Me olvidé de mí misma por un instante y me detuve para disfrutar de la vista. El paisaje me había parecido muy hermoso durante el día, pero en aquel momento, con las luces y la oscuridad del cielo… era embelesador. Los Hollows brillaban intensamente, poniendo de manifiesto el perfil del terreno conforme se alzaba y se alejaban, una cinta luminosa sobre la autopista lo bordeaba de forma imprecisa. El río era una sombra negra, y podía ver el lugar donde había erosionando las colinas a lo largo del milenio.
La carcajada de una mujer y el destello de Jenks saliendo disparado de mi bolso hicieron que volviera la vista hacia el local. Casi de inmediato, la conversación pareció subir de tono. Jenks dio un par de vueltas a mi alrededor para estirar las alas y aterrizó en el hombro de Ivy. Ella también estaba admirando el paisaje, absorta.
—Se la ve tan pacífica desde aquí arriba —dijo cuando un miembro del servicio pasó por delante de ella, interrumpiendo su línea de visión.
Jenks soltó un bufido.
—También cuando estás a pocos centímetros del suelo —dijo, haciéndome pensar en mi jardín—, el problema está en lo que sucede entre medias.
En ese momento una mujer pasó lentamente con una bandeja en la mano y nuestras miradas se cruzaron. Ella sonrió a Jenks y me entregó un platito.
—Tenemos veinte minutos —dije, nerviosamente, poniendo pequeños trozos de comida en él—. ¿Te importaría revisar a fondo los baños, Jenks?
—Como gustes, Rachel —dijo, desapareciendo de nuestra vista.
Por la forma en que nos miraban, tanto a Ivy como a mí, resultaba cada vez más obvio que aquella era casi una fiesta de oficina. Todos parecían conocerse entre sí, e iban vestidos de forma muy similar; elegantes pero algo pasados de moda, casi como una especie de frikis de clase alta. No me extrañaba que Ivy y yo llamáramos la atención.
Lentamente, nos dirigimos hacia el suelo giratorio. El techo había sido cubierto por una red de globos para la medianoche, y las luces estaban bajas para que no se perdiera la fabulosa vista. No vi a nadie conocido, pero había pasado mucho tiempo desde mi época escolar, y solo había asistido a un curso en la universidad. Me habían suspendido, pero solo porque la profesora había fingido su propia muerte antes de los exámenes finales.
Ivy agarró un par de vasos de color ámbar sobre la marcha. Me entregó uno sin mirar y, tan pronto como llegamos al lugar donde se encontraba la banda, me detuve junto a una planta que estaba al lado de la ventana. Había una pequeña pista de baile, y me volví a mirar cuando la solista empezó a cantar
What’s New
. Mierda. Era el mismo grupo que había tocado en la cena de ensayo de la boda de Trent, aunque faltaba la mayoría de los músicos. En esta ocasión eran solo cinco. Pero ella sí. La voz de la mujer tembló ligeramente cuando advirtió mi presencia, y yo miré para otro lado. No debía causarme miedo que me reconocieran.
—Bonita música —dijo Ivy al ver que me ruborizaba. Seguidamente, tomando aire, añadió—: Edden está aquí.
Con la espalda hacia la banda, la miré fijamente.
—¿Edden? ¿Puedes olerlo?
Ella sonrió.
—Lo tienes justo detrás.
Sorprendida, me volví de golpe, a punto de derramar mi bebida.
—¡Edden! —exclamé dejando el vaso y fijándome en su esmoquin. Mostraba un bulto a la altura del pecho que identifiqué con un arma en una pistolera. Estaba muy guapo con el pelo engominado hacia atrás y su achaparrada figura, con sus hombros casi a la altura de los míos—. ¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté.
—Trabajando —respondió con una expresión que daba a entender que se alegraba de verme—. Veo que Glenn consiguió convencerte. Gracias por venir. Estás muy guapa. —Entonces, dirigiendo la atención hacia Ivy, añadió—: Las dos lo estáis.
