Diario de una buena vecina

BOOK: Diario de una buena vecina
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Janna y Maudie poco o nada tienen en común. Janna, una mujer madura pero aún atractiva, dedica todos sus esfuerzos a una actividad profesional que en apariencia le permite realizarse; Maudie, una viejecita encorvada por los años y los sacrificios, se mantiene viva gracias al orgullo indomable que a menudo malogra sus relaciones con el Mundo. Janna y Maudie se encuentran, inexplicablemente se gustan, y nace así una relación de amistad que descubre el lazo común entre las dos: una ternura secreta, tímida, y casi indecible que busca explayarse y que Doris Lessing perfila con palabras justas y bellas, dignas de una gran narradora.

Doris Lessing

Diario de una buena vecina

ePUB v1.0

Fulano
14.10.11

Título original:
The diary of a good neighbour

© 1983 by Doris Lessing

Traducción de Marta Pessarrodona

© Santillana Ediciones Generales, S.L.

© De esta edición: 2007, Punto de Lectura, S.L.

Diseño de portada: María Peréz-Aguilera

Impreso en España - Printed in Spain

Diario de una buena vecina

La primera parte es un resumen de unos cuatro años. No escribía ningún diario. Ojalá lo hubiera hecho. Todo cuanto sé es que ahora lo veo de una manera distinta a como lo veía mientras lo estaba viviendo.

Mi vida hasta la muerte de Freddie fue una cosa; luego, otra. Hasta entonces, me consideraba una persona agradable. Como todo el mundo, más o menos. La gente con la que trabajo, en especial. Ahora sé que no me preguntaba cómo era, sino cómo se me juzgaba.

Cuando empezó la enfermedad de Freddie, mi primera idea fue: es injusto. Injusto para mí, era lo que pensaba secretamente. En parte, yo sabía que se estaba muriendo, pero hacía como si no pasara nada. No estaba bien. Debió de sentirse solo. Me enorgullecía de seguir trabajando durante todo ese tiempo, de que «entrara dinero en casa»... bien, tuve que hacerlo, él no trabajaba. Pero estaba contenta de trabajar porque era una excusa para no estar junto a él en aquel
horror
. Era un matrimonio, el nuestro, en que no se hablaba de cosas reales. Ahora lo veo. En realidad no estábamos casados. Era el matrimonio típico de la mayoría de la gente hoy día, en busca de ventajas por ambas partes. Siempre consideré que Freddie me llevaba la delantera.

En una ocasión se mencionó la palabra cáncer. Me la dijeron los médicos, cáncer, y veo
ahora
que mi reacción supuso el final de hablar de si debían decírselo o no.

No sé si se lo dijeron. Si lo supo. Creo que lo supo. Cuando lo ingresaron en el hospital lo visité a diario, pero me quedaba sentada con una sonrisa, ¿cómo te sientes? Tenía un aspecto terrible. Amarillo, los huesos afilados bajo la piel amarilla. Como un pollo hervido. Él me protegía a mí.
Ahora
lo veo. Porque no podía aceptarlo. Una esposa–niña.

Cuando murió, y se acabó todo, vi lo mal que lo habíamos tratado. A veces estaba allí su hermana. Hablaban, supongo. Su trato conmigo era como el de él. Con amabilidad. Pobre Janna, no se puede esperar demasiado.

Desde que él murió, no la he visto, ni a nadie de la familia. Enhoramala. Quiero decir que esto es lo que ellos piensan de mí. No me hubiera importado hablar de Freddie con su hermana, porque poco sabía de él, en verdad. Pero ya es un poco tarde para ello.

Cuando murió, y me encontré con que le echaba mucho en falta, quise saber cosas de épocas de su vida que él apenas mencionaba. Como cuando era soldado durante la guerra. Decía que la odiaba. Cinco años. De los diecinueve a los veinticuatro. Fueron años maravillosos para mí. En 1949 yo tenía diecinueve años, empezaba a olvidar la guerra y me situaba profesionalmente.

A pesar de todo estábamos unidos. Teníamos aquella relación sexual tan buena. Estábamos perfectamente sintonizados en esto, si no en otra cosa. Sin embargo, no podíamos hablarnos el uno al otro. Corrijo. No hablábamos el uno con el otro. Corrijo. No podía hablarme porque cuando empezaba a hacerlo yo me escabullía. Me parece que la verdad es que era una persona seria e introvertida. El tipo de hombre por quien lo daría todo ahora.

