Sus ojos se tornaron negros en la penumbra, y recogí la linterna cuando la dejó en el suelo para poder pasar ambas manos por la piedra.
—Está cerrada —susurró, y yo reprimí un escalofrío cuando se movió hasta el otro extremo de la pared del muro a una velocidad vampírica—. Aquí. —El corazón empezó a latirme con una fuerza inusitada al escuchar el profundo odio que transmitía su voz. Edden y yo nos aproximamos, con las luces en alto. Mi sombra se alargó tras de mí y volví a sentir un escalofrío.
Por inquietante que pudiera parecer, la pared no presentaba ninguna marca, a excepción de una pequeña muesca que indicaba que alguien había arrancado un trozo de piedra. No obstante, si se trataba de la guarida de un vampiro, tampoco podíamos esperar que tuviera una flecha de neón apuntando hacia ella. Lo normal es que se tratara de una puerta secreta, y que estuviera cerrada con llave.
Ivy introdujo los dedos en la muesca y tiró con fuerza, pero no sucedió nada. Entonces alzó la cabeza y se apartó el pelo de sus oscuros y fríos ojos. ¡Maldición! Estaba a punto de perder el control.
—¿Te importaría abrirme esta puerta, Rachel? —susurró.
De acuerdo. Si estábamos ante una puerta que ella no podía abrir, debía tratarse de brujería, lo que significaba que tendría que hacerme un corte en el dedo o interceptar una línea. Derramar sangre cuando Ivy se encontraba en aquellas condiciones no era una buena idea, pero hacer uso de una línea luminosa podía resultar muy doloroso.
Miré a la puerta y situé una mano encima.
Habla, amigo mío, y entra
, pensé para mis adentros, y tuve que reprimir una sonora carcajada.
—Genial —espeté cuando un escalofrío en mi vientre originó una doble descarga que me puso en contacto con la magia almacenada en la puerta. La pared había sido construida con una línea luminosa en su interior. Enterrado en el cemento había un imponente círculo de hierro. Tendría que interceptar una línea.
Aparté la mano y sentí que me mareaba. Fuera lo que fuera lo que había al otro lado de la puerta, iba a ser terriblemente desagradable.
—Se trata de una puerta hechizada —dije, mirando alternativamente a Ivy y a Edden.
El achaparrado agente frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, poniéndose a la defensiva.
Me agité, nerviosa.
—Exactamente lo que he dicho. ¿Recuerdas cuando te conté que toda la magia inframundana está basada en la brujería? —A continuación, pensando en los elfos, añadí—: La mayor parte, en cualquier caso. Los vampiros adoran la brujería. La utilizan para parecer jóvenes una vez que han muerto, para invocar demonios que muelan a palos a algún brujo indefenso y para encerrarse, cuando quieren esconderse.
Iba a tener que interceptar una maldita línea luminosa, pero el dolor sería algo insignificante si con ello conseguíamos atrapar al asesino de Kisten.
Edden se puso la linterna bajo el brazo y la enfocó hacia la línea entre la pared y el suelo. Había una marca de polvo que mostraba el lugar en el que antiguamente estaba la abertura, aunque no era fácil discernir cuánto tiempo había pasado, y podría pasar desapercibida a menos que la estuvieras buscando. Con la mano temblorosa posé la palma contra la suave roca, y la robusta figura del capitán de la AFI se instaló junto a la puerta con actitud agresiva.
—Edden —me quejé—, en el caso de que haya un vampiro no muerto ahí dentro, te matará antes de que la puerta haya terminado de abrirse.
Terrible pero cierto
. Apártate.
El capitán de la AFI torció el gesto.
—Tú limítate a abrir la puerta, Rachel.
—Que conste que te lo he advertido —mascullé. Acto seguido inspiré profundamente. Aquello iba a doler. Tenía los dedos entumecidos por el frío y, cuando los introduje aún más en la roca, sentí un fuerte calambre. Contuve la respiración, apreté los dientes para soportar el dolor que estaba a punto de sobrevenirme, apreté las rodillas e intercepté una línea.
