—Esto… ¿Chicos? —dijo Jenks, suspendido en el aire junto a la ventana—. Fountain Square está ardiendo.
—¿Qué? —exclamé, dando media vuelta de un salto. Al corrió hasta la ventana y ambos apoyamos la frente contra el cristal, mirando hacia abajo, con Jenks entre nosotros. El ruido de la maquinaria proveniente del techo se hizo más fuerte y evidente, y a través del cemento, o quizás, por medio de las vibraciones del vidrio, se filtraron algunos gritos. Lo más probable es que, al igual que nosotros, todos los invitados del piso superior se estuvieran apoyando en los ventanales.
Era difícil de ver, pero Jenks tenía razón. El escenario estaba ardiendo y la gente se agolpaba en las calles. Desde detrás de mí Pierce declaró:
—Creí que era ese el aspecto que tenía que tener.
Mierda
. Ivy estaba allí abajo. Y Glenn.
—Tengo que irme —dije, girándome hacia el ascensor. Justo en ese momento me sonó el teléfono haciendo que me detuviera en seco; en el interior no habría cobertura. La diminuta pantalla se iluminó y Al se asomó por encima de mi hombro—. Es Ivy —dije, claramente aliviada—. ¿Ivy? —dije una vez abrí el móvil, y el sonido de las sirenas y los gritos se filtró.
—Te necesito —dijo gritando, para hacerse oír con el enorme jaleo de fondo—. Tus amuletos localizadores se acaban de encender. Mia está aquí.
Me situé junto a la ventana y miré hacia abajo.
—Jenks dice que hay un incendio —dije.
Ella vaciló y, en un tono calmado, resolvió:
—¡Oh! Sí. El escenario está ardiendo. Rachel, estoy vigilando a Glenn, pero si se acerca demasiado a una banshee…
Mierda
.
—Entiendo —dije dirigiéndome hacia el ascensor con Jenks revoloteando cerca para escuchar las dos partes de la conversación.
—Creo que la Walker está haciendo todo lo que está en su mano para atraer a Mia —añadió Ivy, mientras yo le daba un puñetazo al botón de llamada.
—Voy para allá.
Con la respiración entrecortada y los dedos temblorosos, cerré el teléfono y lo guardé en el bolso. ¿
Dónde está el estúpido ascensor
?
No puedo bajar treinta pisos por las escaleras
.
—¡Oh! Esto… Pierce —dije, acalorada—. Lo siento, pero tengo que irme.
Al lo agarró del codo y lo sacudió con una sonrisa de oreja a oreja.
—Esto promete ser muy entretenido. Nunca he visto trabajar a Rachel. Salvo cuando lo hace para mí, claro está.
—¿Entretenido? —exclamó Pierce desplazándose para obligarlo a que lo soltara—. Tienes una visión algo distorsionada del entretenimiento, demonio.
—Te dije que me llamaras Al —dijo contemplando su borroso reflejo y ajustándose los volantes de encaje de la pechera.
Jenks frunció los rasgos con fastidio, y me froté la frente. No podía llevarme a aquellos dos a Fountain Square. Pierce no tenía abrigo y Al… gracias a un par de fotos aparecidas en la prensa, todo Cincinnati conocía su rostro.
—Pierce, ¿no podemos hacer esto en otro momento? —le sugerí, distraída. ¿
Dónde está el maldito ascensor
?, me pregunté, apretando de nuevo el botón, esta vez con un fuerte codazo.
Pierce inclinó la cabeza y se retiró para realizar una media reverencia, sin apartar sus ojos de los míos con un asomo de sonrisa en sus labios. La forma en que me miraba me recordó a la noche que nos conocimos, cuando echamos a correr para salvar a una niña de un vampiro. Se había quedado prendado de mi «espíritu fogoso» y era evidente que las cosas no habían cambiado. Desgraciadamente, yo sí.
