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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (25 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Y Rakel hundió la hoja en su pecho.

_____ 11 _____

Afilada como el diente de una serpiente, la punta de la espada atravesó el chaleco de cuero de Rakel, rajó su piel, mordió una costilla...

... y salió volando por entre los árboles, impulsada por una veloz patada.

Gaviota había perdido un poco de cuero de la puntera de su bota. Rakel tenía una herida que mostraba el hueso en el antebrazo izquierdo, y sangraba como un cerdo degollado.

Pero estaba viva. De momento.

—¿Es que te has vuelto loca? —Gaviota la agarró por los brazos y la alzó en vilo. Lívido de rabia, el leñador la sacudió como si fuese un cachorrillo. Rakel colgó flácidamente entre sus manos y le dejó hacer sin resistirse—. ¿Qué estás haciendo? ¿Estás intentando matarte?

«Una pregunta de lo más estúpida», pensó Rakel. Los pensamientos giraban confusamente dentro de su cabeza. ¿Qué diría Garth si llegaba a enterarse de lo que había hecho? Y, de todas maneras, ¿dónde estaba Garth, y le importaría que hubiera tratado de matarse? Garth tenía a la magia. Pero ¿por qué debía importarle a Gaviota lo que ella hiciese? Oh, sí, el leñador afirmaba amarla. Pero ¿qué era el amor, de todas maneras? Rakel amaba a su hijo, pero había estado a punto de dejarle solo en el mundo...

—¡Respóndeme! ¿Por qué estás haciendo esto?

Gaviota la sacudió con tal violencia que la cabeza de Rakel se bamboleó de un lado a otro. Cuando no le respondió, la dejó caer al suelo para que se agitara en él como si fuese un pez sacado del agua. Rakel se fue limpiando lentamente la frente helada. Sentía que todo su cuerpo estaba frío. Debería estarlo. Debería ser un cadáver.

Pero por la mano que alzó corría sangre recién derramada. Estaba cubierta de sangre por todas partes. Había sangre en su brazo y en su cara, y burbujeando debajo de sus costillas.

Gaviota se alzó sobre ella, temblando de ira. Dos palabras salieron de sus labios y cayeron sobre Rakel para aplastarla con su inmenso peso.

—¿Por qué?

La respuesta de Rakel consistió en otras dos palabras, que eran la clave de toda su existencia.

—Por deber.

—¿Deber hacia qué?

El leñador se alzaba en la oscuridad como un árbol gigante entre los troncos, alto, moreno y curtido por la intemperie, con las manos extendidas como ramas que se dispusieran a atraparla.

—Mi deber..., como madre.

Rakel se pasó el brazo ensangrentado por el pecho sin darse cuenta de lo que hacía. Su cerebro estaba embotado y confuso, como si ya hubiera entrado en el dominio de la Oscuridad.

—¿Madre?

La palabra galvanizó a Gaviota. Cayó de rodillas junto a ella, y usó un cuchillo que colgaba de su cinturón para cortar tiras del chaleco de Rakel y envolverle el brazo. Rakel tenía un hijo. ¿Tenía también un esposo?

—Tengo un hijo. Se llama Hammen, y es rehén del consejo. Le matarán si no cumplo mi misión. Tenía de plazo hasta la luna llena, y no he cumplido mi misión. Pero si estoy muerta, si el hechicero que puede deslizarse de un lugar a otro no fuese capaz de encontrarme... Entonces tal vez supondrían que morí intentando cumplir con mi deber.

De repente hubo personas afanándose a su alrededor mientras balbuceaba. Mangas Verdes y Lirio cortaron más tiras de cuero y vendaron la herida abierta debajo de sus costillas. Rakel intentó detenerlas, pero las dos jóvenes se limitaron a apartarle las manos y siguieron trabajando diligentemente.

—Si moría luchando, quizá no transmitieran la vergüenza de mi fracaso a Hammen. Los maestros no lo maltratarían hasta matarlo. Mi bebé podría acabar uniéndose a las filas de los guerreros. Estaría vivo, a diferencia de mí...

