Blancanieves debe morir (39 page)

Read Blancanieves debe morir Online

Authors: Nele Neuhaus

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Blancanieves debe morir
7.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No es un hombre —repuso Jörg Richter al final—. Es Nathalie. Bueno, Nadja. Antes llevaba el pelo muy corto.

Pia seleccionó las cuatro fotos en las que se veía el asesinato de Stefanie Schneeberger.

—¿Y quién es este? —Señaló con el dedo a la persona que abrazaba a Stefanie.

Jörg Richter titubeó.

—Podría ser Lauterbach. Es posible que anduviera detrás de Stefanie.

—¿Qué pasó exactamente esa noche? —inquirió Bodenstein.

—En Altenhain se celebraban las fiestas del pueblo —empezó Richter—. Estuvimos en la calle todo el día, habíamos bebido mucho. Laura tenía celos de Stefanie, porque además la habían elegido miss de las fiestas. Probablemente quisiera poner celoso a Tobi y estuvo tonteando con nosotros a lo bestia. No, nos estuvo calentando. Tobi trabajaba en el puesto de bebidas de la carpa, con Nadja. En un momento dado se fue de allí, supongo que se peleó con Stefanie. Laura salió detrás de él y nosotros fuimos detrás de ella. —Hizo una pausa—. Fuimos arriba por la Waldstrasse, no por la calle principal, y nos sentamos en la parte de atrás de la casa de Sartorius. De pronto, Laura entró en la vaqueriza por el establo. Había estado llorando y le sangraba la nariz. Nosotros la estuvimos haciendo rabiar un rato; el caso es que ella se enfadó y le dio un bofetón a Felix. Y no sé cómo… ya no me acuerdo… la cosa se nos fue de las manos.

—Violaron a Laura —especificó Pia con objetividad.

—Nos había estado pinchando toda la noche.

—Y ella, ¿accedió a esa relación sexual o no?

—Bueno… —Richter se mordió el labio inferior—. Supongo que no.

—¿Quiénes de ustedes tuvieron relaciones sexuales con Laura?

—Yo y… y Felix.

—Continúe.

—Laura se puso a dar patadas y golpes y después salió corriendo. Yo la seguí. Y de pronto apareció Lars. Laura estaba delante de él, en el suelo, y había sangre por todas partes. Ella probablemente pensara que Lars también quería algo. Se cayó y se golpeó la cabeza con la piedra con la que se afianzaba el portón. Lars estaba horrorizado, balbució algo y salió corriendo. A nosotros… a nosotros también nos entró el pánico y quisimos marcharnos, pero Nadja estaba tan tranquila, como siempre, y dijo que teníamos que quitar de en medio a Laura, así nadie se enteraría.

—¿De dónde salió Nadja? —inquirió Bodenstein.

—Estuvo… estuvo allí todo el tiempo.

—¿Nadja vio cómo violaban ustedes a Laura Wagner?

—Sí.

—Pero ¿por qué querían librarse del cuerpo de Laura si su muerte había sido un accidente?

—Bueno, al fin y al cabo la habíamos… violado. Y estaba allí en el suelo, con toda esa sangre. Yo tampoco sé por qué lo hicimos.

—¿Qué hicieron exactamente?

—Vimos el Golf de Tobi, con las llaves puestas, como siempre. Felix metió a Laura en el maletero y a mí se me ocurrió llevarla al antiguo aeródromo de Eschborn. Yo aún tenía las llaves, porque hacía unos días habíamos estado allí corriendo un poco. La tiramos al depósito y volvimos. Nadja nos estaba esperando. En las fiestas nadie se había dado cuenta de que nos habíamos ido. Todo el mundo iba bastante pedo, la verdad. Bueno, después volvimos a casa de Tobi y le preguntamos si se venía a la vigilia de las fiestas, pero no quiso.

—¿Y qué fue de Stefanie Schneeberger?

Ninguno de los tres lo sabía. En las imágenes daba la impresión de que Nadja golpeaba a Stefanie con el gato.

