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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (82 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Me hubiera gustado avanzar con rapidez pero, mientras me alejaba junto a Ivy, mis pies apenas conseguían arrastrarme.

La luz se balanceó en la mano de Edden mientras esperaba a que finalmente llegáramos a las escaleras.

—Antes de que te marches, me gustaría tomarte declaración —dijo, y yo hice un ruidito de asco.

Horas. Si me iban a tomar declaración, me tiraría allí varias horas. Junto a nosotras, aunque ligeramente retrasado, Edden iluminó el túnel con su linterna.

—De manera que fue así como Mia y Remus lo hicieron —dijo, echando un último vistazo a los techos abovedados, que se iban quedando en penumbra a nuestras espaldas.

Esperaba encontrar a alguien con una bata de médico al subir las escaleras. Si me quejaba lo suficiente, me sacarían de allí en una camilla y conseguiría escabullirme sin que me tomaran declaración.

—¿Hicieron qué? —pregunté, estremeciéndome cuando uno de mis pies se topó con un pequeño cúmulo de cemento.

Edden me cogió el otro brazo y me señaló con la barbilla el túnel que se adentraba en la oscuridad.

—Lograron burlar todos nuestros controles —explicó.

Asentí, con la cabeza gacha, mientras caminaba entre ellos.

—¿Qué son exactamente estos túneles? ¿Un escondite subterráneo para vampiros?

—Pertenecen a un antiguo plan de transporte público que comenzó en los años veinte —dijo, adoptando el tono de un instructor, mientras las paredes de la escalera se cerraban a nuestro alrededor—. Muy poco dinero y muchas luchas internas políticas. Inesperados daños estructurales cuando drenaron el canal. Una guerra y una depresión. Nunca se concluyó. Algunos de los túneles se rellenaron, pero quedaron tramos aquí y allá. Resulta más barato inspeccionarlos una vez al año que destruirlos. Por algunos transcurren las tuberías del agua hoy en día.

—Y Mia conocía su existencia porque estaba aquí cuando se construyeron —dije con amargura.

Edden se rió entre dientes.

—Apostaría lo que fuera a que incluso perteneció al comité para embellecerlo o algo parecido. —Emitiendo un pequeño gruñido como si recordara algo, presionó con el pulgar el botón de la radio que llevaba en el cinturón y dijo alzando la voz—: ¡Eh! Que alguien llame a los de mantenimiento y les diga que traigan un candado nuevo. —A continuación, añadió dirigiéndose a mí—: Rachel, yo no soy de los que dicen «ya te lo advertí».

Un arrebato de rabia se apoderó de mí.

—Entonces, lo diré yo en tu lugar —le espeté mientras se me resbalaba el pie y casi me caía por las escaleras—. Te lo advertí. Es una mala hierba, una niña mimada con complejo de diosa. Quiere vivir por encima de la ley y debería haberla tratado como a un animal y cargármela apenas la tuve a tiro.

Con el corazón a mil, cerré la boca en el siguiente paso.

—Aun así, conseguiste detenerla solo con tu magia terrestre —dijo Edden, con una asombrosa serenidad mientras me cogía el otro brazo—. Te estás convirtiendo en una superheroína, bruja.

Me estremecí al recordar los llantos lastimeros de Holly por su mamá cuando se llevaron a Mia atada como una tigresa.

—Tiene gracia —dije amargamente—. Yo me siento como una mierda.

Nadie dijo nada. Dando un paso más, tomé aire y lo dejé escapar. Estábamos a punto de llegar arriba y solo quería volver a casa.

—Edden, ¿te importaría tomarme declaración en otro momento?

Mirándome fijamente a los ojos, asintió con la cabeza.

—Vete a casa. Mandaré a alguien mañana.

—Después de mediodía, ¿vale? —le recordé, tambaleándome cuando la escalera llegó a su fin y nos vimos rodeados por los estrechos límites de una pequeña habitación. Allí hacía aún más frío, y me arrebujé en mi abrigo. No volvería a entrar en calor nunca más.

