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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (66 page)

BOOK: Benjamín
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—Suponía.

—Lo que sea. Lo único que he escuchado es una historia inverosímil acerca de un encuentro con un personaje que ni siquiera existe.

—Existe, agente McAllen —lo interrumpió Ted Gerritsen—. Usted lo sabe. Y creo que mi hijo es la única persona que puede conducirlo a él rápidamente. Matt podrá ofrecer su colaboración para dar una descripción exacta de ese sujeto. Adicionalmente, creo que tiene delante a la única persona que puede brindarle información acerca de esta operación y, desde luego, guiarlo hacia la droga. Es eso lo que quiere, ¿verdad? Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo beneficioso para todos, ¿no le parece, oficial McAllen?

McAllen escuchó sin inmutarse, con sus ojos congelados. El aire dentro de la sala de reuniones podía cortarse con un cuchillo. De repente, la puerta se abrió. Dean Timbert asomó la cabeza y todos se volvieron hacia él.

—Siento interrumpir —dijo el policía—. Harrison, es necesario que hable contigo ahora.

Harrison se disculpó diciendo que en un momento estaría de regreso y se marchó. Se encaminó hacia su oficina escoltado por Dean Timbert. Algo en el rostro del policía le dijo inmediatamente que lo que tenía que darle no eran precisamente buenas noticias.

El comisario se sentó tras su escritorio y lo barrió con la vista. Tres o cuatro expedientes esperaban ser atendidos. Observó el desorden mientras se reclinaba y se balanceaba en su silla giratoria. Vio una taza de café a medio tomar, papeles antiguos que ni siquiera reconocía, una pila de expedientes sucios y amontonados conformando una figura poco estable… Harrison debía reconocer que una figura femenina en la comisaría ayudaría a mantener las cosas en orden. Ni siquiera era necesario que fuera una secretaria, quizás alguien que realizara otra tarea y que estuviera permanentemente allí.

—Dean, dispara. ¿Qué ha ocurrido?

—Han sido en realidad dos cosas —dijo Timbert—. Hace un momento hemos recibido una llamada extraña. Unos pescadores nos han informado de un hallazgo en Union Lake, donde desapareció el chico Green. No fueron muy específicos en cuanto a qué hallaron…

—Dios mío. ¿Has enviado a alguien?

—Sí, Randy y George han salido hacia allí. Aún no me han llamado, supongo que no habrán llegado. Esto sucedió hace apenas veinte minutos.

—Mantenme informado. ¿Hay algo más?

—Sí. Hemos recibido una llamada de la policía de Manchester. Danna Green está muerta. Aparentemente se ha suicidado, pero el detective con el que acabo de hablar tenía ciertas dudas al respecto.

Harrison se sintió mareado. Intentó ponerse en pie, pero sin lograrlo al principio; su cuerpo permaneció clavado a su asiento mientras luchaba contra el peso de la noticia que acababa de recibir. Danna Green muerta. Pensó en Robert, e inmediatamente lo asaltó la imagen de su amigo el día anterior, abatido al observar a través de los monitores de la furgoneta de reparto de pizza lo que ocurría entre su esposa y Matt…

Se puso en pie abruptamente.

—¿Harrison, ocurre algo?

—Sí, aunque no logro comprender exactamente qué. Dean, ponte en contacto con ese detective en Manchester. Quiero los detalles. Además comunícate con Randy y con George, quiero saber qué es exactamente lo que han encontrado esas personas en Union Lake.

—Entendido.

Sin añadir nada más, Harrison atravesó la comisaría a la velocidad de la luz. Regresó a la sala de reuniones y entró intempestivamente… Tan pronto franqueó la puerta, tanto los Gerritsen como el oficial McAllen guardaron silencio. Este último debió de advertir en el rostro del comisario que algo no iba bien, porque su expresión cambió de inmediato.

—Ha ocurrido algo—dijo Harrison sin esperar respuesta.