Después de su muerte y cuando yo estaba loca por una relación sexual, puesto que durante diez años yo lo había tenido todo sin pedirlo, me acosté por ahí y no me gusta pensar cuántas veces. O con quiénes. En una ocasión, en una celebración en la oficina, di una mirada alrededor y advertí que me había metido en la cama con la mitad de los hombres que se encontraban allí. Me quedé atónita. Y siempre me había resultado detestable: eso de estar un poco achispada y después de una buena comida, entonces con prisas, follar. No era culpa de ellos.

Tocó a su fin cuando mi hermana Georgie me vino a decir que me tocaba el turno con nuestra madre. Una vez más sentí lástima de mí. ¡
Ahora
pienso que muy bien hubiera podido decir algo con anterioridad! El marido, cuatro hijos, una casa pequeña... y había tenido a mamá desde que murió papá, ocho años. Yo no tenía hijos y con Freddie y yo con un empleo no nos faltaba el dinero. Sin embargo nunca se había sugerido que mamá viviera con nosotros. Es decir, alguna sugerencia
que pueda yo recordar
. Pero no era el tipo de persona que pudiera cuidar de una madre viuda. Mamá solía decir que lo que yo gastaba en la cara y en vestidos, podía alimentar a una familia. Verdad. De nada sirve que pretenda que lo lamento. A veces me parece que era lo mejor de mi vida: ir a la oficina por la mañana, sabiendo qué aspecto tenía. Todo el mundo advertía lo que llevaba, y cómo. Esperaba el momento en que abría la puerta y pasaba por delante de las mecanógrafas, que me sonreían con envidia. Acto seguido, las oficinas de los ejecutivos, con las chicas que me admiraban y deseaban tener mi gusto. Bien, tengo esto, si no tengo otra cosa. Solía comprarme de tres a cuatro vestidos por semana. Solía llevarlos de una a dos veces, luego los desechaba. Mi hermana los recogía para sus buenas obras. Por lo tanto, no se desperdiciaban. Naturalmente, era antes de que Joyce me tomara de la mano y me enseñara cómo vestirme: con estilo, no meramente a la moda.

Cuando mamá se instaló a vivir conmigo, supe que yo era una viuda.

Al principio no fue muy mal. Ella no estaba muy bien, pero se distraía. No podía llevar ningún hombre a casa si me encaprichaba con alguno, pero me sentía secretamente bastante contenta. No puedo invitarte a entrar, ya ves que tengo a mi anciana madre, ¡pobre Janna!

Al cabo de un año de vivir conmigo, enfermó. Me dije: En esta ocasión no pretenderás que no está sucediendo nada. La acompañé al hospital. Le dijeron que tenía cáncer. Hablaron largamente de lo que le acaecería. Se mostraron amables e inteligentes. Los médicos no pudieron hablarme de lo que le sucedía a mi marido, pero podían hablar directamente a mi madre respecto a lo que le sucedía a ella.
Debido a lo que era
. Fue la primera ocasión de mi vida en que deseé ser como ella. Con anterioridad, siempre me había resultado embarazosa, sus vestidos, su pelo. Cuando salía con ella solía pensar que nadie podría creer que yo era su hija, dos mundos, ella con esa marcada respetabilidad suburbana... y yo. Junto a ella, mientras hablaba de su muerte inminente con los médicos, tan digna y agradable, me sentí horrorosa. Me sentía una estúpida acobardada, porque tío Jim había muerto de cáncer, y ahora ella... por ambas partes. Pensé: ¿me tocará el turno a mí? Sentí que
no era justo
.