—¿Te encuentras bien, Rachel? —preguntó Ivy.

Exhalé un fuerte suspiro, pensando en Jenks y echando de menos su apoyo. Haciendo un gesto de dolor, me apoyé aún más en el brazo de Ivy y me puse a temblar. Tenía frío. Los pies se me habían entumecido, y probablemente, cuando se me descongelaran, estarían llenos de cortes. Y la muerte de Kisten, después de que hubiera conseguido eliminarla de mi mente, había extendido el brazo y me había abofeteado con todas sus promesas rotas y su belleza hecha pedazos.

—No —contesté, y me pregunté si tendría que hacer todo el camino de vuelta a la cafetería con los pies descalzos. Edden siguió mi mirada hasta mis dedos blancos y contusionados y, después de murmurar algo sobre un par de calcetines, apoyó la linterna en el suelo y me dejó a solas con Ivy. Yo la miré a los ojos, cuyas pupilas se dilataron al ver mi miedo.

—Mientras estaba inconsciente, recordé la noche en el barco de Kisten —susurré—. Toda.

A Ivy se le cortó la respiración. Desde fuera, oí a Edden pidiendo a gritos, por radio, un coche para que viniera a recogernos.

Tragué saliva. Apenas conseguía articular palabra.

—El asesino de Kisten había estado en los túneles antes de venir a chupar la última sangre de Kisten —dije, con el alma tan fría como la nieve que penetraba en el pequeño cobertizo—. Era eso lo que había estado oliendo durante todo este tiempo —añadí mientras me sacudía la suciedad con desgana—. Era este maldito polvo. Había estado en él y lo cubría de arriba abajo.

Ivy no se movió.

—Cuéntame —me pidió, con los ojos negros y sus largas manos apretadas.

Le eché un vistazo para evaluar la situación, preguntándome si no sería mejor hablarlo en casa con un poco de vino, o incluso en un coche, con un poco más de privacidad, pero si iba a perder los estribos, prefería tener cerca varias docenas de agentes de la AFI armados con pistolas.

—El vampiro había venido a por Kisten —expliqué en voz baja—, y a mí me pilló en medio. Kisten murió de un golpe en la cabeza antes de que el vampiro tuviera ocasión de hacer algo más que olfatear su sangre. Estaba realmente furioso —dije, alzando la voz para no ponerme a llorar de nuevo mientras recordaba la fuerza con la que me sujetaba y mi impotente rabia—, pero entonces decidió convertirme en su sombra para hacerte daño. Kisten se despertó…

Parpadeando rápidamente, limpié las lágrimas de los arañazos de mi mejilla mientras recordaba su mirada confusa y su expresión angelical.

—Su rostro era de una belleza extraordinaria, Ivy —dije, llorando—. Era inocente y salvaje. Recordó que me amaba y, solo por eso, trató de salvarme, de salvarnos, de la mejor manera que pudo. ¿Recuerdas cuando Jenks dijo que yo le conté que Kisten mordió a su agresor? Lo hizo para salvarnos, Ivy. Murió entre mis brazos y su asesino escapó.

La voz se me quebró y me quedé callada. No podía contarle el resto. Allí no. No era el momento.

Ivy parpadeó. Con aquellas pupilas dilatándose lentamente, casi parecía que fuera a tener un ataque de pánico.

—¿Entregó su vida para salvarte? —preguntó—. ¿Porque te amaba?

Yo apreté la mandíbula.

—A mí no. A nosotras. Eligió sacrificar el resto de su existencia para salvarnos a ambas. Ese vampiro te odia, Ivy. No dejaba de repetir que eras la favorita de Piscary y que no podía tocarte, pero que matar a Kisten no era suficiente y que iba a hacerte pagar por meterle en prisión y por obligarle a vivir en la sombra y relegado al olvido durante cinco años.

