Authors: Greg Egan
Yo no siento nada por ella. Es una persona bastante agradable, seguro, pero apenas la conozco. Preocupado de mi grave situación, apenas he prestado atención a sus palabras, y el acto sexual me resultaba poco más que una desagradable muestra de voyeurismo involuntario. Desde que he comprendido lo que está en juego, he
intentado
sucumbir a las mismas emociones que mi alter ego, ¿pero cómo puedo amarla cuando la comunicación entre nosotros es imposible, cuando ella ni siquiera sabe que
yo
existo?
Si ella controla sus pensamientos día y noche, pero para mí no es más que un obstáculo peligroso, ¿cómo puedo esperar alcanzar la imitación perfecta que me permitirá escapar a la muerte?
Él duerme ahora, así que yo debo dormir. Escucho los latidos de su corazón, su respiración lenta, e intento alcanzar la tranquilidad en consonancia con esos ritmos. Durante un momento, me desaliento. Incluso mis
sueños
serán diferentes; nuestra divergencia es imposible de erradicar, mi meta es risible, ridícula, patética. ¿Todos los impulsos nerviosos, durante una semana? Mi temor a ser descubierto y mis intentos por ocultarlo inevitablemente distorsionarán mis respuestas; este amasijo de mentiras y miedos será imposible de ocultar.
Pero a medida que voy cayendo en el sueño, me encuentro creyendo que
tendré
éxito.
Debo.
Sueño durante un tiempo —una confusión de imágenes, extrañas y mundanas, que termina con un grano de sal atravesando el ojo de una aguja— cuando caí, sin temor, a un olvido sin sueño.
Miro el techo blanco, mareado y confuso, intentando liberarme de la insistente convicción de que hay algo en lo que yo
no debo
pensar.
Luego aprieto el puño con alegría, regocijándome en el milagro, y recuerdo.
Hasta el último minuto, pensé que iba a volver a echarse a atrás, pero no lo hizo. Cathy le convenció de que sus temores eran infundados. Después de todo, Cathy había cambiado, y él la amaba más de lo que nunca había amado a nadie.
Bien, ahora hemos tornado los papeles. Su cuerpo es
su
camisa de fuerza, ahora...
Estoy empapado de sudor.
Esto es inútil, imposible.
No puedo leer su mente, no puedo adivinar lo que intenta hacer. ¿Debería moverme, quedarme inmóvil, llamar a alguien, mantenerme en silencio? Incluso si el ordenador que nos observa está programado para pasar por alto algunas discrepancias triviales, tan pronto como
él
perciba que su cuerpo no cumple su voluntad, tendrá tanto miedo como tuve yo, y yo no tendré ninguna posibilidad de adivinar correctamente. ¿
El
estaría sudando ahora? ¿
Él
respiraría con dificultad, así?
No.
Yo sólo llevo despierto treinta segundos, ya me he traicionado. Un cable de fibra óptica serpentea desde mi oreja derecha hasta un panel en la pared. En algún lugar deben estar sonando las alarmas.
Si intentase huir corriendo, ¿qué me harían? ¿Emplearían la fuerza? Soy un ciudadano, ¿no? Hace décadas que los cabezas-de-joya tienen todos los derechos legales; los cirujanos e ingenieros no pueden hacerme nada sin mi consentimiento. Intento recordar las cláusulas del permiso que firmó, pero él apenas le dio un vistazo. Tiro del cable que me retiene como un prisionero, pero está bien unido, a ambos extremos.
Cuando las puertas se abren, durante un momento pienso que voy a desmoronarme, pero de alguna parte extraigo fuerzas para recuperar la compostura. Es mi neurólogo, el doctor Prem. Me sonríe y dice:
—¿Cómo se siente? ¿No muy mal?
Asiento atontado.
—¡Para mucha gente, la mayor sorpresa es no sentirse diferentes en nada! Durante un tiempo pensará, "¡No puede ser así de fácil! ¡No puede ser así de simple! ¡No puede ser así de
normal
!"
.
Pero pronto lo aceptará. Y la vida seguirá, sin cambios, sonríe, me da un golpe paternal en el hombro, se vuelve y sale.
Pasan horas. ¿
A qué están esperando
? A estas alturas las pruebas deben ser concluyentes. Quizá tengan procedimientos que cumplir, expertos legales y técnicos que deben consultar, comités de ética a reunir para discutir sobre mi suerte. Estoy cubierto de sudor, estremeciéndome incontrolablemente. Varias veces agarro el cable y tiro con todas mis fuerzas, pero parece retenido por cemento en un extremo, y fijado a mi cráneo por el otro.
Un enfermero me trae la comida.
—Alégrese —dice— . Pronto será la hora de visita.
Después me trae un orinal, pero estoy demasiado nervioso para orinar.
Cathy frunce el ceño al verme.
—¿Qué te pasa?
Me encojo de hombros y sonrío, estremeciéndome, preguntándome por qué siquiera intento seguir con la charada.
—Nada. Sólo que... me siento algo mareado, eso es todo.
