—¿No os encanta cómo Rachel se pone del lado de los más desfavorecidos? —dijo el demonio, sacudiéndose el jardín de diminutas mariposas de su manga, las cuales morían antes de entrar en contacto con los adoquines cubiertos de una costra de nieve—. Un día acabará matándola —dijo como quien no quiere la cosa, inclinándose para coger una—. Pero hoy no —añadió sacándome las manos de las mangas de mi abrigo para poner una crisálida sobre ellas y curvando mis fríos dedos con actitud protectora.
Observé por unos instantes la azulada ninfa y la introduje en el bolsillo de mi abrigo para ocuparme de ella más tarde.
—Edden… —supliqué.
Él torció el gesto y exhaló un suspiro. A cinco pasos de donde se encontraba, alguien le esperaba con una carpeta en la mano.
—No puedo prometerle nada a Mia. Y mucho menos ahora. Rachel, vete a casa.
Me pasé la lengua por los labios y el frío hizo que se me congelaran.
—No puedes demostrar que lo hiciera ella.
—Ni tampoco que fuera la señora Walker. Vete a casa. —Al ver que vacilaba, insistió, alzando la voz—. ¡Vete a casa!
—Perro malo —masculló Al, burlándose de mí y haciendo que las mejillas se me encendieran. Pierce se situó entre nosotros y yo apreté los dientes. No me gustaba ni un pelo que el fantasma viera cómo me trataba.
—De acuerdo —accedí con acritud—. Haz lo que quieras. ¡
Menuda mierda de Fin de Año
! ¡Ivy! Yo me voy a casa. ¿Tú qué haces?
Ivy apartó la vista de Pierce y se quedó mirando al radiante fantasma.
—¿Te importa que me quede un rato? Glenn quiere que le dé mi opinión sobre un asunto.
Como si lo viera. La muy zorra va a examinar la escena del crimen
, me dije a mí misma, algo celosa por el hecho de que a ella le dejaran quedarse y a mí me pidieran que me marchara. No me apetecía nada tener que montarme en el coche con Al y Pierce, pero me despedí de ella con la mano y me di media vuelta. Edden ya se había marchado con un resoplido, y Glenn esperaba a Ivy con gesto incómodo.
Cabreada, les di la espalda a todos ellos y me largué.
Era la segunda vez que me tocaba llevar a un demonio en los asientos traseros de mi coche, y me estaba gustando tan poco como la primera. Al estaba siendo todavía más insoportable que Minias, inclinándose hacia delante entre Pierce y yo diciéndome si los semáforos estaban en rojo o indicándome atajos a través de barrios marginales, tanto humanos como inframundanos, que solo un idiota habría tomado a aquellas horas de la noche aunque, con la compañía de un demonio, podía ser seguro. Poco a poco, el olor a ámbar quemado se fue apoderando de mi pequeño coche, a pesar del hechizo que estuviera utilizando, pero no me atrevía a abrir ni una pequeña rendija de la ventana y dejar entrar el frío nocturno. Aunque la calefacción estaba al máximo, Jenks seguía teniendo frío. En realidad, no debería haber salido de mi bolso, y mucho menos sentarse en el espejo retrovisor.
—Si hubieras acelerado, habrías llegado antes de que se pusiera rojo.
No tenía a nadie detrás, y dejé que el coche se deslizara lentamente hasta situarme a apenas treinta centímetros del semáforo antes de apretar el freno a fondo. Al se dio de narices con el reposacabezas y Pierce, que ya tenía el brazo extendido para sujetarse al salpicadero, lo tensó.
—Soy yo la que está conduciendo —mascullé, mirando a Jenks con expresión de disculpa.
Con estos estúpidos tacones, tengo los dedos de los pies congelados
. ¿
En qué demonios estaba pensando
?
—Sí, pero no lo estás haciendo como deberías —protestó el demonio con mejor humor del que me hubiera gustado. No me había puesto ninguna objeción cuando le pedí que se sentara en los asientos traseros, pero quizás era porque así podía vigilar mejor a Pierce. Francamente, no parecía que fuera a hacerme ningún daño. Incluso en aquel momento, cuando lo miré, su expresión frustrada se transformó en una impaciente esperanza.
—Mi adorada bruja… —empezó a decir cuando nuestras miradas se cruzaron. Justo en ese preciso instante, mi móvil empezó a vibrar, sin hacer apenas ruido.
—¿Acaso sabrías contestar? —le pregunté, dándole un manotazo a Al cuando intentó coger mi bolso. El demonio volvía a tener su aspecto habitual, y mis dedos no hicieron ningún sonido cuando golpearon la gruesa mano de Al, que estaba cubierta por sus habituales guantes blancos.
La luz cambió, y ralenticé la marcha para conducir con cuidado debido a las placas de hielo que se acumulaban cerca del puente.
—Ya le ayudo yo —se ofreció Jenks, descendiendo hasta el interior de mi bolso—. Estoy seguro de que has visto a Rachel usarlo, ¿no? —dijo con sarcasmo dirigiéndose a Pierce—. Llevas un año espiándonos.
Pierce frunció el ceño mientras sacaba el delgado móvil rosa de mi bolso.
