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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (77 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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¡
Oh, oh
!
Esto no pinta nada bien
… Ajena a lo que estaba sucediendo, Holly comenzó a dar golpecitos en la zona del suelo iluminada por la linterna, fascinada por la sombra que creaba su manita regordeta, e intentando cogerla. Fue entonces cuando se puso de rodillas y empezó a gatear, persiguiendo las voces que retumbaban en las paredes. Miré hacia el desnivel. Se encontraba demasiado cerca para mi gusto.

—Mia… —le advertí, pero no me estaba escuchando.

Mia entrecerró los ojos y cambió de postura. Irguiendo la espalda y aumentando de estatura, se convirtió en una diosa agraviada, con un rostro hermoso y calmado, pero salvaje y sin piedad. Era una reina, alguien capaz de decidir quién vivía y quien moría, y sus ojos brillaban como trozos de carbón. ¡Oh! Estaba muy, pero que muy cabreada.

—¡Cuidado, Tom! —grité cuando Mia se abalanzó sobre él, con los dedos contraídos como si fueran terribles garras.

Tom la miró aterrorizado y Mia, sin apenas esforzarse, le arrebató la varita de un golpe.

—Vais a morir todos para alimentar a mi hija —dijo, pareciendo mucho más pequeña cuando se situó delante de él—. Y después seguiré absorbiendo vuestra vida durante el resto de la eternidad.

—¡Detente, Mia! —grité, apuntándole con mi pistola—. No voy a permitir que lo mates. Pero tampoco dejaré que se lleve a tu hija. Déjalo en paz. Retrocede y encontraremos una solución. Te lo prometo.

Mia vaciló. Una de dos, o estaba reconsiderándolo, o elucubrando la manera de matarnos a todos a la vez.

—Lo digo muy en serio, Mia —insistí, y la mano con la que sujetaba a Tom empezó a temblar mientras una gota de sudor descendía por el rostro del brujo. Era consciente de lo cerca que se encontraba de la muerte, y no tenía muy claro si me tomaría la molestia de salvar su penoso culo o no. Honestamente, ni yo misma sabía por qué me preocupaba.

Holly soltó un chillido de satisfacción y, de golpe, dirigí la mirada hacia ella. El miedo se apoderó de mí y a punto estuve de echar a correr. Ajena a la rabia de los adultos e inmune a ella por culpa de su historia personal, la niña jugueteaba con la cambiante luz, caminando con paso inseguro, hipnotizada por las sombras que proyectábamos sobre la pared curvada del túnel. Se encontraba al borde del foso. Balanceándose, comenzó un inquietante balbuceo, y el rostro de Mia parecía dividido por la indecisión. Si se movía, Tom se apresuraría a recuperar su varita, y si no lo hacía, su niña se precipitaría.

—¡Ford! ¡No! —grité cuando lo vi lanzarse a por la pequeña niña, vestida con su bonito mono rosa.

—¡Ya te tengo! —exhaló justo en el momento en que ella tropezaba, agarrándola. Ambos aterrizaron en el frío suelo mientras Ford dejaba escapar un resoplido. Holly cayó con fuerza sobre el pecho del psiquiatra, pero Ford la tenía agarrada.

—¡Oh, Dios… Ford! —dije, respirando aliviada cuando la niña levantó la vista y se le quedó mirando, sonriéndole del mismo modo que me había sonreído a mí… justo antes de arrebatarme el aura y succionarme el alma. No podía moverme. Si lo hacía, Mia nos mataría a todos.

Holly alargó sus rellenitos brazos y le dio unas palmaditas en la cara. Ford soltó un grito ahogado y Mia entrecerró los ojos con expresión de satisfacción. La ira se apoderó de mí y aferré la empuñadura con fuerza. ¡Maldita sea! No sabía a quién disparar. ¿
A la niña, quizás
? Y, con un nudo en la garganta, dirigí la pistola hacia ella.

—¡No! —acertó a decir Ford. De pronto, el dedo con el que estaba a punto de apretar el gatillo se relajó. ¿
Se encuentra bien
?

