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Authors: John Burdett

Tags: #Intriga

Bangkok 8 (49 page)

BOOK: Bangkok 8
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—¿Sorprendido?

—¿De que compraras acciones en la empresa de mi madre? Sí, al principio, pero cuando Nong me dijo que había estado intercambiando correos electrónicos contigo, todo se aclaró. ¿Te han dado vacaciones en el FBI?

—Me he tomado un período sabático sin cobrar. —Una mirada a mi cara y luego aparta la vista—. Los hombres blancos no son los únicos que encuentran irresistible esta ciudad, así que no puede ser sólo el sexo, ¿no?

—¿Qué crees que es? —pregunto.

—No lo sé. Será porque es tan humana… —Una pausa—. ¿Alguna novedad sobre Fatima?

Me tapo la cara un momento antes de contestar:

—Nada. Ha desaparecido después… después de tomar la decisión. —Hago un gesto un poco exagerado para transmitir que es una desaparición irreversible, para no estropear la sorpresa de esta noche.

—¿Te has preguntado alguna vez si podría haber algo en lo que te dijo aquella vez, que es como tu sombra, tu lado oscuro? ¿Que de algún modo la necesitas?

Siento la necesidad de cambiar de tema. Le paso a Jones la primera página del
Bangkok Post,
que publica una foto de cuerpo entero de mi madre con un traje chaqueta blanco y negro de Chanel que no es ninguna imitación. En destacado, la respuesta de mi madre a una pregunta sobre el Club de los Veteranos, cuya inauguración oficial es hoy:

Ese tipo de hipocresía occidental me repugna, la verdad. ¿Por qué no hace la BBC un documental sobre el ramo de la confección, con todas esas mujeres que trabajan doce horas al día por menos de un dólar a la hora? ¿Qué es eso ano vender tu cuerpo? A Occidente no le importa la explotación de nuestras mujeres, sólo tiene un problema con el sexo y al mismo tiempo utilizan la excitación sexual para vender sus programas. Les encanta avergonzar a los blancos que contratan a nuestras chicas. Las mujeres occidentales no pueden soportar que sus maridos se lo pasen mejor aquí. Si son demasiado mezquinas para dar placer a sus maridos, eso es problema suyo. En pocas palabras, es una cuestión de dinero. Tailandia ingresa muy poco dinero de industrias como la textil: las empresas occidentales se llevan la mejor parte. Pero en el negocio del sexo vemos una auténtica redistribución de la riqueza global de Occidente a Oriente. Eso es lo que los traumatiza.

Kimberley me devuelve el recorte de prensa con una sonrisa.

—Es una señora muy batalladora. ¿Qué lee últimamente? Me he dado cuenta de que el inglés que habla ha cambiado durante los últimos meses.

—Está todo el día haciendo cursos empresariales por Internet. Según ella, si el sexo es la mayor industria de Tailandia, tendríamos que empezar a modernizarla y regularizarla, dando a las chicas un trato mejor, una nueva carrera después de una retirada obligatoria a los veintiocho años, una participación en los beneficios obligatoria. Se sabe todas las palabras de moda de los negocios. Ya sabes, centros de beneficios, valor añadido, industria de servicios, recursos humanos. Afirma que la industria todavía está en la Edad de Piedra y que el gobierno debería dar apoyo en vez de poner obstáculos.

Gracias a la autopista llegamos al Sheraton de Sukhumvit en menos de media hora. Un momento de incertidumbre mutua, luego digo:

—Nos vemos esta noche.

—Sí —dice un poco nerviosa—. Esta noche. Es la primera vez que voy a ir a un burdel, ¿sabes? Y eso que tengo acciones en uno.

Le sonrío para tranquilizarla antes de irme. Estoy bastante entusiasmado. Hace un par de días que tuvimos la primera distribución de beneficios de accionistas y no podía creer lo que habíamos ganado en unos pocos meses, incluso antes de la inauguración oficial. Me voy a visitar todos esos nombres famosos del Emporium.

Hay cables por toda la Soi Cowboy y la policía ha cerrado la calle al tráfico. Aparcados en todos los ángulos, remolques con los logotipos de las cadenas de todo el mundo. Las luces deslumbran cuando nos acercamos en la parte trasera del Bentley del coronel, con el conductor de siempre al volante. Por supuesto he oído hablar del Bentley, como todos, pero es la primera vez que veo uno. Vikorn se lo regaló a sí mismo en su sexagésimo cumpleaños: modelo Continental— T, con todos los accesorios. En el formidable equipo de sonido truena «La cabalgata de las valquirias.»

