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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (78 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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¿
Buenas
?, me pregunté. ¿Estaba loco?

—¿Qué estás haciendo…? —acerté a decir, intentando que me soltara el brazo.

Colocándose el cuchillo entre los dientes de manera provisional, Al sacó del bolsillo de su chaqueta la botella negra de poción que me había quitado.

—Necesito una minúscula cantidad de tu sangre, cariño —dijo, cuando se quitó el cuchillo de la boca—. La necesaria para invocar el excelente hechizo que cocinaste para mí.

¿El hechizo de Pierce? El pánico se apoderó de mí cuando dejó la poción a un lado y agarró el cuchillo. Detrás de él, el fantasma estaba de pie con los puños apretados, claramente disgustado porque no iba a hacer nada.

—Pa… para —dije, dando un respingo por el dolor helado de la cuchilla—. ¡Para, Al! —grité, intentando que me soltara la muñeca.

—Los privilegios del maestro —dijo mientras agitaba la poción con las tres gotas de sangre en su interior—. Puedo reclamar todos y cada uno de los hechizos que prepares. Ya lo hemos discutido anteriormente. —Ladeando la cabeza, me miró por encima de los cristales ahumados de sus gafas. Seguidamente, como si hiciera un brindis, alzó la poción—. Mío.

Se puso en pie, y yo, jadeando, me llevé la mano al cuello y me senté. Sentía un dolor punzante en el dedo, y me lo miré, viendo que el corte atravesaba de arriba abajo el bucle más cerrado de mi huella dactilar. No estaba realizando el hechizo correctamente. Debería haber derramado la sangre sobre una piedra ahuecada y permitir que se dispersara. Estaba utilizando mi poción, pero ¿para qué?

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, verdaderamente horrorizada, pero él alzó el cuerpo de Tom de un tirón y vertió la poción en la boca del cadáver. ¿Estaba intentando resucitarlo?

Al dejó caer el cuerpo y se giró con un movimiento desenfadado.

—No puedo tener un cadáver como familiar. Sería una torpeza. La gente murmuraría. Y contigo perdiendo el tiempo, necesito un verdadero familiar. Gracias, cariño. Este me irá de perlas. Que disfrutes de lo que queda de noche. Este es mío. Se trata de un acuerdo previo. No lo estoy raptando, bruja piruja —concluyó, echándose a reír.

Me levanté como pude con una mano en el estómago. Al estaba utilizando mi poción, ¿para qué?

Creo que ha utilizado mi poción para mantenerlo con vida
. ¡Pero no era culpa mía!

—Gracias, cielo —dijo, y con una sonrisa perversa, agarró a Tom y desapareció.

Se ha llevado a Tom
. ¡
Por todos los demonios
!
Se ha llevado a Tom. Y creo que ha utilizado mi poción para evitar que muera
.

—¡Al! —grité, aterrorizada porque hubiera sido mi hechizo el que había permitido aquello. ¡No era culpa mía! Cuando juegas con magia negra, tienes que atenerte a las consecuencias.

La luz se movió y, tras darme la vuelta, descubrí que estaba sola allí abajo, con un agente de la AFI inconsciente y una banshee muy, pero que muy cabreada. Pierce había desaparecido. Un montón de ropa y el abrigo robado marcaban el lugar en el que había estado. Maldije a Al, pensando que había raptado a los dos brujos y que se había marchado. Por lo visto, Tom era más importante que cumplir su palabra.

Mia tenía a Holly en la cadera, y la niña me observaba con unos ojos tan negros como los de su madre, tan inocente e indulgente como la muerte en persona. Retrocedí mirando mi pistola de pintura, completamente inservible. No podía alzar un círculo, ni echar a correr tras una banshee sin respaldo (y para colmo, enfadada) sin acabar con el culo al aire. Pero aquella noche había salido de casa dispuesta a convencer a Al de que dejara de raptar gente, no para salvar al mundo de una banshee que había tenido un mal día.

—Morirás por tu participación en todo esto —me espetó la mujer.

