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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (64 page)

BOOK: Benjamín
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—¿Andrea?

—Aquí estoy… Supongo que será mejor que hablemos más tarde.

—Está bien. De veras lo siento.

—Lo sé. —Andrea aquietó sus sollozos.

—Llámame si necesitas hablar con alguien. Cuídate.

—Lo haré. Adiós.

Andrea depositó el teléfono en el suelo con delicadeza (aunque de buena gana lo hubiese arrojado al lago). Aún se sentía atormentada por la visión lujuriosa que su mente había elaborado para ella. Lloró durante lo que se le antojó una eternidad. Cuando logró componerse, había oscurecido y las primeras gotas de lluvia caían en Depth Lake. Un rescoldo de cordura le hizo preguntarse por qué su padre no había regresado aún…

Pero Robert Green no regresaría a Maggie Mae. De hecho no regresaría a ninguna parte, salvo a la camilla metálica de una sala refrigerada, donde un médico forense de apellido Farham se vería forzado a mirar hacia otro lado después de apartar la manta que lo cubría y ver lo que le esperaba debajo.

4

Según la última indicación, Mike supo que lo separaban diez kilómetros de Concord. Desde allí le esperarían unos sesenta más por la interestatal y luego no menos de treinta hacia el este por carreteras secundarias. Normalmente aquel recorrido no le llevaría más de una hora y media, pero la tormenta era de las peores que había visto en su vida. Los limpiaparabrisas funcionaban a su máxima velocidad y aun así no eran eficientes frente a los embates de la lluvia. En aquella zona, la I-93 era una vía rápida de tres carriles en ambos sentidos; ciento treinta hubiera sido una velocidad en la que se hubiera sentido seguro en condiciones normales, pero no inmerso en el diluvio universal. Apenas veía los coches cuando éstos hacían su mágica aparición a una decena de metros. La mayoría no se desplazaba a más de setenta. Superar esta velocidad hubiera sido un suicidio. Mike se permitió un límite de ochenta.

En semejantes condiciones tardaría al menos dos horas. Dos horas que podían no significar nada en el caso de tratarse de unas vacaciones, en cuyo caso su cabeza estaría haciendo planes para el día siguiente, analizando cuestiones trascendentales como la novela que leería sentado en el porche o la posibilidad de bañarse desnudo en el lago. ¡Pero hoy no tenía dos horas! De hecho, creía tener mucho menos que eso, y no quiso pensar cuánto para no desanimarse.

Su mente se emancipó de su cuerpo durante unas milésimas de segundo.

Si Benjamin había partido de Manchester antes de la tormenta, jamás podría llegar antes que él…

El Saab se precipitó sobre un Mitsubishi color
Interestatal en día lluvioso
. Mike vio una mancha borrosa en el último momento y logró esquivarla pasándose al carril lento, por el que milagrosamente no circulaba nadie. Aferró el volante con fuerza y echó un vistazo al conductor, quien tenía muchas posibilidades de haber asistido a la escuela primaria con Charles Rippman. Mike se movió inquieto en el asiento y aumentó la concentración en la carretera. Su madre decía que un buen conductor era aquel que se preocupa por sí mismo y por los demás, y tenía razón.

Pero aquel pensamiento aún reverberaba en su cabeza.

Benjamin.

Mike
sabía
que Benjamin se dirigía a Maggie Mae.

¿Cómo podía un niño muerto hacía más de cuarenta años estar viajando a su casa del lago?

Creer semejante cosa no era precisamente un síntoma de cordura. ¿Se estaría volviendo loco?

¡Claro que sí! ¡Bienvenido a lo sobrenatural! Será trasladado por uno de nuestros unicornios voladores en compañía de Mindy, la mujer de dos bocas. Y no me diga que usted ve sólo una porque eso
es lo que dicen todos hasta que pasan una noche con ella. Créame amigo, no hay como el doble beso de Mindy…, siga mi consejo. No hemos recibido ni una queja en años. Relájese y disfrute del crucero de la locura. ¿Le resulta escalofriante? Lo es. Imagínese en la bodega sucia de una embarcación sin rumbo, hacinado y confinado en la más absoluta oscuridad. Un sitio donde la matemática, la física, y para el caso cualquier ciencia, son tan útiles como un millón de dólares en una isla desierta. ¡Ja, ja! Y esto me lo acabo de inventar, pero es así: un jodido millón en una isla desierta. ¿Quiere probar esta opción? Allí no hay nadie que se crea Napoleón, no señor; en la bodega de la que le hablo todos afirman que el desgraciado les debe dinero. ¿Qué dice? Déjeme decirle que está usted en condiciones de acceder al premio; no pretendo ser exagerado, pero su desempeño ha sido colosal. Aquí tengo sus resultados, en mis propias manos; hace tiempo que no veo nada tan esmerado como su trabajo; su última respuesta ha sido sencillamente abrumadora. ¡Bravo! Un niño asesinado hace casi medio siglo dirigiéndose a su casa de verano… Con aquello hubiera sido suficiente, créame, pero veo que ha adornado la idea con detalles, eso no es usual. El niño ha asesinado a algunos miembros de la familia y ahora va a cargarse a los que quedan. Esto es por…, déjeme ver…, ah, sí, por haber sido encerrado en el desván de su casa, debí suponerlo. Claro que de todas maneras nada más va a suceder, porque usted va a impedirlo; Mike Dawson cruzando el estado con su Saabmóvil. Teniendo en cuenta lo especial de su caso, hasta es posible que logre que Mindy haga algunas visitas a la bodega del crucero de la locura, porque veo en sus ojos que es allí donde se dirigirá, ¿verdad?