Justo en ese momento, la línea me invadió y con un grito ahogado, me puse rígida. Hubiera querido evitarlo, pero no pude.
—¿Rachel? —preguntó Ivy, acercándose con expresión preocupada.
El estómago me daba vueltas y jadeé para no tener que vomitar. Las oleadas de energía de la línea adyacente estaban provocando que me mareara, y cada uno de los nervios de mi cuerpo sentía la fuerza que fluía a través de ellos.
—Estoy… bien —acerté a decir, incapaz incluso de pensar en las palabras adecuadas. Por lo general, en estos casos se utilizaban tres hechizos, y mi padre me los había enseñado todos, incluyendo otro más que se utilizaba solo cuando la situación era desesperada. ¡Oh, Dios! Aquello era horrible.
De nuevo, inspiré profundamente para coger fuerzas y contuve la respiración, esforzándome por pensar más allá del dolor y el mareo. La fría mano de Ivy se posó sobre mi hombro y mi respiración estalló mientras sentía que su aura se deslizaba para cubrirme, tranquilizándome.
—¡Lo siento! —gritó Ivy retirando la mano, y estuve a punto de derrumbarme al sentir que el dolor regresaba.
—¡No! —grité alargando el brazo para agarrarle la mano y que el dolor se desvaneciera de nuevo—. Me estás ayudando —dije observando cómo su miedo a hacerme daño daba paso a la extrañeza—. Cuando me tocas, el dolor desaparece. No me sueltes, por favor.
Y allí, bajo la tenue luz de la linterna, Ivy tragó saliva y me apretó los dedos con fuerza. No era perfecto. Todavía podía percibir cómo me atravesaba la energía de la línea, pero al menos no me sentía tan desprotegida y el dolor agonizante que me recorría los nervios había disminuido. Entonces recordé lo que había sucedido el pasado Halloween, cuando me mordió por última vez. Justo antes de que perdiera el control, nuestras auras se habían transformado en una sola. ¿Estaba experimentando los efectos retardados de aquello? ¿Acaso mi aura y la de Ivy eran la misma y podían protegerse mutuamente cuando una de las dos se encontraba en peligro? ¿Se trataba de amor?
Edden se situó junto a nosotras, sin saber qué pensar, e, inspirando lentamente, aumenté la presión de mi otra mano sobre la puerta.
—
Quod est ante pedes nemo spectat
—susurré.
Al ver que no sucedía nada, me revolví inquieta.
—
Quis custodiet ipsos custodes
—intenté de nuevo.
Edden se sacudió los pies contra el suelo.
—Déjalo, Rachel. No pasa nada.
Mi mano empezó a temblar.
—
Nihil tam difficile est quin quaerendo investigari posit
.
Aquel sí que funcionó, y yo retiré la mano cuando sentí que el escalofrío de respuesta procedente del hechizo enterrado en el cemento provocaba un chasquido en mi alma. «Nada es tan difícil que buscándolo no pueda encontrarse». No podía ser otro.
Entonces me eché atrás, liberando la línea, e Ivy buscó mi rostro con la mirada. Inmediatamente me soltó la mano y yo la cerré en un puño. Edden, por su parte, apoyó los dedos en la curva de la manivela y tiró. La puerta crujió e Ivy retrocedió de golpe con la mano sobre el rostro.
—¡Joder! —exclamé, respirando con dificultad y cayendo también hacia atrás. Casi me tropecé con Edden cuando reculó al sentir el intenso hedor. La luz de la linterna iluminó la expresión asqueada de su rostro. Fuera lo que fuera lo que había allí dentro, llevaba mucho tiempo muerto y la rabia empezó a apoderarse de mí. Kisten había logrado matar a nuestro agresor. Y ahora, ¿a quién le iba a gritar yo?
