Read Aventuras de «La mano negra» Online
Authors: Hans Jürgen Press
—Pero si vamos bien. ¡La banda ha pasado por aquí!
¿Qué había descubierto Adela?
El agente Aguilar miró la caja de cartuchos que acababa de descubrir Adela.
—El trozo de cartón que había en la granja corresponde a esta caja —aclaró.
«La mano negra» y el policía subieron de nuevo al coche y salieron disparados a toda marcha.
—Si no les alcanzamos antes de llegar al puente, se escaparán —dijo.
Ocho minutos más tarde vieron brillar ante ellos una luz roja. El policía frenó en seco. El coche se paró delante de la luz.
La pandilla saltó fuera.
—¡Es la única posibilidad! —gritó Félix—. Pero ¡si es el inspector Faraldo!
Hasta el mismo inspector estaba desconcertado.
—¿De dónde venís?
—Estamos persiguiendo al coche de los traficantes —aclaró Rollo.
Faraldo contestó irónicamente:
—Ya los tenemos. Nos iban a atropellar. Pero hemos puesto clavos en el suelo y se les han pinchado todas las ruedas. Hemos atrapado a dos hombres.
«La mano negra» reconoció en seguida a los traficantes.
—Ahora sólo nos falta Luis —dijo Adela.
—Cierto —añadió Faraldo—. El tercero se nos ha escapado.
Acompañados de un agente, los cuatro sabuesos bajaron por el terraplén.
—Mirad a ese lado —dijo de repente Kiki c. a.—, allí está nuestro querido Luis.
¿Dónde se había escondido Luis?
Kiki c. a., que había descubierto a Luis colgado de la armazón del puente, corrió hacia la orilla del río, seguido por el resto de «la mano negra». El inspector Faraldo bajaba tras ellos.
—¡Baje usted inmediatamente! —le gritó a Luis. Éste no contestó—. ¡Contaré hasta tres! —volvió a gritar Faraldo, y empezó a contar.
Cuando había contado dos, Luis saltó al agua y luego no se oyó nada más.
—¡Ahora se nos escapará nadando! —dijo Adela.
—¡Bah! —refunfuñó el inspector—. El agua está aquí muy baja. ¡Vamos, al puente! Si no, escapará.
La pandilla corrió a la otra orilla y registró entre la maleza. Pero no encontraron ni rastro de Luis.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Rollo.
El inspector Faraldo se acarició la barbilla.
—Tengo que pedir refuerzos. Solos no lo encontraremos.
Entonces Félix señaló una casa que tenía una ventana iluminada.
—¿Habrá corrido quizá hacia allí?
—Es La Vieja Aduana, una taberna —aclaró Faraldo—. Veamos qué hay dentro.
Poco después estaban delante de la taberna y miraban a través de la ventana.
—Ahí está nuestro Luis. ¿Le ve usted también, señor agente? —indicó Félix.
¿Cómo descubrieron a Luis?
—¡Bien, joven! —dijo el inspector Faraldo en tono cordial cuando Félix le hizo observar los pantalones mojados de un cliente de la taberna— o Ahora tenemos que detener a Luis. Actúa con disimulo.
El inspector abrió la puerta de La Vieja Aduana y entró. «La mano negra» le siguió. Luis, que había notado la corriente de aire, sacó inmediatamente su pistola, y disparó. Sonaron cristales rotos y el local se quedó a oscuras.
—¡Maldita sea! —exclamó el inspector Faraldo.
En el silencio se oyó chirriar una puerta claramente.
—¡La puerta está a la izquierda! —gritó Adela.
En el mostrador ardió una cerilla y entonces Faraldo vio también la puerta. Con la pistola en la mano se lanzó por ella, seguido por la pandilla.
Por un corto pasillo llegaron a un salón. Kiki c. a. dio la luz.
—¡Se ha largado ... —refunfuñó Faraldopor la ventana!
Adela miró atentamente alrededor y dijo:
—Sin duda volverá.
—¿Por qué lo dices? —quiso saber el inspector.
Entonces intervino Rollo.
—Adela tiene razón. Luis ha dejado aquí su maleta.
¿Dónde vio Rollo la maleta?