—En cualquier caso, Nadja no podía ni ver a Stefanie —afirmó Felix Pietsch—. Desde que Stefanie apareció, casi no había forma de hacer nada con Tobi, que estaba coladito por ella. Y para colmo, le quitó a Nadja el papel protagonista en esa obra de teatro.

—La noche de las fiestas del pueblo, Stefanie estuvo coqueteando con Lauterbach —recordó Jörg Richter—, que estaba completamente loco por ella, lo veía todo el que tenía ojos en la cara. Tobi los pilló magreándose delante de la carpa, por eso se fue a casa. La última vez que vi a Stefanie estaba con Lauterbach delante de la carpa.

Felix Pietsch lo confirmó con un gesto. Michael Dombrowski no reaccionó. Hasta entonces no había dicho una sola palabra, estaba allí sentado, pálido, mirando al frente.

—¿Es posible que Nadja supiera de la existencia de estos cuadros? —preguntó Pia.

—Muy posible. El sábado pasado Tobi nos contó lo que había averiguado Amelie. Lo de los cuadros y lo de que al parecer en ellos se ve a Lauterbach. Seguro que Tobi se lo contó también a Nadja.

El móvil de Pia vibró, y al ver el número de Ostermann, abandonó la sala.

—Perdona que te moleste —se disculpó él—. Pero creo que tenemos un problema: Tobias Sartorius ha desaparecido.

Bodenstein interrumpió el interrogatorio y salió. Pia recogió las fotos, las introdujo en la funda transparente y fue tras él. La esperaba en el pasillo, apoyado en la pared con los ojos cerrados.

—Nadja debía de saber lo que habría en los cuadros —razonó él—. Esta mañana estuvo en el entierro de Laura, y a esa misma hora se incendió el estudio de Thies.

—También podría ser la mujer que se hizo pasar por policía en casa de Barbara Fröhlich —aventuró Pia.

—Yo también lo creo. —Bodenstein abrió los ojos—. Y para asegurarse de que no aparecían más cuadros, le prendió fuego al invernadero mientras todo Altenhain estaba congregado en el cementerio.

Se separó de la pared, enfiló el pasillo y subió la escalera.

—No le haría ninguna gracia que Amelie averiguara la verdad sobre la desaparición de las dos chicas —añadió Pia—. Amelie la conocía, no tenía motivos para desconfiar de ella. El sábado por la noche pudo hacerla salir del Zum Schwarzen Ross con cualquier excusa y conseguir que subiera a su coche.

Él asintió con aire pensativo. La posibilidad de que Nadja von Bredow fuese la asesina de Stefanie Schneeberger y, por miedo a que se supiera lo que había hecho después de once años, hubiese raptado e incluso matado a Amelie cobraba cada vez más fuerza. Ostermann se encontraba en el despacho, con el teléfono en la mano.

—He hablado con el padre y he mandado un coche patrulla. Tobias Sartorius se fue esta tarde con su novia. Ella le dijo al padre que lo traería aquí, pero como por ahora no se han presentado, creo que han ido a otra parte.

Bodenstein frunció el ceño. Pia cayó antes en el detalle.

—¿Con su novia? —quiso cerciorarse. Ostermann asintió.

—¿Tienes el número de Sartorius?

—Sí.

Asaltada por un mal presentimiento, Pia rodeó la mesa y cogió el teléfono. Pulsó el botón de rellamada y conectó el altavoz. Hartmut Sartorius respondió a la tercera llamada, y ella ni siquiera lo dejó hablar.

—¿Quién es la novia de Tobias? —inquirió, aunque lo intuía.

—Nadja. Pero… me dijo que iba a…

—¿Tiene usted su móvil? ¿La matrícula de su coche?

—Sí, claro, pero ¿qué está…?

—Por favor, señor Sartorius, deme el número de teléfono.

Su mirada se topó con la de Bodenstein. Tobias Sartorius estaba con Nadja von Bredow y posiblemente no tuviera ni la más remota idea de lo que Nadja había hecho y de lo que tal vez pensara hacer. En cuanto hubo anotado el teléfono, Pia puso fin a la conversación y marcó el número de Nadja.