—Tú me invocaste, adorada bruja, independientemente de que fuera tu objetivo principal o un propósito secundario. No me marcharé hasta que no consiga explicarme.
Genial
.
Al se irguió justo en el mismo instante en que sonaba la campanilla del ascensor.
—Yo me quedo con él —declaró.
Chachi piruli
.
Las puertas del ascensor se abrieron y Jenks soltó un largo y lento silbido.
—¡Por el puto contrato de permanencia de Campanilla! —masculló, y yo me volví para ver a quién saludaba Al con el gesto de las orejas de conejito.
Sin poder dar crédito, empecé a sacudir la cabeza.
—Trent, esto no es lo que parece.
El joven político tenía la espalda pegada a la parte trasera del ascensor y mostró brevemente el terror que sentía antes de recuperar la compostura como si hubiera decidido que, si tenía que morir, lo mejor era hacerlo con elegancia.
—Esto se pone cada vez más interesante —dijo Jenks, y volví a presionar el botón de llamada.
—Cogeremos el próximo —dije, sonriendo.
—Pero ¡si hay sitio de sobra! —exclamó el demonio, y mis tacones emitieron un fuerte traqueteo contra el marco de acero cuando me propinó un fuerte empujón. Trent me esquivó, apretándose contra la esquina cuando Al y Pierce siguieron mis pasos. Jenks se elevó para sentarse en lo alto del panel de control, golpeando con el pie la pantalla que mostraba en qué piso nos encontrábamos.
—No me lo puedo creer —dijo Trent, que había perdido su inquebrantable compostura—. Eres increíble, Rachel.
—Pues créetelo, pequeño fabricante de galletas —respondió Jenks en tono cantarín. Seguidamente, dirigiéndose a Pierce, añadió—: ¿Te importaría darle al botón de «cerrar»? No tenemos todo el día.
El fantasma no tenía ni idea de lo que le estaban hablando, así que Jenks bajó volando y lo golpeó con el pie. Las puertas se cerraron y empezamos a descender.
—¡Por todos los demonios! —exclamó Pierce, apretando la espalda contra la esquina opuesta y agarrándose a la barandilla—. ¡Nos estamos cayendo!
Me aparté cuando vi que su cara se volvía de color verde y me choqué con Trent. El ascensor no era tan grande y todo el mundo le estaba dejando un montón de espacio a Al mientras él tarareaba la canción de la película… ¿
Doctor Zhivago
?
—¿Invocando a tu demonio en lo alto de Carew Tower? —me susurró Trent al oído.
Resentida, me desplacé un poco para situarme entre él y Al.
—Intento hacer del mundo un lugar más seguro —mascullé. Justo en ese instante mi rostro se iluminó al ver que Al nos miraba, pero mi sonrisa se desvaneció apenas apartó la vista—. Que yo sepa, no te está secuestrando, ¿verdad? No me parece que te estés convirtiendo en un sapo —le espeté alzando cada vez más la voz—. ¡Tengo todo bajo control! —A continuación le di un manotazo al botón del vestíbulo, rezando para que no nos paráramos hasta llegar abajo. No había manera de que aquel ascensor fuera lo suficientemente rápido.
—Te encerrarán por esto —aseguró Trent, que seguía muerto de miedo en el rincón.
—Tonterías —intervino Al mientras se limpiaba las gafas con un trozo de tela roja—. He venido solo para comer algo y celebrar el Año Nuevo a este lado de las líneas, pero, sobre todo —dijo mirándome y poniéndose de nuevo las gafas—, para evitar que nuestra bruja piruja se suicide con un hechizo para transformar las cenizas en carne.
De repente se hizo el silencio, y mientras Jenks agitaba las alas con ímpetu, me volví hacia Trent. Estaba pálido y tenía el pelo revuelto, pero no nos quitaba ojo ni a Al ni a mí. Justo en ese preciso instante dirigió la vista hacia Pierce, que seguía en el rincón, blanco como la leche.
—¿Puedes resucitar a los muertos? Eso es magia negra.