Me sostiene la mano, para luego inclinarse y besarme en los labios. A pesar de todo, me siento excitado de inmediato. Todavía inclinada sobre mí, me sonríe y dice.
—Ya ha acabado, ¿vale? No hay nada de lo que tener miedo. Estás un poco alterado, pero sabes en tu corazón que sigues siendo quien has sido siempre. Y te quiero.
Asiento. Hablamos de intrascendencias. Se va. Me susurro a mí mismo, histérico:
—Sigo siendo el que siempre he sido. Sigo siendo el que siempre he sido.
Ayer me afeitaron el cráneo e insertaron mi nuevo cerebro falso, que ocupa espacio y no tiene consciencia.
Me siento más tranquilo de lo que me he sentido en mucho tiempo, y creo que al fin he encontrado una explicación para mi supervivencia.
¿Por qué desactivan al entrenador durante la semana entre el cambio y la destrucción del cerebro? Bien, no pueden dejarlo en funcionamiento mientras desechan el cerebro... pero ¿por qué toda una semana? Para garantizar a la gente que la joya, sin supervisión, puede seguir en sincronía; para convencerles de que la vida que la joya va a vivir será exactamente la vida que el cerebro orgánico "hubiese vivido", signifique eso lo que signifique en realidad.
Entonces, ¿por qué sólo una semana? ¿Por qué no un mes o un año? Porque la joya
no puede
mantenerse en sincronía durante tanto tiempo, no por ningún fallo, sino precisamente por la razón que hace que valga la pena usarla. La joya es inmortal. El cerebro se deteriora. La imitación del cerebro que hace la joya deja fuera —deliberadamente— el hecho de que las neuronas
reales mueren.
Sin el entrenamiento actuando para lograr, a todos los efectos, un deterioro idéntico en la joya, acaban surgiendo pequeñas discrepancias. Una diferencia de una fracción de segundo para responder a un estímulo es suficiente para levantar sospechas, y —como yo sé muy bien— desde ese momento el proceso de divergencia es irreversible.
Sin duda, hace cincuenta años, un grupo de neurólogos pioneros se reunieron alrededor de una pantalla de ordenador y examinaron una gráfica con la probabilidad de esa divergencia radical frente al tiempo. ¿Cómo escogieron una semana? ¿Qué probabilidad les resultó aceptable? ¿Una décima de punto? ¿Una centésima? ¿Una milésima? Por muy cautelosos que decidiesen ser, es difícil imaginarles escogiendo un valor tan bajo como para hacer que el fenómeno fuese raro a escala global, una vez que cada día cambiaban un cuarto de millón de personas.
En un hospital dado, puede que suceda sólo una vez por década, o incluso por siglo, pero todas las instituciones deben tener una política para tratar esa eventualidad.
¿Qué escogerían?
Podrían cumplir sus obligaciones contractuales y volver a activar el entrenador, borrando a su cliente satisfecho y ofreciéndole al cerebro orgánico traumatizado la oportunidad de hablar sobre su ordalía a los medios y a la profesión legal.
O, podrían simplemente eliminar los registros informáticos de la discrepancia, y tranquilamente eliminar al único testigo.
Bien, ya está. La eternidad.
Dentro de cincuenta o sesenta años necesitaré trasplantes, y con el tiempo todo un cuerpo nuevo, pero esa idea no debería preocuparme: no puedo morir sobre la mesa de operaciones. En mil años o así haré que me pongan hardware extra para lidiar con las exigencias de almacenamiento de memoria, pero estoy seguro de que será un proceso sin problemas. En una escala de tiempo de millones de años, la estructura de la joya puede sufrir daños por los rayos cósmicos, pero una trascripción sin errores a un cristal nuevo a intervalos regulares se ocupará de ese problema.
En teoría, al menos, ahora tengo garantizado un sitio en el Big Crunch, o una participación en la muerte térmica del universo.
Evidentemente, dejé a Cathy. Puede que hubiese podido aprender a apreciarla, pero me ponía nervioso, y me sentía bastante cansado de la sensación de tener que fingir un papel.
En cuanto al hombre que afirmaba amarla —el hombre que paso la última semana de su vida impotente, aterrorizado, ahogado por el conocimiento de su muerte inminente— no puedo decidir qué siento. Debería sentir simpatía —considerando que una vez esperé sufrir esa misma suerte— pero de alguna forma él simplemente no me resulta
real.
Sé que mi cerebro tuvo al suyo como modelo —lo que le da a él una especie de primacía causal— pero a pesar de ello, ahora le considero una sombra tenue e insustancial.
Después de todo, no tengo forma de saber si su sensación de sí mismo, su vida interna más profunda, su experiencia del
ser
, era, en algún aspecto, comparable a la mía.
Soy el primero en llegar a la oficina, así que limpio los grafiti de la noche anterior antes de que lleguen los clientes, No es un trabajo difícil; tenemos recubiertas todas las superficies exteriores, de modo que no se precisa más que un cepillo de frotar y algo de agua caliente. Al terminar, me doy cuenta de que en esta ocasión apenas puedo recordar lo que decían; he llegado a la fase en la que puedo mirar a los eslóganes e insultos sin leerlos.
