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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (34 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Una docena de garras se deslizaron sobre la cabeza de Haakón. Una uña afilada como una navaja de afeitar le rajó la oreja, y otra le hendió la mejilla. Un dedo le sacó el ojo, y la garra se removió dentro de la cuenca. Haakón gritó, y su lengua recibió una multitud de heriditas y aguijonazos.

Y un instante después sintió que se le helaba la calva, pues el casco verde acababa de ser arrancado de su cabeza.

Los centinelas ya llevaban un rato muertos, por lo que no había nadie más para ver cómo los demonios arrancaban el casco de la cabeza ensangrentada de Haakón. Las bestias lo llevaron de un lado a otro, manoteando frenéticamente y luchando entre ellas para quedarse con el artefacto mientras el ciego y gordo hechicero aullaba y sangraba.

Pero los gritos de Haakón habían sido oídos. Mangas Verdes, Gaviota y unos cuantos más llegaron a la carrera justo a tiempo de ver cómo el casco y los demonios se encogían, convirtiéndose en nubéculas de ceniza que se enroscaron sobre sí mismas y desaparecieron por completo.

—Ya no está aquí —jadeó Mangas Verdes—. ¡Se ha... esfumado! ¡Y nos era tan necesario! ¡Es la respuesta a todo! Pero ¿dónde está Rakel? ¿Quiénes eran esos guerreros vestidos de negro?

—¡Unos bastardos, eso es lo que eran! —Lágrimas de rabia se deslizaban por el rostro de Gaviota—. Los llaman héroes... Es un rango que distingue a ciertos guerreros de Benalia, la ciudad de Rakel. ¡Pero a mí me parecen más asesinos que otra cosa! ¡La han capturado como si fuese una esclava, y se la han llevado a su maldita ciudad! ¡Tenemos que ir en su busca!

La enérgica sacudida de cabeza de Mangas Verdes hizo bailotear sus rizos castaños.

—No, tenemos que recuperar el cerebro. Es el artefacto más poderoso que jamás haya existido. ¡Lo necesitamos, o no somos nada!

—¿Que no somos nada? ¡Estupideces! —La seca réplica de su hermano la sobresaltó—. Parece como si no pudieras vivir sin esa cosa. No es más que... una baratija, un juguete mágico. Podemos arreglárnoslas sin él. Necesitamos a Rakel.

—Tú necesitas a Rakel. No puedes vivir sin ella.

—¡No es verdad! Quiero decir... ¡Por el Fuego de Gabriel, es la comandante de este ejército! ¡La necesitamos para ganar cualquier otra batalla que vayamos a librar en el futuro!

De hecho, para Gaviota ya hacía tiempo que Rakel era algo más que una comandante muy capaz, pero el leñador no podía pronunciar la palabra «amante» en público.

—Está bien. Tienes razón —jadeó Mangas Verdes—. Necesitamos a Rakel, y necesitamos al cerebro. Pero ¿cómo vamos a dar con ellos? No sabemos dónde está Benalia, o adonde han ido los demonios.

Una multitud formada por decenas de personas se había congregado a su alrededor, y todos estaban escuchándoles con gran atención. Una voz áspera y quejumbrosa rompió el silencio, como si un búho que estuviera revoloteando sobre sus cabezas hubiera decidido tomar parte en la conversación.

—Si se me permite interrumpir... —Chaney estaba apoyada en Kwam, con su cuerpo marchito inclinado hacia un lado. La anciana druida tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima de los gimoteos del hechicero cegado—. Creo que sé adónde se han llevado tu juguete verde los demonios. Yo diría que ahora está en Phyrexia.

—¿Phyrexia? —preguntó Mangas Verdes—. ¿Qué...?