¿Verdad, señor Dawson?

¡¡¡¿V-E-R-D-A-D?!!!

¿Cuál es su elección?

Con un suspiro dejó atrás un letrero que indicaba la salida a Hooksett. Redujo la velocidad a sesenta kilómetros por hora. Había pensado llegar a Concord para hacer lo que tenía en mente, pero no podía esperar más. Alertaría a Robert por teléfono.

¿Cuál es su elección?

Marcó el número de Robert y durante lo que se le antojó un siglo, su mente evocó el recuerdo de Danna, tendida en la bañera de su hermano, con los ojos vidriosos de una muñeca de porcelana. Vio su cuerpo contorsionado…

Créame, amigo, no hay como el doble beso de Mindy…, siga mi consejo
.

5

Andrea había pasado la última media hora caminando en círculos por la sala. ¿O había sido una hora? Se había tendido en uno de los sillones hacía unos minutos, no recordaba cuántos, aunque sí recordaba que algo le había hecho ponerse nuevamente en pie y seguir con su andar errante por una casa que le resultaba desconocida.

Una lluvia torrencial azotaba Depth Lake. Cuando un trueno sacudió la construcción de madera de Maggie Mae, Andrea se irguió de repente y miró en todas direcciones al mismo tiempo. Vio su rostro reflejado en el cristal de una de las ventanas. Las lágrimas se fundían con las gotas de lluvia.

Sintió la necesidad de regresar al sillón y dejarse caer en él, hundir su rostro en la superficie mullida y ser devorada por la oscuridad. Olvidar la charla con Linda, o el simple detalle de hallarse en un sitio completamente desconocido… sola. Robert no había regresado, había anochecido y la lluvia se había transformado en poco tiempo en una cortina a través de la cual resultaba imposible avistar más allá de unos metros.

Retrocedió dos pasos y abrazó una de las columnas de madera. Se dejó caer hasta permanecer de rodillas. Su llanto era un gimoteo entrecortado. Sus pensamientos eran dos cordones unidos por un nudo mal hecho, sin principio ni fin. La voz de Linda corría por uno de ellos:
Tu madre se ha visto con alguien ayer tu padre la ha descubierto se ha visto con alguien tu madre Matt la han descubierto visto con alguien tu padre la ha Matt tu madre Matt tu madre…

El rostro sonriente de Matt. Matt alzándose despeinado por encima del pecho derecho de Danna. Danna dejando caer su cabeza hacia atrás…

Andrea desconocía el origen de esta imagen aterradora, pero la claridad con que su cerebro la proyectaba una y otra vez resultaba espeluznante. El primer cordón de sus pensamientos. El segundo lo constituía la ausencia de Robert. Era evidente que algo le había ocurrido. Se había marchado hacía más de dos horas y media con intención de caminar un poco y no había dado ninguna señal desde entonces. Algo debía de haberle ocurrido. Algo malo.

Mientras permanecía aferrada a la columna de madera, recordó el modo frenético en que hacía sólo unos minutos había tratado infructuosamente de llamar a su padre a su móvil. Había marcado una docena de veces hasta desanimarse. Prefirió pensar que Robert simplemente había olvidado su teléfono en el coche, cosa que normalmente hacía, pero una vocecilla interna insistía en que nada de eso había ocurrido. De cualquier manera, no iría a comprobarlo en plena noche; no sería tan estúpida como para alejarse de Maggie Mae.

Mike llegaría de un momento a otro. Haberlo llamado había sido inteligente. Él sabría dónde encontrar a Robert.

Por el momento, lo mejor era dejar la mente en blanco; alejarse de las visiones de Matt y Danna, abstraerse de las preguntas que su cerebro se empecinaba en gritar dentro del reducido espacio de su cabeza: ¿acaso era posible que su madre y su novio hubieran tenido un encuentro amoroso? ¿Era la primera vez que se veían?

Un trueno hizo temblar la casa.

Andrea se incorporó. Concentrada en rehuir sus pensamientos, el estruendo ensordecedor hizo que sus músculos se tensaran. Se ayudó con la columna de madera hasta ponerse de pie. Observó otra vez su rostro reflejado en la ventana, pero esta vez advirtió que al menos no lloraba.

Fuera la lluvia seguía arreciando empujada por ráfagas de viento, que zumbaban en el tejado de la casa. Andrea, por primera vez, prestó atención a este sonido, similar al de un televisor sin señal, y nuevamente se vio forzada a mirar en todas direcciones.

Si Mike no llegaba pronto, se volvería loca.