Todas las intimidaciones mezquinas son así; al principio causan impacto, pero con el tiempo se transforman en una especie de estática irritante. Grafiti, llamadas de teléfono, correo insultante. Solíamos recibir megabytes de inventiva automática por email, pero eso, al menos, resultó fácil de corregir; instalamos lo último en software de selección y lo entrenamos con unos pocos ejemplos del tipo de transmisión que no deseábamos recibir.
No sé con seguridad quién coordina esas molestias, pero no es difícil suponerlo. Hay un grupo que se hace llamar Fortaleza Australia que ha empezado a colgar carteles en las paradas de autobús: caricaturas obscenas de melanesios, representados como caníbales adornados con huesos humanos, junto a calderos llenos de bebés blancos que lloran. La primera vez que lo vi, creí sinceramente que se trataba del anuncio de una exposición sobre cómics racistas de publicaciones del siglo diecinueve; algún análisis académicos de los pecados del pasado lejano. Cuando al fin comprendí que estaba mirando propaganda real y contemporánea, no supe si sentirme asqueado o animado por su extrema tosquedad. Pensé: mientras los grupos anti-refugiados sigan insultando la inteligencia de la gente con mierda de ésta, es poco probable que reciban un apoyo más allá del círculo de lunáticos,
Algunas islas del Pacífico pierden su tierra lentamente, año a año; otras sufren una erosión rápida por efecto de las llamadas tormentas Invernadero. He oído muchas discusiones bizantinas sobre la definición precisa del término "refugiado ambiental", pero no queda mucho sitio para la ambigüedad cuando tu hogar se pierde literalmente en el océano. Sin embargo, todavía es preciso un abogado para dirigir cada petición de status de refugiado a través de los tortuosos procesos burocráticos. Matheson & Singh no es el único bufete de Sydney que se dedica a esas labores, pero por alguna razón los aislacionistas parecen habernos escogido para acosarnos. Quizá sean las instalaciones; supongo que se necesita mucho menos valor para embadurnar de pintura una casita reconvertida de Newtown que atacar una torre de oficinas reluciente en Macquarie Street, repleta de hardware de seguridad.
En ocasiones es deprimente, pero intento conservar la perspectiva. La dulce FA no será jamás más que una manada de matones y vándalos, muy molesta, pero políticamente irrelevante. Les he visto en la tele, marchando por sus "campamentos de entrenamiento" con ropas de camuflaje de diseño, o sentados en una sala de conferencias, viendo discursos grabados de su gurú, Jack Kelly, o (sin comprender la ironía) mensajes de "solidaridad internacional" de organizaciones similares en Europa y Norteamérica. La prensa habla mucho de ellos, lo que aparentemente no ha servido para aumentar su tasa de reclutamiento. Los espectáculos de monstruos son así; todos quieren mirar, pero nadie quiere participar.
Ranjit llega unos minutos más tarde, trayendo un CD; finge sufrir bajo su peso.
—Las últimas enmiendas a las regulaciones de la UNHCR. Va a ser un día muy largo.
Lanzó un gruñido.
—Esta noche ceno con Rachel. ¿Por qué no se lo metes a LEX y pides un resumen?
—¿Y que me revoquen la licencia durante la próxima auditoría? No, gracias —la Sociedad Legal tiene reglas estrictas en cuanto al uso de software pseudo-inteligente... les aterroriza dejar sin trabajo al noventa por ciento de sus miembros. La ironía es que emplean software de última generación, programado con todo el conocimiento prohibido, para examinar los sistemas expertos de cada bufete y asegurarse así de que no se les ha enseñado más de lo que se les permite saber.
—Debe haber al menos veinte bufetes que les han enseñado la ley fiscal a sus sistemas...
—Claro. Y tienen programadores con salarios de siete cifras para cubrir el rastro —me lanza el CD—. Anímate. En casa le eché un vistazo rápido... enterradas ahí dentro hay algunas buenas decisiones. Espera a llegar al párrafo 983.
—Hoy en el trabajo vi algo de lo más extraño.
—¿Sí? —ya me siento mareado. Rachel es patóloga forense; cuando dice
extraño
, es probable que se refiera a que la carne licuada de un cadáver tenía un color algo curioso.
—Examinaba un frotis vaginal de una mujer violada a primera hora de la mañana y...
—
Oh,
por favor...
Frunce el ceño.
—¿Qué? No me dejas hablar de autopsias, no me dejas hablar de manchas de sangre. Tú siempre me estás hablando de tu aburrido trabajo...
—Lo lamento. Sigue. Simplemente... baja la voz —miré a mi alrededor por todo el restaurante. Nadie parecía estar mirándonos, todavía, pero sé por experiencia que hay algo en una discusión sobre secreciones genitales que hace que las palabras lleguen más lejos que las de otras conversaciones.