Matt, que estaba de espaldas a la puerta, giró sobre sí mismo para poder observar al comisario, y al hacerlo se encontró de frente a la pared detrás de él. Ante la sorpresa de todos los presentes, el muchacho se puso en pie y señaló hacia la pared al tiempo que lanzaba un grito ensordecedor:

—¡ES ÉL! ¡ÉL ES QUIEN ME VISITÓ ESA TARDE! ¡ÉL ES EL ZORRO!

Todos se volvieron en dirección a la pared. Allí había una serie de recortes, calendarios y carteles, pero el que Matt señalaba con insistencia era aquel que mostraba a los ciudadanos que cooperaban con la policía. En él había una docena de rostros.

Gracias a estas personas que colaboran con la policía podemos ofrecerle un mejor servicio.

Matt apuntaba específicamente a uno de los rostros del centro.

Al rostro sonriente de Mike Dawson.

8

Harrison mantuvo su arma reglamentaria fija en Mike. A pocos metros, Andrea permanecía inmóvil aferrando con insistencia a un hombrecito pequeño, sereno a pesar de la situación, y cuya edad podía oscilar entre los cien y los dos millones de años. Harrison no lo reconoció, y desde luego no tenía manera de saber que Andrea había conocido a Charles Rippman apenas unas horas antes.

—¡Dawson, suelta el cuchillo! —Harrison alzó la voz por encima de la lluvia torrencial que se cernía sobre Maggie Mae.

Mike observó al comisario con incredulidad. Su cabello empapado confería a su rostro un aspecto extraño. Su cuerpo era una figura gris envuelta en hilos de agua. Al escuchar la voz del comisario, bajó la cabeza lentamente, como un niño que despierta y teme mirarse la entrepierna por temor a descubrir que se ha orinado durante la noche. El cuchillo que aferraba con fuerza reflejó la luz proveniente de una única farola de pie. Una sucesión de gotas corrían por la hoja como venas de hielo.

—Dawson, hagamos esto fácil. —El comisario habló ahora en un tono más bajo—. Acabemos con esto rápidamente…, Zorro.

La expresión de Mike era ahora la de un niño que ha descubierto que
efectivamente
se ha orinado durante la noche.

Con el rabillo del ojo, Harrison advirtió que Rippman trasladaba a Andrea hacia el coche patrulla. Se sintió tranquilo sabiendo que la joven estaba fuera del alcance de Mike.

—Sabemos lo que has hecho, Dawson. Matt Gerritsen nos ha hablado de su encuentro contigo… Suelta el cuchillo. Simplemente… déjalo caer.

Por primera vez, los ojos de Mike mostraron cierta comprensión. Bajó el cuchillo, aunque no lo soltó.

—Harrison, no sé de qué me habla. ¡Algo terrible ha ocurrido!

—Ya lo creo. Lo sé perfectamente.

—No, no lo sabe.

—Sé al menos a lo que te has dedicado durante estos años…

— Por Dios santo, ¿a qué se refiere? ¡Alquilo maquinarias!

—No, Mike; tu padre alquilaba maquinarias. No tú.

—¡No es cierto!

Mike alzó el cuchillo nuevamente; esta vez la hoja destelló a la altura de su rostro. Avanzó un paso.

—¡Quieto, Dawson!

—Harrison, por favor, no tenemos mucho tiempo. Benjamin está aquí… en alguna parte.

—¿Quién?

—Ben Green no ha muerto. Sé que suena descabellado…, pero él ha estado escondido todo este tiempo… al igual que Robert cuando era niño.

—¿Cómo es posible que no recuerde haberme marchado de casa?
—preguntó Robert.

—Acabo de ver a Robert —vociferó Mike—. ¡Robert ha muerto!

—¿La sangre que llevas en la ropa es suya?