—¡No lo entiendo! —replicó secamente Gaviota—. ¿Un consejo te ha enviado aquí? ¡Dijiste que el ejército de Karli se te había llevado por la fuerza! ¿Cuál es esa condenada misión de la que me estás hablando?

Rakel yacía inmóvil sobre su espalda, contemplando la oscuridad mientras las siluetas trabajaban a su alrededor. El cielo que se extendía sobre su cabeza estaba negro salvo por la brillante claridad blanco grisácea de la Luna de las Neblinas.

—Tenía que mataros... A ti y a Mangas Verdes, y tenía que volver con vuestras cabezas.

Los tres se miraron, perplejos.

Gaviota se inclinó, deslizó sus manos por debajo de la espalda y las rodillas de Rakel y la alzó hasta su pecho. Nadie la había llevado de aquella manera desde que era una niña... como ella había llevado a su hijo, no hacía tanto tiempo, para colocarle dentro de su cuna y mentir diciéndole que su padre no tardaría en volver.

Si lo intentaba con todas sus fuerzas, quizá conseguiría morir de pena...

* * *

Una hora después, Rakel estaba colocada encima de unas mantas y de una piel de oso perfumada con canela en la caverna de Chaney. La hoguera, un simple agujero en el centro del suelo, había sido alimentada hasta que la luz amarillenta y las sombras bailotearon sobre las paredes. Rakel iba tomando sorbos de una cantimplora de agua de manantial a la que Chaney había añadido febrilla, roseras y unos pellizcos de un polvo rojo. Hablaba, pero sólo con su cabeza. Su corazón estaba muy lejos de allí, buscando a Hammen y Garth.

Tybalt, que seguía pidiendo a gritos que le quitaran el casco que rodeaba su cabeza, había sido envuelto en mantas y llevado a las tiendas del hospital.

—...y así me encontré transportada al centro de vuestra batalla con esa hechicera. Os ayudé para ganarme vuestro favor, para poder acercarme a vosotros, para mataros...

Mangas Verdes se inclinó hacia adelante sobre su pequeño escabel de tres patas.. Su tejón de pelaje blanco asomó la cabeza por debajo de su falda, y Mangas Verdes le rascó distraídamente el hocico que siempre estaba contraído en un gruñido.

—Pero, Rakel... ¿Por qué no nos pediste ayuda desde el principio?

La guerrera mantuvo los ojos clavados en el fuego. Tomó otro sorbo de agua: haber perdido toda aquella sangre hacía que tuviese una sed terrible.

—Mi deber estaba muy claro. Tenía que mataros. Pensaba que erais como cualquier otro ejército: cruel, rapaz, implacable... Pero enseguida descubrí que la verdad era muy otra, que todo lo que dijeron Sabriam y el consejo era mentira..., aunque el que eso me sorprenda sólo indica lo estúpida que soy. Ahora todos los consejos de todos los clanes mienten. Benalia está tan envuelta en la red de la intriga y las maquinaciones que sería incapaz de reconocer la verdad ni aunque se presentara desnuda delante de ella. O la decencia, o la justicia... Y esas cosas son precisamente los cimientos de vuestra cruzada. Tenía que cumplir con mi deber, pero no podía hacerlo, y no sabía qué hacer, y decidí ayudaros, pero eso significaba mi muerte hiciera lo que hiciese...

Durante unos momentos la caverna quedó sumida en un silencio roto únicamente por los chasquidos y crujidos de la hoguera.

Lirio, que había crecido entre las dificultades y las privaciones y que siempre era práctica, fue la primera en romperlo.

—No me parece un problema demasiado difícil de resolver —dijo— Iremos a esa ciudad... Iremos a Benalia y recuperaremos a tu hijo.

Rakel soltó una mezcla de resoplido y risa cansada.

—Nunca habéis visto Benalia. Es una ciudad de más de doscientas mil personas, una de las más grandes que existe en los Dominios, y cada una de esas personas ha sido adiestrada en las artes de la guerra. Tenemos abuelas que podrían quitarle el hacha a Gaviota con una mano y darle una azotaina con la otra.