Ivy retrocedió y, aterrorizada, se llevó la mano a la garganta.

—No se trata de alguien que fue a visitar a Piscary, sino de alguien que estaba en la cárcel al mismo tiempo que él —dijo en un susurro.

Sus ojos se volvieron completamente negros en la penumbra de la sala iluminada por la luz de las linternas, y yo reprimí un escalofrío.

—Es un psicópata. Dijo que mataría a todas las personas a las que habías amado alguna vez, incluida tu hermana, solo para hacerte daño. Después de que Kisten le mordiera, salió huyendo y cayó al agua. Kisten no sabía si había logrado introducir en él la suficiente cantidad de saliva como para iniciar un rechazo del virus. No lo sé con seguridad, pero es posible que siga vivo —concluí arrastrando las palabras, exhausta.

Durante un breve instante, Ivy permaneció en silencio. Después se volvió hacia la puerta y la abrió de golpe con la suficiente fuerza como para estamparla contra la pared.

—¡Edden! —gritó, en la nevada oscuridad—. Sé quién mató a Kisten. Está aquí abajo. Tráeme otra linterna.

33.

—Fue Art. Tuvo que ser Art —dijo Ivy mientras caminaba junto a mí por el vacío túnel, impacientándose porque yo avanzara tan despacio. Habríamos tardado menos si me hubiera llevado en brazos, pero no estaba dispuesta a aceptar algo así.

—¿A qué se debe que, de repente, haya salido a relucir su nombre? —preguntó Edden, y yo me quedé blanca cuando ella se giró hacia él con los ojos negros de rabia.

—Porque soy una imbécil —respondió cáusticamente—. ¿Alguna pregunta más?

—No entiendo por qué no reconociste su olor —dije para distraerla, pero al ver que me miraba fijamente, me di cuenta de que no había servido de mucho.

Ivy inspiró lentamente. Las sombras del farolillo de Mia se movían con nosotros, haciendo que pareciera que no nos movíamos en absoluto. Edden tenía su propia linterna y yo estaba temblando demasiado como para sostener una. Como era previsible, el capitán de la AFI nos había pedido que esperáramos en el coche; sin embargo, como también era de esperar, Ivy estaba tan segura de conocer el paradero del vampiro que comenzó a descender antes de que pudieran detenerla. Por supuesto, nosotros la seguimos. Al menos llevaba los calcetines de Edden, algo que no era previsible, pero que agradecía enormemente.

Poco a poco, Ivy fue liberando la tensión y, una vez se hubo calmado, contestó:

—Fue hace cinco años, y los olores cambian, sobre todo cuando pasas de vivir en una hermosa casa en el centro de la ciudad a una húmeda guarida bajo tierra. Era mi supervisor en la SI. —Ivy apretó la mandíbula. No estaba viendo la oscuridad que se extendía ante nosotros, sino su pasado, moviéndose nerviosa, pero de una forma tan sutil que solo Jenks o yo podíamos notar—. Ya te lo conté, ¿recuerdas? Hice que lo encarcelaran por una de las muertes accidentales de Piscary y así no tener que acostarme con él para escalar puestos en la jerarquía de la SI.

Entrecerré los ojos y Edden adoptó una postura agresiva.

—¿Tú…? —farfulló—. Pero ¡eso es ilegal! —añadió.

Ivy parecía desconcertada. Con la mirada cargada de pensamientos no expresados, me miró y dijo:

—Los vampiros tenemos una concepción algo diferente de lo que es legal y lo que no.

De repente, las cosas empezaron a cobrar sentido y, poco a poco, la rabia empezó a apoderarse de mí mientras me arrebujaba en mi abrigo y avanzaba lentamente situando mis pies fríos uno delante del otro. Cuanto más avanzábamos, más espesos se volvían el peso y la suciedad.

—Así que le metiste en la cárcel por los crímenes de Piscary y te degradaron obligándote a trabajar conmigo, ¿no?