—¡NO LO SÉ! Utilice su radio, hable con Allison Gordon, ella le explicará…

—¿Quién es Allison Gordon? —preguntó el comisario.

Harrison debía reconocer que una figura femenina en la comisaría ayudaría a mantener las cosas en orden.

Mike retrocedió el paso que acababa de dar. ¿Cómo era posible que Harrison no supiera quién era Allison?

Allison volvió a gritar. Sin embargo, Harrison no pareció advertir la presencia de la mujer, ni escuchar sus gritos histéricos. Pasó a su lado como si no existiera y se dirigió directamente a Mike en busca de una explicación.

Los recuerdos de Allison se sucedían unos a otros.

La conversación entre ellos se sincronizó como el mecanismo de un reloj, como había ocurrido en The Oysterhouse.

Mike permaneció junto al teléfono, observándolo con incredulidad. ¿Había sido real aquella conversación con Allison Gordon?

—Dawson, unos pescadores han encontrado el cuerpo de Ben en Union Lake…

Mike se mantuvo en silencio por unos segundos. Durante ese tiempo la lluvia, que se había transformado en un martilleo constante, fue el único referente del paso del tiempo.

—Imposible —sentenció Mike al fin. Pero su voz denotaba que no estaba convencido de lo que decía.

—Mis hombres lo acaban de verificar… Tú estuviste con Ben esa noche, Dawson; tú lo llevaste al lago, ¿verdad?

—No.

—Claro que sí…, tú fuiste la última persona que estuvo con Ben. Tú lo llevaste al lago y lo mataste. ¿Y qué me dices de la noche que asesinaron a Rosalía? Tú estabas allí también.

Esta vez Mike no respondió.

—Hemos hablado con la policía de Manchester. Sabemos lo que ha ocurrido en casa de la familia Arlen.

Mike alzó el cuchillo. Gritó con todas sus fuerzas: un grito desarticulado de negación, impotencia y furia. Se sacudió como si una descarga eléctrica atravesara su cuerpo. Harrison observó la expresión perdida que se apoderó del rostro del hombre, como si de pronto no supiera dónde estaba.

La imagen de Mike debatiéndose bajo la lluvia y profiriendo gritos ahogados resultaba escalofriante. Harrison agradeció que el anciano hubiese apartado a Andrea y que ésta no se viese forzada a presenciar aquello, o a escuchar lo que él acababa de decir.

En ese momento, la sirena de un segundo coche patrulla se hizo audible y poco tiempo después dos vehículos se presentaron en el lugar. Harrison había estado esperando desesperadamente el apoyo de sus hombres sin haber sido demasiado consciente de ello. Se sintió aliviado cuando George Bennigans y Dean Timbert se acercaron a él empapados y con sus rostros desencajados.

Las piernas de Mike cedieron y cayó de rodillas en medio de un charco de agua. Seguía empuñando el cuchillo, pero su rostro evidenciaba que se encontraba francamente perdido.

Tanto Bennigans como Timbert alzaron sus armas reglamentarias.

Mike dejó que sus rodillas se enterraran en el lodo mientras su cabeza caía hacia atrás. Su mundo adquirió súbitamente una brillantez sorprendente. El cielo gris, iluminado intermitentemente por relámpagos que estallaban en la distancia, se desplegaba ante sus ojos con el aspecto del celofán, enmarcado en bamboleantes árboles negros e invadido de diminutos haces de luz lanzándose en caída libre. Alguien dijo algo, pero era la voz más lejana que Mike había oído en su vida.

Aferró el cuchillo con ambas manos y lentamente lo llevó en dirección a su pecho. Evocó los incidentes de los últimos días, todos ellos de una claridad asombrosa. Ben no había muerto, insistía una parte de su mente. ¿Acaso no había hablado con Michael Brunell al respecto?

Cuando Michael se volvió, su rostro palideció de un modo atroz.

—Me recuerdas de Union Lake, ¿verdad? —preguntó Mike.