Bebió un poco más de agua. Estaba muy fría, y le produjo estremecimientos que recorrieron todo su cuerpo. O quizá fuera sencillamente que ya no le quedaba ni una sola gota de sangre dentro de las venas. Rakel se sentía vacía.

—Lirio tiene razón —dijo Gaviota—. Tenemos suficientes combatientes y personas con poderes mágicos para entrar en la sala de ese consejo a través de los planos y obligarle a que te devuelva a tu hijo.

Rakel meneó la cabeza, infinitamente cansada.

—El consejo se reúne en la Gran Sala, con la flor y nata del ejército montando guardia codo a codo a su alrededor. No podéis usar la magia para llegar hasta allí. Hay protecciones contra cualquier clase de magia, a menos que hayan sido suspendidas por otro hechicero. Debéis entender que Benalia no es un lugar, sino una gigantesca máquina para producir guerra. Hay capas y más capas de mentiras, músculos, acero y oro...

—Un hechicero puede ir a cualquier lugar en el que moren humanos, con protecciones o sin ellas —murmuró Chaney con su voz entrecortada y jadeante.

—Sí —dijo Mangas Verdes—. Si dejamos inactivas unas cuantas, podríamos llegar hasta el consejo...

—Y agarrarlo por el cuello —gruñó Gaviota.

—Y salir de allí en un abrir y cerrar de ojos —añadió Lirio—. Pero ¿quién debería ir?

—Yo —dijo Gaviota—. Y Rakel. Veamos... Arqueros. Liko, tal vez.

Rakel sintió cómo un escalofrío helado recorría todo su cuerpo.

—Estáis hablando de... Planeáis... ¡Habláis en serio! ¿Vais a enfrentaros a toda la ciudad? ¿Cuántas vidas arriesgaréis? ¿Sólo para sacar a mi hijo de allí..., cuando fui enviada para asesinaros?

—Por supuesto —dijo Mangas Verdes—. Eres nuestra amiga.

Rakel se sorprendió cuando un estrepitoso sollozo brotó de lo más profundo de su pecho.

Y un instante después estaba llorando incontrolablemente, y todos la consolaban.

* * *

Pero sus planes no tardaron en chocar con un muro infranqueable. No disponían de la información suficiente para tomar una decisión.

Rakel les informó de que Guyapi, el hechicero que podía viajar por el éter, vendría a buscarla cuando la luna estuviera llena para llevársela junto con sus trofeos. Pero la luna ya estaba llena y no había ni rastro del hechicero. ¿Cuál era la razón de ese retraso? ¿Había ido hasta allí, la había seguido sigilosamente, había visto que Gaviota y Mangas Verdes seguían con vida y se había marchado? No, replicó Chaney sin inmutarse, pues si alguien hubiera utilizado la magia de los desplazamientos por los alrededores ella lo habría sabido enseguida. Así pues, la pregunta a responder seguía siendo cuál era la razón de ese retraso. ¿Y qué podían hacer cuando llegara Guyapi? ¿Podían capturarle, y obligarle a que les llevara a Benalia? (Ninguno de ellos sabía dónde se encontraba Benalia, incluso Rakel, quien sólo sabía que estaba en algún lugar del oeste.) ¿Podrían entonces rescatar a Hammen y salir corriendo, o escapar mediante la magia? No lo sabían.

No tenían más remedio que esperar. Chaney podría avisarles de la llegada de Guyapi, y entonces harían cuanto estuviese en sus manos.

Y tenían que ponerse en marcha. Sorprendentemente, Chaney iría con ellos. Abandonaría su caverna y su meseta encantada y sufriría, como sólo una inválida podía hacerlo, viajando con el ejército. Les dijo que aún tenía muchas cosas que enseñar a Mangas Verdes. Después «seguiría su viaje», pero no a través de aquel mundo.

Y al amanecer, con todos sentados alrededor de la hoguera, se decidió la partida.

Irían a las malas tierras.

* * *

Las malas tierras no podían tener un nombre más adecuado.