Todos nos quedamos mirando al psiquiatra encorvándose alrededor de Holly, sacudiéndose en un espasmo antes de inspirar profundamente.

—Se ha ido —gimió, casi en un sollozo. Ignorando nuestra presencia, las lágrimas recorrieron su cansado rostro cubierto de arrugas—. No, ese no, Holly —susurró. Parecía exhausto—. Ese es mío. Coge el resto. Eres un ángel. Un hermoso e inocente ángel.

El corazón empezó a latirme con fuerza. Mia estaba mirando a Ford estupefacta. La niña le estaba tocando la cara, sintiendo su barba incipiente y balbuceando. No lo estaba matando. Estaba… No sabía lo que estaba haciendo, pero las lágrimas de Ford eran de alivio, no de dolor.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Tom, y sentí que interceptaba una línea.

¡Maldición! Yo no podía interceptar una línea. ¿Estaba jugando a las palmitas con un experto en magia negra y lo único que tenía era un hechizo narcótico?

—No lo sé. —En ese momento desvié la mirada hacia Mia—. Quizás ha adquirido control sobre sí misma.

Mia observaba la escena con la boca abierta. Era evidente que estaba sorprendida de que hubiera otro hombre capaz de tener a su hija en brazos.

—Es demasiado pronto —dijo en un susurro. Sus pies arañaron el suelo al moverse hacia ellos—. ¿Holly?

Holly parloteaba en los brazos de Ford, y la pureza de su voz retumbó en los fríos y curvos techos que se alzaban sobre nuestras cabezas.

—Entonces, supongo que ya no os necesito, ¿verdad? —dijo Tom de repente.

Sentí que soltaba la línea luminosa y, dejándome llevar por mi instinto, alcé la pistola y apreté el gatillo. Una pequeña bola azul golpeó a Tom en el centro del pecho, pero era demasiado tarde. Una horrible bola verde estaba ya en el aire.

—¡Abajo! —grité, y luego me tiré al duro cemento justo en el momento en que una explosión de chispas verdes me echaba el pelo hacia atrás. Me dolían los oídos, y cuando alcé la vista, descubrí a Mia levantándose del suelo. Ford estaba inconsciente, con una brillante neblina verde rodeando su aura. Aparentemente, se debía al hechizo de Tom. El brujo tampoco se movía. ¡
Toma
!
Esta vez te he pillado
.

Esforzándome por ponerme en pie, fui a por Mia, asestándole una patada lateral en plena barriga. El impacto me hizo caer al suelo, y la mujer se estampó contra la pared. Su cabeza golpeó el cemento y se desplomó. ¡Ups!
No debería haberlo hecho
. Pero ¡maldita sea! ¡Qué a gusto me había quedado!

Miré a Ford y descubrí que la neblina verde había desaparecido y que Holly lloraba junto a él, en la curva que formaba su cuerpo. Ford apartó su cara del cemento y una gran sensación de alivio me invadió. Estaba vivo.
Gracias, Dios mío
. Me puse en pie, me arreglé el abrigo frotando mi dolorida mano contra el lugar en el que me había arañado y donde probablemente me encontraría una nueva magulladura al día siguiente. Pero estaba hecho. Solo faltaba dejarlo todo reluciente.

¿
Pensaba raptar a la niña
?, me pregunté con un estremecimiento y dando la vuelta a Mia con un pie. Echando un vistazo a la pistola que tenía en la mano, consideré la posibilidad de dispararle una de las pocas pociones adormecedoras que me habían quedado, ya que no podía alzar un círculo para retenerla. Pero si le había provocado una conmoción cerebral, el hechizo hubiera podido provocar que entrara en coma. Tendría que limitarme a verla como la depredadora que era hasta que la AFI diera conmigo. Porque Mia era una depredadora. Una maldita tigresa. Un cocodrilo derramando lágrimas de cocodrilo.