—Intenté ayudarte —dije agarrando la parte posterior de la camisa de Ford y arrastrándolo para que quedara fuera de su alcance. Estaba consciente, pero no iba a resultar de gran ayuda, pues no todavía no era capaz de sentarse por sí mismo.

—Estás sola —dijo la mujer, dejando a Holly en el suelo.

—¿Y? —dije como una tonta, y luego solté un grito ahogado y retrocedí cuando la mujer se abalanzó hacia mí, con las manos extendidas.

—¡Rachel! —gritó Ford, arrastrando las palabras, y yo tropecé con sus piernas.

Perdí el equilibrio, con Mia encima de mí, ambas por el suelo. El aire de mis pulmones salió con un rugido e intercepté una línea, desesperada. El dolor me golpeó mientras el calor de la línea luminosa empezó a quemar mis neuronas y mis sinapsis, que carecían de protección, y cuando sus manos entraron en contacto con mi rostro, grité mientras el aura se me desprendía del alma.

—¿Crees que puedes matarme? —la desafié—. ¡Adelante! —la animé jadeante—. ¡Alégrame mi maldito… día!

Ella me enseñó los dientes, a pocos centímetros de mí. Respiraba entrecortadamente, tenía una mirada brutal, aumentada por un instinto salvaje. Pero había luchado contra Ivy, y aquello no me asustaba. La línea zumbaba a través de mí, y dejé que la tomara. Dejé que la tomara toda.

Mia soltó un aullido. Clavándome las uñas en la mandíbula, su agonía retumbaba a través de mí como su voz retumbaba contra los techos abovedados de piedra que se alzaban sobre nuestras cabezas. Gritó de nuevo, y apreté los dientes sin soltar la línea a pesar de que me estaba quemando. La energía fluyó en su interior, quemando su mente y su cuerpo, pero no estaba dispuesta a rendirse. El olor a frío polvo y al aire olvidado me invadió, y luego sus ojos se abrieron contra el tormento.

Más negros que el pecado de la traición, fijó sus ojos en los míos, respirando con dificultad por la agonía.

—Si fuera tan sencillo —dijo, dando claras muestras de su sufrimiento—, habría muerto antes de llegar a los veinte.

Por unos segundos vacilé y ella, al verlo, aprovechó para arremeter contra mí.

Fue como si el mundo se hubiera vuelto del revés. Con una extraña sensación de vértigo, me arrebató mi delgada aura. El dolor me atravesó con una fuerza inusitada mientras la línea luminosa que había interceptado me golpeó, completamente pura y sin filtro alguno. Mi cuerpo experimentó una sacudida, dándole un empujón instintivo, pero ella me tenía inmovilizada contra el suelo. La línea todavía fluía, pero no podía soltarla porque era evidente que a ella también le estaba haciendo daño. El dolor estaba grabado en su frente, que estaba cubierta de sudor. Entonces soltó un grito ahogado y contuvo la respiración. Por detrás de su dolor, podía ver cómo mi alma penetraba en ella, junto con mi energía vital. Si no conseguía evitar que siguiera apoderándose de mi alma, me iba a matar, independientemente de la línea luminosa.

—Rachel… —oí decir desde detrás del estruendo de mis oídos, y después alguien nos separó con violencia. Mia me soltó mientras caía hacia atrás. El frío aire del túnel me golpeó, y solté un gruñido cuando la fuerza de la línea regresó a mi interior como un bumerán. Incapaz de respirar, me hice un ovillo y me llevé las manos al estómago, dolorida. Mi rostro se raspó otra vez con el cemento polvoriento, e inspiré con todas mis fuerzas como si el aire pudiera ayudarme a encontrar mi alma. Todavía la tenía. Todavía poseía parte de mi aura, de lo contrario, estaría muerta. Y no me parecía estar muerta. El dolor era demasiado intenso.

Dejé escapar un gemido de dolor.