Ivy se detuvo en seco, sorprendida, con la boca abierta por el desconcierto, y dijo:

—No fue exactamente así.

—Sí que lo fue —dije, escuchando la amargura de mi voz cuando el eco me devolvió mis palabras—. Yo fui tu castigo. Nadie pone a una bruja a trabajar con una vampiresa. Aquellas primeras semanas no era capaz de verlo hasta que tú… te relajaste.

Estaba temblando violentamente, pero no pensaba volver a esperar en el interior de un coche.

Con el rostro cubierto por la penumbra, Ivy se me quedó mirando.

—Podría haberme unido a la división Arcano, pero elegí trabajar a pie de calle. Que te nombraran mi compañera es una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida.

Edden se aclaró la garganta, incómodo, y yo sentí que las mejillas se me encendían. ¿Qué podía responder a aquello?

—Lo siento —mascullé mientras ella miraba hacia delante.

—¿Ivy? —La voz de Edden sonaba cansada. Llevábamos caminando más de cinco minutos, la radio no le funcionaba y no estaba nada contento—. Aquí abajo no hay nadie. Entiendo tu deseo de buscar, pero los túneles se inspeccionan todos los años. Si hubiera un vampiro, vivo o muerto, a estas alturas ya habrían encontrado pruebas.

Ivy se le quedó mirando como si fuera a darse media vuelta y marcharse.

—¿Quién los inspecciona? —preguntó, alzando la ceja con determinación—. ¿La AFI? ¿Humanos? Los inframundanos colaboraron en la construcción de estos túneles tanto como los humanos. Seguro que hay refugios o guaridas secretas para vampiros que hayan caído en la indigencia. Un lugar donde esconderse antes de abandonarse, desesperanzados, a la luz del sol. Art está aquí abajo. Llevo tres meses rastreando la ciudad. No estaba buscándolo a él, pero si hubiera estado merodeando por ahí, alguien lo habría visto. —La expresión de su rostro se tornó aterradoramente sosegada—. Es el único sitio que queda.

Edden se detuvo y, metiéndose la linterna bajo del brazo, entreabrió las piernas adoptando una actitud inamovible. Acto seguido inspiró profundamente y, de pronto, Ivy se situó delante de él. Sorprendido, el capitán de la AFI liberó el aire de sus pulmones y dio un paso atrás.

—No pienses que ya eres tan grande como para hacer que me vaya y tú poder regresar aquí abajo y encontrarlo solito —dijo la vampiresa quedamente—. Sin mí, no encontrarás jamás su escondrijo, y si le pides ayuda a la SI, entrarán directamente para, poco después, volver a la superficie sin ti.

Tenía toda la razón, y yo cambié el peso del cuerpo a la otra pierna mientras Edden se quedaba pensando. Claramente molesto, realizó una larga y lenta exhalación.

—Está bien. Cinco minutos más.

Nos pusimos en marcha de nuevo, con Ivy tomando la delantera, hasta que se acordó de mí y aminoró el paso. Debería haber estado en Carew Tower, celebrando el Año Nuevo, pero no, allí estaba, arrastrándome bajo la ciudad en busca de un vampiro muerto. En aquel momento, lo único que me mantenía en pie era la rabia. Ford me había dicho que era una buena persona y, aunque lo deseaba con toda mi alma, ya no estaba tan segura de que estuviera en lo cierto.

De pronto, sin previo aviso, Ivy levantó la cabeza y se detuvo, inspirando profundamente. La linterna que tenía en la mano empezó a moverse a toda velocidad, dibujando sombras en las paredes, y el susurro de nuestros pies retumbó de un modo espeluznante cuando Edden y yo nos detuvimos. La adrenalina se apoderó de mí. Mi compañera de piso olfateó el aire y retrocedió algunos pasos deslizando la mano por la superficie uniforme del túnel a la altura del hombro.

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