Mientras mamá se moría hice cuanto pude, no como con Freddie, en que me limité a no querer saber. Pero no pude hacerlo. Ésta es la cuestión. Solía sentirme mareada y llena de pánico durante todo el tiempo. Ella se desmoronó muy pronto.
Se desmoronó..
. así fue. Detesto el horror físico. No puedo soportarlo. Solía visitarla, antes de salir a trabajar. Me la encontraba en la cocina sin hacer nada en particular, en bata. Su cara, amarilla, con un brillo enfermizo. Se veían los huesos. Por lo menos yo no le decía: ¡Te encuentras un poco mejor, muy bien! Me sentaba a su lado y me tomaba el café. Le decía: Puedo pasar por la farmacia... había tantas pastillas y medicinas. Ella me decía: Sí, pide esto o aquello. Pero no le daba un beso. Bueno, en realidad no somos una familia aficionada al contacto físico. No puedo recordar haber dado nunca un buen abrazo a mi hermana. Un beso de mala gana en la mejilla, esto es todo. Deseaba tener a mi madre en brazos y, tal vez, mecerla un poco. Cuando llegó al final y se encontraba tan enferma y se comportaba de una forma tan valiente, pensé que debía tomarla en brazos y abrazarla. La verdad es que no podía ni acariciarla. No con afecto. El olor... y ya pueden decir que no es contagioso, pero ¿qué saben ellos? No demasiado. Solía mirarme de una forma directa y abierta y yo apenas si podía mirarla a los ojos. No porque pidiera nada con la mirada, pero yo me avergonzaba de lo que sentía, sentía pánico por mí. No, no me porté mal, como con Freddie. Pero le debió parecer que no había mucho allí... quiero decir, que yo no era gran cosa. Unos minutos por la mañana, cuando iba a toda prisa a la oficina. Siempre llegaba tarde por la noche, después de cenar con alguien del trabajo, por regla general Joyce, y, por entonces, mamá ya estaba en cama. No estaba dormida, ¡ojalá lo hubiera estado! Entraba y me sentaba a su lado. Sufría dolores a menudo. Solía prepararle los medicamentos. Esto le gustaba, podía advertirlo. Apoyo. De un cierto tipo. Hablábamos. Luego mi hermana Georgie se acostumbró a comparecer dos o tres tardes por semana y estar con ella. Bueno, yo no podía, estaba trabajando; y sus hijos estaban en el colegio. Entraba y las veía sentadas juntas. Me moría de envidia porque ellas estaban unidas. Madre e hija.

Luego, cuando mamá ingresó en el hospital, Georgie y yo nos turnábamos para las visitas. Georgie solía venir de Oxford. No acierto a ver cómo yo podía haber ido con mayor frecuencia. Día sí, día no, dos o tres horas en el hospital. Odiaba cada segundo. No se me ocurría nada que decir. Sin embargo, Georgie y mamá hablaban todo el tiempo. ¡Y de qué! Solía escucharlas, con absoluta incredulidad. Podían hablar de las vecinas de Georgie, de los hijos de las vecinas de Georgie, de sus maridos, de los amigos de sus amigos. No paraban nunca. Era interesante. Porque les interesaba todo tanto.

Cuando mamá murió sentí alivio, naturalmente. Y también Georgie. Pero sabía que era muy distinto, que Georgie lo dijera y que yo lo dijera.
Ella tenía derecho a decirlo
. Debido a la manera de ser de ella. Georgie estuvo junto a mamá a cada minuto, día y noche, durante un mes antes de que mamá desapareciera. Por aquel entonces yo ya había aprendido a no odiar tanto el aspecto físico, mamá casi un esqueleto cubierto de piel. Pero sus ojos eran los mismos. Sentía dolor. No pretendía no sentirlo. Sostenía la mano de Georgie.

La cosa es que la de Georgie era la mano adecuada.

Me quedé sola en mi piso. En un par de ocasiones, uno de los hombres vino a casa. No fue nada espectacular. No los critico, ¿cómo podría hacerlo? Yo había empezado a comprender que yo había cambiado. ¡No me
apetecía
. ¡Vaya cambio! No porque no necesitara una relación sexual. A veces me parecía que iba a enloquecer. Pero había un elemento de aburrimiento y de repetición. Y aquel lugar estaba lleno de Freddie. Me podía ver convertida en un monumento a Freddie, con el deber de recordarlo. ¿De qué servía? Decidí vender el piso y conseguir algo mío. Lo pensé durante mucho tiempo, meses. Incluso entonces ya vi que era una manera nueva de pensar en mí. Al trabajar en la revista, pienso de forma distinta, con decisiones rápidas, como si me encontrara encima de un chorro de agua. Soy buena en esto. Para empezar, por esta razón me ofrecieron este cargo. Es divertido, no lo había esperado. Otros sabían que me ofrecerían el puesto de subdirectora, yo no. En parte, estaba tan preocupada con mi aspecto, cómo me proyectaba. Mi aspecto, en un principio, era despreocupado, la divertida Janna de ropas alocadas, siempre tan lista y chica para todo. Luego, después de Joyce, muy cara, perfecta, elegante y formal, la persona que llevaba más tiempo allí, con un marido inteligente y moderno, en la sombra. No es que Freddie se reconociera en este papel. Luego, de repente (así parecía) una mujer madura. Elegante. Distinguida. Resultaba duro aceptarlo. Aún resulta duro.

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