—Sujétame esto —dijo el capitán de la AFI pasándome la linterna. Yo dejé el farolillo en el suelo y la cogí. Edden abrió aún más la puerta, dejando al descubierto poco más que un oscuro pasillo. El hedor, a viejo y a podrido, se extendió. No se trataba del simple olor a descomposición, que se habría mitigado con el frío y, quizás, con el paso del tiempo, sino del pestilente tufo a muerte de los vampiros que permanecía hasta que el sol o el viento tenían ocasión de dispersarlo. Recordaba al incienso echado a perder, a flores marchitas, a musgo podrido y a sal del mar Muerto. Resultaba tan desagradable que no podíamos entrar. Era como si el oxígeno hubiera sido reemplazado por un aceite espeso, putrefacto y venenoso.
Edden volvió a coger su linterna y, tapándose la nariz con los dedos, enfocó el suelo para descubrir dónde se encontraban los límites de la estancia. Permanecí inmóvil, pero Ivy se aproximó y se detuvo en el umbral. Tenía las mejillas húmedas por las lágrimas y el rostro descompuesto. Edden se desplazó para colocar su hombro delante de ella, pero era el olor lo que le impedía la entrada, no su presencia.
El suelo tenía el mismo olor a piedra y polvo y las paredes eran de cemento. Sobre el terreno había una costra negra, arrugada y agrietada, del color de la sangre seca. Edden la siguió hasta el muro, donde encontró una serie de arañazos que surcaban el hormigón.
—Vosotras quedaos aquí —dijo el capitán, con voz jadeante, tras haber inspirado profundamente para poder pronunciar aquellas palabras. Asentí y él paseó rápidamente la luz por el resto de la habitación. Era un desagradable tugurio con un catre artificial y una caja de cartón que hacía las veces de mesa. En el suelo desnudo, junto a otro pequeño charco de sangre putrefacta, se encontraba el cadáver corpulento de un hombre negro, bocarriba y con los brazos en cruz. Llevaba puesta una camisa, desabrochada, que dejaba ver que le habían arrancado la garganta. La cavidad abdominal también estaba abierta, casi como si un animal hubiera estado escarbando en ella, e imaginé que los montoncitos apilados junto a él eran sus vísceras.
Era difícil discernir si lo habían atacado en un momento en que no llevaba pantalones, o si el agresor se los había comido. Los vampiros no hacían esas cosas. Al menos yo no había oído nada semejante. Y aquel no era el hombre que yo recordaba haber visto en el barco de Kisten.
La luz de la linterna de Edden temblaba mientras iluminaba el cuerpo. ¡Maldición! Todo aquello no había servido para nada.
—¿Se trata de Art? —preguntó Edden.
Negué con la cabeza.
—Es Denon —dijo Ivy.
Aparté la vista del cuerpo, y, tras mirarla unos instantes, volví a concentrarme en el cadáver.
—¿Denon? —acerté a decir, sintiendo que me hervía la sangre.
Edden apartó la luz.
—¡Que Dios lo ayude! Creo que tiene razón.
De pronto me apoyé en la pared con las piernas temblorosas. ¡Con razón no lo había visto últimamente! Si Denon había sido el pupilo de Art, la mejor manera de vigilar a Ivy era asignársela a su grupo de investigadores. Y la mejor manera de insultarla era obligarla a supervisarme.
—El catre —dijo Ivy, tapándose la boca con la mano—. Enfoca el catre. Creo que hay otro cuerpo, pero no estoy… segura.
Me acerqué y dirigí la linterna cuidadosamente hacia el camastro, pero me temblaba la mano y no estaba del todo claro. Edden había conocido a Denon y habían mantenido cierta amigable rivalidad. Encontrarlo descuartizado no sería agradable, y escuché que tragaba saliva cuando su luz iluminó también el lecho.