El inspector Faraldo sacó la maleta de dentro del piano y la abrió. Estaba llena de cubitos para caldo. El inspector meneó la cabeza dubitativo.
—¿Serán drogas?
Félix sólo dijo:
—¡Pruébelo!
Faraldo tomó una pequeña cantidad y se estremeció. «La mano negra» tuvo que ayudar al inspector para que éste pudiera volver a cerrar la maleta. Y cuando la llave estuvo echada de nuevo, dijo amablemente:
—¡Muchachos, sois magníficos! —y de repente gritó—: ¡Vamos, todos al coche patrulla! Necesitamos refuerzos en seguida si queremos capturar a Luis.
Tomó la maleta y fue hacia la puerta. En ese momento, fuera comenzó a ladrar un perro muy furioso. La pandilla se precipitó a la salida posterior del salón.
—¡Que venga el dueño! —gritó Adela.
Kiki C. a. echó a correr y volvió poco después con el tabernero.
—Ése es mi
Chuchi
—dijo el dueño, y encendió la luz del patio posterior.
Entonces, todos vieron por qué el perro estaba tan nervioso,ladrando ante un manzano. Luis se había subido a una rama, pero antes
Chuchi
había dado buena cuenta de sus pantalones.
—¡Cuidado! —gritó el inspector de policía—. ¡Está armado!
Pero Rollo se rió irónicamente.
—No temáis. El tipo ya no tiene pistola. Sólo tiene miedo.
¿Dónde estaba la pistola?
Tío Pablo estaba agitando todavía el sombrero cuando el tren entró en el túnel. «La mano negra» se dejó caer en el asiento.
—¡Uf! —se quejó Félix—. Han sido unas vacaciones de mucho trabajo.
Nadie dijo ni una palabra más hasta que el tren paró en la siguiente estación.
—¡Traficantes de drogas capturados! —gritaba allí un vendedor de periódicos.
Rollo se abalanzó a la ventanilla y llamó:
—¡Eh!, un periódico, por favor.
«La mano negra» se animó en seguida. Adela leyó en voz alta la noticia del periódico:
—«...y después de que el inspector de policía Faraldo se hubo incautado de la pistola que estaba debajo del cartel, detuvo al tercer cómplice».
Luego, Adela leyó otro titular:
—«Robo en el zoo». Extraña historia —dijo—. y precisamente la pantera pequeña, la más valiosa de nuestro parque zoológico.
—Un caso para nosotros —opinó Rollo.
—Pero ya has oído que no hay ninguna pista —repuso Kiki c. a.—. Vamos a hacer el ridículo.
Rollo observaba con su lupa la ilustración del periódico. Inmediatamente gritó emocionado:
—Ya he descubierto aquí la primera pista. Mirad, el ladrón ha olvidado algo en el lugar de los hechos.
¿Qué había perdido el ladrón?
Aquella misma tarde, «la mano negra» ya pedaleaba hacia el zoo y se detuvo ante la jaula de donde habían robado la joven pantera. Adela buscó debajo del arbusto y encontró la llave que Rollo había descubierto en la foto del periódico.
—Ya la tenemos —dijo satisfecha—. Ahora debemos comprobar de dónde procede esta llave.
—Será mejor que preguntemos al vigilante —opinó Félix.
Éste abrió unos ojos como platos cuando vio la llave.
—¡Caramba! ¿Cómo la tenéis vosotros?
La pandilla se presentó y le reveló el secreto.
—Ya he oído hablar de vosotros —dijo el vigilante—o Yo me llamo Roldán. ¡Ojalá atrapéis al que ha robado a la pobre
Ernestina
! ¡Mirad, allí estaba colgada la llave! —El señor Roldán señaló el tablero de llaves que había en la casa del vigilante.
—¿Estaba cerrada la puerta? —preguntó Rollo.
—Naturalmente, incluso con una cerradura. de seguridad —contestó el vigilante.
—¿Y la ventana?
—Estaba sólo entornada. Pero por entre las rejas no puede pasar nadie.
—A menos que tuviese un brazo de dos metros de largo —dijo Adela bromeando.
—Y lo tenía —respondió Kiki c. a.—. Mirad, ahí está.
¿Cómo robaron la llave?