El grupo podía verlas a lo lejos desde el final de la meseta, allí donde terminaba el robledal. Una extensión de matorrales iba descendiendo hasta una oquedad del terreno que Chaney les informó había sido un gran río en tiempos lejanos. Las tierras malas parecían talladas por el agua, y estaban tan llenas de ondulaciones como el fondo de un cauce. Se extendían hasta allí donde podía llegar la vista, confundiéndose con las todavía abruptas sierras del oeste y dejando detrás de ellas las mesetas al este.

Los oficiales del ejército y las hechiceras podían estudiarlas desde el río seco.

Las tierras malas casi eran dos clases de tierras totalmente distintas: había grandes pináculos, riscos y pequeñas mesetas, todo ello perforado en mil lugares distintos por cañadas, desfiladeros y arroyos secos, algunos de un kilómetro y medio de anchura y algunos demasiado angostos para que un caballo pudiera pasar por ellos. Directamente debajo de ellos había un valle que tendría casi un kilómetro de anchura, pero surgiendo de él había decenas de salidas tanto anchas como estrechas. Las cornisas más altas tenían unos veinte metros de altura. La escalada carecía de objeto, a menos que se quisieran ver más malas tierras, pues algunas cimas sólo tenían el espacio suficiente para acoger a un nido de águila mientras que otras eran cuchillos de piedra terriblemente afilados. Algunas mesetas quizá tuvieran un kilómetro cuadrado de superficie, pero estaban aisladas de sus vecinas, por lo que subir a ellas sólo serviría para tener que bajar luego. El ejército tendría que avanzar por el laberinto de cañadas, desfiladeros y pasadizos. Gaviota se alegró de haber tomado la decisión de viajar a pie y a caballo, pues los carros nunca habrían podido atravesar aquel tipo de terreno. No había ninguna superficie plana mayor que el tablero de una mesa y el suelo se ondulaba e inclinaba por todas partes, subiendo y bajando y volviendo a subir, y a menudo estaba surcado por grietas lo bastante grandes para atrapar una pierna, con todas las malas tierras salpicadas de rocas y peñascos cuyos tamaños iban desde el de un cráneo hasta el de un granero. «Seremos ratones que avanzan por un hoyo de grava rodeado por enormes muros de piedra», pensó Gaviota.

Si es que llegaban a entrar en aquella comarca.

—Si no hay agua...

—La hay —dijo Mangas Verdes.

Gaviota miró a su hermana y su maestra. Mangas Verdes montaba una yegua de un color marrón rojizo a la que había puesto por nombre Vara de Oro. La anciana montaba un caballito tan pequeño que casi parecía un pony, y viajaba sobre una especie de asiento-hamaca construido con lona, ramas y tiras de cuero. El caballito soportaba la carga sin ningún problema, pues Chaney pesaba tan poco como un gorrión.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gaviota.

Mangas Verdes parpadeó.

—Puedo olería. Y también puedo oler vegetación.

Gaviota se mordisqueó el interior de la mejilla.

—Si puedes hacerlo, me basta con eso.

Mangas Verdes lanzó una mirada llena de perplejidad a Chaney, pero la druida se limitó a sonreír y menear la cabeza al ver, una vez más, lo duros de mollera que podían llegar a ser quienes no conocían los misterios de los druidas. Mangas Verdes se sorprendía de que nadie más pudiera detectar la presencia del agua. Desde que salieron de la meseta, había descubierto que todos sus sentidos se iban volviendo más agudos. Sabía que el agua que había delante de ellos se encontraba allí bajo la forma de pequeñas lagunas y diminutos manantiales en los que había rastros de plomo y álcali, pero que era potable a pesar de eso. La vegetación consistía en robles enanos, castaños y hierba amarilla que crecía dentro de las grietas y en angostas cornisas. Podía oír a las grajillas que dormían en sus nidos de los riscos y notaba que las mulas de la vanguardia, que eran más listas que los caballos, habían empezado a inquietarse ante una presencia desconocida que se encontraba a kilómetros tierra adentro; sabía que una tormenta se estaba incubando en el horizonte, hacia el suroeste; oía a los perros de la pradera que se escondían en el subsuelo; y sabía que la mayoría de las rocas estaban compuestas de cuarzo, caliza y feldespato. Mangas Verdes explicó todas esas cosas a Gaviota.

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