—No me parece que el artilugio sea para tanto —dijo, indignado—. Y no he estado espiándoos. Rachel, si me permitieras explicarme…
—Limítate a levantar la tapa, ¿de acuerdo? —dijo Jenks, y yo le miré con el ceño fruncido para pedirle que fuera algo más amable.
El olor a ámbar quemado se hizo más intenso cuando Al apoyó la parte inferior de los antebrazos en los dos asientos para formar un puente sobre el que apoyar la cabeza.
—¿Puedo usar tu teléfono cuando hayas acabado? —preguntó con dulzura.
En aquel momento me pregunté qué sucedería si volvía a pisar el freno a fondo.
—No. Y siéntate como es debido o nos pararán para hacerme un control de alcoholemia.
—Menudo rollo —dijo con una sonrisa estúpida, dejándose caer sobre el respaldo.
Respiré algo más aliviada, deseando que Pierce se limitara a marcharse para volver a casa y fingir que aquel día nunca había existido. Qué desperdicio.
Desde el asiento trasero se escuchó la voz de Al, tarareando la sintonía de
Jeopardy
, hasta que Pierce encontró la juntura y, tras pelear un rato con él, acertó a abrir el móvil. Con movimientos indecisos, hizo amago de llevárselo al oído, deteniéndose cuando Jenks se situó delante con los brazos en jarras y ladró:
—¡Aquí el secretario de Rachel! En este momento la muy huevona no puede atenderle. ¿Quiere que le deje un mensaje?
—¡Jenks! —me quejé. Al se rió disimuladamente y Pierce parecía consternado, sin embargo, Jenks, el único que podía escuchar a quienquiera que se encontrara al otro lado del teléfono, se puso serio.
—¿Dónde? —preguntó. Un mal presentimiento se apoderó de mí, provocándome un escalofrío a pesar de que la calefacción estaba al máximo y haciendo que el pelo me cosquilleara en el rostro. Desde la parte posterior me llegó una sobrenatural risita de satisfacción. Lo único que conseguía ver a través del retrovisor era una sombra oscura y unos ojos rojos con las pupilas horizontales. El miedo me recorrió de arriba abajo.
Mierda. Llevo un demonio en el asiento trasero
. ¿
A qué estoy jugando
?
—Así me gusta, bruja —dijo Al con una voz que provenía de la nada, y yo reprimí un estremecimiento—. Estás empezando a entrar en razón.
—Se lo diré —dijo Jenks, antes de darle una patada al botón para interrumpir la llamada. Di un respingo cuando Pierce cerró el teléfono de golpe y enderecé el coche volviendo al carril de la derecha al escuchar el sonido de un claxon.
Jenks alzó el vuelo, con un aspecto misteriosamente oscuro en el frío coche, sin despedir ni el más mínimo rastro de polvo.
—Era Ford —respondió, pillándome por sorpresa. Suponía que se trataría de Edden, o tal vez de Glenn—. Está en una cafetería del centro con Mia. Quiere hablar contigo, creo que la señora Walker le ha dado un buen susto.
¡
Oh, Dios
!
Ya empezamos
.
—¿Dónde? —pregunté, sintiendo que la tensión empezaba a acumulárseme en la garganta. Ivy. Tenía que llamar a Ivy.
Jenks se echó a reír, inundando el coche con el sonido de un amargo carillón.
—No te lo vas a creer —dijo.
Yo eché un vistazo a la parte de atrás y luego a la delantera.
—En Junior´s, ¿verdad? —dije secamente, volviendo en redondo. Pierce estiró el brazo para apoyarse en el salpicadero mientras su alargado rostro se volvía completamente blanco, pero Al no se movió ni un milímetro, tieso como un palo en el centro de mi pequeño asiento trasero. El coche se balanceó violentamente, hasta recuperar la estabilidad justo en el momento en que se escuchaba el claxon de otro coche—. Eso está fuera del cerco que ha levantado Edden, ¿verdad? —pregunté—. ¿Cómo lo hace? ¡Esa mujer debe tener un don especial con las fuerzas de seguridad! ¿
Le importaría dejarme pasar
?
No soy la banshee que están buscando
.
Jenks enseñó a Pierce a llamar a Ivy para que informara a la AFI mientras yo cruzaba de nuevo el puente y me dirigía de vuelta al centro de Cincy. Tenía serias dudas de que Mia quisiera rendirse. Lo más probable es que tuviera en mente sacrificar a Remus para librarse de los problemas y mi tensión aumentó apenas llegamos a Junior´s. Estaba hasta los topes, pero Al hizo algo que implicaba unas palabras en latín y un gesto similar al que yo misma solía hacerles a los conductores que me cortaban el paso en la calle Vine, y el Buick que estaba a punto de aparcar en el último hueco cambió de opinión. El pulso se me aceleró cuando divisé el coche gris de Ford tres vehículos más adelante.
Ivy
. Tal vez debíamos esperar a Ivy y a la AFI, pero podía ser demasiado tarde.