El coronel, Kimberley y yo nos unimos a la muchedumbre mientras mi madre entra en la luz de los halógenos. El coronel lleva un traje cruzado de lino de Redaelli, una corbata de seda teñida y una camisa de crep, las dos de Armani, mocasines de Ralph Lauren, gafas de aviador Wayfarer, aunque es de noche. Si no fuera un gángster de verdad, estaría ridículo. Pero tal como son las cosas, está estupendo. No obstante, por una vez no tengo envidia.

Mientras miramos apartados me doy cuenta de que el estatus de mi madre de antigua prostituta le ha dado una autoridad moral que intimida hasta a la BBC (lleva un traje pantalón de seda negro de Karl Lagerfeld, zapatos negros con satén rojo de Yves Saint Laurent, una blusa de algodón beige de Dolce amp;Gabbana abrochada con un lazo de satén a juego con los zapatos (el efecto es el de una persona del siglo XXI con un dominio total del yin y el yang). La CNN ya ha pasado del desacuerdo a la ambivalencia y la BBC ha tenido que seguir su ejemplo. Los medios de comunicación franceses e italianos, habitualmente poco entusiasmados con escándalos morales basados en cuestiones sexuales, llevan una línea más bien humorística. Incluso las cadenas musulmanas de Malasia e Indonesia postergan los juicios severos, los japoneses están abiertamente de acuerdo y los chinos están intrigados.

—Nuestras sociedades necesitan crecer —dice mi madre. Ha ido ganando en fluidez día a día y habla un inglés casi perfecto, con un acento tailandés encantador que suena un poco infantil y suaviza su nueva agresividad—. La globali— zación ha provocado el mayor aumento de la historia del mundo en la prostitución. Ésta es una gran historia que los medios de comunicación descuidan porque políticamente es muy incorrecta. Incontables mujeres hacen la calle no porque les haga falta sino porque eligen hacerlo. Estudiantes universitarias de Moscú se venden en Macao para sacar algún dinero extra. Chinas de Singapur van en avión a Hong Kong durante las vacaciones de Navidad para vender sus cuerpos. Shangai está inundado de chicas a la caza del dólar rápido. Mujeres de toda Sudamérica venden sexo por todo el mundo, sobre todo en Asia y Occidente. Se ven mujeres británicas, canadienses, americanas y escandinavas por todo Bangkok. ¿Por qué los medios de comunicación no le han contado al mundo lo popular que se ha convertido un pequeño
leasing
del cuerpo incluso entre las mujeres jóvenes con dinero de las naciones del G-7? —La entrevistadora de la BBC asiente con la cabeza sabiamente.

—Es buena —me susurra el coronel—. Es incluso mejor de lo que solías ser tú.

Ahora la entrevistadora de la CNN sujeta un gran micrófono delante de la boca de Nong. Mi madre apenas hace pausas entre cadena y cadena.

—Les dicen a todas las mujeres jóvenes del país que tienen derecho a ponerse elegantes, estar sexys, poseer teléfono móvil, un coche, ir de vacaciones a un lugar exótico, y nueve de cada diez veces sólo hay una profesión que le dé el dinero que necesita para hacer esas cosas. Así que, ¿quién es el chulo? ¿Yo u Occidente? Yo me preocupo por controlar los perjuicios, acepto la situación tal como es y trato mejor a las chicas. ¿Preferiría una vuelta a la moralidad tradicional budista? Pues sí, pero es demasiado tarde para eso, la degradación ha ido demasiado lejos, tenemos que enfrentarnos a la realidad. Hasta el Buda creía eso.

La periodista de la CNN se aparta de Nong para entrevistar a un anciano enjuto que lleva una de las camisetas de mi madre y pantalones cortos a rayas rojas y amarillas, quizás de unos setenta y pocos años, un poco encorvado, con brazos nervudos y barba entrecana: tiene justo el mismo aspecto que la caricatura de la camiseta.

—Perdone, señor, ¿ha sido cliente del Club de los Veteranos mientras ha estado en Tailandia?

—Claro. En cuanto vi la página web reservé un billete a Bangkok, de ida. Si tengo que morirme aquí, no pasa nada. Soy de Kansas y he estado casado tres veces, y mire, no he conocido hasta llegar aquí lo que no me hacian esas mujeres que vivieron cincuenta años de mí.

—¿ Lo que no le hacían?

—Exacto. Si tuviera tiempo es probable que me sintiera amargado, pero no lo tengo, estoy demasiado ocupado follando.

—Bien, gradas, señor. Y usted, señor, ¿vino a propósito a Bangkok a visitar el Club de los Veteranos?