—Ah, Mangas Verdes, últimamente eres tan impetuosa como tu hermano... Escucha y aprende. Phyrexia es un plano tan distante que la inmensa mayoría de hechiceros ni siquiera saben que existe, y todavía son menos los que lo han visitado. Muchos creyeron que había sido destruido en la Guerra de los Hermanos. Es un plano de demonios, como Ashtok y otros... Pero los demonios de Phyrexia sirven a un propósito, y obedecen los dictados de una compulsión mágica que perdura desde la guerra. Roban artefactos conscientes y los desmontan hasta dejarlos totalmente desmantelados. Una horda viviente para matar artefactos vivientes... Otra máquina de guerra que acabó produciendo un resultado totalmente inesperado, sin duda, pues los demonios siguen buscando y destruyendo esos artefactos, y ésa es la razón por la que quedan tan pocos. Esta vez el pobre Haakón invocó a la horda equivocada. Si tu cerebro verde pasa más de un día en Phyrexia, el «Infierno de los Artefactos», no habrá forma alguna de reconstruirlo.

—Pues entonces tenemos que ir allí inmediatamente —dijo Mangas Verdes.

—¿Estás loca? —exclamó su hermano, agitando su hacha de un lado a otro con tal ímpetu que muchos se encogieron y procuraron apartarse un poco—. ¿Es que no has escuchado y aprendido nada? ¡Acaba de decir que allí sólo hay demonios, y que desmantelan todos los cachivaches mágicos! ¿Cuánto tiempo crees que seguirás entera si vas allí? Y mientras tanto, esos asesinos de Benalia estarán descuartizando a Rakel porque no fue capaz de asesinarnos. ¿Has conseguido hacer que tu durísima cabezota entienda todo eso, o es que has vuelto a tu estupidez anterior?

Los que les escuchaban soltaron siseos ahogados y Lirio, que permanecía inmóvil detrás de Mangas Verdes, dio un respingo. Incluso Gaviota quedó un poco sorprendido al comprender lo que acababa de decir. Pero Mangas Verdes no se ruborizó ni se echó a llorar. Tan tozuda como su hermano, se limitó a responderle con un grito igual de potente.

—¿Acaso necesito que me des consejos? ¡Llevas tanto tiempo contemplando a Rakel con ojos de cordero degollado que se te han reblandecido los sesos! ¿Cuánto...?

—¿Ojos de cordero degollado? ¿Yo? ¡Voy a decirte quién hace exhibiciones de ojitos tiernos aquí, quién tiene grandes ojos marrones de vaca y la lengua siempre fuera de la boca, y te va siguiendo a todas partes como un cachorrito atontado por el mal de amores! —Gaviota señaló a Kwam, que estaba inmóvil sosteniendo a Chaney, y el rostro del joven se puso de color escarlata—. Ah, y eso me recuerda que hay algo que quería decirte hace tiempo: ¡mantente alejado de mi hermana pequeña!

—¡Déjale en paz! —La voz de Mangas Verdes adquirió una suave e implacable gelidez, y una fría furia palpitó en ella—. ¿Es que eres el único al que se le permite amar aquí? ¡Ni siquiera eres capaz de decidir de una maldita vez con quién te revuelcas sobre las sábanas, si con la pobre Lirio, a la que has abandonado, o con esa moza de taberna tuya que siempre está blandiendo su espada!

Gaviota resopló, escupió en el suelo y alzó las manos hacia el cielo. Mangas Verdes le tenía bien atrapado, y no había nada que pudiera decir. Su hermana pequeña le fulminó con la mirada, contemplándole con ojos en los que ardía un fuego lo bastante poderoso para derretir la hoja del hacha del leñador.

—Si se me permite interrumpir... —murmuró una voz enronquecida. Chaney guardó silencio hasta tener la seguridad de que la estaban escuchando—. Gracias. Los dos estáis olvidando algo, ¿no? Los dos habláis de «ir en busca» de Rakel o del cerebro verde. Que yo sepa, soy la única hechicera capaz de viajar por el éter que hay aquí. Lirio sólo lo ha hecho una vez y no tiene ni idea de cómo volver a hacerlo. Mangas Verdes, por razones, o temores, particulares, todavía tiene que llegar a esa fase.