—Vosotros dos quedaos en el coche —dije mientras Jenks se sumergía en mi bolso y cerré la cremallera. Ni siquiera vi salir al demonio del coche. Acababa de agarrar el bolso y de cerrar la puerta cuando, de pronto, me lo encontré allí, a una distancia demasiado corta. Las luces de seguridad iluminaron sus cabellos, cuidadosamente repeinados y con marcados surcos, su mandíbula apretada y sus ojos demoníacos, que casi relucían en la tenue luz. No dijo ni una palabra. Estaba esperando. Desde el otro lado del coche, Pierce salió y me lanzó una mirada de preocupación.
—Os invito a un café —dije, amonestando a Al—. Después os quitaréis de en medio.
Acto seguido, Pierce me agarró del codo y yo me alejé arrastrando los tacones. No oí a Al siguiéndonos, pero estaba ahí.
La puerta nos dio la bienvenida con el sonido de una campanilla, y los cuatro entramos en el local, yo con mi vestimenta propia del restaurante de Carew Tower, Al con su habitual traje de terciopelo y encaje, Pierce con los vaqueros y el abrigo robado, y Jenks en el interior de mi bolso. A pesar de todo, no se nos quedó mirando tanta gente como habría cabido esperar. Era Año Nuevo, y la gente iba vestida de la forma más variopinta. Junior´s no estaba demasiado lejos de Fountain Square y el lugar estaba abarrotado; los clientes hablaban a toda velocidad, alterados a causa del fuego del centro y de los controles policiales. Si Mia se encontraba allí, estaba convencida de que estaría empapándose de la exaltación.
—Rachel, si me concedieras un momento…
—Ahora no, Pierce —dije mientras dejaba salir a Jenks. El pixie se elevó, sin despedir ni una mota de polvo, y voló pesadamente hasta la lámpara más cercana, donde se apalancó junto a la caliente bombilla. Desde allí me hizo un gesto con los pulgares hacia arriba pero, cuando apoyó los codos en las rodillas y se encorvó, me di cuenta de que lo estaba pasando fatal. Hasta que no llegara la AFI, me encontraba completamente sola. O peor aún, me tocaba hacerle de niñera a Al.
Mientras esperaba en la cola, me metí los guantes en los bolsillos y escruté el suelo. De pronto un subidón de adrenalina me recorrió de la cabeza a los pies cuando divisé a Mia justo en el centro del local, con Remus a un lado y Ford al otro. Tenía a Holly descansando en su regazo, con los ojos cerrados y cara de no haber roto un plato. Entonces mi mirada se cruzó con la de Ford, que me hizo un gesto con la barbilla y se levantó para buscarme una silla. Sin embargo, la mesa me pareció demasiado pequeña para hablar con dos asesinos en serie.
Pierce me rozó el brazo con la mano y di un respingo.
—Mi adorada bruja…
—¡No me llames así! —mascullé, consciente de que estábamos rodeados. Había demasiada gente allí. Alguien iba a resultar herido.
—Rachel, he de admitir que mi aspecto en este momento no es, precisamente, gallardo, pero me gustaría prestarte mi ayuda.
Volví a concentrarme en él, recordando la noche en que nos habíamos conocido. En esencia, era un cazarrecompensas, independientemente de que perteneciera al departamento de la Ética y la Moral. Incluso aunque no pudiera interceptar una línea, podía serme útil. No creí que Mia hubiera organizado aquel encuentro para matarme, de manera que la principal amenaza iba a ser Remus. Aun así, podía ocuparme de él, y si al final resultaba que Mia no estaba dispuesta a sacrificarlo para librarse de la prisión, habría accedido a subastar mis mejores braguitas en internet.
—¿Crees que puedes hacer lo que yo te diga? —le pregunté. Él sonrió abiertamente, apartándose el pelo de la cara de un modo que no se parecía en nada al de Kisten, pero que igualmente me recordó a él.
—No estás sola —dijo, dirigiendo la mirada hacia la mesa de Ford—. Te ayudaré a resolver este embrollo y después podremos hablar.
En aquel momento extendió la mano para coger las mías y Al se interpuso entre nosotros con un empujón.
—Dos de
latte
grande, doble
espresso
de mezcla italiana —dijo al dependiente—. Con poca espuma y extra de canela. Y utilice leche entera. Ni desnatada ni semi. Y póngale un chorrito de frambuesa a uno de ellos, para mi bruja piruja, aquí presente.
Y en taza de porcelana
, pensé, preguntándome si todos los demonios se tomaban el café del mismo modo. Minias había pedido algo similar, salvo por la frambuesa.
—El pelagatos se tomará un zumo —añadió girándose hacia Pierce—. Te ayudará a hacerte grande y fuerte, ¿verdad, chavalín?
Pierce apretó la mandíbula y entrecerró los ojos, pero se tragó el insulto.
—¿Alguna otra cosa? —preguntó el dependiente. Yo levanté la vista y descubrí que se trataba del propio Junior.
—Un
espresso
—dije, acordándome de Jenks. Seguidamente me coloqué el bolso sobre el vientre y me puse a escarbar en busca de mi cartera. La luz se reflejó en los brillos de mi vestido y pensé lo ridículo que parecía todo. Al menos ya no tenía los dedos de los pies helados.