—Quédate aquí, cariño —susurré a Holly cuando se acercó a gatas y le di suaves palmaditas en la cara, pero ella rompió a llorar. No podía ayudarla. ¡Oh, Señor! ¿Por qué me sentía como el malo de la película?

De pronto se escuchó un suave chirrido de la madera al arañar el cemento, y empuñé la pistola en aquella dirección. Se trataba de Tom, que no solo se había despertado, sino que se estaba moviendo. Lo observé boquiabierta mientras recuperaba la varita del suelo con la mano vendada y me miraba a través de sus cabellos enredados, transmitiendo odio en cada uno de sus movimientos. Le había dado. ¡Estaba segura de haberle dado! ¡Aquello no era justo!

—Ropa antihechizos —explicó, frotándose la nariz y enjugándose la sangre—. ¿De veras creías que iba a enfrentarme a ti sin nada que neutralizara tus infames hechizos narcóticos? Tienes que diversificar, Rachel.

Entrecerré los ojos y moví la pistola.

—Si te doy en un ojo, estoy segura de que te dolerá —lo amenacé.

—No. Te. Muevas —dijo, y me quedé petrificada. Aquella varita era mucho más peligrosa que mis hechizos. Al ver que nadie se estaba ocupando de Holly, sus ojos adquirieron un brillo de satisfacción.

—Tom —dije, sacudiendo la cabeza a modo de advertencia—, no seas estúpido. Si le entregas la niña a la Walker, Mia te matará.

—Creo que estará mucho más enfadada contigo que conmigo —dijo, haciendo girar la varita con destreza—. Al menos hasta que haya acabado con ella. Y ahora apártate. Aléjate de la niña.

No tenía nada. Bueno, tal vez podía seguir hablando con él hasta matarlo de aburrimiento.

—Esto es una mala idea —dije, alejándome mientras él se acercaba y me apartaba de Holly con su mera presencia—. Piénsalo. No vas a salir indemne de esta y, en caso de que lo consiguieras, no seguirías con vida por mucho tiempo.

—¡Como si tú fueras capaz de distinguir una mala idea de una buena! —sentenció, haciéndome señas con la varita para que siguiera reculando—. Si un humano puede tocar a la niña, yo también —añadió, levantándola.

—¡Tom! ¡No! —exclamé. Holly emitió un espeluznante gemido de placer y satisfacción que me llegó hasta lo más profundo de mi ser. El brujo se puso rígido, con los ojos desorbitados y la boca abierta como si emitiera un aullido silencioso. Cayó al suelo de rodillas y yo tiré de la niña con intención de separarla de él, pero lo único que conseguí fue caerme hacia atrás y quedarme en el suelo, muerta de miedo, mientras una luminosa oleada de energía estallaba de su interior. No podía verla (era invisible a mis ojos), pero estaba ahí. Podía sentirla, y un hormigueo recorrió mi piel como si un millar de veranos estuvieran oprimiéndome, en la sofocante oscuridad de aquella sala subterránea.

El grito de dolor de Tom retumbó en los techos abovedados escuchándose otras mil veces. Arqueando la espalda, se quedó colgando, balanceándose, mientras Holly apretaba su mano contra la mejilla de él, imbuida por el éxtasis.

—¡Holly, no!

Recordando mi pistola, apunté hacia Holly y apreté el gatillo, pero la bola se desvió cuando alguien me golpeó el brazo.

Sorprendida, me quedé rezagada al ver a Al. Pierce se encontraba detrás de él, con una expresión de miedo que me hizo sentir un escalofrío en lo más profundo de mi ser.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, estupefacta.

Sin embargo, el demonio, con su levita de terciopelo verde y su piel rojiza, se limitó a sonreír.


Celero inanio
—susurró, y aullé, soltando de golpe la pistola, que estaba repentinamente caliente.

—¡Maldita sea, Al! —dije sacudiendo la mano con frustración—. ¿Qué estás haciendo?