Ivy sonrió, pero yo me azoré.
—No he venido por eso —dije—. Le dije a Glenn que no. Estoy aquí para hacer unos hechizos personales. No tenía ni idea de que esta era la fiesta de la que me hablaste y, aunque lo hubiera sabido, no estaría vigilando. Mia no aparecerá. Ivy, dile que Mia no va a presentarse.
Ivy se ajustó el bolso de fiesta, que llevaba colgado de una delgada cinta.
—No va a presentarse.
¡Oh, sí! Aquello había sido de gran ayuda.
El capitán Edden se balanceó hacia atrás sobre sus zapatos de vestir, con aspecto ligeramente irritado. Tenía un plato en la mano con un pastel de hojaldre relleno y, a la vez que se inclinaba mostrando una zona algo despejada en su corto pelo, le dio un bocado.
—¿Hechizos personales? ¿Qué es eso? ¿La excusa que utilizáis las brujas cuando no queréis salir con un chico?
—Por extraño que te parezca, he venido solo y exclusivamente para realizar unos hechizos —dije—. Jenks anda por ahí, Ivy se encarga de la vigilancia y mi acompañante se nos unirá alrededor de la medianoche.
Edden bajó la vista hacia mi bolso de grandes dimensiones, que no pegaba nada con mis zapatos, mi vestido, ni mi pelo.
—Apuesto a que sí —dijo secamente. Era evidente que seguía enfadado conmigo por haberle dado calabazas y, para colmo, me había presentado en la misma fiesta a la que quería que lo acompañara—. Bueno —dijo limpiándose los dedos con la servilleta y dejando el plato a un lado—. Si no estás aquí por Mia, tendré que suponer que tus «hechizos personales» incluyen a Trent. —Yo negué con la cabeza y él suspiró—. Rachel, no me obligues a arrestarte esta noche.
—Trent no tiene nada que ver con esto —respondí observando cómo Ivy trazaba mentalmente un recorrido en el suelo—, y Mia no va a aparecer. Tus perfiladores psicológicos no podrían estar más desencaminados. No le preocupa que puedas encerrarla. Está luchando su propia guerra contra la señora Walker. Es más, Edden, deberías retirarte y dejar que las cosas se enfriaran. Me pagas para que te dé mi opinión, pues ahí la tienes. ¿No llevas uno de los amuletos que te di? Está en blanco, ¿verdad?
Edden frunció el ceño, lo que me confirmó que yo tenía razón. Sus ojos escudriñaban el local con la paciencia del oficial del ejército que había sido años atrás.
—Después del incidente en Aston’s, tres perfiladores independientes coincidieron en situarla bien aquí o en otra destacada fiesta —declaró como si no me hubiera oído—. La cogeremos, con tu ayuda o sin ella. Le deseo que pase una buena noche, señorita Morgan. Jenks. Ivy.
Sus últimas palabras, aunque bruscas, mostraban un atisbo de ansiedad, y mi instinto me dijo que debía indagar algo más.
—¿Cómo está Glenn? —pregunté. Inmediatamente, Edden apretó la mandíbula. Ivy también lo vio y, cuando Jenks echó a volar, todos lo miramos con expresión severa, impidiendo que se marchara—. ¡Dios mío! No lo habrás puesto a trabajar de nuevo, ¿verdad? —En aquel momento, me asomé a la ventana y observé la fiesta de la calle y los coches patrulla de la AFI—. ¿Está ahí abajo? ¿En Fountain Square? ¿Con el aura todavía dañada? ¡Edden! ¿Has perdido la razón? Como te dije, yo todavía no estoy lista para enfrentarme a una banshee, y me juego el cuello a que Glenn tampoco.
Ivy dejó su plato y Edden agitó inquieto su figura achaparrada.
—Se encuentra bien. Lleva uno de esos amuletos y sabe qué aspecto tiene. En cuanto aparezca, me llamará. Y baja la voz.