—Sí, y soy demasiado viejo para que me importe si a usted y a sus espectadores no les gusta. Tengo 81 años y he jugado limpio toda mi vida, he criado a tres hijos desagradecidos que nunca vienen a verme, he perdido una mujer maravillosa por un cáncer, que Dios la tenga en su gloria, luego me casé con una bruja, que se pudra en el infierno, y si me quedan diez minutos más de vida quiero pasarlos aquí, en el Club de los Veteranos. Puede que no sea amor, pero no voy a conseguir nada que se le parezca más a estas alturas. Supera al bridge, desde luego. ¿Tiene idea de lo aburrido que se vuelve el bridge cuando sabes que hay algo más excitante esperando en la otra punta del mundo?

—¿No le preocupa que muchos americanos puedan pensar que lo que hace es políticamente incorrecto, incluso inmoral?

—¿La corrección política te protege del Alzheimer? Una de las cosas de la vejez es que aprendes a ir al grano.

La periodista de la CNN se vuelve hacia dos mujeres jóvenes que quieren ser entrevistadas. Son Nit-nit y Noi, a quienes Nong localizó en el Palacio del Jade siguiendo mi recomendación. A la cámara:

—Bueno, desde luego los clientes parecen satisfechos, ¿pero qué hay de las trabajadoras? Estas jóvenes sensacionales, que en otra sociedad bien podrían ser estrellas de cine o modelos, se pasan la noche satisfaciendo a los clientes. Veamos qué quieren decirnos.

—No estaba segura sobre qué esperar, pero los clientes son muy agradecidos, ¿sabe? —comenta Nit-nit—. Es algo triste. Creo que en su país quizás no tratan muy bien a los ancianos. En Tailandia nunca dejaríamos a nuestros padres y abuelos solos año tras año. Creo que morirían antes si no fuera por nosotras.

—Por lo general son muy divertidos —añade Noi—. Es como si todo fuera una broma. Los tailandeses también ven las cosas así. Por eso no se me hace difícil estar con estos hombres. No son exigentes como los jóvenes, no te dicen haz esto, haz lo otro, están felices sólo de poder tocarte. Es como ser una enfermera, en serio. Respetar y ayudar a los ancianos forma parte de la cultura tailandesa.

Mientras tanto la periodista de la CNN le da indicaciones al cámara para que la enfoque para el resumen.

—Bueno, como dijo Walt Disney en
La dama y el vagabundo:
«Somos siameses tanto si os gusta como si no». Hasta ahora se han silenciado las críticas al nuevo club de Madame Nong Jitpleecheep, y las alabanzas se han multiplicado. Sólo el tiempo dirá si lo que tenemos aquí es una variación del tema de la explotación tan antigua como la humanidad, o un paso hacia la emancipación. Mientras tanto, la fiesta treinta— ñera de la vida nocturna de Bangkok continúa, independientemente de lo que tenga que decir el resto del mundo. Celia Emerson, CNN, Bangkok.

Una a una las luces empiezan a apagarse y hombres con pantalones cortos, sudando con el calor de la noche, empiezan a enrollar los cables mientras Nong mira con un poco de nostalgia. Es hora de que todos entremos en el club. El coronel y Nong van primero, seguidos de Kimberley, que supone que yo la sigo. En cambio, me detengo en la puerta para observar una limusina negra que se acerca por detrás de uno de los remolques de los medios de comunicación.

Llevo una chaqueta de cuatro botones cruzada de Zegna, una camisa de lino de cuello ancho de Givenchy, pantalones de franela tropical, y, lo mejor de todo, zapatos sin cordones de charol Baker-Benjes. Mi colonia es una encantadora fragancia de Russell Simmons. De algún modo, creo que mi indumentaria será particularmente apreciada por mi invitada personal y secreta, que con cierta dificultad sale de la limusina, ayudada por dos guardaespaldas corpulentos. Camina ayudada por un bastón y sus rasgos faciales no dejarán nunca de ser masculinos. El vestido le cae mal, en mi opinión, aunque es lo mejorcito de Giorgio Armani. Por otro lado, el estradiol ha hecho maravillas en su pelo, que cae en una cascada pesada y lujosa sobre el cuello del vestido. Los guardaespaldas dejan que se acerque a mí en el umbral.

—Qué guapo vas —me dice Pichai, utilizando las cuerdas vocales de Warren y examinando mi nuevo vestuario con sus ojos grises.

Dentro, en nuestro espectáculo en directo cantan
Bye Bye Blackbird.

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