En aquel momento guiñé los ojos, intentando dilucidar lo que estaba viendo. Lo que en un principio parecía un montón de ropa y correas…
—¡Mierda! —farfullé cuando conseguí aclararme las ideas. Era un cuerpo gris, retorcido de forma grotesca debido a que los huesos se habían enarcado de forma antinatural durante la lucha entre los dos virus por hacerse con el control, cada uno de ellos intentando hacer del vampiro su particular versión de la perfección. Las sábanas estaban cubiertas de diminutos fragmentos de piel blanca que se habían desprendido con la débil corriente que había provocado la apertura de la puerta. Alrededor del cráneo se amontonaban algunos mechones de pelo negro, y las cavidades que miraban fijamente hacia el techo estaban vacías. De su mandíbula sobresalían unos colmillos el doble de largos que los de un vampiro común y la boca había sido desgarrada, provocando que el maxilar inferior colgara hacia un lado. Una mano a la que le faltaban varios dedos estaba apoyada justo encima. ¡Dios! ¿Se lo habría hecho él mismo?
Ivy dio un respingo y agité la linterna violentamente cuando me di cuenta de que tenía intención de entrar. Con un gruñido, Edden la agarró del brazo y, aprovechando su arrebato, la lanzó contra la pared opuesta del túnel. Ella se estrelló con un sonoro golpazo, con los ojos muy abiertos y cargados de odio, pero él la tenía bien sujeta por el cuello y no pensaba soltarla.
—¡Ni se te ocurra acercarte a esa habitación! —le gritó, inmovilizándola contra el muro, y su voz retumbó con un tono que parecía cargado de compasión—. ¡No pienso dejarte entrar, Ivy! No me importa si me matas. No vas a acercarte a ese… repugnante… —En ese momento respiró hondo, intentando encontrar las palabras exactas—. Ese agujero de mala muerte —concluyó, con los ojos húmedos por las lágrimas—. Tú eres mucho mejor que todo eso —añadió—. No tienes nada que ver con esa perversión. Esa. No. Eres. Tú.
Ivy no intentaba resistirse. Si hubiera querido hacerlo, habría podido romperle el brazo sin apenas inmutarse. Las lágrimas resplandecieron en la luz cuando bajé la linterna.
—Kisten murió por algo que yo hice —dijo, conforme la rabia se iba transformando en sufrimiento—. Y ahora no puedo hacer nada para librarme de este dolor. ¡Está muerto! ¡Art me arrebató también eso!
—¡¿Y qué piensas hacer?! —le gritó Edden, haciendo resonar su voz—. ¡El vampiro está muerto! No puedes vengarte de un cadáver. ¿Quieres hacerlo pedacitos y tirarlos contra las paredes? ¡Está muerto! ¡Déjalo o te arruinará la vida y volverá a ganarte la partida!
Ivy lloraba en silencio. Edden tenía razón, pero no sabía cómo convencerla de ello.
Finalmente, el capitán me arrebató la linterna y se giró.
—¡Míralo, Ivy! —dijo, apuntando directamente hacia el cadáver—. ¡Míralo y dime que esto es una victoria!
Ella se tensó como si fuera a gritar pero, inesperadamente, las lágrimas se desbordaron y se rindió.
—¡Hijos de puta! ¡No eran más que unos hijos de puta! ¡Los dos!
El intenso frío se apoderó de lo más hondo de mi ser y me quedé mirando los pedazos retorcidos que habían quedado. Todavía recordaba vivamente el olor a polvo de los dedos de Art sobre mi piel, mientras miraba sus manos rotas y los restos de piel adheridos a los huesos. Podía sentirlos en mi garganta y en mi muñeca. Había sido una muerte muy dura que lo había dejado momificado convirtiéndolo en una grotesca caricatura de extremidades contorsionadas y huesos desencajados mientras los dos virus vampíricos luchaban por hacerse con el control, resquebrajándolo hasta que no pudo sobrevivir ni siquiera como no muerto.