El pulso se me aceleró y coloqué mi rostro justo delante del de Edden.
—No se encuentra bien —dije entre dientes, en un tono casi amenazante—. Y no estoy segura del funcionamiento de todos los amuletos.
Sintiendo cómo aumentaba la tensión, Ivy esbozó una sonrisa profesional.
—Rachel, el ambiente empieza a estar muy cargado —dijo afablemente—. Voy a bajar a tomar un poco el aire. ¿Te haces cargo tú de todo, Jenks?
—¡Por las bragas de Campanilla! ¡Por supuesto que sí! —exclamó aterrizando en mi hombro con actitud protectora.
Respiré aliviada. Lo había avistado. Bien. No creía que Mia apareciera, pero de lo que estaba completamente segura era de que no estaría allí arriba. Jenks y yo podíamos ocuparnos de Al. Pierce, si no estaba herido, podría colaborar.
—Mi hijo está bien —insistió Edden encorvando la espalda con el ceño fruncido.
—Me gusta observar a hombres «que están bien» —dijo Ivy, y, tras comprobar que su móvil estaba encendido, se lo guardó en su pequeño bolso y echó a andar hacia el ascensor—. Eras tú el que quería que vigiláramos la fiesta. Estaré abajo. Llamadme si me necesitáis.
—Lo mismo digo —farfulló Edden, de mala gana—. Tengo órdenes de arresto para la dos.
Ella asintió y echó a andar con gesto ufano. Apenas había dado tres pasos, dos tipos se le acercaron.
No lo hagáis
, pensé, pero ella se rió como la mujer alegre que nunca sería y los dos hombres pensaron que lo habían conseguido, aunque, si no se andaban con cuidado, lo que iban a conseguir era acabar hechos pedacitos.
—Quiero hablar con Ivy antes de que se vaya —dijo Jenks, despidiendo una espesa nube de polvo mientras permanecía suspendido delante de mí—. Sé amable con Trent, ¿vale? Algún día necesitarás su ayuda.
—¿Trent? —pregunté, poniéndome rígida al percibir el suave aroma a vino y canela. Jenks saludó con un gesto de la barbilla a la persona que se encontraba detrás de mí y salió disparado hacia el ascensor; Edden y yo nos giramos. La mandíbula se me cerró e hice un esfuerzo por separar los dientes. Era Trent, y había que reconocer que estaba tremendo.
—Hola, Trent —dije con sorna, intentando que no se notara lo que opinaba de él en aquellos momentos, a pesar de que resultaba muy difícil conseguirlo, con un ajustado esmoquin que resaltaba su altura y su esbelta figura. La tela parecía sedosa y suave, y provocaba que sintiera ganas de pasarle la mano por el hombro solo para sentir su tacto. Una sobria corbata de aspecto profesional con un dibujo que parecía decir que no era tan rígido le confería el aspecto de un hombre inteligente y astuto, pero era su porte lo que hacía que todo el conjunto funcionara. Llevaba una copa de vino en la mano, prácticamente llena, y se le veía cómodo y seguro de sí mismo, como si no tuviera dudas de quién era, qué quería y qué tenía que hacer para conseguirlo.
Al sentir sus ojos sobre mí, me erguí y recordé la buena pareja que hacíamos la noche que Kisten voló por los aires el casino flotante en el que nos encontrábamos. Kisten no tenía ni idea de que estuviéramos allí, pero gracias al aviso de Ivy, Trent y yo habíamos sobrevivido. En realidad, habíamos sido los únicos supervivientes. Al recapacitar sobre aquello, fruncí el ceño. También habíamos escapado juntos de siempre jamás. Éramos dos supervivientes.
Trent se percató de mi gesto, y la fachada de adolescente arrogante que solía utilizar para cautivar a las mujeres se agudizó. Acto seguido se pasó la mano por sus suaves cabellos de bebé para asegurarse de que se mantenían en su sitio y supe que estaba nervioso.