»Pero mis días de caminar por los planos se han acabado. Seguir viva en este plano ya me resulta lo suficientemente difícil, así que no hablemos de otros... En consecuencia, eso quiere decir que nadie va a ir a ningún sitio viajando por el éter.

»A menos —añadió— que Lirio y Mangas Verdes estén preparadas para aprender cómo hacerlo..., esta noche.

_____ 15 _____

Rakel volvía a estar atada y, una vez más, se hallaba prisionera en la pequeña antesala de paredes de piedra adornadas con tapices. La habían dejado encadenada allí con el rostro pegado al suelo de piedra, y llevaba horas en esa postura. Después, a última hora de la mañana y con salvajes tirones de sus cadenas que le cortaban la respiración, fue llevada nuevamente ante el consejo benalita presidido por el sonriente Sabriam.

Pero esta vez había una diferencia, y estaba en ella.

La Norreen que había sido llevada hasta allí antes había sido una esposa y madre que había vivido en una granja, engordando y ablandándose, con el peso de la leche en sus pechos y la mente llena de huertos, ganado que atender, comidas y cuidados infantiles.

Como Rakel, volvía a ser una guerrera en cuyos pensamientos sólo había lugar para los golpes letales, la logística, la táctica, las emboscadas, el adiestramiento y la disciplina. Podía sentir la elasticidad en sus piernas y la fuerza en sus tendones, y a pesar del lazo de esclava que rodeaba su cuello y la asfixiaba, su espalda estaba erguida y su porte lleno de orgullo.

Pero no pudo evitar mover los ojos de un lado a otro con la esperanza de que su hijo estuviera allí. «Mi pequeño Hammen —pensó con desesperada preocupación—, ¿qué destino habrás sufrido bajo las manos de estos cerdos que se revuelcan en la disipación?»

Sólo dos héroes la sujetaban, pues la rubia con la herida en el hígado había sido llevada al hospital para que aguardase la llegada de la muerte. Los dos hombres eran fuertes, igual que Rakel era fuerte, pero ella ocultaba su fortaleza. Aplicaba la norma que la había guiado cuando adiestraba al ejército de Gaviota y Mangas Verdes: no había que mostrar a los enemigos toda la fuerza que poseías hasta que fuese demasiado tarde..., para ellos.

La larga sala estaba igual, pues eran muy pocas las cosas que cambiaban en aquella ciudad que se complacía en su decadencia. La multitud de cortesanos y parásitos aguardaba en silencio su entretenimiento, y la larga alfombra azul adornada con conchas rosadas se estiraba hasta el estrado con su mesa de reluciente y lustrosa madera y los siete miembros del consejo de rostros pétreos, todos ellos sus enemigos mortales y todos ellos del Clan Deniz. El canciller permanecía inmóvil con un pergamino ribeteado de rojo en las manos, como si no se hubiera movido durante los últimos cincuenta días, y en el centro estaba el Portavoz de la Casta, Sabriam, el del rostro blanquecino e hinchado, que parecía más consumido que nunca. Las fiestas que celebraba cada noche —a expensas de la ciudad— debían de ser legendarias. Su nariz brillaba con unos suaves reflejos blancos, y Rakel se permitió una sonrisa. Sabriam había hecho que se regenerase después de que ella se la hubiera roto con aquella patada, el mejor golpe que había asestado jamás.

Su sonrisa la sorprendió, y le dio nuevos ánimos. Había encontrado una extraña paz. Unas semanas antes había intentado suicidarse, y una parte de su alma seguía flotando en el éter con Garth y Hammen, como un globo perdido. Mientras tanto, había hecho cuanto podía. Pasara lo que pasase, aquellos cerdos sólo podían matarla, y la muerte no era tan cruel como algunos destinos. Rakel había vuelto a vivir la existencia de los guerreros. Ah, si al menos pudiera llevarse a algunos enemigos con ella para que la acompañaran a la Oscuridad...

