amistades en conflicto.
A veces notamos que uno de nuestros amigos se lleva mejor con un tercero que con nosotros, que su delicadeza se resiente al tener que escoger y que su egoísmo no está a la altura de su decisión. Entonces hemos de darle facilidades para que abandone nuestra amistad e incluso
ofenderle
con vistas a que se distancie de nosotros. Esto es igualmente necesario cuando nuestra forma de pensar podría ser funesta para él; es preciso que nuestro afecto hacia él nos impulse a darle, cargando sobre nosotros una injusticia, la tranquilidad de conciencia que le permita alejarse de nosotros.
490. Las pequeñas verdades.
Conocéis todo eso, pero nunca lo habéis visto; en consecuencia, no acepto vuestro testimonio. Habláis de «pequeñas verdades», pero os parecen pequeñas porque no las habéis pagado con vuestra sangre. ¿Creéis que son grandes porque las habéis pagado demasiado caras? ¿Tan cara pensáis que vale la sangre? ¡Qué avaros sois de vuestra sangre!
491. La razón para estar solo.
A: ¿Quieres regresar al desierto? B: No estoy preparado. Tengo que esperarme a mí mismo; siempre tarda mucho en subir de nivel el agua del pozo de mi
yo
, y me dura más mi sed que mi paciencia. Por eso vuelvo a la soledad, para no beber en las cisternas en las que bebe todo el mundo. En medio de la multitud vivo como la mayoría y no pienso como yo pienso. Al cabo de cierto tiempo tengo la impresión de que quieren desterrarme de mí mismo y arrebatarme el alma, y empiezo a odiar y a temer a todo el mundo. Entonces necesito el desierto para volver a ser bueno.