—Mantenerte con vida, bruja piruja. —Acto seguido alzó una mano hacia atrás a modo de advertencia y Pierce retrocedió—. Quédate ahí quieto o romperé el pacto y estarás realmente muerto.

¿
Pacto
?

Tom aulló de dolor. No me importaba que fuera un brujo negro. Nadie debería morir de aquel modo. Desistiendo de la posibilidad de que Al o Pierce me ayudaran, eché a correr para ayudarle, hasta que Al me puso la zancadilla. Jadeando, me caí, y el dolor hizo que el mundo se volviera blanco cuando el cemento raspó mi rostro sin que yo tuviera tiempo de evitarlo. Levanté la vista, pero permanecí callada por la sorpresa.

Es la vida de Tom
, pensé, desesperada, sacudiéndome el pelo de delante de los ojos. Holly se estaba apoderando de él de la misma manera que había intentado apoderarse de mí. La sala latía con la fuerza del alma de Tom, un latido oculto de ambición que cuantificaba su vida. Podía sentirlo mientras le arrebataban el aura y no le quedaba nada que mantuviera unida su alma a su voluntad. Y estaba desvaneciéndose.

Un suave ruido de zapatos arrastrándose detrás de mí fue mi única advertencia, y grité de nuevo cuando Al me obligó a ponerme en pie de un tirón. Él sonrió de oreja a oreja, con sus compactos dientes reluciendo a la luz de la linterna de Mia.

—Demasiado tarde —dijo sonriendo, mientras observaba con una macabra expresión de embeleso, casi cayéndosele la baba, la muerte del brujo negro, haciendo que me preguntara si estaba allí para cobrarse una deuda.

Ford había perdido el conocimiento, derrotado por las emociones de la sala. El aire martilleaba, con luminosos pensamientos de color blanco, toda una vida de conversaciones susurradas en el límite de mi conciencia. Pero se estaban desvaneciendo. Holly emitió un gritito de sorpresa y satisfacción cuando Tom se desplomó por completo. El negro latido que martilleaba mi mente fue absorbido, desapareciendo en el olvido, y yo me tambaleé, retrocediendo, de manera inconsciente, hasta los brazos de Al. La niña se puso de pie con torpeza y caminó balanceándose hasta su madre, que se encontraba de rodillas, sonriendo y extendiendo los brazos para cogerla. ¡Santo Cielo! Tom estaba muerto. Mia estaba despierta. Y Holly había aprendido a caminar.

—Suéltame, tengo que… capturarla —concluí débilmente. Pero ¿con qué?

Probablemente el calor había hecho estallar los hechizos narcóticos de mi pistola.

El demonio me sujetó todavía con más fuerza cuando intenté zafarme.

—Todavía no —dijo, haciendo que un dolor lacerante me subiera por todo el brazo mientras me lo retorcía—. Necesito algo.

Yo me quedé mirándolo fijamente.

—¿Que necesitas qué?

—Esto.

Inesperadamente tiró de mí y la cabeza me cayó hacia atrás. Los oídos me pitaron y me tambaleé. Pierce protestó, pero fue el suave y limpio tacto del terciopelo contra mi cuello el que me cogió y me acunó cuando estuve a punto de caer al suelo.

—Lo siento mucho, bruja piruja —se disculpó dejándome cuidadosamente en el suelo.

El olor a ámbar quemado y a moho me hizo sentir náuseas e intenté concentrar la vista en un punto. Estaba muy mareada.

El frío me subió poco a poco por la espalda, aunque llevar abrigo no fue suficiente para mantenerme caliente. Sentí un momento de pánico al ver el brillante cuchillo de oro en su mano cuando se agachó junto a mí, pero no podía hacer nada. Al me dio unos ligeros golpecitos en la mejilla que dolieron como un pinchazo, y yo intenté, en vano, apartarlo de mí de un empujón.

—Eres una fuente de recursos —dijo, de un humor estupendo, mientras me cogía de la muñeca—. Jamás hubiera podido planear algo así, bruja, pero las cosas buenas parecen seguirte como un cachorrillo.

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