—¡Dámela! —aulló Mia, rasgando mi conciencia con su áspera voz. Volví la cabeza y entorné los ojos. Dolía. ¡Dios! Incluso aquel pequeño esfuerzo resultaba tremendamente doloroso, pero los encontré. Ford tenía a Holly en brazos y la niña miraba a su iracunda madre pestañeando, pero no parecía disgustada. Ford tenía mi pistola de pintura y mantenía alejada a Mia. Los hechizos debían de haber explotado, de lo contrario habría perdido el conocimiento con solo coger el arma. Lo que no me entraba en la cabeza era cómo podía sujetar a la niña mientras que Tom no era capaz de ello.

—¡Aliméntate de él, Holly! —gritó la banshee, y Ford, que la tenía apoyada en la cadera, la alzó unos centímetros.

—Ya lo está haciendo —dijo el psiquiatra, con el rostro contraído por la emoción. Entonces, intentando adoptar una expresión algo más calmada, añadió—: Se está alimentando de todo lo que encuentra en mi interior, excepto de lo que realmente me pertenece. En este momento los únicos sentimientos de mi mente son los míos propios. Y déjame decirte una cosa, Mia: eres una criminal. Ayudaste a construir nuestra sociedad y tendrás que regirte por nuestras normas.

—¡No! —bramó, arremetiendo contra él. Al caer, el rojo destello de la linterna me deslumbró. De pronto lo vi todo de color gris, mientras el intenso dolor de cabeza casi me hizo perder el conocimiento. O eso o la luz se había roto. Gimiendo, escuché la suave explosión de mi pistola de pintura y el ruido seco de algo al caer al suelo.

—Tranquila —oí susurrar a Ford con un tono de voz tan agudo que supuse que estaba hablando con Holly—. Tu mamá se encuentra bien, pero va a dormir durante un buen rato. Y la podrás ver todos los días, Holly. Te lo prometo. Quédate aquí con ella. Vuelvo enseguida.

No podía respirar. Sentía un dolor inmenso en el pecho.

—Rachel, ¿te encuentras bien? —preguntó Ford, con voz angustiada. Sentí que me daba la vuelta y levantaba mi cabeza del frío cemento. Sus masculinos dedos recorrieron mi rostro, pero no sabía muy bien si tenía los ojos abiertos o cerrados. Sentía tanto frío y temblaba con tal violencia que el dolor se hacía aún más intenso.

El polvo de sus manos se convirtió en una húmeda arenilla cuando me enjugó las lágrimas, y el olor a cemento aumentó hasta filtrarse a través de mis pensamientos, mezclándose con mi dolor y formando un lodo acuoso de confusión. Respiré, sin saber si me encontraba en mi pasado o en mi presente. Estaba perdiendo el conocimiento. Sentía que todo se cerraba. La luz había desaparecido y no veía nada. Pero alguien me sujetaba, y olía a cemento húmedo.

—¿Kisten? —pregunté, obligando a mis pulmones a funcionar. Alguien en el barco de Kisten olía así. A cemento viejo y abandonado. Me resistí y él me apretó con más fuerza, sujetándome las muñecas cuando intenté luchar contra él—. ¡Tenemos que irnos! —sollocé, pero él se limitó a presionarme contra su pecho mientras gritaba conmigo, pidiéndome que recordara, diciéndome que me tenía y que no iba a permitir que recordara sola. Que me traería de vuelta.

El hedor a cemento me invadió, activando en mí un recuerdo. Penetraba dolorosamente en mi interior, arrastrado por el olor a piedra húmeda y a polvo. Y en ese momento, me entró el pánico.

¡
Tenemos que salir corriendo
!
El vampiro está a punto de llegar y tenemos que marcharnos de inmediato
. Forcejeé para zafarme de Kisten pero él me agarró con fuerza, mezclando su voz con mi frustración mientras me enjugaba las lágrimas. Entonces di un respingo cuando afloró un recuerdo.
Kisten me enjugó las lágrimas. No quiso marcharse de allí conmigo y después fue demasiado tarde
.