—¡En absoluto! —protestó Al con grandilocuencia—. ¿De dónde crees que ha sacado a este bastardo pelagatos nuestra bruja piruja? —preguntó dándole un empujón a Pierce, que soltó un grito ahogado—. Es un fantasma. —A continuación olfateó el aire—. ¿No notas el olor a gusanos?
Eché la cabeza hacia atrás, golpeando la pared del ascensor. Aquello iba de mal en peor.
—¿Eres un fantasma? —preguntó Trent.
Desde el rincón, Pierce le tendió una mano temblorosa.
—Gordian Pierce. Departamento de la Ética y la Moral. ¿Y usted?
—¿Cómo has dicho? —exclamé, sintiendo que me ardían las mejillas.
Al se echó a reír y Jenks descendió hasta mi hombro.
El pixie empezó a hacerme cosquillas en la oreja, y a punto estuvo de llevarse un guantazo.
—Rachel —susurró—. ¿No es ese el departamento que te excluyó? —Cuando vio que asentía con la cabeza, añadió—: Tal vez podría conseguir que te retiraran la exclusión.
Reflexioné sobre lo que acababa de decir. Que lo hubieran enterrado en terreno no consagrado y que hubiera pactado con demonios no decía mucho en su favor, pero había trabajado para el departamento de la Ética y la Moral. En cierto modo, eran como la SI. Una vez que entrabas a formar parte de él, te convertías en miembro vitalicio. No podías retirarte, pero podías morir.
Trent le estrechó la mano. Parecía gratamente impresionado.
—¡Ah! Yo soy Trent Kalamack. Director ejecutivo de…
Pierce retiró la mano de golpe y se puso rígido.
—Industrias Kalamack —dijo, con el gesto torcido, limpiándose la mano en los pantalones—. Conocí a tu padre.
—¡No puedo creerlo! —dije, situándome en un lugar en el que podía verlos a los dos.
El rostro de Al se iluminó.
—Es increíble la gente que puedes llegar a conocer en un ascensor —dijo.
Trent se me quedó mirando.
—Dispones de un hechizo para resucitar a los muertos. Y es blanco —constató el elfo.
Tomé aire para responder y Al nos interrumpió con delicadeza.
—Y está en venta, a un módico precio por haber sido realizado por una aprendiz. Eso sí, sin garantía. Tengo dos aquí mismo —dijo, dándose unas palmaditas en el bolsillo—. Es temporal. La maldición para darles un cuerpo permanente es muchísimo más complicada. Se necesita que muera alguien, ¿sabes? Imagino que eso la convierte en magia negra, pero a ti no parece preocuparte matar gente para conseguir tus propios fines, ¿no es así, Trenton Aloysius Kalamack? —preguntó con una sonrisa tonta—. Me llama la atención que acuses a mi discípula de ser una bruja negra cuando tú matas para obtener beneficios, sin embargo ella… —En ese momento vaciló, fingiendo quedarse pensativo—. ¡Vaya! Ahora que lo pienso, nunca ha matado a nadie que no se lo pidiera de antemano. ¿Te lo puedes creer?
Trent se ruborizó.
—Yo no mato para obtener beneficios.
—No —masculló Pierce desde el rincón—. Si te pareces a tu padre, lo haces en aras del progreso.
En ese momento, todos nos volvimos hacia Pierce. Justo entonces sonó la campanilla del ascensor y, al abrirse las puertas, hubo algo que distrajo nuestra atención.
—¡Espléndido! ¡Un fuego! —exclamó Al alegremente, saliendo del cubículo a grandes zancadas y dirigiéndose hacia la multitud que se agolpaba en el vestíbulo. Lo primero que percibí fue el olor a humo, y salí tras Al a toda prisa. No quería perderlo de vista bajo ningún concepto. Las conversaciones en voz alta de los invitados vestidos de esmoquin y trajes de noche se mezclaban con las de algunos grupos en vaqueros y cazadoras que habían entrado en busca de un poco de calor, pero que todavía no estaban preparados para volver a casa. O quizás no podían porque las calles estaban cortadas.