Esta vez el niño asintió.

—Na-nadie sabe que… que estuve allí esa noche. Nadie…, se lo aseguro. No se lo he di-dicho a nadie. Nadie.

—Usted no lo sabe, ¿verdad? —dijo el niño.

—¿No sé qué, Michael?

—No lo sabe…

Una válvula comenzó a abrirse lentamente en su interior. Una válvula similar a la que había al final de la tubería en la planta abandonada en Union Lake… Sólo que la de Union Lake estaría averiada, y él lo sabía, ¿no es cierto? ¡Claro que sí! ¿Por qué de otro modo habría decidido introducir a Ben allí? Había creído que aquello sería inteligente. De ese modo tardarían más tiempo en encontrar el cuerpo.

Las imágenes lo golpearon con fuerza.

El cuchillo. ¿Por qué llevaba un cuchillo, para empezar? Se sentía cansado…, quizás tenderse un rato en la cama le ayudaría a ordenar sus pensamientos. Hundiría su cabeza en la almohada y permitiría que el sueño se apoderara de él.

¿Cuánto tiempo hacía que no dormía?

Punzadas de dolor lo acuchillaron por dentro. ¿Había sido realmente capaz de hacerle daño a Robert? Él era su amigo…

Robert escrutó el jardín, recorriendo la cerca primero y las siluetas de los árboles a la derecha después. Detrás de uno de ellos creyó advertir el contorno irregular de una forma humana, alguien de pie procurando ocultarse.

Benjamin siguió con atención lo que ocurría en la casa. Esa noche debía cerciorarse de que todos estuvieran dormidos para cumplir con lo que tenía en mente.

Mike se vio a sí mismo desplazándose encorvado por la casa de los Green; una figura furtiva confiada de que nada ocurriría.

—Robert me dio las llaves de la casa el verano pasado para dar de comer a los peces de Danna. Quiso que las conservara en caso de una emergencia.

Mike vio su vida como una de esas láminas que ilustran algunos cuentos infantiles. Esas que, según cómo la luz incide sobre ellas, muestran dos imágenes secuenciales que dan la idea de movimiento. Sólo que en el caso de Mike las dos versiones tenían poco que ver entre sí. Paradójicamente, ambas imágenes le resultaban familiares; sin embargo, el intercalarlas una con otra con rapidez le resultó algo nuevo. En la primera de ellas veía a Allison, besándolo en la puerta de su casa, diciéndole que lo amaba…

Mike habría faltado a la verdad si no hubiese aceptado que se sintió asustado en el instante en que escuchó las risas de aquellos niños, burlándose y señalando como lo harían con un vagabundo que habla consigo mismo en voz alta. Cuando los niños advirtieron la expresión severa con que Mike los observaba, simplemente se marcharon.

Y sin embargo, cuando la imagen cambiaba…

Le voló el culo, Matt…, no hace falta entrar en mayores detalles… El Zorro no es peligroso: es un verdadero HIJO DE PUTA, con todas las letras y en mayúsculas.

Mike alzó la vista. Sujetaba el cuchillo con fuerza, con ambas manos, presionando la punta contra su pecho. Sus ojos se humedecieron…

Benjamin bajó la vista justo a tiempo para ver que una lágrima solitaria caía sobre la hoja del cuchillo.

Mike gritó otra vez, y armándose de voluntad se lanzó hacia delante, dejándose caer sobre el cuchillo.

Bennigans y Timbert apenas fueron conscientes del modo en que Mike se desmoronó. Harrison, en cambio, afinó la puntería valiéndose de un instante y disparó su arma una única vez. La bala alcanzó a Mike en el hombro derecho haciéndolo retroceder. El cuchillo cayó sobre el lodo al tiempo que el cuerpo de Mike hacía lo propio hacia un lado. El grito de Mike se hizo más agudo y desgarrador, esta vez presa del dolor físico causado por el impacto de bala.

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