—Rakel de Dasha de Argemone de Kynthia —canturreó el canciller, iniciando la lectura de su lista—, se te acusa del máximo crimen: traición contra la ciudad-estado de Benalia. Después de que se te ordenara volver trayendo las cabezas de Gaviota el leñador y de Mangas Verdes, general y hechicera del ejército reunido en el este, que amenaza con hacer la guerra a la ciudad-estado de Benalia, amenazando sus fronteras y a su pueblo soberano...

—¡Paparruchas! —gritó Rakel con voz potente y límpida.

El canciller se interrumpió con un balido ahogado. Un zumbar de murmullos resonó entre los cortesanos. Los miembros del consejo fruncieron el ceño y empezaron a hablar en susurros.

Hablar durante el recitado de las acusaciones iba contra las reglas, al igual que el dar cualquier respuesta a ellas que no fuese la de declararse culpable, pero Rakel ya no era una heroína de Benalia. Era la comandante de un ejército lejano, innegablemente improvisado y rebelde pero dedicado a una buena causa.

Aquella pandilla de cobardes y aduladores debía saberlo lo más pronto posible.

—¡Tus acusaciones son una sarta de mentiras! Gaviota y Mangas Verdes son buenos y decentes, y han decidido librar al mundo de las depredaciones de los hechiceros. Y tienen decenas de seguidores..., ¡voluntarios, no esclavos! Así que mientras esta letrina que pasa por ser una ciudad va ensuciando cada vez más profundamente su nido, sembrando el caos y destruyendo todo lo bueno, hay alguien que hará cuanto sea necesario para conseguir que los Dominios sean un lugar más seguro para la gente corriente. Hay... ¡Agh!

Sabriam había alzado una mano huesuda, y sus captores habían retorcido la cuerda que le rodeaba el cuello. No importaba. Todos murmuraban y fruncían el ceño, pero Rakel igual podría haber gritado sus palabras al viento. La razón, la decencia o el sentido común jamás florecerían en aquel montón de cenizas.

Sabriam se levantó con visible dificultad de su asiento detrás de la mesa del consejo —estaba claro que padecía alguna repugnante enfermedad—, e hizo una seña al canciller.

—Anota una declaración de culpabilidad —dijo—. Aguarda el castigo, Rakel.

Después avanzó con paso tambaleante alrededor de la mesa y bajó al suelo de la cámara, un anciano a los treinta años.

Sabriam fue hasta Rakel y se detuvo allí donde la guerrera no podía atacarle, asegurándose de que sus captores la mantenían bien sujeta mientras se limpiaba el mentón de las babas que se lo habían manchado.

—Has vuelto a fracasar, Rakel, y esta vez no habrá ninguna gracia salvadora para ti. Morirás cuando salga la luna, y serás un ejemplo para otros que no sepan cumplir con su deber hacia nuestra ciudad madre. Pero el dolor que sufrirás en el cuerpo nunca igualará a tu dolor espiritual. Tenemos una pequeña sorpresa para ti.

Sabriam sonrió, pero una tos interrumpió su sonrisa. El Portavoz volvió a agitar su mano huesuda.

Rakel le habría escupido, pero eso era algo indigno de ella. Ya no había ninguna forma de hacerle daño...

Y entonces tragó saliva cuando un guardián del Estado hizo avanzar a un niño. Aunque apenas tenía dos años, la cabeza del niño estaba afeitada e iba vestido de cuero negro desde el cuello hasta los pies. Era la viva imagen de un héroe, y ni siquiera le faltaba la pequeña daga en el cinturón.

—Hammen... —murmuró Rakel, avergonzada ante el sollozo que percibió en su voz.

—¡No! —replicó secamente el niño. Sus ojos la contemplaron con un destello azul hielo, el mismo color que los ojos de Garth—. ¡Ése no es mi nombre! ¡Ahora me llamo Zabriam! ¡Como él! —Señaló con un dedo al sonriente Portavoz—. Mis padres eran malos, y murieron porque eran malos. ¡Ahora soy un héroe, un vencedor! ¡Crezco para ser fuerte y mato a los enemigos de mi ciudad!

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