Intentando vigilar tanto a Al como a Pierce, me acerqué al guardarropa. La mano de Pierce se posó sobre mi brazo mientras le tendía el recibo al encargado y, volviéndome hacia él bruscamente, tuve que reprimir mis deseos de darle un guantazo.
—Te conviene mantenerte alejada de ese, mi adorada bruja. Su padre era la personificación del mal —me advirtió el brujo, con los ojos puestos en Trent.
—¿En serio?
¿A quién debo creer? ¿A un fantasma o a mi padre? Mi padre era un buen hombre, ¿no? Nunca habría trabajado para la personificación del mal. ¿Verdad?
Confundida, agarré mi abrigo y escruté la multitud en busca de la levita de terciopelo de Al. Divisé a Quen y me encogí ligeramente de hombros para indicarle que todo iba bien, con la esperanza de evitar que entrara en el «modo batalla» cuando viera al demonio que, en una ocasión, le había dado una paliza a su jefe.
Trent intentaba abrirse paso hasta Quen, aunque lentamente, por culpa de las personas que lo reconocían y se empeñaban en saludarlo. Le señalé el lugar exacto en el que se encontraba, y el servicial guardaespaldas se puso en marcha con el abrigo de su patrón colgado del brazo.
Finalmente divisé a Al junto a las puertas, ligoteando con un par de gemelas que llevaban gorritos de bebé para festejar el Año Nuevo, y abrí la cremallera del bolso.
—¡Dentro, Jenks! —sugerí mientras me dirigía a rescatar a las gemelas, y el pixie obedeció. Tenía frío, y probablemente estaba deseando sentarse en el calentador. Sabía que odiaba verse obligado a esconderse de aquel modo, pero no tenía más remedio, y, mientras cerraba la cremallera, me prometí tratarlo con delicadeza durante el resto de la noche.
Conforme avanzábamos, empecé a ponerme el abrigo, sacudiéndome de encima a Pierce cuando intentó echarme una mano.
—Ya puedo yo sola —dije. Justo en ese instante me estremecí al sentir la mano de Al agarrándome el hombro, obligándome a permitirle ayudarme con el abrigo—. Déjame —le pedí, pero mis opciones se veían limitadas por la multitud. Apenas terminé de meter el segundo brazo en la fría manga, Al se inclinó y, rodeándome los hombros con los brazos, me abrochó el primer botón.
—Admiro la manera en que estás minando la moral de Trent —susurró Al desde detrás de mí, moviéndome la barbilla con sus manos enguantadas para obligarme a mirar a Trent y a Quen—. Lentamente, como un trozo de hielo derritiéndose. Y con su propio orgullo. Magistral. No sabía que tuvieras ese don, Rachel. El dolor envejece después de un tiempo, pero es más rápido y, a no ser que lo hagas por amor al arte, lo que realmente importa son los beneficios.
—No estoy minándole la moral —dije quedamente, mientras Al retrocedía y yo agitaba los hombros para terminar de ajustarme el abrigo. Trent y Quen se estaban marchando, y el jefe de seguridad volvió la vista atrás en una ocasión antes de que desaparecieran, con una expresión vacía. Una vez se hubieron marchado, respiré aliviada. Al menos no sería responsable de la muerte de Trent. O no aquella noche.
El aullido de las sirenas aumentó y fui hacia una segunda puerta. Pierce se apresuró a sujetárnosla y, al verlo, me quedé de una pieza.
—¿De dónde has sacado el abrigo?
El fantasma se ruborizó, pero fue Al el que se inclinó hacia delante diciendo:
—Lo ha robado, por supuesto. Aquí donde lo ves, posee muchas habilidades. ¿Por qué crees que estoy tan interesado en él? O en ti, mi querida bruja piruja.