—Señorita Morgan… —dijo, saludándome con el vaso para que no le estrechara la mano.
Aquello me sacó de quicio. Y ya me tenía bastante cabreada por mantener a Ceri alejada de mí, como si hubiera podido contagiarle una enfermedad mortal. Aunque no anduviera muy desencaminado…
—Compartimos una celda en siempre jamás —dije—. Me parece que podemos tutearnos, ¿no crees?
Él levantó una de sus pálidas cejas.
—Este año han elegido una ropa muy elegante para las sirvientas —dijo. Edden disimuló una carcajada y yo me puse a toser. Era lo único que podía hacer para no darle una bofetada.
El inconfundible clic de una cámara y el gañido del obturador me hicieron girar la cabeza, petrificada. Era el
Cincinnati Enquirer
, y su fotógrafa tenía un aspecto de lo más extraño con aquel traje de lentejuelas hasta los pies y dos cámaras alrededor del cuello.
—Concejal Kalamack —exclamó con entusiasmo—. ¿Le importa que le tome una fotografía con la señorita y el capitán Edden?
Edden se acercó a mí, ocultando una sonrisa mientras murmuraba de forma que solo yo lo escuchara:
—No es ninguna señorita. Es mi bruja.
—Basta ya —susurré. Me puse tensa cuando Trent se nos aproximó, deslizando su mano por mi cintura de manera que sus dedos aparecieran en la fotografía. Era un gesto posesivo, y no me gustó un pelo.
—Sonría, señorita Morgan —dijo la mujer alegremente—. Es posible que salga en primera página.
Genial. La mano de Trent me agarraba con delicadeza en comparación con la presión que ejercía Edden sobre mi hombro. Entonces tragué saliva y me ladeé ligeramente para acercar mi espalda a Trent y tratar de zafarme de su mano en mi cintura. Olía como el aire del exterior. El obturador chasqueó en varias ocasiones y me puse rígida cuando divisé a Quen, el guardaespaldas de Trent, observándonos. En ese momento Jenks pasó por encima de todos nosotros para hablar con él, y la mujer tomó otra instantánea justo en el preciso instante en que su polvo descendía sobre nuestras cabezas.
Mi tensión disminuyó. Jenks había regresado.
—Estupendo —dijo la fotógrafa mirando la parte posterior de la cámara—. Gracias. Disfruten de la fiesta.
—Es siempre un placer hablar con la prensa —dijo Trent mientras empezaba a alejarse.
La mujer alzó la vista.
—Capitán Edden, ¿le importa que le haga una foto con el decano de la universidad? Prometo que después le dejaré en paz.
Edden me lanzó una mirada severa, como para que me portara bien en su ausencia, y luego sonrió con expresión benevolente mientras hablaba con la periodista sobre la recogida de fondos anual de la AFI y la iba alejando de donde nos encontrábamos.
Trent tenía la mirada perdida con la esperanza de que me marchara o de que alguien viniera a rescatarlo, pero la fotógrafa había dado a entender a todo el mundo que estábamos juntos y habían optado por dejarnos en paz. Quería hablar con él sobre un posible hechizo de Pandora que me ayudara a recuperar la memoria, pero no podía acercarme a él y pedírselo sin más. Ladeando la cadera con actitud desafiante, di un golpe con el tacón y me volví hacia él.
—¿Cómo está Ceri?
Él vaciló y, sin mirarme todavía, respondió:
—Bien.
Tenía una voz preciosa y yo asentí con la cabeza, como si esperara algo más. Al comprobar que se quedaba callado, añadí:
—No consigo que la centralita pase mis llamadas.
Él ni siquiera parpadeó.
—Me informaré. —Con una expresión de desdén, sus ojos se toparon con los míos cuando empezó a alejarse.
—¡Trent! —exclamé dando un salto para ponerme a su altura.