«El teléfono al que llama no se encuentra disponible en este momento…»

—¿Y ahora qué?

No le echó en cara a Bodenstein que esa tarde hubiese mandado a la patrulla en busca de Lauterbach. Había pasado y ya no había nada que hacer.

—Pediremos una orden de búsqueda ahora mismo —decidió él—. Después, que localicen el móvil lo antes posible. ¿Dónde vive esa mujer?

—Lo averiguaré —dijo Ostermann, quien se acercó de nuevo a su mesa con la silla y echó mano del teléfono.

—¿Qué hay de Claudius Terlinden? —quiso saber Pia.

—Tendrá que esperar. —Bodenstein se dirigió a la cafetera, movió la jarra, que al parecer aún estaba llena, y se sirvió un café. Después se sentó en la silla de Behnke—. Lauterbach es mucho más importante.

La noche del 6 de septiembre Gregor Lauterbach se había estado magreando con Stefanie Schneeberger, la hija de sus vecinos, en las fiestas de Altenhain y después estuvo con ella en el pajar de los Sartorius. Uno de los cuadros quizá no mostrara a Nadja forcejeando con Stefanie, sino a Lauterbach montándoselo con la chica. ¿Se enteró Nadja von Bredow y más tarde, cuando se le presentó la oportunidad, mató a la odiada rival con un gato? Thies Terlinden había visto lo que había sucedido. ¿Quién sabía a su vez que Thies había sido testigo ocular de ambos asesinatos? El móvil de Pia vibró. La llamada era de Henning, que ya estaba examinando el cadáver momificado de Stefanie Schneeberger.

—Necesito el arma homicida. —Sonaba cansado y tenso. Pia consultó el reloj de la pared: eran las diez y media y Henning seguía aún en el Instituto. ¿Le habría confesado a Miriam el problema de faldas?

—De acuerdo —contestó—. ¿Tú crees que podrías comprobar si hay ADN de otra persona en la momia? Poco antes de morir, la chica tuvo relaciones sexuales.

—Lo puedo intentar. El cuerpo está muy bien conservado. Creo que ha estado todos estos años en esa habitación a esa temperatura, ya que apenas hay descomposición.

—¿Cuándo tendremos los resultados? Hay mucha presión.

Eso era quedarse muy corta. No solo seguían buscando a Amelie con todos los medios y todos los agentes disponibles, sino que además volvían a investigar dos asesinatos cometidos hacía once años, esto último con un equipo de cuatro personas.

—¿Y cuándo no la hay? —replicó Henning—. Me daré prisa.

Bodenstein ya se había tomado el café.

—Venga —le dijo a Pia—, vamos a seguir.

Bodenstein se quedó sentado un rato al volante cuando aparcó delante de la propiedad de sus padres. Era poco más de medianoche y estaba exhausto, pero al mismo tiempo demasiado agitado para tan siquiera pensar en dormir. Lo cierto es que después de interrogarlos tenía intención de mandar a casa a Felix Pietsch, Jörg Richter y Michael Dombrowski, pero justo entonces se le ocurrió la pregunta más importante de todas: ¿estaba muerta Laura cuando la arrojaron al depósito? Los tres hombres guardaron silencio durante unos minutos. De pronto fueron conscientes de que aquello ya no tenía que ver únicamente con la violación ni con la omisión del deber de socorro, sino con algo mucho peor. Pia había formulado debidamente el delito del que eran culpables: homicidio con premeditación y encubrimiento. Acto seguido, Michael Dombrowski rompió a llorar, lo cual bastó para que Bodenstein lo interpretara como una confesión, tras lo que encargó a Ostermann que se ocupara de las órdenes de detención. Sin embargo, lo que los tres habían contado antes resultaba más que revelador. Nadja von Bredow había estado años sin ponerse en contacto con los amigos de su juventud, pero poco antes de que excarcelaran a Tobias se presentó en Altenhain y los presionó sobremanera para que mantuvieran la boca cerrada. A ninguno de los tres le interesaba que después de once años saliera a la luz la verdad, por lo que sin duda habrían seguido callando de no haber vuelto a desaparecer otra chica. El hecho de ser responsables de que hubiesen condenado a su amigo les había creado mala conciencia durante todos esos años. Incluso cuando empezó la caza de brujas contra Tobias en Altenhain, la cobardía y el miedo a las inevitables consecuencias fueron demasiado grandes para acudir a la Policía. El sábado anterior, Jörg Richter no había llamado a Tobias por la vieja amistad que los unía. Nadja le había pedido que invitara a Tobias esa noche a su casa y lo incitara a beber. Y ello confirmaba los temores de Bodenstein. Sin embargo, lo que más le daba que pensar era la respuesta que había dado Jörg Richter a la pregunta de por qué tres hombres hechos y derechos obedecieron sin rechistar a Nadja von Bredow:

—Ya entonces tenía algo que le metía a uno el miedo en el cuerpo. —Los demás asintieron—. Nadja no ha llegado a donde está porque sí. Cuando quiere algo, lo consigue. No hay nada que la detenga.

Nadja von Bredow vio una amenaza en Amelie Fröhlich, y la ingenua muchacha cayó en su poder. El hecho de que no vacilara en matar no auguraba nada bueno.

Bodenstein seguía en el coche, sumido en sus pensamientos. ¡Menudo día! Primero el cadáver de Lars Terlinden, el incendio del estudio de Thies, las increíbles acusaciones de Hasse, el encuentro con Daniela Lauterbach… Entonces recordó que tendría que haberla llamado más tarde, cuando le hubiera dado a Christine Terlinden la terrible noticia del suicidio de su hijo. Sacó el móvil y buscó en el bolsillo interior del abrigo hasta dar con la tarjeta de visita de la doctora. Con el corazón desbocado, Bodenstein esperaba oír su voz. Pero fue en vano: saltó el buzón. Dejó un mensaje después de oír la señal, pidiendo que lo llamara fuera la hora que fuese. Quizá hubiera permanecido en el coche, de no importunarle la vejiga de tal modo debido al café. De todas formas iba siendo hora de que entrara en la casa. Percibió un movimiento por el rabillo del ojo y se llevó un susto de muerte cuando alguien llamó de pronto a la ventanilla.

—¿Papá?

Era Rosalie, su hija mayor.

—¡Rosi! —Abrió la puerta y se bajó—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Acabo de terminar —contestó ella—. ¿Y tú? ¿Por qué no estás en casa?

Bodenstein suspiró y se apoyó en el coche. Estaba roto, y no le apetecía hablar de sus problemas con su hija. Había conseguido apartar de sus pensamientos a Cosima durante el día, pero ahora lo acometía la insoportable sensación de fracaso.

—La abuela me ha dicho que ayer dormiste aquí. ¿Qué ha pasado?

Rosalie lo miró con cara de preocupación. A la tenue luz del único farol de la calle, su rostro tenía una palidez fantasmagórica. ¿Por qué no iba a decirle la verdad? Era lo bastante mayor para entender lo ocurrido, y de todas formas, antes o después se enteraría.

—Tu madre me dijo ayer por la noche que está con otro hombre, así que he decidido pasar unos días en otra parte.

—¿Qué? —Rosalie torció el gesto, sin dar crédito a lo que oía—. Pero… no, no me lo puedo creer.

Su perplejidad era genuina, y Bodenstein sintió alivio al comprobar que su hija no era cómplice de su madre.

—Ya… —Se encogió de hombros—. Yo tampoco me lo creía al principio, pero al parecer la cosa ya lleva un tiempo.

Rosalie resopló y sacudió la cabeza, pero de repente su actitud adulta desapareció; volvía a ser una niña pequeña completamente desbordada por una verdad que se le antojaba tan incomprensible como a él. Bodenstein no quería darle falsas esperanzas de que todo se arreglaría. Entre él y Cosima ya nada volvería a ser como antes. El daño era demasiado grande.

Other books

The Cloud by Matt Richtel
Glimmer by Anya Monroe
Knots in My Yo-Yo String by Jerry Spinelli
The Winds of Heaven by Judith Clarke
Siren by Tara Moss
Homecoming by Heath Stallcup