No conseguía pensar, con aquel maldito polvo apelmazándome el cerebro, mezclando mi pasado y mi presente. No conseguía… pensar. ¿Estaba allí o en el barco de Kisten? Había estado llorando. Había intentado salvarlo y él me había amado. Pero aquello no había cambiado nada. Había muerto igualmente. Y yo estaba sola.

No estás sola
, oí retumbar en mi mente.
Vete. Yo te traeré de vuelta
.

Las mejillas se me llenaron de lágrimas, incluso mientras luchaba en vano, y mi mente se rebeló, dejándome caer en un recuerdo perdido durante un breve instante, desencadenado por el olor a polvo, la sensación de dolor y el sentimiento de amor convertido en el sufrimiento del sacrificio.

El corazón me latió fuertemente y cerré los ojos, cayendo.

31.

—¡Hijo de puta! —grité, llena de rabia y frustración, enjugándome las lágrimas de impotencia y temblando por la adrenalina mientras me enfrentaba a Kisten, que me miraba con expresión afligida porque lo había encontrado en aquel minúsculo remanso de agua del río Ohio—. ¡No me importa lo que digan las leyes vampíricas, tú no eres ninguna caja de caramelos! Tengo todo lo que necesito. Mi coche está en el aparcamiento, así que ¡ponte el hechizo de disfraz y salgamos de aquí de una maldita vez!

Kisten se limitó a sonreírme con sus ojos azul claro y a pasarme una mano temblorosa por el párpado inferior que me dejó el frío aliento de la piel muerta.

—No, amor mío —dijo, con una voz que carecía por completo de su falso acento—. No puedo vivir al margen de las normas de mi sociedad. No quiero. Preferiría morir entre ellas. Siento mucho que me consideres un imbécil.

—¡Te estás comportando como un estúpido! —grité, dando un fuerte golpe con el pie en el suelo. ¡Dios! Si hubiera sido más fuerte, lo habría dejado fuera de combate y me lo habría llevado a rastras—. ¡No hay ninguna razón para que lo hagas!

Kisten se puso rígido y, cuando miró por encima de mi hombro, recordé el sutil bamboleo del barco y el sonido del agua golpeando el casco. El olor a vampiro se hizo más intenso, y me di la vuelta, apoyando la espalda con fuerza contra el pecho de Kisten. Me temblaba la barbilla y apreté la mandíbula.

El asesino de Kisten no podía ser considerado un hombre alto. De hecho, Kisten hubiera podido reducirlo sin problemas en un combate justo, pero sabía de sobra que aquello nunca sucedería. Tenía los ojos negros por el ansia de sangre y sus manos mostraban un ligero temblor, como si estuviera conteniéndose, disfrutando de aquella sensación. Unas tenues arrugas marcaban las comisuras de sus párpados. Iba vestido con un traje que parecía de los años ochenta, con una corbata ancha metida entre la camisa. Para ser un no muerto, me pareció bastante desaliñado y anticuado. Pero estaba hambriento. Por lo visto, las ansias de sangre nunca pasaban de moda.

—Ya me dijo Piscary que tal vez podría probar la sangre de bruja —dijo, y yo tragué saliva al percibir la rabiosa amargura que se escondía en su voz, algo agresiva. Es posible que tuviera aspecto de memo, pero era un depredador y, mientras entraba en el dormitorio de Kisten, que se encontraba en el fondo de la embarcación, no me di cuenta de hasta qué punto estaba de mierda hasta el cuello. Sin mover los ojos, tanteé mi bolso en busca de mi pistola de pintura. Hubiera podido derribarlo con la misma velocidad con la que tumbaba a cualquier otro, pero solo si lo veía venir. Los vampiros no muertos eran muy rápidos, y estaba segura de que llevaba muerto el tiempo suficiente como para haber superado el delicado techo de los cuarenta años que acababa con la vida de la mayoría de los no muertos. Lo que significaba que también era experimentado. ¡Oh, Dios! ¿Por qué no le había hecho caso a Kisten cuando me había dicho que me marchara? Pero conocía la respuesta, y busqué a tientas la mano de mi novio.

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