Fuera, voces fantasmales cobraban fuerza; la noche se hizo más espesa, la atmósfera dentro de la casa, mucho más densa. Andrea giró su cabeza con lentitud. Mirar detrás de sí le resultó de pronto algo sumamente necesario, e incluso cuando lo hizo y no vio más que la puerta que conducía hacia el sótano, la idea de que alguien la observaba le resultó abrumadora. Sabía que era una tontería, pero no pudo negar la fuerza de la sensación.

Seguir aferrada a la columna le pareció entonces la mejor de las ideas. Desde allí podía ver hacia fuera y advertir la llegada de Mike…

Porque sabes que Robert no llegará, ¿verdad? En el fondo sabes que algo malo le ha ocurrido…

Además, la columna se hallaba casi en el centro de la sala, lo cual le proporcionaba una seguridad adicional.

Quizás decidió arrojarse al lago… No sería el primer miembro de la familia Green que decide darse un chapuzón prolongado…

¡BASTA!

¿Aquélla era su voz? ¿Podía serlo? ¿Se estaba volviendo loca realmente?

Debía serenarse. ¡Dios, ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde la conversación con Mike! Se concentró en la ventana. Un relámpago iluminó la entrada de la casa y pudo advertir, no por primera vez, la zona en la que unas horas antes Charles y Anne Rippman habían aparcado su coche. La cortina de pinos, la porción visible del lago, el césped…, todo se convirtió en una radiografía celeste. La lluvia se asemejaba a millares de alfileres suicidas.

De un momento a otro Mike estaría allí y las cosas serían distintas.

Otro relámpago estalló en el exterior.

Todo seguía igual allí fuera. Salvo…

Andrea lanzó un grito. Una figura se había deslizado furtivamente entre los árboles: una silueta ennegrecida recortada entre dos pinos. Estaba segura. Sintió que sus piernas se aflojaban y sus brazos se deslizaban en torno a la columna, pero logró mantenerse de pie. Supo que aquél no era Mike. Mike iría con su coche hacia la puerta como lo había hecho antes Charles Rippman, en especial teniendo en cuenta aquella lluvia torrencial. Y tampoco había sido producto de su imaginación. Temblaba de pies a cabeza; se sentía abatida y rendida, pero sabía que lo que acababa de ver no había sido fruto del cansancio ni una ilusión óptica.

Alguien estaba ahí fuera.

Procuró deshacerse de la idea, pero entonces un sonido en el exterior se mezcló con el ulular del viento y el tamborileo de la lluvia. Fue un chasquido seco, un golpe. Andrea se concentró en cada una de las ventanas, luego en la puerta de entrada. Todas cerradas. Respiraba agitadamente. Pensaba en la silueta que había visto hacía un momento. Quizás había sido un animal, pensó. Rippman había dicho que alguno podría presentarse; era perfectamente factible que alguno de ellos…

El sonido se repitió.

Andrea miró en dirección a la escalera que conducía a la segunda planta. El golpe se había producido precisamente allí, estaba segura. De lo que no estaba segura era de si deseaba averiguar qué lo había provocado. Se soltó de la columna lentamente. Avanzó estirando un pie y luego el otro hasta que una de sus manos apenas se mantuvo en contacto con la madera. Contuvo el aliento y dio el paso decisivo que hizo que sus dedos se apartaran de la columna. La observó rápidamente, luego dirigió de nuevo su atención a la escalera: una boca oscura que no hizo más que aumentar su sensación de indefensión. Avanzó lentamente, como si caminara sobre una cuerda a mil metros de altura. Sus músculos se tensaron a la espera de que
algo
ocurriera de un momento a otro.

Cuando llegó a la escalera, colocó el pie derecho sobre el primer peldaño y se detuvo. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¿Jugando a la heroína? Lo que debía hacer era hablar con Mike y averiguar dónde estaba, eso era. Debía alejarse de la planta alta y seguir aferrada a la columna hasta que él llegara. No había visto a nadie fuera, salvo tal vez un ciervo aún más asustado que ella. No tenía que preocuparse por un estúpido ruido. Las casas están plagadas de ruidos inexplicables, en especial cuando son azotadas por el viento y la lluvia. Debía tranquilizarse. Y esperar. Eso debía hacer. Era una obviedad.

Pero si era tan obvio, entonces ¿por qué sus pies siguieron ascendiendo por los peldaños de la escalera? ¿Por qué alzó la barbilla y mantuvo la vista fija en la planta alta mientras aferraba el pasamanos con fuerza?

¿Por qué?

El pasillo de la segunda planta la recibió en penumbra. Las puertas de las habitaciones estaban entreabiertas, pero no parecían ser las causantes de los ruidos que había escuchado. En el extremo opuesto, un rectángulo recortado contra la pared se encendía y apagaba con cada relámpago. Las sombras se dibujaban y estiraban para desaparecer intermitentemente. Andrea se acercó a la ventana lo suficiente para advertir un charco de agua debajo de ella. Se encontraba a apenas un par de metros, contemplando la ventana con el corazón a punto de detenerse, cuando la hoja de madera se cerró violentamente haciendo que diera un respingo. Dejó escapar un grito corto y luego exhaló el aire contenido en sus pulmones.

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